La mano invisible. Liderazgo, economía política y relaciones sociales en el mundo indígena del sudeste pampeano (1770-1830)

María Eugenia Alemano*

Cuadernos del Sur - Historia 47, 31-62 (2018), E-ISSN 2362-2997

El artículo analiza la participación mercantil indígena y sus consecuencias para el liderazgo y las relaciones interétnicas tomando el caso de las parcialidades que habitaron las sierras, médanos y salinas del sudeste pampeano entre 1770 y 1830. En primer lugar, caracterizamos la estructura socio-económica de las tolderías del sudeste pampeano a partir de la cantidad de población y las principales actividades productivas vinculadas a la subsistencia y al comercio. En segundo lugar, buscamos vislumbrar cómo el comercio con Buenos Aires dinamizó las relaciones interétnicas y la construcción de poder de los caciques. Como han demostrado diversos trabajos en los últimos años, la redistribución de mercancías provenientes del otro lado de la frontera fue un capital político fundamental para la construcción de liderazgo en la sociedad indígena arauco-pampeana. Para ello, los caciques implementaron estrategias diversas que articulaban prácticas guerreras, diplomáticas y comerciales. Argumentamos que la participación mercantil estuvo políticamente motivada e influyó en las estrategias de los caciques frente al avance estatal.

Palabras clave

Comercio interétnico

Liderazgo

Mundo arauco-pampeano

Fecha de recepción

10 de abril de 2020

Aceptado para su publicación

15 de julio de 2020

* UBA. Correo electrónico: mealemano@gmail.com. Agradezco los comentarios y sugerencias de la evaluación anónima que me permitieron reformular aspectos sustanciales del problema.

Resumen

This article analyzes the indigenous mercantile participation and its consequences for leadership and inter-ethnic relations, considering the case of the partialities that inhabited the mountains, dunes and salt marshes of the southeastern pampa between 1770 and 1830. To begin with, we have characterized the socio-economic structure of the tolderías of the southeastern pampa in terms of the number of population and the main productive activities linked to subsistence and trade. Secondly, we sought to glimpse how trade with Buenos Aires energized inter-ethnic relations and the construction of power by the caciques. As various works have shown in recent years, the redistribution of merchandise from the other side of the border was a fundamental political capital for the construction of leadership in the indigenous Arauco-Pampean society. For this reason, the caciques implemented diverse strategies that articulated warlike, diplomatic and commercial practices. We argue that commercial participation was politically motivated, and that influenced the strategies of the caciques in the face of the State advance.

Keywords

Inter-ethnic trade

Leadership

Arauco-Pampean society

Abstract

31-62

Do

Introducción

A partir de la década de 1980, se produjo una renovación historiográfica que alteró drásticamente la visión que se tenía de los pueblos indígenas independientes de Pampa y Patagonia y sus relaciones con el mundo colonial y republicano. Dejando atrás la imagen de bandas u hordas de cazadores-recolectores nómadas que subsistían en base a una economía meramente depredadora, desde la Etnohistoria y la Antropología Histórica se caracterizaron las bases económicas de la sociedad indígena, se debatió sobre la organización socio-política y el liderazgo, y se criticaron desde diversos ángulos las nociones de la etnología clásica acerca de la “araucanización de las pampas” (Mandrini, 1992; Mandrini y Ortelli, 2002). Frente a la visión de la frontera como una línea militarizada que oponía a “indios” y “blancos”, en las últimas décadas hemos asistido a su reconceptualización como un espacio social poroso y permeable atravesado por relaciones interétnicas de diversa índole que no pueden reducirse al enfrentamiento violento, sino que abarcaban tratos mercantiles, relaciones diplomáticas e intercambios culturales (de Jong y Rodríguez, 2005).

Uno de los ejes de la renovación hizo foco en la economía indígena. En el relato tradicional, el argumento central era que los grupos indígenas pampeanos habían sustituido la caza y la recolección silvestres por la caza de ganado cimarrón y que, agotado este, se volcaron a obtener ganados a través de malones sobre las estancias hispano-criollas. Sin embargo, Miguel Ángel Palermo y Raúl Mandrini demostraron la innovación agropecuaria suscitada en los grupos indígenas pampeanos. En contra de la imagen de la frontera como una línea que oponía dos sociedades cuya única vinculación posible era la guerra, estos autores destacaron las conexiones de la economía indígena con los mercados hispano-criollos. De acuerdo con Palermo, en la sociedad indígena se operó un cambio fundamental por la “progresiva aparición de una economía basada en gran parte en el comercio de animales a cambio de manufacturas y materias primas” (Palermo, 1988: 45). Asimismo, Raúl Mandrini (1991) destacó la existencia de un núcleo ganadero especializado en el área interserrana del sudeste pampeano, al que vinculaba a los circuitos de comercio trasandinos. Para estos autores, el comercio interétnico se explicaba por la necesidad de complementar una economía fundamentalmente ganadera y abastecerse de bienes agrícolas o manufacturas imposibles de conseguir o de fabricar en su territorio. De esta manera, tanto para Palermo como para Mandrini, la participación mercantil habría generado una dependencia económica que contradecía la autonomía política de la que gozaban las parcialidades con respecto a la sociedad hispano-criolla (Palermo, 1988: 82; Mandrini, 2001: 54). En la visión de estos autores, la ganadería y el comercio interétnico habilitaron la acumulación de riquezas por parte de individuos y familias, induciendo una incipiente estratificación social (Palermo, 1988: 85; Mandrini, 2008: 10-11)1.

La renovación del campo de estudios permitió en los últimos veinte años el florecimiento de diversas líneas de investigación que han resaltado y matizado importantes aspectos de aquellos trabajos pioneros. El estudio de la ganadería indígena se ha visto ampliado por Sebastián Alioto (2011a), quien mostró la diversidad de orígenes de los animales que incluían, además del arreo en los malones, la cría, la captura de ganado alzado o cimarrón —posible al menos hasta fines del siglo XVIII— y los intercambios pacíficos con las poblaciones de la frontera. Además, la comercialización de ganados hacia los mercados trasandinos no tuvo, al menos hasta la década de 1830, la centralidad que se creía, aunque sí hacia los mercados locales, particularmente el de Carmen de Patagones cuya subsistencia dependía del abastecimiento indígena (Alioto, 2011a: 117 y siguientes).

Asimismo, la revisión de los malones de este período ha puesto de relieve que eran acciones puntuales que respondían mayormente a agresiones previas y cuyo rédito económico era un aspecto central pero no determinante (Carlón, 2014; Roulet, 2018). En un balance historiográfico, Ingrid de Jong señala a los malones como prácticas complejas, no reductibles a la venganza o al abastecimiento de ganado, sino inscriptas en las lógicas sociales indígenas y en las relaciones políticas y económicas mantenidas en la frontera (de Jong, 2015: 19). Por otra parte, los asaltos a tropas de carretas y recuas de mulas en tránsito mercantil, aunque menos espectaculares que los malones, eran más frecuentes y redituaban un jugoso y variado botín compuesto por trofeos de guerra, mercancías y personas cautivas (Villar y Jiménez, 2000; 2005). Las parcialidades que habitaban el Mamül Mapu en la pampa central y el territorio de Salinas Grandes se especializaron en este tipo de incursiones. Con todo, los habitantes de las Salinas no basaban su subsistencia en ello sino en la ganadería, la producción textil y la recolección de frutos y raíces con los que elaboraban harinas y bebidas alcohólicas fermentadas; solo después de la prisión de su cacique principal Toroñan se lanzaron sobre las fronteras (Villar y Jiménez, 2013; Alemano, 2015).

En cuanto a la supuesta dependencia hacia la sociedad hispano-criolla, distintos estudios de caso han mostrado que los pueblos indígenas arauco-pampeanos sostuvieron estrategias de subsistencia diversas y flexibles que admitían cambios de énfasis basados en la coyuntura. En la segunda mitad del siglo XVIII, los pehuenches del sur de Cuyo se habían aficionado al trigo y al vino que obtenían en los mercados chilenos donde comercializaban su sal, ponchos y ganado en pie. Sin embargo, los pehuenches tenían opciones de mercados donde comerciar y de productos con que reemplazar en caso de que las negociaciones se vieran complicadas (Alioto y Jiménez, 2010). Para mediados del siglo XIX, señaló Sebastián Alioto (2011b), el abanico de actividades económicas desarrolladas por los grupos salineros conducidos por Calfucurá incluía la cría y pastoreo de distintos tipos de ganados, la caza y recolección, el cultivo de frutales, hortalizas y chacras de maíz, y la producción artesanal de ponchos y tejidos.

Últimamente, se ha enfatizado el rol de los caciques en la redistribución de bienes y su significado político para la construcción de liderazgo. Dadas las características de un sistema político basado en el parentesco donde no existía un poder coercitivo centralizado (Bechis, 2008), el poder de los caciques se basaba en el prestigio personal, las redes de alianza y el bienestar relativo de sus parientes y seguidores. El argumento principal de la dependencia económica es que los grupos indígenas obtenían en las fronteras, ya fuera a través del malón, el comercio o los tratados de paz, bienes insustituibles e imposibles de fabricar en territorio indígena, pero esto era justamente lo que los hacía políticamente redituables. Por un lado, la exhibición de insignias, uniformes y ropas europeas resaltaba las dotes guerreras o diplomáticas, o ambas a la vez, de los líderes (Villar y Jiménez, 2000; 2005). El suministro de mercancías de consumo popular que no eran producidas en las tolderías (yerba, tabaco y aguardiente) permitía retribuir clientelas y consolidar lazos comunitarios. Los agasajos y festines, así como el obsequio de ropas finas, permitían crear alianzas y sostener redes político-parentales más extensas (Villar y Jiménez, 2011; Ratto, 2011). De esta manera, el poder de los caciques dependía en gran medida del flujo de bienes externos al territorio indígena. En este sentido, los malones, la diplomacia y el comercio interétnico —como lado no visible de los tratados de paz (de Jong, 2015: 32)— constituían un continuum de prácticas en una misma estrategia de poder.

Este artículo se propone analizar la participación mercantil indígena2 en relación con la construcción de poder de los caciques y la estructura socio-económica que la sustentaba. Tomamos el caso de las parcialidades del sudeste pampeano, denominadas por las fuentes hispano-criollas como “pampas”, “aucas” y “rancacheles”3, entre 1770 y 1830. Sus tolderías se nucleaban en las sierras bajas del sudeste pampeano, las Salinas Grandes y las cadenas medanosas al oeste de Buenos Aires, aunque su radio de acción era más amplio. Este período temprano resulta significativo dada la escasa incidencia de los malones y el hecho de que aún no estaba en marcha el sistema de racionamiento periódico que supondría el Negocio Pacífico de Indios, por lo que en la vinculación interétnica hubo un predominio de las formas comerciales (Ratto, 2016). En particular, buscamos caracterizar la estructura socio-económica que apoyaba la participación mercantil indígena, incluyendo una primera estimación de la población y tendencia demográfica, las actividades productivas principales y el tipo de bienes intercambiados, a fin de ponderar la forma en que se articulaban subsistencia y comercialización. En segundo lugar, buscamos vislumbrar cómo la intermediación comercial y la redistribución de mercancías coadyuvaron la construcción de poder de los caciques y dinamizaron las relaciones interétnicas.

El mundo arauco-pampeano temprano

Las últimas décadas del siglo XVIII y las primeras décadas del siglo XIX se caracterizaron por un ciclo de migraciones y enfrentamientos de distintas agrupaciones étnicas por el control de los circuitos de producción y comercialización que vinculaban al mundo indígena con las fronteras (Villar y Jiménez, 2003). En la región pampeana, se configuró un nuevo mapa étnico. Algunos linajes pehuenches y huilliches se instalaron en los montes de caldenes y algarrobos de la pampa central (o Mamül Mapu), escenario de la etnogénesis ranquel (Villar y Jiménez, 2000). La pampa centro-oriental o Leu Mapu comprendía los médanos y lagunas encadenadas al oeste de Buenos Aires y el territorio de Salinas Grandes, y fue habitada desde al menos 1770 por grupos “rancacheles”, pero que se distinguían de los anteriores por un mayor componente de grupos locales (Villar y Jiménez, 2013: 5).

En las sierras del sudeste pampeano, desde 1740 se verifica la radicación estable de grupos de origen cordillerano y quizás trasandino inicialmente participando en los conflictos y alianzas intertribales, así como en redes comerciales preexistentes bajo la protección de caciques locales. A partir de 1770, estos grupos adquirieron una mayor autonomía y visibilidad; nombrados al principio como “aucas”, su denominación tenderá a evolucionar a la de “pampas” (Roulet, 2016: 72). Su radicación definitiva en el territorio se dio tras la desaparición del linaje de los caciques Bravo del sudeste pampeano (Carlón, 2014), dejando un vacío de poder que la parcialidad de los “aucas” supo aprovechar. En 1768 “aucas” y “tehuelches”, con más de mil combatientes por lado, se enfrentaron en una verdadera batalla campal. El resultado del conflicto favorable a los “aucas” determinó que estos se instalaran en la sierra de la Ventana, con todo el ganado y la caballada ganados en el combate, mientras que los tehuelches, debilitados, tuvieron que retirarse hacia el Río Colorado4.

Estas parcialidades construirían su hegemonía en el sudeste pampeano mediante una intensa política de alianzas y enfrentamientos entre sí, así como también con la sociedad hispano-criolla. En 1770, los “aucas” ya eran la principal presencia en el sudeste pampeano y estaban aliados a los bonaerenses. A fines de ese año, una expedición entre españoles y “aucas” de los caciques Lepín y Lincon terminó de amedrentar a los tehuelches, quienes fueron diezmados y debieron retirarse al sur del Río Colorado. En segundo lugar, la expedición atacó la toldería del cacique Guayquitipay (también “auca”), quien resultó asesinado y su toldería, destruida (Hernández, 1770: 55). Durante la crucial década de 1770, las parcialidades “aucas” continuaron enfrentándose entre sí y con los tehuelches y “pampas”. Sin embargo, los cambios políticos en la frontera de Buenos Aires sobrevenidos con la creación del virreinato del Río de la Plata (1778) obligaron a repensar el ciclo de venganzas y enfrentamientos entre parcialidades (Alemano, 2018).

Finalmente, sería el cacique “auca” Lorenzo Calpisqui, descendiente de Guayquitipay, quien estaría llamado a unir las partes. En 1780, una alianza compuesta por los “aucas” de las sierras, “pehuelches” del Río Colorado y “rancacheles” de las Salinas atacó fieramente la frontera de Buenos Aires. Entre 1780 y 1783 se sucedieron los malones y las expediciones punitivas hispano-criollas, a la par que comenzaban unas trabajosas negociaciones de paz entre Lorenzo Calpisqui y el virrey de Buenos Aires. En 1790 se firmó en Cabeza de Buey5 un tratado de paz que nombraba a Lorenzo Calpisqui “Cacique principal de todas las Pampas, y Cabeza de esta nueva República” y les reconocía a él y a sus trece caciques aliados el territorio entre las sierras del Volcán, en el este, y Cahirú, en el oeste6.

Cabe destacar que, junto a la vecindad territorial, los grupos de las serranías y los del Leu Mapu mantenían entre sí estrechos vínculos de alianza y parentesco. El cacique “rancachel” Casuel, primo del principal Toroñan, declaró que los caciques de las sierras eran “todos Paisanos y Parientes”7. El hijo de Toroñan, el cacique Catuén, se emparentó con Lorenzo Calpisqui casándose con una de sus hermanas y juntos lanzaron los malones de 1780-1784. Para 1784, Catuén y sus caciques aliados mudaron su residencia a la sierra del Cahirú y esperaban la paz que negociaba Calpisqui en sierra de la Ventana8. Ambos caciques fallecieron antes de culminar el siglo XVIII; el cacique Quintrepi, hermano de Catuén, tuvo el honor de anunciar a las autoridades de Buenos Aires la muerte del cacique Lorenzo Calpisqui.

En las primeras décadas del siglo XIX, estos linajes controlaban el territorio del sudeste pampeano y son los que articularon la llegada de nuevos grupos araucanos. Ya a principios del 1800, el cacique principal Epumer, recién llegado de Valdivia, se instaló en Cruz de Guerra junto a las tolderías del cacique Lincon y su gente. Hacia 1830, el panorama se complejizó por la instalación de boroganos y realistas chilenos en el territorio de Salinas Grandes y la intervención de Juan Manuel de Rosas con su política de pactos y violencia selectiva (Villar y Jiménez, 2003: 149 y siguientes). El linaje de Calpisqui continuó con la presencia de su hermano Cayupilqui al sur del territorio y de su hijo Quilapí en Guaminí, quien, si bien retuvo el mando de su toldería, no heredó la habilidad política de su padre y terminó sucumbiendo ante el avance rosista. Por otro lado, hay dudas (Cfr. Villar y Jiménez, 2013: 14) sobre la identidad del cacique de fines del siglo XVIII que aparece en las fuentes alternativamente como Catuén, Catruen o Catruel. La continuidad del linaje podría estar dada por Juan Catriel “El Viejo”, hijo de Casuel (Cfr. Irianni, 2005: 4), quien junto a “su segundo”, Cachul, protagonizó los acuerdos con Juan Manuel de Rosas.

Población y tendencia demográfica

Estimar la población y la tendencia demográfica de las tolderías resulta un ejercicio especulativo pero fructífero si entendemos que se trata de un índice de magnitudes relativas más que de números absolutos. Hacia 1770, el número de combatientes y víctimas en los conflictos intertribales por el territorio da cuenta de grandes agrupamientos en el sudeste pampeano. Como vimos, en el combate de 1768, “aucas” y “tehuelches” batallaron con más de mil guerreros por lado. De la expedición hispano-indígena de 1770, participaron trece caciques “aucas” con 291 indios armados, mientras que del lado español eran 176 vecinos de Luján. La expedición atacó por sorpresa un potrero tehuelche dando muerte a más de cien hombres, mientras que sus familias lograron salvarse abandonando el asentamiento de 45 toldos en el Río Colorado (Hernández, 1770: 49-50). Más tarde, las fuerzas aliadas atacaron las tolderías de los caciques “aucas” Guayquitipay y Alequete en la sierra del Cahirú (Ventana), contiguas una de la otra y con 25 y 15 toldos, respectivamente. Guayquitipay y más de 150 “indios” resultaron muertos; no fueron más porque los caciques aliados de los cristianos protegieron a sus “parientes y amigos” y se repartieron las familias de los vencidos (Hernández, 1770: 54-55).

Mapa. El sudeste pampeano en 1824. Izquierda: sierra de la Ventana. Centro: tolderías de los caciques Lincon, Avouné, Ancaligüen, Llangueleu, Pichiloncoy, Cachul, Antiguan, Anepan, Epuan, Catrillan, entre otras.

Fuente: Muñoz, Doroteo (1824), “Carta de la provincia de Buenos Ayres” (Cfr. Martínez Sierra, 1975, Lámina XLVI).

En las negociaciones de paz con Lorenzo Calpisqui, los eventuales emisarios del poder colonial quedaron impactados por la cantidad de tolderías y de personas que las habitaban. Un blandengue declaró que desde la frontera caminó cuatro días para encontrar al cacique “siempre a vista de Tolderías” y que en las de Calpisqui vio “infinidad de indios” y más de doscientos cautivos9. Calpisqui tenía su asentamiento en sierra de la Ventana sobre dos lagunas contiguas una de la otra con 60 toldos en total. El piloto Pablo Zizur, quien se entrevistó con el cacique en 1781, estimó en al menos 500 los hombres de armas y “otro tanto” las mujeres y niñxs (Vignati, 1973: 78). El problema, para las autoridades españolas, era que Calpisqui extendía su autoridad más allá de su toldería: “Son muchas tolderías y todas llenas de muchos indios”, expresó el cautivo Pedro Zamora, “Son muchos caciques (…) Lorenzo gobierna a todos”10. Otro testigo declaró que “Lorenzo tiene mucha indiada en toda la sierra adentro” y señaló que sobre el río de los Sauces había 17 tolderías11. Mientras que el indio “auca” Mateo afirmaba que Calpisqui contaba con más de 1.000 indios de pelea, siendo “el que más tiene”12, el indio “criollo” Joseph Zampallo ratificó que “Todos [los caciques] responden a Lorenzo”13 y juntos podían reunir más de 2.000 indios.

Para la misma época, contamos con declaraciones de ex cautivos que dan una idea de la fisonomía de las tolderías de las Salinas. Marcos Gómez declaró que había seis tolderías en las que vio “mucha indiada” y que los caciques Catuén y Canupayan estaban al mando de cuatrocientos indios de pelea14. Según Atanasio Vicente Salazar, la toldería del cacique Villator tenía doce o catorce toldos y en cada toldo vivían de veinte a treinta personas; es decir, la población de esta toldería oscilaría entre un mínimo de 240 y un máximo de 420 personas15. Blas Pedrosa, quien estuvo cautivo entre 1778 y 1786, dijo que en las Salinas había cuatro caciques con quince a veinte toldos cada uno, cuya fuerza total era de 600 “hombres de pelea” y mencionó que en la toldería en la que residió, de los caciques Anteman y Canevayon, vivían alrededor de mil personas16.

Los datos cuantitativos más completos con los que contamos para este período son de una expedición de 1779 que enumera las tolderías en las cadenas medanosas al oeste de Buenos Aires hasta Salinas Grandes, detallando el nombre del cacique, el número de toldos y la cantidad de “indios” de cada una. Los oficiales recorrieron y contabilizaron 44 tolderías, con 380 toldos y 712 indios en total17, es decir, se trataría de pequeñas tolderías con un promedio de nueve toldos cada una y dos indios por toldo. Vale destacar que en los años inmediatamente anteriores (1775-1776), en sucesivas expediciones hispano-criollas contra los “rancacheles” y sus aliados fueron atacadas tres tolderías, perecieron 336 guerreros y fue cautivada numerosa “chusma” (Alemano, 2015).

En este punto, conviene puntualizar dos cuestiones metodológicas. En primer lugar, el número de indios no corresponde al de la población total18. En el caso de la expedición de 1779, la fuente utiliza indistintamente los sustantivos “indio” y “soldado” y, en ocasiones, aclara “indios y sus familias”. Es decir, “indio” significaba “guerrero”, en el sentido de varón en condiciones de pelear, pero también podía interpretarse como cabeza de familia. El marino Félix de Azara establece la misma asociación: “Yo regulo que los pampas compondrán unos cuatrocientos guerreros o familias” (Azara, 1943: 116)19. Esta doble asociación semántica del indio como hombre de armas y cabeza de familia era homóloga a la categoría de “vecino” en la sociedad colonial de la que provienen los cronistas e irá erosionándose en las primeras décadas del siglo XIX. Si estamos en lo cierto, en 1779 esos 712 “indios” junto a sus 44 caciques representan 756 familias en total. Sin embargo, dado que no conocemos el número de integrantes de cada familia, su relación con la población total es problemática.

Por razones de registro documental20, el cálculo de la población total resulta más fiable a partir del número de toldos de cada toldería. ¿Cuántas personas vivían en un toldo? En las Salinas, según la observación del ex cautivo Salazar, vivían entre ٢٠ y ٣٠ personas por toldo; Blas Pedrosa vio unas mil personas en ٣٠ o ٤٠ toldos, es decir, entre ٢٥ y ٣٣ personas por toldo. Esta estimación es congruente con la descripción de los toldos como unidad residencial de una familia extensa compuesta por varios matrimonios junto a sus hijxs, ancianxs y dependientes. El piloto Antonio de Viedma describió en ١٧٨٠ los toldos tehuelches:

Las separaciones interiores las acomodan desde el centro hasta el fondo para cada matrimonio, y los hijos y demás familia y parentela duermen todos revueltos en el resto, que queda franco hasta la puerta, uniéndose aquí viudos, viudas, solteros, solteras, parientes, criados y esclavos, y en fin, cuantos dependen o tienen relación con la cabeza principal o amo del toldo (Viedma, 1837: 81).

En 1822, el coronel Pedro Andrés García visitó los toldos de las sierras del sudeste pampeano, a los que describió en similares términos:

En cada toldo o gruta de salvajes habitaban 20, 22 y hasta 25 personas de todos sexos. En muchos vimos cuatro y seis matrimonios, todos mezclados con dos y tres hijos cada uno, fuera de la inmensa cantidad de mujeres y niños cautivos que se encuentran en las poblaciones, y que sirven de esclavos (García, 1822: 91)21.

De esta manera, podemos calcular el tamaño de algunas poblaciones multiplicando el número de toldos por un mínimo de 20 y un máximo de 30 habitantes cada uno. Así, los 40 toldos de Guayquitipay y Alequete en Cahirú en 1770 representan una población de entre 800 y 1.200 habitantes, mientras que la toldería tehuelche del Río Colorado albergaba entre 900 y 1.350 habitantes. En 1781, vivían en la toldería de Calpisqui entre 1.200 y 1.800 personas, lo que coincide grosso modo con la estimación de Zizur; vale recordar que este cacique controlaba otras 17 tolderías. Por último, las tolderías entre los médanos y las Salinas Grandes presentaban en 1779 una población de entre 7.600 y 11.400 habitantes en un momento en que, por las razones apuntadas, se hallaban debilitadas.

Una forma de ponderar estas cifras es comparándolas con la población bonaerense de la época. La jurisdicción rural de Buenos Aires contaba en 1778 con unos 12.000 habitantes, es decir, algo más que los habitantes del Leu Mapu sin contar los de las sierras. Los pueblos de la frontera de Buenos Aires no pasaban de las pocas centenas de habitantes. En 1780, las guardias de Luján y Salto tenían entre cuatrocientos y quinientos habitantes, mientras que Pergamino, Chascomús, Monte, Ranchos y Rojas entre trescientos y cuatrocientos22. Las tolderías más grandes los triplicaban en cantidad de habitantes. Esto demuestra el problema estratégico que representaba la frontera para las autoridades y vecinos de Buenos Aires. Para el malón de agosto de 1783 sobre Luján, las fuerzas aliadas de Calpisqui y los caciques de las Salinas reunieron una fuerza de unos 3.000 guerreros23. Ni alcanzando un grado máximo de movilización miliciana hubieran podido reunir una fuerza semejante, sin mencionar caballos y armas suficientes. Al virrey y a los vecinos de la frontera tardocolonial se les hizo claro que no les quedaba otra que negociar.

¿Cuál era el panorama demográfico cuatro décadas después? Los datos cuantitativos con que contamos corresponden a las sierras del sudeste pampeano cuando Pedro Andrés García las recorrió en ١٨٢٢ (Mapa). En este caso, García consignó datos completos —cantidad de toldos, guerreros y población total— para siete tolderías (Cuadro 1). A diferencia de la fuente de 1779, aquí no se trata de “indios”, a la vez guerreros y cabezas de familia, sino simplemente de cualquier varón en condiciones de tomar las armas24. Según la estimación de García, la población de las siete tolderías era de más de 4.000 habitantes en total. A lo largo de su diario, García menciona a veinticinco caciques “pampas” y a ocho caciques huilliches25, números que representan otras tantas tolderías. Si cada una mantuviera el promedio de 605 habitantes de las primeras siete tolderías, contabilizaríamos 19.965 habitantes en total.

Otra forma de considerar la población total es a través de la cantidad de guerreros reunidos por los caciques a vista del comandante García (Cuadro 2). Dado que el comandante insinúa que se hallan presentes la totalidad de los varones en condiciones de tomar las armas (García, 1822: 88), nos parece precavido tomar el índice “bajo” de cuatro habitantes por guerrero, lo que daría 10.360 habitantes en total, aunque este número peca, por varios motivos26, de subestimación. De esta manera, tomando el primer y el segundo método de cálculo, podemos deducir que la población de las sierras de Tandil a Guaminí y el Río Colorado en 1822 se ubicaba entre los 10.000 y los 20.000 habitantes.

Cuadro 1. Población estimada de tolderías (1822)

Cacique

Toldos

Guerreros

Población

Avouné

18

150

450

Ancaligüen

21

180

500

Llangueleu

10

55

200

Lincon

27

150

600

Neclueque

59

290

1.200

Calueque

52

212

960

Neculpichay

15

85*

325

Total

202

1.122

4.235

Fuente: elaboración propia en base a García, 1822.

Cuadro 2. Guerreros “pampas” y huilliches (1822)

División

Cacique

Lincon

200

Avouné

180

Anepan

260

Pichiloncoy

296

Ancaligüen y otros

300

Llangueleu y otros

140

Chañabilú y otros

450

Cachul, Catriel

364

Huilliches

400

Total guerreros

2.590

Fuente: elaboración propia en base a García, 1822: 88.

Allende la frontera, la población de la campaña de Buenos Aires en 1822, luego de duplicar su extensión territorial y un crecimiento demográfico acelerado (3,24% anual), rondaba los 55.000 habitantes (Moreno y Mateo, 1997: 45 y siguientes). ¿Habrá sido la población indígena beneficiaria del crecimiento demográfico general27? Pedro Andrés García, a quien inquietaba el crecimiento de la población indígena, observa:

Por un cálculo prudente, en una población de 10.000 almas que reproduce 1.500 al año, entre estas hordas mueren más de 1.200, quedando solamente 300 de aumento; de donde resulta que al cabo de 33 a 40 años se duplica su población (García, 1822: 148).

Es decir, aun cuando sus cálculos son prudentes y pesimistas, estima en un tres por ciento el crecimiento vegetativo anual, a lo que agrega: “Es verdad que su población la han aumentado con la nuestra, una duodécima parte más de la que tienen”. Basándonos en estas consideraciones, podríamos señalar que la población indígena independiente del sudeste pampeano participó del crecimiento demográfico general de la región, sostenido en una tasa alta de natalidad que compensaba las bajas producidas, así como también con el aporte “migratorio” de un ocho por ciento de pobladorxs criollxs en las tolderías.

La producción en las tolderías

Por mucho tiempo, la consideración del indígena como nómade depredador impidió observar la innovación agropecuaria suscitada en las poblaciones pampeano-patagónicas. Sin embargo, la pampa sudoriental cuenta con inmejorables condiciones para desarrollar una extensa ganadería. Los ocasionales testigos que pasaron por las tolderías quedaron impactados por la cantidad y la calidad de sus ganados. Durante las negociaciones de paz con Lorenzo Calpisqui, el lenguaraz Luis Ponce observó que el cacique tenía “mucha Caballada, y Gorda, por ser el paraje abundante de Pastos, con agua permanente”28. También el blandengue Diego Lara declaró sobre estas tolderías que “haciendas son imponderables las que tienen, y ganado bastante” y relató que cuando Lorenzo Calpisqui salió a recibirlo hizo traer “reses gordas” de obsequio29. En las Salinas, Blas Pedrosa explicaba que “sus campos abundan de pastos, por lo común en las cuatro estaciones del año, y que la abundancia de sus manantiales es tal que rara vez les obliga la falta de agua a variar de situación”30.

La producción pecuaria indígena no solo destacaba por su extensión y calidad, sino también por la diversidad de sus ganados. Además del ganado vacuno y caballar, se criaban corderos, ovejas y cabras, incluso antes de que su presencia se generalizara en las estancias bonaerenses. Ya en 1770 se dice del cacique Alcaluan que tenía “una majada de ovejas y cabras” (Hernández, 1770: 38). Un ex cautivo de los tehuelches declaró en 1780 que en sus tolderías había vacas, caballos, yeguas y ovejas31. Para la misma época, el joven Francisco Ovejero, cautivo de los “rancacheles” de las Salinas, pudo observar que sus captores criaban caballos, cabras y ovejas32. En 1810, cuando Pedro Andrés García y su comitiva visitaron a los descendientes de Calpisqui en la sierra de Guaminí, fueron obsequiados con leche y carne de cordero; también pudieron observar que “las majadas de ovejas eran numerosas, y no pocas las demás haciendas” (García, 1810: 58). En el camino a Salinas Grandes, el coronel anotó que “están habitadas todas estas inmediaciones de toldos de indios, con crecido número de ganados vacuno, caballar y lanar” (García, 1810: 28). Doce años después, la situación no era muy distinta. Neclueque “el Platero” tenía un “número considerable” de vacas, caballos y ovejas (García, 1822: 135), mientras que Catrillan, creíble o no, tenía de 12.000 a 16.000 vacunos y 8.000 caballos, además de ganado lanar, en una toldería de apenas cinco toldos (García, 1822: 156).

La ganadería indígena demostraba, además, cierta sofisticación en términos de la región y la época. El potrero tehuelche cercano a la sierra del Volcán que fue atacado por la expedición de 1770 se encontraba a más de 600 km de su campamento base, tenía más de 4.000 animales entre yeguas y potros, y contaba con algún tipo de cerramiento y vigilancia (Hernández, 1770: 49). En las Salinas y médanos de la pampa centro-oriental, cada toldería contaba con uno o varios pozos “cavados y cercados” para aguada de sus ganados (De las Casas, 1779). En las sierras, el registro arqueológico da cuenta de la construcción de corrales de piedra y represas para bebedero de los animales (Mazzanti, 1993). La realización de obras de infraestructura que requieren cierto esfuerzo comunitario denota un uso intensivo del espacio, el efectivo control por parte del grupo étnico y su proyección en el tiempo.

Aun así, el peso de la tradición es tan fuerte que incluso entre los etnohistoriadorxs el tema del mantenimiento de ganados en las tolderías es tratado con suma cautela, señalando prácticas y espacios de “invernada”, “engorde”, “manejo” y “pastoreo” de ganado, pero no de “cría” propiamente dicha. Ajeno a esas sutilezas, el virrey de Buenos Aires, en los artículos de paz con Lorenzo Calpisqui y sus aliados, les reconocía el territorio serrano “para criar sus ganados, y tener de qué sustentarse”33, lo mismo que en 1810 Pedro Andrés García resumía su parecer en la obertura de su diario:

Hay entre estas tribus algunas que blasonan de su origen araucano; aunque se diferencian poco en el carácter común de los demás salvajes, tienen con todo alguna más aplicación a cierto género de labores, crías de ganado lanar y vacuno, con que hacen sus permutas y entretienen algún tanto la ociosidad, buscando nuestros frutos para hacer con ellos sus cambios (García, 1810: XIX)34.

¿Cuál era el sentido de esta imponente ganadería? Los caballos, en particular, tenían múltiples usos domésticos que garantizaban la subsistencia. La carne y tuétano de yeguas y potros proveían una base alimentaria. Como explicaba Blas Pedrosa, “el número de caballada que poseen no pueden determinarse así porque usan de ella para su común alimento”35. Con sus cueros y tendones se erigían viviendas y se confeccionaban vestidos. Además, los caballos eran medio de transporte y un arma de guerra hábilmente ejecutada; su importancia económica y social era tal que adquirió relevancia también en lo simbólico y ritual.

Por otro lado, la subsistencia se complementaba con actividades de caza, pesca y la recolección en distintos nichos ecológicos. Durante el otoño, diversos grupos acudían a los montes de la pampa central con el fin de recolectar el fruto del algarrobo. Un ex cautivo de Calpisqui declaró en febrero de 1784 que los aucas “a gran prisa marchaban a los montes a cosechar la algarroba” y pensaba que “no volverán de aquí a tres meses”36. Otro fruto recolectado por los grupos indígenas pampeanos eran las manzanas que crecían silvestres a la vera del Río Negro. De acuerdo con la descripción de Félix de Azara, los aucas “van a recoger la cosecha de manzanas silvestres en las cercanías del río Negro de la costa patagónica” lo que implicaba una distancia de “treinta o cuarenta leguas al Poniente” (Azara, 1943: 119). Tanto la algarroba como la manzana servían como alimento y para preparar bebidas alcohólicas fermentadas, llámense chichas o sidras. Por último, la extracción de sal servía tanto a la conservación de alimentos como a la preparación de los cueros. De acuerdo con el cacique Quinteleu, “nadie exclusivamente tenía dominio sobre la laguna [de Salinas Grandes], que esta era común, y que todos debían disfrutarla” (García, 1810: 32).

Por último, el ganado vacuno y lanar no solo proveía leche y alimentos sino fundamentalmente lana y cueros para la producción artesanal. Estos se complementaban con productos de caza como pieles, plumas, entre otros. Con una larga tradición local en el trabajo del cuero, en las tolderías se confeccionaban quiyapis37, riendas, botas de potro, boleadoras y plumeros. Como señaló Blas Pedrosa acerca de la población de las Salinas, “comen generalmente la carne de potro y yegua y alguna vez la de vaca, que matan cuando necesitan su cuero38. La extensión de la práctica del tejido en la pampa indígena —lo que contrasta con su contraparte bonaerense— explica la enorme difusión del ganado lanar. Félix de Azara señaló, acerca de lxs “aucas”, que “cultivan poco, pero crían algunas vacas, caballos y ovejas: de su lana tejen jergas y ponchos” (Azara, 1943: 119)39. Esta producción tenía, además de sus usos locales, un destino mercantil. Cuando le preguntaron a un indio cómo pasaban el tiempo en las tolderías de Calpisqui que aguardaban la paz, dijo que hacían riendas y componían plumas para vender en Buenos Aires si había paces40. La expedición de 1810, tanto en las tierras de Quilapí en Guaminí como en las Salinas, se vio acuciada por cientos de indígenas que se agolpaban para “hacer sus permutas con tejidos y peleterías” (García, 1810: 29 y siguientes).

¿Qué valor mercantil tenía la producción artesanal indígena? Hacia ١٨٠٠, un observador calculaba en ١٢٠.٠٠٠ pesos el giro anual del comercio indígena en Buenos Aires (Mandrini, ٢٠٠٨: ٢١). Entre ١٨٠٩ y ١٨٢١, salieron de Buenos Aires hacia Paraguay y Montevideo ٩٠.٠٠٠ mantas y ٢.٣٢٠ ponchos provenientes del mundo indígena independiente, sin contar el consumo de la ciudad y su campaña (Garavaglia y Wentzel, ١٩٨٩: ٢١٨). Si concediéramos que el consumo interno duplicaba el número reexportado, tendríamos que anualmente ingresaban a Buenos Aires ١٤.٠٠٠ ponchos y mantas “pampas”, lo cual representaría el ٢٠ por ciento del total de textiles “de la tierra”. Lamentablemente, Garavaglia y Wentzel desconocen su precio de venta, pero señalan que por su calidad los tejidos “pampas” tenían más valor que otros textiles regionales. Con fines especulativos, asignamos un precio promedio de 8 pesos41 a cada pieza textil “pampa” comercializada en Buenos Aires, lo que daría un valor anualizado de $113.000, acercándose a la cifra provista para el giro anual del comercio indígena, aunque solo ocupándonos de los tejidos y en número y valores que creemos inferiores a los que en realidad tuvieron. Para poner en contexto las cifras, quizás sirva saber que en 1814 las exportaciones de cueros, el más lucrativo negocio del momento, reportó una cifra de $1.654.911 anuales por la venta de 628.357 piezas (Rosal y Schmit, 1999: 86). Las mantas y ponchos “pampas” no solo representarían el 7 por ciento de ese valor, sino que por pieza triplican el precio de venta de los cueros. Veremos a continuación quiénes eran los actores de este lucrativo negocio.

El comercio interétnico

Los caciques del sudeste pampeano eran los principales artífices del comercio interétnico. Por su propia naturaleza, dada la conflictividad subyacente, la mediación de los caciques resultaba fundamental. El comercio interétnico era uno de los principales motivos de negociación entre indígenas e hispano-criollos; los tratados de paz de 1770, 1790 y 1826 contienen cláusulas explícitas de regulación de este comercio. Las partidas de comercio que viajaban a Buenos Aires tenían tanto un carácter mercantil como diplomático. En los primeros años a partir de 1770, los propios caciques encabezaban estas expediciones, hasta que una serie de prisiones practicadas por las autoridades coloniales (Guchu-lepe en 1772, Toroñan en 1774, Linco-Pagni en 1778, Cayupilqui en 1779) hizo que cada vez más rehusaran encabezar las embajadas comerciales.

Una vez en Buenos Aires, los caciques se entrevistaban directamente con el virrey, a quien extendían una arenga que tenía por objetivo asegurar la paz y obtener el regalo acostumbrado: “casaca azul, con vueltas y chupa encarnadas, y un sombrero y bastón de puño de plata” para los caciques, mientras que al resto de la comitiva se le daba “aguardiente y alguna friolera” (Azara, 1943: 116). La práctica del obsequio se volvió tan habitual que los indios la tomaron para sí, motivando que este particular fuera incluido en el tratado de 1790: “algunos Indios de los amigos que bajan a esta Capital a hacer sus tratos, se fingen Caciques, para obtener de esta Superioridad algún regalo, que suele hacerse a los que verdaderamente lo son”; en adelante, los caciques llevarían una contraseña escrita para identificarse42.

En cuanto a la regularidad de estas expediciones comerciales, los datos de la guardia de Chascomús indican que entre 1788 y 1802 se registró el paso de 23 partidas compuestas por “aucas” de Calpisqui y “pehuelches” del cacique Negro que pasaban a Buenos Aires a “expender sus efectos” (Galarza, 2012: 115). Por valioso que sea este dato, nos parece incompleto. Para un solo verano, el de 1778, se verificó la llegada a Buenos Aires de siete partidas comerciales compuestas de más de un centenar de varones y mujeres indígenas que decían responder a Lorenzo Calpisqui. Los “caciques capitanes” que las conducían se entrevistaron con el virrey, fueron agasajados y hospedados en la Casa de la Residencia y se “volvieron muy contentos por el buen trato” dispensado43. Además de la recepción oficial, desde principios de la década de 1770 existía en Buenos Aires una tienda y posada especializada en este comercio (la “Casa del Pampa”) a la que hacia 1790 se sumarían dos establecimientos más44, indicando cuán lucrativo era este negocio.

Por otro lado, el comercio interétnico podía desarrollarse en otros escenarios como el enclave de Carmen de Patagones, en las propias tolderías o durante las expediciones hispano-criollas a Salinas Grandes. En todos ellos, los caciques tuvieron una participación fundamental, habilitando o inhibiendo los tratos mercantiles, e incluso ejerciendo de intermediarios frente a otras parcialidades. Ya en la expedición de 1770 se señaló que “se hallaban seis españoles en los toldos de dicho [cacique] Flamenco (…) haciendo trato con yerba, tabaco y aguardiente” (Hernández, 1770: 49). En 1781, el comandante de Patagones informó que Lorenzo Calpisqui lo invitó a enviar gente a su toldería “con bastante aguardiente y bujerías para comprar ovejas, cabras [y] vacas” y se ofreció a acompañar a los cristianos a comprar caballos en las tolderías “rancacheles” de las Salinas “con los que ellos tienen amistad” (Luiz, 2005: 18). Las expediciones hispano-criollas a Salinas Grandes tenían aproximadamente una frecuencia bianual45. Al internarse en territorio indígena, los comandantes debían negociar con los caciques el paso de la expedición y el acceso a las salinas.

En la primavera de 1786, la expedición a Salinas partió de Luján con 253 carretas y más de 700 personas entre los peones encargados del transporte y la escolta miliciana. Antes de llegar a Salinas Grandes, en al menos diez oportunidades la expedición debió detenerse e incluso desviarse a pedido de lxs indígenas para permitir la realización de ferias improvisadas. En total, fueron más de 250 varones y mujeres indígenas quienes se acercaron a los campamentos de la expedición para vender productos artesanales tales como ponchos, mantas y riendas, pieles y plumeros. Según el comandante Manuel Pinazo, eximio conocedor de los asuntos indígenas, se trataba de la gente de los caciques Catuén, Lincon y Canupí. En varias oportunidades, los tratos se extendieron de un día para el otro y los indígenas compartieron con los cristianos campamentos y borracheras46.

Según el recuerdo retrospectivo de un participante anónimo de aquella expedición a Salinas de 1786, el primer cacique en presentarse fue Catruel (sic, por el diario de Pinazo sabemos que es la misma persona que Catuén, el “rancachel”), quien “fue para nosotros el arco iris que nos dio señal de bonanza en la expedición”. Luego de entrevistarse e intercambiar regalos con el comandante, se habilitaron los tratos interétnicos bajo la atenta mirada de Catruel:

A las nueve de la mañana hicimos alto, y en el resto de día, tratamos de comprar y vender, con sus acompañados, pero al ponerse el sol mandó el cacique [Catruel] a decirle al comandante que lo era D. Manuel Pinazo, que hiciera retirar su gente de entre los suyos, porque de noche no se hacía buen trato. (…) Y que mandase cuidar de sus caballos, que se quería divertir (era beber á su gusto, porque en todo el día no había probado licor alguno, á pesar de haberle mandado vino y aguardiente el comandante) (A. M., 1822: 2-3).

El éxito de la feria motivó que “desde aquel día no cesaron de concurrir de varias tolderías con efectos de trato, de suerte que era preciso parar un medio día cuando menos para despacharlos, antes de llegar a Salinas” (A. M., 1822: 2-3).

La importancia de la continuidad de los tratos diplomáticos y mercantiles para los caciques pampeanos quedó de manifiesto en la generosa oferta realizada al Cabildo de Buenos Aires en ocasión de la invasión inglesa de 1806. En aquel momento, el cacique Epumer, como “recién llegado” de Valdivia, junto a los caciques Errepuento y Turuñam de las Salinas y otros diez caciques pampeanos, ofrecieron hasta 10.000 “soldados” armados para repeler a “esos colorados que han querido tomar nuestras tierras” (RAZONAMIENTO, 1806: 49)47. Cuatro años después, frente a los rumores de que los “españoles” iban a poblar Guaminí, laguna del Monte y las Salinas, entre otros parajes, Epumer le expresó al coronel García que él “muy distante de oponerse, lo hallaba por conveniente, así por el comercio recíproco que tendrían, remediando sus necesidades, como por la seguridad de otras naciones que los perseguían (García, 1810: 797)48.

Sin embargo, las nuevas autoridades bonaerenses surgidas tras la Revolución de Mayo empezarían a mirar con recelo la práctica del comercio interétnico. El propio Pedro Andrés García tenía al respecto una visión pesimista49:

Es, pues, el franco comercio con la capital y frontera, fomentado casi por determinado número de hombres (…) piden permiso para ir a hacer sus rescates a los mismos toldos, y esto se hace llevando carretas cargadas de bebidas adulteradas (he seguido el rastro de ellas hasta las mismas tolderías) llevándoles cuchillos, sables y espadas, que he visto muchos de ellos de todas clases, del Rey y de particulares: uniformes de todos los regimientos de los últimos vestuarios, y ya he hallado entre ellos armas de fuego y el uso correspondiente (García, 1810: 788-789).

El doble filo de los tratos mercantiles se hace evidente para el gobierno nacido de la Revolución: “he aquí el mayor de los males”, reflexiona amargamente el coronel García, marcando un cambio de tónica respecto de los últimos años coloniales. Con todo, existían entre los bonaerenses otras voces menos pesimistas, aunque todavía solapadas. Resaltando el “alma noble” y “despejado entendimiento” de su Catruel, el informante anónimo de 1822 (solo firma “A. M.”) defendía una política de amistad con las parcialidades indígenas basada en el comercio y el pago de una compensación por el avance de la frontera, en contra de la línea dura demostrada por el gobierno bonaerense en aquel momento.

El poder de los caciques

El juicio tradicional vería en las estratagemas de los caciques para continuar el comercio interétnico una táctica de enriquecimiento personal a costa de los intereses grupales. Lo cierto es que los caciques del sudeste pampeano tenían que ganarse constantemente la adhesión de sus seguidores y mal podrían haber traicionado sus intereses. En 1770, el capitán Juan Antonio Hernández observó sobre los indios “aucas” y “pampas”:

No tienen subordinación a sus caciques, pues cuando quieren, dejan a uno y van a vivir con otro; y si el cacique emprende o tiene que hacer alguna empresa, a todos se lo comunica y cada uno da su parecer (Hernández, 1770: 60).

Además, la posición de los caciques era hereditaria, pero debía ser refrendada por las dotes personales de liderazgo. A fines del siglo XVIII, Félix de Azara señaló que “[a]unque los caciques o capitanes pampas heredan de su padre este empleo o dignidad, la pierden también si los indios encuentran otro que les dé pruebas de mayor talento, astucia y coraje” (Azara, 1943: 117).

Por otro lado, los caciques no disponían de tributos ni medios coercitivos para hacer valer sus decisiones. Los indios, decía Azara, “suelen hacer lo que el cacique les propone relativo a su seguridad, sin sufrir jamás que exija de ellos servicio ni tributo alguno, ni que los mande, reprenda ni castigue” (Azara, 1943: 117). Así, en 1786 un cacique propuso, para refrendar la paz con los cristianos, que “en caso de que algunos de sus Indios, viniesen [a] hacer daño unidos con los demás, siempre que fuesen cogidos los matasen porque él no podía remediarlo50. Por último, los caciques tampoco podían avanzar sobre los bienes o personas que fueran “propiedad” de sus seguidores. A propósito del rescate de personas cautivas en manos de los indios, el coronel Pedro Andrés García señaló que “los caciques en esta parte no podían determinar nada, porque hasta la violación de la propiedad de sus súbditos no llega su poder” (García, 1822: 105)51.

Sin duda, hay signos de enriquecimiento individual o familiar entre los grupos indígenas pampeanos. Félix de Azara, hablando de las mujeres “pampas”, señaló que “las casadas con indios ricos y sus hijos, se adornan más y con mejores prendas (…) [y] llevan las correas de la cabezada del caballo cubiertas de planchuelas de plata y los estribos y espuelas de este metal” (Azara, 1943: 116-117). Sin dudarlo, el marino vinculaba el exhibicionismo conspicuo y la desigualdad de riquezas a la idiosincrasia comerciante de estas “naciones”:

En ninguna otra nación silvestre he notado esta desigualdad en riquezas, ni semejante lujo en vestido y adornos; pero creo que en esto son lo mismo los aucas o araucanos (…). Quizás se distinguen en lo dicho, porque son las únicas naciones comerciantes (Azara, 1943: 117).

Sin embargo, las mismas normas del parentesco obligaban a la redistribución de la riqueza. En particular, dada la naturaleza de su autoridad, los caciques debían desplegar la mayor generosidad, compartiendo con los suyos el tabaco, las bebidas alcohólicas y las comidas:

El emborracharse es una de sus mayores felicidades, y los caciques dan el ejemplo: para esto observan una franqueza y generosidad muy particular. Un cacique no tomará sin la concurrencia de sus indios: es cosa muchas veces observada, que si no hay más que un cigarro, todos han de fumar de él, pasándole de mano en mano, y así con los comestibles, en cuanto se presente (García, 1810: 15).

La redistribución de las mercancías obtenidas mediante el comercio y la intermediación interétnica constituyen la piedra de toque del poder de los caciques. En 1810, Pedro Andrés García se vio acuciado por las solicitudes de los caciques, quienes no obstante podían estar habitados por sentimientos más egoístas:

Llegando a este punto, todo indio manifiesta su carácter: quiere que se le gratifique privadamente, ocultando de sus hermanos, padres e hijos, cualquiera cosa que se les dé, y con la misma eficacia pide para los demás, cuanto se ha dado para él, creciendo su empeño en pedir, cuanto crece el número de los dones.

Esta actitud poco altruista, lejos de ilustrar la desestructuración social, es explicada por el sistema socio-político del que formaban parte; con mucha claridad, el jefe de la expedición razonaba:

Yo creo que la razón de esta conducta se deriva, de que su autoridad entre los suyos es en razón de su generosidad: así he notado que todos piden al cacique cuanto tiene, con mucha franqueza; pero éstos se anticipan al dar antes que les pidan (García, 1810: 50)52.

Cual etnógrafo contemporáneo, el anónimo de 1822 destacaba las cualidades de los caciques para sustentar su propuesta de una política más benévola de avance de la frontera: “pude adquirir algunos conocimientos del carácter y conducta de aquellos naturales, su sencillez y viveza en el tratar, su generosidad interesada, su moderación, y animosidad, y más que todo gran meditación y pulso en sus resoluciones” (A. M., 1822: 2)53.

Palabras finales

A lo largo del artículo, caracterizamos la economía indígena del sudeste pampeano entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, y vinculamos los procesos de comercialización de excedentes a la construcción de poder de los caciques. Hacia 1770, más allá de las denominaciones étnicas dadas por las fuentes, diversos grupos se instalaron en las sierras del sudeste pampeano y en los médanos y lagunas encadenadas de la pampa centro-oriental hasta las Salinas Grandes. Estos grupos mantuvieron estrechos vínculos entre sí y sostuvieron el control del territorio con la incorporación de nuevos contingentes “araucanos” durante las primeras décadas del siglo XIX. Hemos intentado una primera estimación de la población de las tolderías no tanto para brindar cifras definitivas sino para dar cuenta de órdenes de magnitud, tanto globales como locales, que se asemejan a los de la población contemporánea de la jurisdicción de Buenos Aires. El posible crecimiento demográfico, si bien no clausura el debate, tendería a mostrar la capacidad de reproducción ampliada de la economía indígena. Estas fueron las condiciones estructurales en las que se desarrolló la participación mercantil indígena a partir de la producción de excedentes, el comercio interétnico y el consumo popular de mercancías.

Analizamos la estructura productiva del sudeste pampeano, distinguiendo una extensa ganadería, sofisticada en términos del lugar y de la época en cuanto a la calidad y diversidad de ganados y la infraestructura con la que contaba. La estrategia de subsistencia se complementaba con la explotación de recursos como la caza, la pesca y la recolección vegetal y mineral en nichos ecológicos diversos. La ganadería, además de proveer en forma directa a la subsistencia, brindaba materias primas para la producción artesanal de textiles y artículos de cuero. Hemos constatado la capacidad de las tolderías indígenas de generar excedentes comercializables y la aparente preferencia indígena por la comercialización de productos artesanales con un alto valor agregado por sobre la venta de ganado en pie, cueros o lana cruda.

A continuación, analizamos el comercio interétnico en la frontera de Buenos Aires con sus instancias formales y diplomáticas y aquellas más informales y cotidianas. Consideramos que el comercio, la diplomacia y la violencia colectiva (como realidad concreta o amenaza) constituyen un continuum de formas de vinculación interétnica que se intersectan entre sí, por lo que no puede hablarse de prácticas mercantiles neutras ni de diplomacia sin la amenaza de la guerra. Por lo tanto, para sostener este lucrativo comercio era fundamental la intermediación de los caciques, quienes además pudieron tener funciones organizativas en la producción y comercialización. Focalizando en este actor, vislumbramos que el compromiso de los caciques en la continuidad del comercio interétnico se vinculaba a sus necesidades políticas en una sociedad donde el prestigio y la generosidad eran los medios legítimos para construir poder. La “mano invisible” de los caciques se entrevé articulando actividades productivas, distribuyendo la población, organizando las expediciones comerciales, haciendo equilibrio entre las palabras de amistad y la amenaza velada, reuniendo voluntades, enriqueciéndose y redistribuyendo el bienestar material.

Retomando los planteos iniciales, creemos que la participación mercantil de las parcialidades del sudeste pampeano no puso en riesgo su capacidad de reproducción social ni hizo que la subsistencia dependiera de medios y recursos ajenos a su control. Más bien, consideramos que la participación mercantil estuvo políticamente motivada y que la conservación de los precarios equilibrios interétnicos que la sostenían pudo influir a largo plazo en las estrategias de los caciques frente a las autoridades estatales, algo que Juan Manuel de Rosas captaría a la perfección y de lo que sabría sacar provecho.

Fuentes

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AGN, IX, 1-7-4, Comandancia General de Fronteras, 22 de febrero de 1781, Declaración del cautivo Pedro Zamora.

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1 El análisis de Mandrini y Palermo se ve permeado por los estudios con inspiración en la Teoría de la Dependencia que, si bien destacan la participación mercantil indígena, sostienen que en última instancia provocó dependencia económica y desestructuración social.

2 Entendemos la participación mercantil indígena en un sentido muy amplio como el agenciamiento en las esferas de producción, circulación (intercambio, comercio, redistribución) y consumo de mercancías (Appadurai, 1991: 28-29). En el caso arauco-pampeano, la adquisición de mercancías no producidas por la sociedad indígena incluía prácticas como el saqueo, la diplomacia y el comercio. En este artículo se enfatizará el análisis de este último aspecto de las relaciones interétnicas.

3 Florencia Roulet (2016: 63 y siguientes) especifica el uso de estas categorías en las fronteras de Buenos Aires y Córdoba durante la segunda mitad del siglo XVIII.

4 Según la declaración de un ex cautivo, la conflagración se inició porque los “aucas” se negaron a atacar en forma conjunta la frontera de Buenos Aires pretextando que “se querían ir para su Tierra”. Ante esta respuesta, los tehuelches atacaron sorpresivamente a los “aucas” quienes, una vez repuestos, reunieron a todos sus caciques y derrotaron a los primeros. Archivo General de la Nación (Argentina), Sala IX (en adelante, AGN, IX), 28-9-2, Teniente de Rey, 3 de agosto de 1768.

5 Actual partido de Bahía Blanca.

6 Actuales partidos de Balcarce y Tornquist respectivamente, en el sur de la provincia de Buenos Aires. AGN, IX, 24-1-6, Guerra y Marina, 17 de noviembre de 1790.

7 AGN, IX-1-5-2, Comandancia de Fronteras, Salto, 21 de junio de 1774.

8 AGN, IX, 1-7-4, Comandancia General de Fronteras, 11 de septiembre de 1784. Declaración del indio auca Mateo.

9 AGN, IX, 30-1-1, Teniente de Rey, 6 de noviembre de 1781.

10 AGN, IX, 1-7-4, Comandancia General de Fronteras, 22 de febrero de 1781. Declaración del cautivo Pedro Zamora.

11 Declaración del ex cautivo Branco Xavier Díaz, 6 de febrero de 1784 (Mayo, 2002: 61).

12 AGN, IX, 1-7-4, Comandancia General de Fronteras, 11 de septiembre de 1784. Declaración del indio auca Mateo.

13 AGN, IX, 1-7-4, Comandancia General de Fronteras, 11 de septiembre de 1784. Declaración de Joseph Zampallo, indio criollo de la reducción de Magdalena.

14 AGN, IX, 30-1-1, Teniente de Rey, 1 de mayo de 1781. Declaración del ex cautivo Marcos Gómez.

15 AGN, IX, 1-7-4, Comandancia General de Fronteras, 19 de agosto de 1784. Declaración del ex cautivo Atanasio Vicente Salazar.

16 Declaración del cautivo Blas Pedrosa, diciembre de 1786 (Mayo, 2002: 64 y siguientes).

17 Además, mencionan doce caciques pehuenches que habitaban el Chadileuvú, de los que sólo aclaran que “tienen mayor número [de indios] que los anteriores”. Por ejemplo, la toldería del cacique Panemanqué contaba con sesenta indios (De las Casas, 1779: 201).

18 Un ejemplo de que los “indios” no representan el total de población es cuando la expedición invade una toldería de 22 “indios” y anotan que lograron capturar 42 “piezas de chusma” (De las Casas, 1779: 196).

19 Las observaciones de Azara fueron hechas entre finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, si bien la publicación de su obra fue póstuma (la primera edición data de 1847). El énfasis es nuestro.

20 Los toldos son más visibles y fáciles de contabilizar que las personas, y presentan menos ambigüedades cuando son consignados en las fuentes.

21 El énfasis es nuestro.

22 AGN, IX, 1-7-4, Comandancia General de Fronteras, 23 de noviembre de 1781.

23 A propósito de este número, se dio un divertido intercambio entre el ex cautivo Diego Núñez y su entrevistador. Preguntado el primero cuántos eran los indios que atacaron Luján, respondió que “en su juicio serían como tres mil Indios, y que no tiene duda, por haberlo comunicado con dos Indios Ladinos”. Pero el entrevistador, incrédulo ante semejante magnitud, le cuestiona si sabe cuántos cientos hacen un millar, a lo que el ex cautivo, ofuscado, responde “Que diez cientos, y que por eso se hace cargo serían treinta cientos” (Mayo, 2002: 54).

24 García los consigna no como “indios” sino indistintamente como “hombres en estado de hacer la guerra”, “hombres capaces de tomar armas” o sencillamente “hombres”.

25 Entre 1811 y 1822, contingentes huilliches desalojaron a los tehuelches de las desembocaduras de los ríos Colorado y Negro y la isla de Choele Choel (Villar y Jiménez, 2003: 141 y siguientes).

26 Por cada varón en condiciones de pelear, hay que considerar a su esposa o esposas, hijxs menores, ancianxs y cautivxs. La proporción de un guerrero cada cuatro habitantes hubiera puesto en riesgo la reproducción simple de la población. En sociedades occidentales con alta movilización militar, como las Provincias Unidas de Sudamérica durante las guerras de independencia o los Estados Unidos durante las guerras civiles, la tasa de militarización no sobrepasaba el 40 por ciento de la población masculina adulta (Rabinovich, 2012).

27 Miguel Ángel Palermo vaticinaba una curva creciente de población, dado que la innovación agropecuaria permitió complementar los recursos tradicionales obtenidos de la caza, la recolección y la pesca (1988: 49). Estudios recientes son menos optimistas al respecto, señalando la insidiosa presencia de la viruela y el emprendimiento de matanzas por parte de la sociedad colonial, mermas que se suman a las provocadas por las guerras fratricidas (Alioto et al., 2018).

28 AGN, IX, 30-1-1, Teniente de Rey, 18 de septiembre de 1781.

29 AGN, IX, 30-1-1, Teniente de Rey, 6 de noviembre de 1781.

30 Declaración del cautivo Blas Pedrosa, diciembre de 1786 (Mayo, 2002: 67).

31 AGN, IX, 1-7-4, Comandancia General de Fronteras, 28 de octubre de 1780. Declaración del ex cautivo Mateo Funes.

32 AGN, IX, 30-1-1, Teniente de Rey, 3 de mayo de 1781. Declaración del ex cautivo Francisco Ovejero.

33 AGN, IX, 24-1-6, Guerra y Marina, 13 de noviembre de 1790. El énfasis es nuestro.

34 El énfasis es nuestro.

35 Declaración del cautivo Blas Pedrosa, diciembre de 1786 (Mayo, 2002: 69).

36 Declaración del cautivo Branco Xavier Díaz, febrero de 1784 (Mayo, 2002: 62).

37 Vestidos o mantas formados con pieles cosidas.

38 Declaración del cautivo Blas Pedrosa, diciembre de 1786 (Mayo, 2002: 69).

39 El énfasis es nuestro.

40 AGN, IX, 1-7-4, Comandancia General de Fronteras, 18 de octubre de 1784.

41 Durante la expedición de 1810, el comandante tuvo que pagar ocho pesos por una manta robada por uno de sus peones a un indio ebrio (García, 1810: 57). Creemos que esta cifra está subvaluada, ya que el monto compensado al indio era por una manta usada. El precio de venta de los ponchos santiagueños, de menor valor, oscilaba entre los 3 y 12 pesos.

42 AGN, IX, 24-1-6, Guerra y Marina, 17 de noviembre de 1790.

43 AGN, IX, 30-1-1, Teniente de Rey, varios documentos entre enero y abril de 1778.

44 Archivo General de Simancas, Secretaría de Guerra, Leg. 6812, Exp. 5 (“Manuel Izquierdo. Comercio indios”).

45 Entre 1716 y 1810 se registraron 48 expediciones a las Salinas Grandes (Taruselli, 2006).

46 AGN, IX, 19-3-5, Archivo del Cabildo, 1786. Diario de la expedición a Salinas comandada por Manuel Pinazo.

47 Énfasis en el original.

48 El énfasis es nuestro.

49 Sobre la figura de Pedro Andrés García y la evolución del pensamiento de las autoridades bonaerenses sobre la frontera en la década de 1810, cfr. Roulet, 2015.

50 AGN, IX, 19-3-5, Archivo del Cabildo, 1786. Diario de la expedición a Salinas comandada por Manuel Pinazo. El énfasis es nuestro.

51 El énfasis es nuestro.

52 El énfasis es nuestro.

53 El énfasis es nuestro.