El Estado entre metáforas. Maquiavelo y el vínculo del ámbito médico con el ámbito político

Carolina Y. Andrada-Zurita*

Cuadernos del Sur - Filosofía 50 (2021), 33-50, E-ISSN 2362-2989

En el presente trabajo abordaremos la metáfora médica en dos obras de Maquiavelo, como son El Príncipe (2010a) y los Discursos sobre la primera década de Tito Livio (2010b). Para ello, en primer lugar, analizaremos este recurso en relación con la noción de lo stato. En segundo lugar, plantearemos la concepción de conflicto como enfermedad. En tercer lugar, trataremos la imagen del gobernante como médico. Seguidamente, abordaremos el procedimiento de diagnóstico que lleva a cabo el gobernante para determinar qué es aquello que aqueja al cuerpo político y, a su vez, precisar cuáles son las medidas necesarias a adoptar para restablecer la salud del mismo, es decir, los remedios a ser proporcionados. Finalmente, señalaremos de qué modo se logra el equilibrio de los humores en el interior del Estado, esto es, cómo se da el mantenimiento de la salud.

Palabras clave

Maquiavelo

metáfora médica

conflicto político

Fecha de recepción

16 de mayo de 2022

Aceptado para su publicación

26 de mayo de 2022

* Universidad Nacional del Sur, Universidad Nacional de Rosario y Universidad Empresarial Siglo 21. Correo electrónico: carolina.andrada@uns.edu.ar; carolinayandradazurita@gmail.com.

Resumen

In the present article, we deal with the medical metaphor in two works by Machiavelli, such as The Prince and Discourses on the first decade of Tito Livio. First, we will analyze the medical metaphor in relation to the notion of lo stato. Second, we will plant the notion of conflict as a disease. Third, we will deal with the image of the ruler as a doctor. Next, we will address the diagnostic procedure that the ruler will carry out, in order to determine what is afflicting the political body, and in turn to be able to specify what measures are necessary to adopt to restore its health. That is, the medication to be provided. Finally, we will point out how the mood balance is achieved within the State, that is to say, how health is maintained.

Keywords

Machiavelli

medical metaphor

political conflict

Abstract

33-50

Do

Introducción

Al estudiar a Maquiavelo, podemos notar cómo el florentino a lo largo de sus obras hace uso de ciertas analogías y metáforas para exponer sus teorías en lo atinente a lo político. Tan es así que, partiendo de la metáfora orgánica, encuentra posible dar cuenta de ciertos aspectos del ámbito político, estableciendo relaciones que se generan en el plano orgánico. Y profundizando un poco más sobre esta cuestión, puede observarse que recurre a otra metáfora que constituye una prolongación de la antes mencionada: la metáfora médica. Mediante este recurso, Maquiavelo compara el cuerpo político con el cuerpo humano, y equipara las enfermedades de este último con las afecciones del cuerpo político. Esto le permite, a su vez, trazar un paralelismo entre la figura del gobernante y el médico responsable de restablecer la salud perdida, y por ende, evidenciar las acciones que deben efectuarse para restablecer la salud tanto del cuerpo humano como del cuerpo político.

Además de hacer uso de metáforas, el florentino recurre a una teoría muy particular acuñada por Galeno, denominada “teoría de los humores”, que posee estrecha relación con la metáfora médica, dado que también genera un nexo con el ámbito político. Maquiavelo la emplea con el fin de poder efectuar una conceptualización del conflicto político. Por un lado, debemos señalar que la teoría de los humores sostiene que la enfermedad es un desorden entre los fluidos que constituyen el cuerpo humano. Asimismo, plantea la existencia de distintas enfermedades dependientes del humor predominante, y que la función del médico consiste en restablecer el equilibrio entre los humores. Para ello, se hace imprescindible llegar a un diagnóstico adecuado, con el fin de proporcionar los remedios pertinentes para restablecer la salud o para mantenerla.

Por otro lado, Maquiavelo analiza el conflicto político como un enfrentamiento entre sectores sociales: el grande y el pueblo. Estos conflictos desestabilizan la comunidad política y pueden destruirla, por lo que el gobernante debe saber identificar estos problemas y aplicar las medidas tendientes a estabilizar la comunidad y mantener ese orden.

Al vincular el ámbito médico con el político, es decir, al relacionar la metáfora médica con el concepto de Estado, Maquiavelo nos conduce a pensar el Estado como un organismo vivo sujeto a los ciclos de la vida: nacer, crecer, desarrollarse, corromperse y morir. Pese a que la muerte es un acontecimiento que no puede ser evitado, sí pueden efectuarse ciertas acciones con el fin de retrasarla, y, de esta manera, reconducir al Estado a su principio para renovarlo.

Partiendo de esta vinculación de ámbitos, el propósito de este trabajo1 consiste, entonces, en analizar los conceptos pertenecientes a la teoría del Estado a la luz de la metáfora médica.

Algunas cuestiones en torno a la metáfora orgánica

La metáfora orgánica constituye una operación lingüística que reúne elementos de dos ámbitos distintos. A nosotros nos interesa la unión entre el funcionamiento del organismo estatal y el de un organismo vivo. Particularmente en el caso de Maquiavelo, se pone el foco de atención en la concepción del Estado como cuerpo compuesto en el que cada parte debe funcionar de manera coordinada (Strauss, 1964; Chabod, 1984). Así, en la metáfora orgánica, se pretende dar cuenta de algún aspecto del ámbito político a partir de la constitución de ciertas relaciones que se dan dentro del ámbito orgánico.

Las expresiones metafóricas están vinculadas también con la construcción de analogías capaces de expandir el análisis entre los ámbitos metafóricos. Perelman y Olbrechts-Tyteca (1989) señalan que la analogía precede a la metáfora que eventualmente la condensa. Una analogía constituye una estructura argumentativa insuficiente sobre la cual se procura basar la verosimilitud de ciertos enunciados. Posee la singularidad de transferir relaciones desde un dominio que se supone más conocido a otro menos conocido (Roetti, 2014). Los componentes que la conforman se organizan en tres grupos: objetos, relaciones entre objetos y relaciones de relaciones. Estos han de estar bien definidos e interconectados entre sí. Las analogías pueden clasificarse en analogías de proporcionalidad y analogías de atribución. La primera, que es la que nos interesa desarrollar, plantea que A es a B como C es a D, es decir, presenta semejanza de relaciones entre dos dominios. Un ejemplo de este tipo de analogía es: el gobernante es al Estado como el médico es al cuerpo. Si separamos en dos partes esta analogía, podemos ver que sus dominios son: el tema o término (A es B) y la fuente o foro (C es D). Esto es, siguiendo con nuestro planteo, el ámbito político y el ámbito médico. Básicamente, entonces, el objetivo principal de este recurso es clarificar el tema mediante el foro, dilucidando una relación abstracta a través de una familiar (Perelman y Olbrechts-Tyteca, 1989). Cabe aclarar que en la analogía no se ponen en evidencia todas las relaciones que la constituyen sino solo aquellas que se suponen más relevantes a los fines de la argumentación pertinente.

Perelman y Olbrechts-Tyteca (1989) describen la metáfora como una analogía condensada que resulta de la fusión de un elemento del foro con un elemento del tema, por ejemplo, cuerpo estatal. Cuando el uso de la metáfora es frecuente y ya no se percibe como una fusión sino como la aplicación normal de un término al objeto que designa, Perelman (1997) propone llamarla metáfora adormecida. Estas metáforas gozan de gran poder persuasivo porque la analogía que proponen está integrada a la tradición cultural. Cuando persistimos en decir que algo-es-como-algo terminamos creyendo que el primer algo designa lo mismo que el segundo.

Entendemos la metáfora médica en Maquiavelo como una metáfora congelada, esto es, una expresión que vincula un elemento del tema con uno del foro. Por ejemplo, si decimos que “la vejez es a la vida lo que el atardecer es al día”, calificamos metafóricamente la vejez como “el atardecer de la vida”, o incluso decimos que la vejez es un atardecer (Perelman, 1997).

La metáfora médica como prolongación de la metáfora orgánica

Existe otro tipo de metáfora que consiste en una prolongación de la metáfora orgánica y que se sitúa en el ámbito médico, haciendo uso de términos tales como enfermedad, diagnóstico, remedio y salud. Esta metáfora pone en relación la noción de Estado con la de corrupción del sistema político, equiparando el cuerpo político con el cuerpo humano y, a su vez, las enfermedades del cuerpo humano con las afecciones del cuerpo político. En la metáfora médica el gobernante se corresponde con la figura de un médico responsable de restablecer la salud que se ha perdido. Por lo tanto, esta metáfora se emplea para explicar cuáles son los remedios necesarios para curar ciertas enfermedades, es decir, qué acciones debe llevar a cabo el gobernante para restablecer el orden en un Estado ya corrupto.

Maquiavelo pone en relación el ámbito político con el ámbito médico, y lo hace con el fin de evidenciar los conflictos que se suscitan en el interior de un Estado y que, de no ser detectados a tiempo, pueden conducir a su corrupción. Para ello, hace uso de la teoría de los humores postulada por Galeno.

Hacia el siglo II d. C., en la ciudad de Pérgamo, continuando las investigaciones de Hipócrates2, Galeno (130-210) realizó una serie de aportes muy significativos a la medicina. Postuló y desarrolló la teoría de los temperamentos, que se mantuvo como “la” teoría de la medicina hasta el siglo XIX. El tratado de Galeno, titulado Perí kraseôn (Krásis: temperamento), afirma que cada temperamento obedece a una tendencia particular de los cuatro elementos, cualidades o humores (sangre, bilis amarilla, bilis negra y flema), lo que quiere decir que el temperamento de un individuo depende del humor dominante. Estos se hallan presentes en todos los cuerpos y del equilibrio de ellos depende la salud, mientras que de su desequilibrio, la enfermedad. La teoría galénica es netamente antropológica, dado que tiende a instaurar clasificaciones entre las personas. Sostiene que cada individuo posee un temperamento determinado.

Podemos decir que tanto en la tesis de Galeno como en la de los hipocráticos, el principio verdadero de curación es el esfuerzo sanador de la naturaleza del enfermo. La naturaleza gobierna nuestro cuerpo y tiende a la salud del ser viviente (Rico Méndez et al., 2001). De este modo, el arte del médico consiste en ayudar a la naturaleza en su labor curativa.

Al hacer uso de la metáfora médica, Maquiavelo incorpora a su teorizar político diversos conceptos propios del ámbito de la medicina. Tan es así que habla del cuerpo humano para referirse a la estructura física que constituye al ser humano, la cual se compone, en términos generales, de partes tales como la cabeza, el tronco, las extremidades superiores o brazos y las extremidades inferiores o piernas. Otro concepto del cual hace uso Maquiavelo es el de salud. Con dicho término, refiere al equilibrio que se da entre los fluidos corporales, también llamados humores, dentro del cuerpo humano. Contrariamente, denomina enfermedad al desequilibrio que se genera entre ellos.

Ante la presencia de una inminente afección, es necesaria la intervención de un médico, quien lleva a cabo distintas acciones. Por un lado, tiene la función de generar un diagnóstico, es decir, realizar una evaluación de la situación en la que se encuentra el cuerpo e identificar una posible enfermedad ante la presencia de ciertos síntomas. Por el otro, una vez que se reconoce la enfermedad, el médico es el encargado de encontrar los medios que hagan posible el restablecimiento del equilibrio entre los humores, o sea, de la salud. Finalmente, una vez que se logra recuperar la salud, el médico tiene como última función su mantenimiento.

La metáfora médica y lo stato

En el marco de la metáfora médica como prolongación de la metáfora orgánica, el Estado es entendido, según Maquiavelo, como un organismo vivo3 que se halla sujeto a los ciclos de la vida: nacer, crecer, desarrollarse, corromperse y morir. Si bien la muerte no puede ser evitada, sí puede retrasarse su llegada. De allí que se considere necesario reconducir al Estado a su principio para poder renovarlo (Echandi Gurdián, 2008). Los medios que permiten lograr este cometido son de suma relevancia, y allí es donde entra en juego la importancia de la virtù4 del gobernante como herramienta útil y necesaria para tal fin (Strauss, 1964; Skinner, 1984). La virtù es para el gobernante un instrumento para poder lograr una buena administración de los recursos y, por ende, un buen gobierno.

Maquiavelo observa que en las cuestiones y los pleitos entre ciudadanos o en las enfermedades que las personas sufren siempre se acude a los preceptos legales o a los remedios que los antiguos practicaban (Maquiavelo, 2010b). Esto quiere decir que hay una tendencia a remitirse al pasado y basarse en las prácticas efectuadas en ese momento. Para Maquiavelo, las leyes civiles son las sentencias que empleaban los antiguos jurisconsultos y que, una vez convertidas en preceptos, enseñan cómo deben juzgar los juristas modernos. Lo mismo sucede con la medicina, que se basa en la experiencia de los médicos de la Antigüedad y sobre la que se funda todo el conocimiento posterior. Con lo anteriormente expresado, se explica por qué Maquiavelo sostiene la necesidad de reconducir al Estado a su principio o incluso remitirse a formas de gobierno anteriores.

Ahora bien, en lo que a la metáfora médica refiere, es necesario aclarar que algunas imágenes aparecen ligadas de manera directa con la cuestión de las enfermedades, mientras que otras lo hacen de un modo indirecto, vinculándose a través de otras metáforas. Maquiavelo describe afecciones como el caso de la gangrena en el brazo o la pierna, en las que señala que la amputación es algo bueno. Y postula seguidamente que la guerra civil es en sí misma también buena, ya que, sin la ayuda de tal operación, la sociedad sería propensa a la muerte por gangrena y correría el riesgo de morir de despotismo (Pedullà, 2018).

En general, las referencias a las enfermedades del cuerpo político se relacionan con el tema de la corrupción, que genera los desequilibrios en el interior de los Estados (Ascoli y Kahn, 1993; Belliotti, 2015). Tan es así que, según lo que expresa Maquiavelo en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, la destrucción de la república romana estaba vinculada a dos causas específicas: por un lado, a la promulgación de las leyes agrarias, que conllevaron el desequilibrio social, y, por el otro, a la lucha de clases y facciones que nutrió a personajes como Julio César (Maquiavelo, 2010b).

En los conflictos políticos y de deliberación los ciudadanos se ven obligados a poner sus intereses individuales o de clase y “humores” en relación con los intereses y los “humores” de los demás, produciendo un reconocimiento renovado de su interdependencia y membresía compartida (Falco, 2004). Así es como se distinguen dos humores marcadamente contrapuestos5: el de aquellos que quieren dominar y el de aquellos que se resisten a tal situación, es decir, “el de los nobles y el del pueblo” (Maquiavelo, 2010b: 268).

Respecto a lo anterior, podemos decir que los humores malignos que surgen en los hombres de alguna manera deben encontrar ventilación, y donde no se les permita expresión abierta y “legal”, encontrarán métodos “ilegales” de venganza privada que producen facciones y guerra civil (Falco, 2004; Pedullà, 2018). Esto significa que el hacer político está vinculado de manera esencial a equilibrar los humores o clases sociales para neutralizar los daños que emanan de esta confrontación entre partes.

El conflicto como enfermedad

Como ya señalamos, empleando el lenguaje médico de su tiempo y partiendo de la teoría postulada por Galeno, Maquiavelo habla de los distintos sectores que conforman una ciudad en términos de humores, tal como sucede en la teoría galénica de la enfermedad (Scott, 2016). Estos sectores son: el pueblo y el grande. Estas partes mantienen una permanente relación de tensión, dado que el pueblo se resiste a ser dominado y oprimido, mientras que el grande pretende oprimir y dominar al pueblo. Es decir, estas dos clases intentan predominar una sobre la otra6. De allí que se generen conflictos que ponen en riesgo la estabilidad del Estado, o bien, como señala Falco (2004), se constituyen diferencias que pueden volverse motivos de división y conducir a la república a la ruina.

De este modo, el conflicto que surge entre el grande y el pueblo puede ser equiparado con una enfermedad que altera el buen funcionamiento de las partes que constituyen el cuerpo político y que, de no ser detectada y asistida a tiempo, puede tener consecuencias fatales. Maquiavelo reconoce, entonces, una tendencia inevitable hacia el conflicto, arraigado en el desequilibrio entre lo inagotable de los deseos humanos y la escasez de recursos con los que satisfacerlos (Johnston et al., 2017). Esto hace que una ciudad en perfecta armonía sea imposible de lograr. Cabe aclarar que, si bien el conflicto es entendido principalmente como algo negativo, como una enfermedad, para Maquiavelo una sociedad está viva si expresa humores y deseos, como un cuerpo humano, y si los confronta (Biagi, 2016). Esto denota la necesidad de que esos humores se hallen presentes, en puja, anhelando predominar uno sobre el otro; pero también la necesidad de evitar que solo uno se apropie de la totalidad del poder. Para ello, el gobernante tomará las medidas correspondientes a fin de alcanzar el equilibrio necesario.

Por lo tanto, el conflicto se presenta de dos maneras diferentes en el teorizar de Maquiavelo: por un lado, como enfermedad; por el otro, como un síntoma de salud. Esta última acepción es ilustrada con las metáforas del aire y el agua, en la que se plantea que es necesario que ambos elementos sean constantemente agitados para seguir siendo saludables (Pedullà, 2018).

El gobernante como médico

Según la metáfora médica, el gobernante es comparado con la figura del médico. Y así como el médico posee la técnica y los conocimientos apropiados para restablecer la salud perdida por el enfermo, el gobernante los posee para sanar el cuerpo político afectado. Si un organismo vivo se enferma y no se encuentran los medios para revertir la situación y devolverle su salud, es probable que muera, lo mismo sucede con el Estado cuando se enferma o corrompe. Dicho sistema político afectado por el mal funcionamiento de sus partes se hallará limitado en la plenitud de sus funciones y se verá destinado a perecer y fracasar. Es necesario aclarar que, si bien Maquiavelo no aplica el verbo morire (morir) a los Estados, reservando dicho vocablo solo para referirse a los individuos, sí piensa en el Estado sucumbiendo a enfermedades potencialmente fatales. De este modo, los gobernantes son los culpables por no detectar esas enfermedades cuando “surgen” (nascono), porque luego “crecerán” (crescere) y serán incurables (Najemy, 2010: 104).

El soberano, entonces, no solo lleva adelante la función administrativa del Estado, sino que es el encargado de detectar los conflictos políticos que se suscitan en él y encontrar la manera de solucionarlos o aplacarlos. Según Maquiavelo, el gobernante debe hacer uso de su poder para reformar el Estado corrupto y débil con el fin de crear las condiciones para que surja o retorne la salud de dicho Estado. Esto se debe a que, así como el médico ante un organismo ya enfermo se propone “controlar el curso de la enfermedad en lugar de eliminarla por completo” (Pocock, 1975: 148), el gobernante se centra en restablecer la estabilidad del cuerpo político, sin pretender eliminar ninguna de las partes (el grande y el pueblo) que se encuentran en conflicto. Solo a partir de un Estado saludable el soberano podrá alcanzar el éxito anhelado y, a su vez, el pueblo podrá desarrollar la virtud pública en un contexto de seguridad y orden.

De este modo, la política es análoga al arte de la medicina, pues en muchas ocasiones el soberano deberá realizar ciertas intervenciones que pueden ser cuestionadas por crueles o violentas, pero que, sin embargo, son las que el cuerpo político necesita para restablecer su orden.

Según Bock et al. (1990), la única posibilidad que posee la ciudad de recuperarse del mal orden es la llegada de un ciudadano sabio, bueno y poderoso. Ese ciudadano es el gobernante virtuoso, quien, a través de reformas institucionales y leyes, es capaz de moderar el apetito por el poder de la nobleza y la población, y el conflicto que a partir de ello se suscita. Debido a la diferencia de intensidad entre los humores, que varía según la circunstancia y el tiempo en que se enmarca, las repúblicas necesitarán líderes que entiendan la necesidad de regular periódicamente el equilibrio entre los distintos sectores sociales y que puedan diseñar “remedios” institucionales para equilibrarlos (Zuckert, 2017).

El diagnóstico

Al igual que lo que sucede en el ámbito médico, en el que a través de la observación y el análisis de la presencia de ciertos síntomas se determina la enfermedad que afecta al cuerpo humano, en el ámbito político resulta necesario llevar a cabo un diagnóstico para determinar qué es aquello que aqueja al cuerpo político. Esta actividad será realizada por el propio gobernante, quien evaluará la situación y determinará el proceder adecuado.

Al poner en paralelo las afecciones del cuerpo político con las del cuerpo humano, en el capítulo III de El Príncipe, Maquiavelo toma en consideración el caso de la tuberculosis y manifiesta que “en los inicios su mal es fácil de curar y difícil de conocer, mas con el pasar del tiempo, al no haber sido ni conocido ni medicado, se vuelve fácil de conocer y difícil de curar” (Maquiavelo, 2010a: 10). Esto quiere decir que la tuberculosis, en sus inicios, es difícil de diagnosticar debido a la dificultad para reconocer sus síntomas, pero fácil de curar si se logra diagnosticar a tiempo. Sin embargo, cuando ya se encuentra en estado avanzado, es fácil de diagnosticar, pero difícil de curar (Scott, 2016). Con los conflictos políticos sucede lo mismo: si los síntomas son difíciles de reconocer es difícil diagnosticar qué afección aqueja al cuerpo político, y si se realiza el diagnóstico a tiempo es muy probable que se restablezca el orden perdido y se cure la enfermedad; sin embargo, cuando la afección ya es evidente, es fácil determinar su diagnóstico, pero puede ser tarde para curarla. De allí, la importancia de contar con un diagnóstico temprano para determinar el estado en que se encuentra el cuerpo político y sus posibles soluciones.

Los remedios

Una vez que el soberano determina los síntomas de una potencial o efectiva enfermedad, o, en otras palabras, un desequilibrio en los humores del cuerpo político, debe aplicar los remedios necesarios para poder erradicarla. Sin embargo, que erradique la enfermedad no implica que deba eliminar alguno de los humores que generan el desequilibrio. Siempre hay una tendencia a que uno predomine sobre los demás, pero lo que debe buscarse es su armonía, aunque no sea una tarea fácil, pues los humores de la ciudadanía son componentes sociales en permanente conflicto potencial o real (Johnston et al., 2017). Si bien en la imagen del bisturí se cercena la carne para eliminar una extremidad afectada que pone en riesgo la totalidad del cuerpo, esto no debe interpretarse como una sugerencia de que deba suprimirse un humor7. Lo que se está señalando es que debe quitarse el foco infeccioso antes de que se esparza y contagie al resto del organismo.

Ahora bien, entre los remedios posibles que pueden ser aplicados para establecer un orden en los humores, destacan la instauración de leyes para moderar los apetitos de la nobleza y la población, la introducción de reformas institucionales, el restablecimiento de la libertad coartada y la expulsión de extranjeros que perturben el orden y la paz de la ciudad. La herramienta principal con la que debe contar el gobernante para poder propiciar tales remedios es la virtù. Solo mediante ella el soberano podrá fundar, reformar, preservar o expandir un Estado saludable (Belliotti, 2009).

Para ejemplificar lo antes mencionado, podemos detenernos en un hecho analizado por Maquiavelo en el capítulo 3 del Libro III de los Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio, donde señala que:

La severidad de Bruto no solo fue útil, sino indispensable para mantener en Roma la libertad que él había conquistado, siendo ejemplo rarísimo en la historia de los acontecimientos humanos ver a un padre que, como juez, condena a muerte a sus hijos (Maquiavelo, 2010b: 516).

Este pasaje se presenta claramente como uno de los tipos de remedios que debe ser aplicado por el gobernante cuando sea conveniente, dado que, si bien puede parecer extremo que Bruto condene a muerte a sus propios hijos, esta no deja de ser la mejor solución ante la amenaza de los hijos de Bruto a la seguridad de la república. Según Maquiavelo, para establecer o preservar un Estado saludable y expansionista, o reformar un Estado corrupto, se requiere el buen uso del mal. Tan es así que promover el bien común ocasionalmente exigirá la eliminación de elementos recalcitrantes (Belliotti, 2009; 2015).

Un tipo de remedio es entonces eliminar los elementos que resulten nocivos, pero solamente si no existe otra opción para ese tipo de males, como hacen los médicos cuando notan que ningún remedio puede curar los miembros afectados por la enfermedad y proceden a realizar una amputación para que no se dañen otras partes del cuerpo (Pedullà, 2018). Otro tipo de remedio refiere a la idea de conducir las repúblicas a sus orígenes y retornar a los principios que las hicieron fuertes, como señala Maquiavelo en el capítulo 3 del Libro II de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, donde expresa que, para que una ciudad llegue a tener grandes dominios, debe procurarse los medios para hacerse populosa, y esto se consigue de dos modos:

Por atracción cariñosa, o por la fuerza. Por atracción, ofreciendo camino franco y seguro a los extranjeros que deseen venir a habitar en ella, de manera que les agrade vivir allí; por fuerza, destruyendo las ciudades inmediatas y obligando a sus vecinos a vivir en la vencedora (Maquiavelo, 2010b: 419).

Esto indica que Roma, la república a la cual Maquiavelo refiere, se basó en ciertos principios que le permitieron fortalecerse a lo largo del tiempo y llegar a ser superior a otras ciudades, tales como Esparta y Atenas. Por ello, el florentino encuentra necesario retornar a esos orígenes que permitieron el engrandecimiento de la república y que, en caso de que esta se halle enferma, le permitirá restaurar la salud (Ascoli y Kahn, 1993). Si el gobernante ignorara esta cuestión y no realizara la renovación pertinente o el retorno a los principios fundantes, lo más probable es que sobrevenga la destrucción del organismo social de manera tal que, si no se transforma, el cuerpo social no perdure (Echandi Gurdián, 2008).

Por otra parte, como señala Peiró Muñoz (2015), la mentira noble8 puede incluirse entre los remedios que emplea el gobernante para poder curar al cuerpo político enfermo. Esta mentira aplicada en el momento justo también es capaz de curar.

No solo en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio Maquiavelo hace referencia a los remedios que se necesitan para restaurar la salud del cuerpo político; también en El Príncipe se expresa al respecto diciendo: “Desde el lugar se ven nacer desórdenes, y con celeridad se les puede poner remedio; desde lejos, se tiene noticia cuando son grandes, y ya no tienen remedio” (Maquiavelo, 2010a: 8). Y continúa diciendo más adelante que “cuando se los prevé a tiempo, el remedio es fácil, pero si se espera a que se te echen encima, la medicina no servirá, porque el mal se habrá vuelto incurable” (Maquiavelo, 2010a: 10). Maquiavelo expresa en estos fragmentos algo que señalamos con anterioridad respecto a la necesidad de realizar un diagnóstico temprano para poder así abordar la enfermedad a tiempo y curarla, dado que, en caso de identificar los síntomas de manera tardía, es probable que la enfermedad se encuentre en un estadio avanzado y no sea posible curarla. Así como es necesario aplicar remedios para sanar las enfermedades del cuerpo humano, es necesario también aplicarlos para las enfermedades del cuerpo político.

El mantenimiento de la salud

Una vez restablecida la salud, será tarea del médico emplear los medios necesarios para la continuidad de la misma, es decir, para mantener el equilibrio de los humores9 alcanzado. Sin embargo, dicho equilibrio no perdurará por siempre, ya que hay una tendencia inevitable de los humores (del grande y el pueblo) a intentar predominar uno sobre otro y romper con la armonía lograda. Por lo tanto, es certero lo que plantea Maquiavelo respecto a que ningún hombre puede siempre tener éxito y que no existen gobiernos saludables que duren para siempre (Belliotti, 2009), aunque solo un Estado bien equilibrado y, por ende, saludable podrá refrenar los impulsos alienados, patéticos y naturales de los seres humanos.

El equilibrio de los humores es fundamental para la continuidad del Estado, pero tal equilibrio no debe ser estático, sino dinámico. Esto se debe a que la salud de la república, al igual que la del cuerpo humano, no se halla asociada a la tranquilidad que acompaña a la supremacía incontestada de las personas o de los poderosos (Pedullà, 2018).

Ahora bien, es necesario destacar que la virtù del gobernante es la clave tanto para lograr el equilibrio de los humores como también para mantenerlo, y que es la que le confiere las herramientas necesarias para llevar a cabo un buen gobierno. Ello implica que el gobernante deba operar sobre las acciones del grande y del pueblo, es decir, sobre el conflicto que enfrenta a ambas clases sociales, y logre buenos resultados mediante un buen proceder y no por mero azar. Asimismo, en ese proceder el gobernante apela a prácticas que quizás resulten violentas o crueles. Hace lo que debe hacerse, en el momento que debe hacerse, solo con el fin de mantener la salud del Estado. Por ello, la expresión “matar a los hijos de Bruto” ya no refiere al acaecimiento de un hecho histórico solamente, sino que se constituye en una metáfora que refiere a la necesidad de “destruir a aquellos que conspiran” (Belliotti, 2009: 114).

Finalmente, podemos decir que, en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Maquiavelo refiere explícitamente al mantenimiento de la salud en la antigua Roma. De allí que, en el capítulo 6 del Libro I, señale que para mantener la tranquilidad de Roma “los legisladores romanos debían hacer una de estas dos cosas: o no educar a la plebe para la guerra, como los venecianos, o cerrar las fronteras a los extranjeros, como los espartanos” (Maquiavelo, 2010b: 274), mientras que, en El Príncipe, trata solamente sobre “una medicina de emergencia para la Italia contemporánea” (Ascoli y Kahn, 1993: 168).

Conclusión

En este trabajo presentamos el vínculo existente entre la metáfora médica y el concepto de Estado en la obra de Maquiavelo. Además, señalamos que la metáfora médica, al constituir una prolongación de la metáfora orgánica, entiende el Estado como un organismo vivo sujeto a los ciclos de la vida, es decir, nacer, crecer, desarrollarse, corromperse y morir. Pese a que la muerte no puede ser evitada, sí puede retrasarse su llegada, cuestión que vuelve necesario reconducir al Estado a su principio para poder renovarlo. Asimismo, señalamos aquí la relevancia que posee la virtù como herramienta útil y necesaria para que el gobernante pueda lograr una buena administración de los recursos y, por ende, un buen gobierno.

Otro aspecto relevante es el paralelismo existente entre las enfermedades del cuerpo político con la corrupción que generan los desequilibrios en el interior de los Estados. Este desequilibrio, producto del conflicto que surge entre el grande y el pueblo, puede ser equiparado con una enfermedad que perturba el buen funcionamiento de las partes constitutivas del cuerpo político y que, de no ser detectada y asistida a tiempo, puede generar consecuencias fatales. Para Maquiavelo, el conflicto es inevitable debido a que radica en el deseo de los seres humanos de satisfacer sus necesidades individuales y, al mismo tiempo, los recursos que existen para hacerlo son escasos. Por ello, es imprescindible que los sectores sociales sean plurales y que se evite el predominio de uno sobre el otro. Es aquí, entonces, que la figura del gobernante adquiere gran relevancia, dado que de su proceder dependerá que se logre el equilibrio necesario.

Ahora bien, en concordancia con la metáfora médica, el gobernante es comparado con el médico. Así como el médico posee la técnica y conocimientos apropiados para poder restablecer la salud perdida por el enfermo, el gobernante la posee para sanar al cuerpo político afectado. De este modo, el soberano deberá detectar los conflictos políticos y encontrar la manera de solucionarlos o aplacarlos, y devolverle la salud perdida al Estado.

Dado que el gobernante es comparado con la figura del médico, de la misma manera que este, deberá llevar a cabo tres tareas:

1) Diagnosticar.

2) Proporcionar los remedios necesarios para restablecer la salud, a saber: instaurar leyes para moderar los apetitos de la nobleza y la población, introducir reformas constitucionales, restablecer la libertad coartada, expulsar a aquellos extranjeros que perturben el orden y la paz de la ciudad, eliminar los elementos nocivos, retornar a los principios sobre los que se fundó el Estado, mentira noble, entre otros.

3) Mantener la salud.

Todo lo anteriormente señalado, nos lleva a afirmar que:

1) En la concepción del Estado como un organismo vivo es necesaria la presencia y el buen funcionamiento de cada una de las partes que lo constituyen para lograr un Estado perdurable. Sin embargo, en el interior de este organismo surgirán conflictos entre clases sociales (el grande y el pueblo), producto del deseo de querer satisfacer cada uno sus intereses particulares. Esto lleva a que el buen funcionamiento orgánico se vea truncado y que sea necesaria la intervención del gobernante, quien deberá restablecer nuevamente el orden perdido en el Estado.

2) La comparación del gobernante con el médico se basa en la conjunción de dos elementos en su persona: el conocimiento y la virtù. El conocimiento le permite reconocer la afección de que se trata y proporcionar los remedios necesarios para restablecer la salud al Estado. La virtù le facilita operar sobre el conflicto mediante un buen proceder y una correcta administración de los recursos, y no por mero azar. También por medio de la virtù se logra el mantenimiento de la salud recuperada.

Para finalizar, debemos tener presente que, a partir de nuestro trabajo, se hacen patentes dos cuestiones que podrían ser objeto de investigaciones futuras. Por un lado, que la noción de conflicto no se reduce necesariamente a un sentido negativo, de enfermedad, sino que puede entenderse en un sentido positivo, en términos de salud. Por el otro, que, si bien es necesario restablecer el orden del Estado y garantizar el buen funcionamiento de sus partes, no se espera que dichas partes conformen un todo homogéneo, sino que cada una conserve su autonomía.

Bibliografía

Fuentes

Maquiavelo, Nicolás (2010a), “El príncipe”, en Obras selectas, Madrid, Ed. Gredos, pp. 1-90.

----- (2010b), “Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio”, en Obras selectas, Madrid, Ed. Gredos, pp. 245-634.

Bibliografía referida

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1 Este trabajo se desprende del análisis de mi tesis para obtener el título de grado de Licenciada en Filosofía.

2 Hipócrates de Cos (460-377 a.C.) fue un médico y filósofo que recuperó la medicina del campo de la especulación, convirtiéndose, para la posteridad, en su mayor referente. Logró lo que antes nadie había hecho, examinar al enfermo con detenimiento y describir de manera certera los signos y síntomas de las enfermedades. Su mayor interés se centró en determinar qué diferenciaba a un hombre enfermo de uno sano, y a uno enfermo de otro. Cabe aclarar que la medicina griega de los siglos VI y V a.C. ya no era considerada mágica ni teúrgica, sino un oficio que podía aprenderse en ciertas escuelas y posteriormente ser aplicado en una o varias polis (Laín Entralgo, 1970).

3 Esta visión organicista que emplea Maquiavelo no es de su autoría, sino que la retoma de los antiguos griegos. Ya en Platón podemos hallar escritos donde “comienza determinando las partes y funciones del Estado para luego determinar las partes y funciones del individuo” (Echandi Gurdián, 2008: 172).

4 Cabe aclarar que existe una noción aristotélica de virtud que no es equiparable o idéntica a la noción de virtù de Maquiavelo. Para Aristóteles la virtud (areté) se dividía en dianoética y ética. Las virtudes dianoéticas eran virtudes intelectuales que no consistían en un justo medio, mientras que la noción de virtù de Maquiavelo no hace referencia a este tipo de virtudes, es más, para Maquiavelo el conocimiento del gobernante no es un fin en sí mismo, sino un instrumento. Por otra parte, Aristóteles hablaba de virtudes éticas que consistían en un término medio relativo al análisis de la situación considerando las expectativas de la comunidad. En la noción de virtù de Maquiavelo, lo único que permanece es el análisis de la situación y la única finalidad consiste en dar estabilidad al sistema político.

5 Esta distinción es posible hallarla tanto en El Príncipe (capítulo IX) como en Discursos sobre la primera década de Tito Livio (Libro I, capítulo IV y V).

6 Tanto en los Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio como en El Príncipe, Maquiavelo señala dos tipos de humores que constituyen la ciudad. Sin embargo, en el capítulo XIX de El Príncipe incluye a los soldados como un tercer humor.

7 No se pretende suprimirlo, sino solo controlarlo. La presencia de un humor es tan necesaria como la de otro, por lo que se vuelven insustituibles e indispensables.

8 Con el término “mentira noble” nos referimos a aquellos casos en que el gobernante se halla habilitado a mentir por una buena causa, mientras que el pueblo sigue sujeto a decir siempre la verdad.

9 Cabe aclarar que, al referir al equilibrio de humores, se está hablando tanto en sentido político como social.