Mujeres y máquinas: alianzas políticas en el ciberfeminismo de Sadie Plant

Aldana D’Andrea*

Cuadernos del Sur - Filosofía 49 (2020), 83-101, E-ISSN 2362-2989

En este escrito abordamos la alianza entre mujeres y máquinas como propuesta tecnopolítica del ciberfeminismo de Sadie Plant, desarrollado en la década de 1990. En primer lugar, ubicamos el surgimiento del relato ciberfeminista en un contexto de cambio tecnológico, epistémico y cultural desde donde es posible comprenderlo como un feminismo tecnológico. En segundo lugar, realizamos una aproximación a la propuesta ciberfeminista de Plant, centrándonos en la diferenciación conceptual entre tecnologías clásicas y nuevas tecnologías como eje de la posibilidad de una política feminista basada en la identificación entre mujeres y máquinas. Se plantea, a ese respecto, que la apropiación de dicha identificación es primordialmente una estrategia de identificación opositiva y, en cuanto tal, constituye el fundamento que revela la opción emancipatoria tras la lectura ciberfeminista de la digitalización como feminización.

Palabras clave

ciberfeminismo

mujeres

máquinas

Fecha de recepción

13 de diciembre de 2021

Aceptado para su publicación

24 de mayo de 2022

* UNRC, IDH-UNC-CONICET. Correo electrónico: aldana.dandrea@gmail.com.

Resumen

In this writing, we have dealt with the alliance between women and machines as a technopolitical proposal of Sadie Plant’s cyberfeminism developed in the 1990s. In the first place, we have located the emergence of the cyberfeminist account in a context of technological, epistemic and cultural change from where it is possible to understand it as a technological feminism. Second, we have approached Plant’s cyberfeminist proposal, focusing on the conceptual differentiation between classical technologies and new technologies, as the axis of the possibility of a feminist policy based on the identification between women and machines. In this regard, we propose that the appropriation of this identification is primarily an oppositional identification strategy and, as such, constitutes the foundation that reveals the emancipatory option after the cyberfeminist reading of digitization as feminization.

Keywords

cyberfeminism

women

machines

Abstract

83-101

Do

0

El marco desde el cual Sadie Plant elabora su relato ciberfeminista está tramado por una diversidad de culturas, discursos, teorías y prácticas técnico-científico-políticas; dentro de ella, se destacan los asociados a las técnicas del tejido y el hilado, a las tradiciones lógicas e ingenieriles de construcción de máquinas lógicas y matemáticas, a las construcciones psicoanalíticas masculinas de la feminidad y la histeria y, finalmente, a la cibernética y la computación. ¿Es demasiado?, ¿es muy diverso?, ¿cuesta articularlo en un único discurso y una única estrategia política? En una alusión reciente al primer ciberfeminismo, Helen Hester (2019) sostiene que este es el punto débil del ciberfeminismo de Plant, pero no sin reconocer que allí también hay una riqueza, una potencialidad y una atracción particulares. Ciertamente, en el relato de Plant hay diversidad, e incluso demasía, pero hay también una increíble vocación de conexión que, por un lado, complejiza, cuestiona y enriquece el análisis de la historia ROM [Read-Only-Memory] (Plant, 1997: 27) de la técnica y la ciencia como desarrollos masculinos, pero, por el otro, ofrece también una lente potente para observar y proyectar críticamente la técnica digital contemporánea y su relación con el feminismo.

Hay cierta tendencia a la crítica del primer ciberfeminismo. Ciertamente, el ciberfeminismo no nació perfecto y completo, no hubiera podido; el ciberespacio, el territorio fundamental de acción, imaginación y teorización ciberfeminista, nacía y se desarrollaba en aquellos mismos años. Lo fundamental es que un feminismo advirtió la necesidad de aquella nueva territorialización y cuestionó la cultura heteropatriarcal y capitalista imperante. Con todas las imperfecciones que desde una lectura actual podemos hacer, el primer ciberfeminismo planteó la relación —de afinidad, estrategia o performatividad— entre feminismo y tecnologías digitales, y sentó las bases para el porvenir de ciberfeminismos más complejos, inclusivos y situados, decoloniales e interseccionales.

En tal sentido, volver a leer a Plant, luego de 30 años, es una tarea de resignificación de su relato, de sus anuncios y denuncias. Quizá lo fundamental no esté en evaluar cuán certera, cuán abierta, cuán correcta sea la perspectiva de Plant, y con ella la de les primeres ciberfeministas, sino en advertir la potencia creativa que todavía tiene el relato, no para reproducir sueños, sino para imaginar futuros.

En este trabajo nos centramos en dos objetivos. En primer lugar, intentamos ubicar el surgimiento del relato ciberfeminista en un contexto de cambio tecnológico, epistémico y cultural desde el que es posible comprenderlo como un feminismo tecnológico. En segundo lugar, nos proponemos realizar una aproximación a la propuesta ciberfeminista de Plant, centrándonos en la diferenciación conceptual entre tecnologías clásicas y nuevas tecnologías como eje de la posibilidad de una política feminista basada en la identificación entre mujeres y máquinas. Planteamos, a ese respecto, que la apropiación de dicha identificación es primordialmente una estrategia de identificación opositiva y, en cuanto tal, constituye el fundamento que revela la opción emancipatoria tras la lectura ciberfeminista de la digitalización como feminización.

Dado que el movimiento ciberfeminista se gesta y desarrolla a la luz proyectada por el Manifiesto para cyborgs de Donna Haraway (1995), nos valemos de algunas de sus valiosas apuestas conceptuales-políticas para acercarnos a la comprensión de la propuesta ciberfeminista en general, y de Plant en particular.

1. El surgimiento del ciberfeminismo

El ciberfeminismo emerge en el clima de cambio tecnológico y cultural que se vivió en la década de 1990, principalmente en los países centrales del Norte Global. En el plano tecnológico, se da lo que se conoce como la revolución microelectrónica que facilitó la miniaturización de las tecnologías informáticas y, así, la extensión en el uso de computadoras personales. También se observa el desarrollo de internet y la World Wide Web y, en general, el avance acelerado de las tecnologías de la información y la comunicación. Estos desarrollos tecnológicos se acoplan, material y simbólicamente, a una episteme posmoderna (Rodríguez, 2019)1 que se conforma a partir del surgimiento de la cibernética en las décadas de 1940 y 1950, del desarrollo de la crítica filosófica antihumanista en las décadas de 1960 y 1970 y, en general, de la constatación de lo posthumano que condujo a la implosión de las categorías binarias que rigieron al pensamiento moderno antropo-, andro- y euro-centrado (Braidotti, 2015). Esta episteme, en cuanto tal, no solo permeó los ámbitos del saber académico y científico, sino que también creó un mapa de sentidos culturalmente extendido y que se manifiesta particularmente en el uso del prefijo ciber- para aludir a una amplia gama de fenómenos: cibercultura, ciberarte, ciberpunk, cibersexo, cibercafés, ciberespacio, ciberfeminismo.

En este marco de cambios, condensado en las redes de sentidos tejidas en torno a la tecnología informacional, se evidencia también un cambio de perspectiva en el pensamiento feminista de la técnica. Los primeros acercamientos a la cuestión de la técnica se habían dado entre 1970 y 1980 en lo que podríamos llamar la segunda ola del feminismo, y se caracterizaron —refiriendo en términos muy generales y simplificando demasiado la lectura— por una mirada pesimista sobre la relación entre técnica y género, y la elaboración de un pensamiento anti-tecnológico o directamente tecnofóbico. Desde la perspectiva de estos feminismos, las mujeres y feminidades fueron concebidas como víctimas del orden tecnocultural y, acorde a ello, se desarrolla una estrategia de victimización asociada a la construcción de un relato de inocencia, ingenuidad y hasta bondad originaria de lo femenino. Hacia 1980 se produce un cambio de perspectiva a partir del cual la relación entre técnica y género empieza a ser visualizada como una posibilidad para el desarrollo de un nuevo feminismo, ya no centrado en las categorías esenciales de mujer y naturaleza, sino más bien en la potente idea de cyborg de Haraway (1995)2.

El Manifiesto para cyborgs de Haraway, publicado originalmente en 1985, contribuye de manera decisiva a la ruptura de aquel relato feminista asociado tanto a perspectivas anti-tecnológicas como a un mito originario. Haraway reclama un nuevo feminismo posmoderno, posgenérico, posbinario y posorgánico y, en cuanto ubica al cyborg como concepto nodal, desarrolla una crítica a aquella estrategia de victimización y al mito de la inocencia original. En lugar de identidades esenciales, bondadosas y pasivas, el planteo se dirige a la conformación de una estrategia opositiva, utópica “y en ninguna manera inocente” (Haraway, 1995: 256).

El feminismo cyborg que el manifiesto inaugura afecta de manera decisiva al pensamiento feminista sobre la técnica, a tal punto que, si el feminismo anterior fue caracterizado como anti-tecnológico, el feminismo que se desarrolla entre 1980 y 1990 no solo va a calificarse de tecnológico, sino también de tecno-utópico. En efecto, este nuevo feminismo ya no solo observa la tecnología materialmente existente, sino que además desarrolla una imaginería feminista del futuro; esto es, va a proyectar otros escenarios tecnoculturales distintos del efectivamente existente y que es —solo en parte— el escenario denunciado por las feministas anteriores. Este cambio hacia la proyección y la utopía tecnológica implicó el abandono del relato de la victimización de las mujeres en el pensamiento feminista de la tecnología y, en su lugar, un llamado a la necesidad de enfatizar la agencia y la potencialidad de la interrelación entre tecnología —fundamentalmente, aunque no de modo exclusivo, tecnologías digitales— e identidades de género tradicionalmente subalternizadas: mujeres, gays, trans, travestis, intersex, queers y +.

El ciberfeminismo se ubica en esta línea. Explora las posibilidades emancipatorias que ofrecen lo que se conceptualizó como las nuevas tecnologías y lo hace a partir de distintas estrategias: artísticas, teóricas, tecnológicas y político-activistas. Sadie Plant, teórica de la cultura y filósofa británica, escribe en 1997 una de las obras más representativas e inspiradoras del primer ciberfeminismo, Zeros and ones: Digital women and the new technoculture (1997). Este texto, junto a otros de la misma autora en el mismo periodo —Los telares futuros (2019), Feminizations (1996), On the Matrix (2000)—, proponen y desarrollan el vínculo entre feminización y digitalización que ha servido de fundamento teórico e inspiración política para pensar la relación entre feminismo y tecnología digital. Volveremos más adelante sobre este aspecto del trabajo de Plant.

Además de Plant, algunes de les actores centrales del ciberfeminismo han sido el colectivo de artistas australianas VNS Matrix3 y la alianza ciberfeminista global Old Boys Network (OBN). VNS Matrix publicó en 1991 el Manifiesto ciberfeminista para el siglo XXI, en el que aparece por primera vez el término ciberfeminismo. Allí se presentan como saboteadoras del ordenador central del gran-papá (VNS Matrix, 2019: 53). Se trató de un feminismo artístico, tecnológico, lúdico, irreverente y provocador. Allegado a los movimientos chick porn, cunt art y art. net, efectúa una reivindicación de los genitales y la sexualidad femenina en un vínculo directo con las tecnologías digitales. OBN, por su parte y más tardíamente, logra la internacionalización del movimiento ciberfeminista mediante la organización de una serie de encuentros internacionales y el avance del activismo feminista en la red4. Un documento icónico surge de la Primera Internacional Ciberfeminista de 1997, un manifiesto con 100 anti-tesis que indican qué no es el ciberfeminismo (OBN, 2019); el rechazo a la definición funciona como una apuesta tanto por la práctica —el ciberfeminismo es una actividad— como por un feminismo constituido a partir de alianzas parciales, nómadas y articuladas desde la diferencia, en lugar de identidades esenciales, estancas y excluyentes.

En cuanto feminismo, el ciberfeminismo ha interpelado centralmente a la cultura y la conformación heteropatriarcal del ciberespacio5. Ya en 1990 se observa que el ciberespacio es un territorio fundamentalmente masculino, controlado por hombres heterosexuales y cisgénero en función de sus deseos, gustos, intereses e intenciones. En este contexto, la propuesta ciberfeminista consistió en crear estrategias de infiltración y reconfiguración del sistema de control patriarcal desde dentro (VNS Matrix, 2019). No se trató de una propuesta de corte liberal en torno a la brecha de género. No se pretendía que las mujeres ingresaran y empezaran a pertenecer y a participar de una cultura preexistente, sino más bien de idear un uso y una significación estratégica de la Internet. Se llamó a hackear, irrumpir y recodificar la red y los imaginarios a ella asociados. La noción de virus resultó central; se plantea la conveniencia de poner a circular un virus, el virus del nuevo desorden mundial (VNS Matrix, 2019), un virus ciberfeminista (Plant, 2000) que inicie un proceso cultural de replicación y contagio; en tal sentido, no sería un virus necesariamente destructivo, “incluso el virus más dañino puede necesitar mantener vivo a su huésped” recuerda Plant (2000: 274). La estrategia viral fue, acorde al pensamiento cyborg, no un proyecto de destrucción y génesis, ni un renacimiento, sino un proyecto de infiltración y apropiación regenerativa llevado a cabo a través de una alianza estratégica y potencialmente emancipadora entre tecnología, feminismo y futuro: El futuro no está tripulado 6 (VNS Matrix, 2020).

La matrix fue la imagen ciberfeminista por excelencia; sirvió para establecer el vínculo activo entre tecnología y mujeres que es característica de la práctica artística de VNS Matrix en particular. Plant retoma el gesto y lo desarrolla teóricamente: cuando VNS MATRIX afirma en su manifiesto que el clítoris es una línea directa a la Matrix, la “línea refiere tanto al útero —matrix es el término latino, así como hystera es el griego— como a las redes abstractas de comunicación que se estaban ensamblando cada vez más” (Plant, 1997: 59)7. En Ceros y Unos (1997), la autora explora la polisemia y la potencialidad del término matrix y los significados asociados a él. En efecto, la matrix evidencia, en el relato de Plant, una multiplicidad de sentidos interconectados que el ciberfeminismo como movimiento ha explorado: ontológico (como origen o entidad generadora de ser), corporal (como órgano femenino), falogocéntrico (la histeria es, literalmente, hystera o matriz errante), matemático (como arreglo numérico para el cálculo) y tecnológico (como base del tejido físico y, al mismo tiempo, del tejido y la red digital). En gran medida, podemos leer la apuesta ciberfeminista de Plant como la revelación de que las nuevas tecnologías de finales de siglo se vinculan con todos estos sentidos del término matrix. En cuanto tal, la matrix ofrece nuevas opciones organizadoras y emancipadoras para las mujeres y todas las identidades que no se identifican con el orden fálico, centralizado y jerarquizado: “La matriz se entrelaza a sí misma en un futuro en el que no hay lugar para el hombre histórico” (Plant, 2019: 166).

10. Sadie Plant: la digitalización como feminización

Como se ha apreciado ya, Plant elabora una narrativa ciberfeminista densamente poblada por diversos relatos. Hay una clara centralidad de la figura femenina en la mayoría de ellos: Mary Shelley, Ada Lovelace, Ana Freud, Grace Murray Hopper, Wrens8, Eve of Destruction son figuras destacadas; pero también hay una recuperación de los relatos sobre hilanderas y tejedoras, brujas, amazonas, histéricas, secretarias, calculadoras, robots, inteligencias artificiales y esposas de Stepford. A primera vista, puede pensarse en una herstoy, pero hay al menos dos objeciones para ello: en primer lugar, no se trata de una historia, ni de muchas, sino de una estructura rizomática —“una multiplicidad, una red subterránea de tallos más que un sistema de raíz y rama” (Plant, 1997: 125)— de fenómenos, sentidos, sucesos, procesos, emergencias, ficciones y conceptualizaciones interconectados que, por otra parte, no trata solo de ellas como esfera separada, sino que hay un intento de vincular tal multiplicidad con una teoría de la agencia histórica del género; en segundo lugar, en el centro no solo se ubican las mujeres, sino también las máquinas y las técnicas (la práctica y el saber hacer) que se revelan fundamentales y ubicuas pero que se encuentran asimismo invisibilizadas y relegadas en relación con los grandes procesos públicos: hilar, tejer, teclear, calcular, transmitir, repetir, dialogar, ensamblar e imitar son microprocesos, poco prestigiosos, mal pagados “y a veces peligrosos” (Plant, 1997: 74). Precisamente, la organización en red, la multiplicidad de los nodos, la ubicuidad y, al mismo tiempo, la invisibilidad de la existencia y la agencia son las características y propiedades que la autora señala como las bases de su tesis ciberfeminista más renombrada: la digitalización es feminización.

La tesis de la feminización de la tecnología es el eje de muchas discusiones sobre la propuesta de Plant. Wajcman (2006), por ejemplo, ve en esta tesis tanto una apuesta biologicista y esencialista sobre las categorías de sexo y género como un esencialismo y determinismo tecnológicos, toda vez que se establece una discontinuidad entre antiguas y nuevas tecnologías y se adjudica un potencial político particular a estas últimas. No nos adentraremos en esta discusión, pero sí nos interesa remarcar que los feminismos tecnológicos de fin de siglo elaboran sus teorías y propuestas a partir de una conceptualización de las nuevas tecnologías como algo distinto de las viejas tecnologías. Haraway, por ejemplo, sostiene que su análisis de política ficción feminista se elabora a partir de la existencia de nuevas máquinas, máquinas cibernéticas, que socavan las fronteras del pensamiento binario moderno construido en redor de las máquinas precibernéticas:

Las máquinas [precibernéticas] no poseían movimiento por sí mismas, no decidían, no eran autónomas. No podían lograr el sueño humano, sino sólo imitarlo. No eran un hombre, un autor de sí mismo, sino una caricatura de ese sueño reproductor masculinista. (...) Las máquinas de este fin de siglo han convertido en algo ambiguo la diferencia entre lo natural y lo artificial, entre el cuerpo y la mente, entre el desarrollo personal y el planeado desde el exterior y otras muchas distinciones que solían aplicarse a los organismos y a las máquinas (Haraway, 1995: 258).

La tesis de Plant, según la cual “lo cibernético es feminización” (Plant, 1996: 37), se formula bajo estas mismas ideas de Haraway, tanto de la novedad —técnica y simbólica— que hay en las máquinas como de la necesidad de generar hibridaciones y filiaciones con ellas. En tal sentido, efectivamente, Plant sostiene que las nuevas máquinas tienen un potencial específico para la política feminista, pero no creemos conveniente entender esto como un biologicismo, un esencialismo o un determinismo. Por el contrario, vemos en Plant el llamado a generar alianzas políticas, no naturales, que se valgan de las propiedades cibernéticas de las nuevas máquinas y de aquella episteme posmoderna que se está consolidando a fin de siglo y coagula, de un modo destacado, en la observación de la centralidad de la tecnología en la constitución de una nueva subjetividad y, también, de un nuevo feminismo. No se trata tanto de visualizar discontinuidades, causas y efectos lineales, como de poder trazar el mapa cultural, epistémico, político y tecnológico que vincule el fin de la modernidad humanista con la posibilidad de un futuro feminista en el que género y tecnología sean nodos centrales de la teoría y la práctica política. Para ello, creemos, se vuelve imprescindible dar cuenta del cambio tecnológico de fin de siglo y, sobre todo, del cambio en la concepción de máquina.

10.1. Tecnologías clásicas y la identificación mujeres - máquinas

En la escritura de Plant las tecnologías clásicas aparecen asociadas, por un lado, a una concepción meramente instrumental de la técnica, en la que se revela el sueño moderno, humanista, masculinista y capitalista de control, dominio y apropiación de lo real; por el otro, a una concepción clásica de máquina: un sistema físico causal, en el que el mecanismo —en cuanto organización de las partes— explica el funcionamiento del todo y está dispuesto de tal modo que la máquina cumpla con una función asignada por quien la diseña y la usa. La máquina clásica es, pues, un sistema físico de propósito particular o restringido; además, en cuanto condensación de la cultura tecnológica instrumental, se espera que sea la expresión del poder y la voluntad del Hombre: hecha por el Hombre, para el Hombre.

Es a partir de la constatación histórica, cultural y económica de esta construcción conceptual que Plant desarrolla una de las identificaciones que estructuran y distinguen su análisis: en el sueño moderno las máquinas han sido concebidas como esclavas que realizan todas aquellas tareas que los hombres no quieren realizar, aquellas tareas que son sucias y desdeñables pero también inferiores respecto de las tareas que realiza la Razón humana, tareas meramente físicas, mundanas, insignificantes, repetitivas y tediosas. Las máquinas, las esclavas del proyecto moderno, están al servicio de los deseos y la voluntad de la humanidad, pero, claro está, no de cualquier humanidad, sino de una humanidad que ha pasado por el tamiz de la racialización, la generización y la naturalización; las máquinas, como esclavas, están al servicio de “los señores del viejo mundo blanco” (Plant, 1997: 50). La asociación resulta inmediata, las mujeres y todas las identidades femeninas y feminizadas en la historia y la cultura occidental han estado colocadas en el mismo lugar servil e instrumental que las máquinas. Las mujeres, como las máquinas, han sido los instrumentos usados por los hombres para satisfacer sus necesidades, deseos e intereses; han realizado aquellas tareas que aparecen como secundarias, pequeñas, sin aparente relevancia para la vida social, política y económica: microprocesos necesarios pero invisibilizados. Tan micro son esos procesos que parecen uno solo o unos pocos: engendrar, criar, cuidar, tejer, coser, registrar, calcular, listar, teclear, empaquetar, ensamblar, programar, cablear, todo es un único trabajo, trabajo femenino. Tal como la máquina clásica, las mujeres han sido concebidas como instrumentos de propósito restringido, cuyo comportamiento está determinado por quien lo diseña, posee y usa:

Con “todas las principales avenidas de la vida marcadas como ‘masculinas’, y lo femenino, como femenino y nada más” los hombres fueron los únicos que podían hacer cualquier cosa. Se suponía que las mujeres debían ser sistemas de propósito único, sistemas altamente programados, predeterminados, fabricados y adecuados para solo una cosa (Plant, 1997: 36).

Acorde, además, a la concepción instrumental de la técnica, los instrumentos son objetos neutrales. No hay ni intención ni capacidad de agencia en la esclavitud, solo servidumbre a los fines impuestos desde la jerarquía del amo, solo la posibilidad de ser objeto. Plant denuncia así que las identidades feminizadas han sido concebidas como simples intermediarias, como un bien de uso e intercambio en una economía especular definida por las relaciones entre los hombres, del hombre con el hombre, del hombre consigo mismo:

Las mujeres han sido sus mediadoras, aquellas que recibían sus mensajes, descifraban sus códigos, contaban sus números, parían a sus hijos y transmitían su código genético. Han trabajado como sus contadoras y bancos de memoria, como sus zonas de depósito y de retiro, como pagarés, crédito e intercambio. (…) Bienes muebles. La propiedad del hombre (Plant, 1997: 36).

Para que esa economía especular haya funcionado ha sido necesario que el hombre sea quien defina y diseñe qué es lo femenino, qué es ser mujer, qué puede una mujer y, así, acotar lo femenino al mundo servil de propósito restringido, de simple intermedio para que el Hombre siga siendo el universal, la Razón que impone sus fines, ejerce el control y posee los bienes. Este es el principal descubrimiento feminista, escribe Plant (2000), haciendo referencia al trabajo de Luce Irigaray (2009), “que el patriarcado no es una construcción, un orden o una estructura, sino una economía, para la cual las mujeres son las mercancías primeras y fundadoras” (Plant, 2001: 266). Aquí se encuentra, por lo tanto, el principio del sabotaje que proyecta el ciberfeminismo.

10.10. Ceros y unos

Pese a la abrumadora evidencia de la fortaleza de la tradición heteropatriarcal que ha definido lo real Plant observa un cambio hacia finales del siglo: “En los noventa, las culturas occidentales se vieron repentinamente afectadas por una extraordinaria sensación de volatilidad en todos los asuntos sexuales: diferencias, relaciones, identidades, definiciones, roles, atributos, medios y fines” (Plant, 1997: 37). Se experimenta un sismo de género [genderquake], un cambio en los antiguos paradigmas, estereotipos, expectativas y roles de género. Por sismo Plant no entiende una ruptura revolucionaria, ni tampoco un cambio evolutivo gradual, sino más bien profundas y sutiles fallas que tienen repercusiones a gran escala, un movimiento de abajo hacia arriba, disperso y difuso que trastoca las consecuencias de la diferencia binaria y que representa tanto un reto como una oportunidad para las mujeres.

Una breve aclaración: bajo la lectura que estamos sosteniendo, el término mujer adquiere una significación no natural ni biológica, puesto que mujer es, como denuncia Plant, el lugar que ha sido vaciado de referencia, el cero, el hueco que ha sido significado por la voluntad fálica como carencia, no-uno, no-hombre, como otro y diferencia; mujer podría referir a cualquier entidad instrumentalizada, vaciada y llenada de un significado apropiado, cualquier entidad feminizada y diferenciada de la unicidad, autenticidad y potencia generativa del uno fálico. Ceros y unos, en tanto alusión a la feminidad y lo fálico respectivamente (Irigaray, 2009), no son, en sentido propio, diferencias naturales, no podrían serlo —como observaremos en breve—, son diferencias de género que, en cuanto tales, están constituidas por relaciones de poder, de dominio y de resistencia. El ciberfeminismo trata, como bien apunta Bergermann (2019), de la feminidad como proceso y de la mujer como efecto de dicho proceso. El sismo de género se visualiza, pues, como la oportunidad histórica de trastocar el proceso mismo.

En este sentido, la conceptualización sobre las nuevas tecnologías cumple un rol fundamental, porque son justamente las características distintivas y privativas de las nuevas máquinas las que aportan un nuevo sentido de la identificación entre mujeres y máquinas, fundándola ya no en la sola referencia al cero patriarcal que había notado Irigaray, sino también en el cero del código binario de la era cibernético-digital.

El uno y el cero de la lógica binaria del ser y no ser, de lo uno y la nada, fueron dígitos adecuados para la economía especular en la que el cero —la mujer y la máquina— fue el signo de la ausencia, del no-ser y de la nada, mientras que el uno fálico fue erigido como la fuente de lo que es, de la unicidad autocentrada y de la potencia generadora. Pero, por otra parte, el código binario que forma los bits y bytes de las máquinas digitales ya no responden a aquella lógica esencialista, sino que se fundan en relaciones lógicas expresadas mediante álgebra y, además y fundamentalmente, se realizan físicamente mediante redes electrónicas y mecanismos programables:

Tanto en los sistemas electrónicos como en las tarjetas perforadas de las máquinas de tejer, un agujero equivale a uno y un espacio en blanco equivale a cero (…). Ya no es un mundo de unos y no-unos o de algo y nada, cosa y hueco, sino de no-agujeros y agujeros, no-nada y nada, hueco y no-hueco. (…) Cero fue siempre algo muy diferente del signo que ha surgido de la incapacidad occidental de tratar cualquier cosa que, como el cero, no es algo en particular, ni nada en absoluto. (…) los agujeros mismos no son nunca simples ausencias de cosas positivas (Plant, 1997: 56-57).

Si el uno masculino, la línea definida y vertical, se concebía como la potencia generadora del mundo analógico, ahora el cero femenino y mecánico, el diagrama de la nada en absoluto, parecía ser la clave, quizá la contraseña, del mundo digital.

El lenguaje de la nueva tecnología digital y programable es un híbrido, está conformado por los ceros y unos lógicos y electrónicos, pero también aquellos de la vieja aritmética/ontología. Cuando Plant refiere a nuevas tecnologías, alude en gran medida al texto-código que ellas son. Luego de que Alan Turing delimitara el concepto de cálculo mecánico en 1936, una máquina es precisamente la descripción simbólica de lo que ella hace, es decir su tabla, su programa, y allí siguen funcionando las antiguas asignaciones de sentidos, una máquina de Turing en particular goza de la unicidad fálica del 1, pero la máquina universal es un gran cero femenino, que es nada y asimismo todo: una única máquina que simula el comportamiento de cualquier máquina particular y que es, virtualmente, todas las máquinas.

Plant evidencia que los paradigmas patriarcales y digitales de la lógica binaria del cero y el uno se encuentran, se mezclan y se fusionan con el sismo de género de fin de siglo. Para el feminismo ya no se trata de ver cuál es mejor, sino de aprovechar la agitación. Si las máquinas clásicas habían servido, bajo la lógica binaria excluyente, para la subordinación de las mujeres, quizá el movimiento sísmico sirviera para hilar las hebras de los paradigmas de lo binario y señalar con un nuevo hilo de Ariadna, esta vez con un phylum maquínico (Plant, 1997: 80), el camino hacia el futuro de alianzas ciberfeministas que implicarían, claro está, un logro tanto para las mujeres como para las máquinas. “El hilado es ‘un arte peligroso’” (Plant, 1997: 69).

10.11. Las nuevas tecnologías y la estrategia ciberfeminista

La idea de nuevas tecnologías supone en Plant la existencia de nuevas máquinas que sean la condensación de una nueva concepción tecnológica no instrumentalista y políticamente más potente para los cometidos del feminismo. La concepción de máquina de la que se vale Plant para hacer su apuesta ciberfeminista se nutre de distintas tradiciones y desarrollos tecnocientíficos, epistemológicos, políticos y culturales.

Por un lado, hay una clara referencia a la tradición lógico-matemática e ingenieril de la que emergen tanto el análisis lógico binario de las redes eléctricas en términos de ceros y unos como las ideas de computabilidad y programabilidad. De esta tradición se recupera tanto el proyecto de mecanización de la razón, mediante el diseño de las primeras máquinas calculadoras y lógicas —Leibniz, Pascal—, como el surgimiento de mecanismos programables, tal como el telar de Jacquard, que inspiran el diseño del motor analítico de Lovelace-Babbage y su retórica sobre el tejido de patrones algebraicos (Plant, 2019). Las máquinas abstractas de Turing aparecen aquí no solo como la definición de lo que es un cálculo mecánico, sino como el señalamiento de la existencia de máquinas más potentes, máquinas universales y que aprenden, esto es, máquinas que, ya sea por su capacidad infinita de simulación como por la posibilidad reflexiva de modificar su propio código, tienen la posibilidad de ir más allá de las intenciones de quien las programa.

Por otro lado, y como ya se ha notado, la noción de máquina que Plant visualiza tiene estrecha relación con el desarrollo del proyecto cibernético-informacional y con las propiedades de los sistemas cibernéticos: reflexivos, retroalimentados, autocontrolados, autorregulados, neguentrópicos, autoorganizados y autoproducidos. La cibernética se abocó a comprender los problemas de comunicación, control y gobierno en sistemas diversos, y con ello emergió una aparente paradoja: por un lado, la cibernética prometía una ciencia del control de animales, humanes y máquinas; por el otro, mostraba la capacidad de autonomía de estos mismos sistemas. Es esta tensión la que conduce a Plant a evidenciar la puja entre modelos de máquina inteligente herederos de la cibernética y apostar por “la ‘hija’ rebelde e indeseada de la cibernética, una ‘hermana’ de la disciplina que había intentado asesinarla en su infancia” (Plant, 1997: 172); la hija rebelde de la cibernética es la investigación en redes neuronales emergentes y autoorganizadas —iniciada por McCulloch y Pitts (1947) e instanciada en la noción de perceptron de Rosenblatt (1957)—, la hermana asesina es el modelo simbólico de Inteligencia Artificial (IA).

Por último, y de manera muy directa, la noción de máquina que Plant emplea se conforma a partir de la irrupción cultural que representa la comercialización extendida de computadoras personales a mediados de la década de 1980 y el surgimiento de la Red como la nueva alucinación comunicacional cibernética, una nueva forma de conexión global no solo entre humanes, sino también como un modo de comunicación maquínica y, sobre todo, un nuevo modo de comunicación, in-formación y acoplamiento entre humanes y máquinas. La Internet de Plant recuerda al cyborg de Haraway, tanto por su naturaleza híbrida y acoplada como por su infidelidad respecto a sus orígenes:

Los especialistas ni siquiera notaron hasta qué punto la Red estaba emergiendo como una red neuronal global, una vasto ‘perceptron’ distribuido que reúne sus propios materiales, dibujando continuamente nuevos nodos y enlaces en un sistema de aprendizaje que nunca ha necesitado que nadie le diga cómo debe proceder (Plant, 1997: 173).

La Internet de Plant, y quizá la de la mayoría de las ciberfeministas de fin de siglo, es una red caótica, dinámica, horizontal, descentralizada, carente de regulación y, en cuanto tal, emerge como un espacio de puras posibilidades en los relatos tecnotópicos del momento9.

En suma, la noción de máquina que delinea Plant, y que está en el aire que respiran los relatos y las prácticas de los feminismos tecnológicos de fin de siglo, se conforma a partir de una concepción atravesada por aquella episteme postmoderna que describíamos al inicio de nuestro escrito: una episteme conformada por el desarrollo de la ciencia de la computación, la cibernética y el posthumanismo. En efecto, podemos decir que la idea de máquina que sirve a la apuesta ciberfeminista es la de una máquina digital, una máquina de cálculo (que puede ser física o virtual, visible o miniaturizada), universal, versátil, programable e, incluso, autoprogramable en su versión de máquina que aprende. Es una máquina que tiene cierto nivel de autonomía pero que puede realizar mejor sus capacidades si se halla conectada en red con otras máquinas y con humanes.

Plant ha evidenciado que cada una de estas características de la nueva noción de máquina mantiene un cierto vínculo con la historia y los relatos construidos sobre la feminidad, porque las mujeres son las que han interpretado, transmitido y registrado datos, han calculado con cifras y símbolos lógicos, han hilado, han tejido/programado redes; desde la lógica binaria patriarcal, además, las mujeres siempre han sido el cero, el hueco, el no-uno, la carencia; de allí que el diagnóstico médico de la histeria definiera a la feminidad como carente de unidad, de identidad, como pura simulación —¡igual que la potente máquina universal de Turing!—. Es respecto de estos vínculos, no siempre explícitos, no siempre recordados ni notados, que Plant da el giro decisivo, el opositivo, y arroja su grito como un desafío al futuro: la digitalización es feminización.

Entendemos este grito como una estrategia de identificación opositiva y no —como ha solido interpretarse— como una apuesta esencialista respecto al sexo y determinista respecto a la tecnología. Plant se ocupa con detenimiento de mostrar que las mujeres fueron identificadas con las máquinas cuando la idea de máquina era la de un sistema cerrado, causal, predecible, de propósito particular y heterónomo en su comportamiento. A fines de siglo, con una revolución digital en ciernes, Plant ve con claridad la necesidad de que el feminismo se apropie de esa identificación de lo femenino con la máquina, pero ya no con la idea de máquina clásica del proyecto masculinista moderno —identificación heredada—, sino con esta nueva idea de máquina, feminizada, pero esta vez bajo la propia lógica del feminismo: “Los bienes se reúnen. Se vuelven inteligentes. Huyen” (Plant, 1997: 108).

10.100. La estrategia de identificación opositiva: parentescos políticos

Retomamos la noción de identificación opositiva de Haraway (1995), quien la recupera, a su vez, de Chela Sandoval (1984). Una estrategia de identificación opositiva es una construcción que parte de una identidad asignada a partir de la otredad, la diferencia en sentido peyorativo. Sandoval trabaja la identidad de la mujer de color, otra del hombre, otra de le humane blanque, otra de la pluralidad de mujeres. La autodenominación o autoidentificación como mujer de color es “una apropiación consciente de la negación”, dice Haraway (1995: 266); en tal sentido, es una identidad profundamente política. Al mismo tiempo, asumirse como una mujer de color es comprometerse con una identidad no natural, porque es, justamente, evidenciar y denunciar la construcción racista y sexista de una identidad y emplearla de un modo estratégico contra el mismo orden de sentidos que construyó esa identidad como lo otro. Si no hay ya identificación natural hay, pues, “coalición consciente de afinidad, de parentesco político” (1995: 266).

Estas ideas de Sandoval, resignificadas en el relato de Haraway, nos sirven para aproximarnos a comprender la potencia de la apropiación de la identificación mujer-máquina en el ciberfeminismo de Plant. En efecto, puede entenderse, en un ejercicio de pensamiento analógico, que asumir la identificación de las mujeres con las máquinas, asumirse máquina, es una apropiación consciente de la negación e implica comprometerse políticamente con una identidad que no puede ser natural. Se trata justamente de evidenciar y denunciar las construcciones sexistas y patriarcales de la tecnología y de las identidades femeninas y de llevar la estrategia hasta sus últimas consecuencias: contra el mismo orden patriarcal y capitalista que construyó esa identidad como lo otro, servil y pasivo. Finalmente, como nos ha ayudado a comprender Haraway, si no hay identificación natural hay, entonces, parentesco político, coalición o alianza.

Dado que la identificación de lo femenino y lo maquínico ya estaba efectuada y consolidada por la misma cultura que la ideó y la usó para sus intereses, la propuesta de Plant puede leerse como una estrategia de identificación opositiva a partir de la cual se abre la ocasión de explorar la posibilidad de que el cambio tecnológico aporte a la regeneración del feminismo. No se trata, pues, de determinismo tecnológico ni de determinismo sexo-biológico, sino más bien de la apropiación consciente y estratégica de una identificación heterónoma y naturalizada entre mujer y máquina, esto es una estrategia feminista de alianza política entre feminidades y máquinas digitales.

Para llevar a cabo este movimiento opositivo, Plant parte de la constatación del carácter descentralizado de las nuevas tecnologías, tanto porque concibe a la Internet como una red sin centro como porque, en un gesto notablemente lúcido, apuesta por el paradigma conexionista de la IA. Contra el modelo simbólico o computacionalista de la IA, Plant propone para el ciberfeminismo el modelo conexionista basado en las redes neuronales, descentrado y horizontal. En el modelo simbólico la IA se comprende bajo la lógica intencionalista y humanista que busca en las máquinas —inteligentes o no— una realización de sus expectativas; en tal sentido, programar una IA equivale a ordenarle hacer aquello que queremos que haga. Plant observa que esta concepción de Inteligencia Artificial coincide con la pretérita búsqueda de la Esclavitud Artificial o, incluso, de la Estupidez Artificial (Plant, 1997: 88) —en la que se distinguen las esposas de Stepford y toda una tradición de robots doméstiques—, por lo que el modelo centralizado es visto, en este relato, como un modelo patriarcal, que instancia el sueño masculino del control y la servidumbre. En cambio, la autora apuesta por el modelo conexionista de la IA, la hermana rebelde, que ya no obedece las órdenes definidas por el centro y la jerarquía, que “es más un proceso indeterminado que una entidad definida” (Plant, 2001: 268) y que, en cuanto escapa al control o la predeterminación absoluta, constituye un peligro inminente tanto para la concepción instrumental de la técnica como para el proyecto de servidumbre patriarcal:

Cuando Isaac Asimov escribió sus tres leyes de la robótica, las tomó directamente de los votos matrimoniales: amor, honor y obediencia. Como las mujeres, las máquinas inteligentes son admitidas sobre la base de que están obligadas a honrar y obedecer a los miembros de las especies que las esclavizaron: los miembros, los hombres, la familia del hombre. Pero los procesos de auto-organización proliferan, se hacen continuas conexiones y la complejidad llega a ser cada vez más compleja. A pesar de sus mejores intenciones, el patriarcado es subsumido por el proceso que tan bien le sirvió (Plant, 2000: 329)10.

Las antiguas máquinas hacían los votos matrimoniales de la familia patriarcal. Las nuevas, en cambio, pueden subvertir las intenciones del ordenador central. El llamado ciberfeminista de Plant es precisamente a tomar la identificación mujer-máquina como eje de la ruptura de la economía especular. Las identidades femeninas y las máquinas pueden apropiarse del relato de la amenaza tecnológica, en cuanto seres invisibilizados, instrumentalizados, confinados a la ubicuidad de las tareas tediosas y secundarias, pueden empezar a servirse de los terrores prometeicos o fáusticos sembrados en el inconsciente del hombre: “En la cima de su triunfo, la culminación de sus erecciones maquínicas, el hombre confronta el sistema que construyó para su propia protección y descubre que es femenino y peligroso” (Plant, 2019: 166).

Ser mujer, asumir una identidad femenina, y crear un parentesco político con las máquinas es una estrategia que se antoja potente, peligrosa y lúdica. Desde este punto de vista se entiende, entonces, la definición de ciberfeminismo que ofrece Sadie Plant: “El ciberfeminismo es una insurrección por parte de los bienes y materiales del mundo patriarcal, una emergencia dispersa y distribuida compuesta de vínculos entre mujeres, mujeres y computadoras, computadoras y vínculos comunicacionales, conexiones y redes de conexiones” (Plant, 2000: 335).

Bibliografía

Fuentes

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1 Rodríguez (2019) emplea el término episteme posmoderna para referir a estos discursos del saber y la verdad que operan desde las últimas décadas del siglo XX y hasta nuestro tiempo. La expresión hace una clara referencia a los escritos de Michel Foucault sobre la episteme moderna.

2 Para una lectura del desarrollo del pensamiento feminista de la tecnología, cfr. Vergés Bosch (2013). Para una perspectiva situada y decolonial del desarrollo y los desafíos del pensamiento feminista de la tecnología en América Latina, cfr. Torrano y Fischetti (2020).

4 Esta estrategia en la red es, todavía hoy, el espacio principal de realización ciberfeminista; considérese, por ejemplo, el informe elaborado por Derechos Digitales (2017) en relación con el género, el feminismo y la internet en latinoamérica.

5 El término ciberespacio, evidente enclave de la episteme de fin de siglo, fue acuñado por William Gibson en 1982 en el relato de ciencia ficción ciberpunk Quemando cromo (Gibson, 2002) y fue popularizado fundamentalmente con la novela, del mismo género, Neuromante (Gibson, 2001), publicada originalmente en 1984.

6 En 1992, VNS Matrix llevó a cabo el Proyecto Billboard. En una de sus obras más icónicas puede leerse: “Future is unmanned”. La obra puede verse en subasta en: https://vnsmatrix.net/2020/06/poster-auction-the-future-is-unmanned.

7 Las citas recuperadas de los textos referenciados en inglés en la bibliografía son traducciones nuestras.

8 El término Wrens o WRNS (Women’s Royal Naval Service) designa a las mujeres calculadoras que fueron miembros de la sección femenina de la marina británica que funcionaba en Bletchley Park.

9 Se trata, evidentemente, de una Internet absolutamente distinta de la Internet de los ciberfeminismos actuales que se enfrentan a una red corporativizada y en donde las formas contemporáneas del capitalismo digital han territorializado gran parte del antiguo ciberespacio.

10 Énfasis en el original.