El coleccionismo privado y los documentos del período colonial rioplatense: el caso de las expediciones a Salinas Grandes

Natalia Soledad Salerno*

Cuadernos del Sur - Historia 47, 63-81 (2018), E-ISSN 2362-2997

En este trabajo abordaremos uno de los principales obstáculos con los que se enfrentan los historiadores a la hora de trabajar con fuentes correspondientes al período colonial: el de la dispersión geográfica de los documentos. Lo que nos proponemos particularmente es determinar qué roles cumplieron en el mencionado proceso tanto las operaciones comerciales de compra-venta de este tipo de fuentes como la creación de colecciones privadas. Esto se realizará a la luz del análisis del caso representado por los documentos —diarios de viaje, relaciones de novedades y cartas— efectuados en el marco de las expediciones a Salinas Grandes.

Palabras clave

América hispana

Historiadores

Archivo

Fecha de recepción

10 de abril de 2020

Aceptado para su publicación

15 de julio de 2020

* UNS/CONICET. Correo electrónico: nati_salerno@hotmail.com

Resumen

The purpose of this article is to analyze one of the main obstacles that historians face when working with sources regarding the colonial period: the geographical dispersion of historical documentation. This factor was found to be closely associated, among other things, with commercial operations of document sales and the creation of private collections. This work will be done based on the case of the documents made during the expeditions to Salinas Grandes.

Keywords

Hispanic America

Historians

Archive

Abstract

63-81

Do

Las expediciones a Salinas Grandes y sus documentos

Las Salinas Grandes, ubicadas al este de la actual provincia de La Pampa, constituyeron una importante fuente de abastecimiento de sal, recurso de gran relevancia para los vecinos de la ciudad, por lo que fue un deber del Cabildo de Buenos Aires satisfacer su demanda y evitar así su escasez (Taruselli, 2005). Este sitio contaba con una particularidad: estaba situado en pleno territorio indígena, por lo que llevar a cabo dicha tarea era una cuestión sumamente compleja que requería intensa planificación y una importante movilización de recursos y personas.

Estas expediciones se realizaron con una frecuencia que podía variar en función de la concurrencia de distintos factores: la disponibilidad de recursos para financiarlas; la asistencia de un número suficiente de carretas, animales y personas (peones, milicianos y blandengues —estos últimos destinados a la custodia del convoy—); las cuestiones climáticas (inundaciones o sequías que hacían intransitable el camino o dificultosa la provisión de recursos); los ciclos del trabajo rural; los conflictos interétnicos que se estuvieran dirimiendo al momento de planificar o emprender el viaje; entre otros (Taruselli, 2006; Nacuzzi, 2013).

El itinerario seguido por las carretas —la ruta que conducía a Salinas era frecuentemente la misma (Martínez Sierra, 1975)— y los lugares en los que se montaban los campamentos mientras duraba la recolección de la sal constituyeron escenarios de variadas interacciones entre hispano-criollos e indígenas. Pero no solo se trataba de obtener el producto, sino que, al mismo tiempo, se procuraba entrar en contacto con los caciques locales para establecer intercambios y negociaciones, llevar a cabo actividades de inteligencia y rescatar cautivos. Estos intereses, compartidos por los grupos indígenas, daban lugar a jornadas de intensa actividad registradas en diarios, relaciones y cartas.

El período bajo nuestro estudio comienza en 1778, año en el que se efectuó el último viaje a Salinas antes de que iniciara un ciclo de intenso conflicto interétnico. Las decisiones políticas destinadas a fortalecer la presencia hispano-criolla e imponer la paz en la región a menudo no fueron las adecuadas y su ejecución generó un resultado paradojal. La violencia interétnica estimulada por las pretensiones de disciplinamiento de los oficiales reales y la incidencia de la lógica indígena de la reparación de los daños producidos por aquella hizo crecer el problema en vez de reducirlo (Mandrini, 1997; Villar, 2012). Una serie de incursiones y contra-incursiones recíprocas protagonizadas por todos los participantes de la vinculación fronteriza, en particular durante los años de la década de 1780, constituyeron uno de los momentos más álgidos coincidente con el que ocupa nuestro actual interés. Ante la imposibilidad de lograr una salida militar al conflicto, debido a que la guerra demostró ser muy onerosa y además no brindó los resultados esperados, se hizo imperioso para los funcionarios coloniales generar un cambio, por lo que volvió a entrar en escena la diplomacia (Weber, 2007), que empezó a materializarse en 1784 (Levaggi, 2000; Jiménez, 2005; Carlón, 2014). Esto se tradujo en el comienzo de una nueva era de paz en la región, que permitió el restablecimiento de las relaciones comerciales entre ambas sociedades (Crivelli Montero, 1991), pudiéndose reanudar en 1786 los viajes a Salinas que habían sido interrumpidos por siete años.

Rastrear la ubicación de los documentos producidos en el marco de estas expediciones es de suma relevancia para reconstruir los sucesos acaecidos en cada una de ellas. Durante el proceso de búsqueda advertimos la ausencia de ciertas fuentes en sitios donde suponíamos que debíamos encontrarlas, lo que nos llevó a plantearnos el interrogante que trataremos de dar respuesta a continuación: ¿qué pudo haber sucedido con estos documentos? Es por ello que buscaremos analizar uno de los principales obstáculos con los que se enfrentan los historiadores a la hora de trabajar con fuentes coloniales: el de la dispersión geográfica de la documentación histórica. Dentro de las múltiples causales de esta fragmentariedad nos proponemos abordar específicamente dos de ellas y determinar qué roles cumplieron en el mencionado proceso. Ambas son, las operaciones comerciales de compra-venta de este tipo de fuentes y la creación de colecciones privadas.

Para tener la certeza acerca de cuáles fueron las expediciones que se llevaron adelante durante el período de nuestro interés revisamos las Actas del Cabildo de Buenos Aires, donde se registraron todas las diligencias relacionadas con cada uno de los viajes que se emprendieron. Es así como pudimos determinar que se realizaron expediciones en los siguientes años: 1778, 1786, 1787, 1788, 1790, 1791, 1793, 1798, 1800 (dos viajes), 1803, 1804, 1805, 1808 y 1810. Situamos el límite temporal de nuestra búsqueda en 1810, momento en el que se inician las guerras de la independencia.

Durante nuestras visitas al Archivo General de la Nación Argentina —en adelante AGN— persiguiendo el propósito de tener acceso a la documentación disponible acerca de aquellas expediciones, revisamos un total de 70 legajos, correspondientes a diferentes fondos. A partir de ellos elaboramos una base de datos, que nos permitió orientar nuestra búsqueda, cruzar información y dar cuenta de la ausencia de ciertas fuentes como así también de los indicios que refieren a la existencia de las mismas.

Los diarios de las expediciones

Como adelantamos, en el transcurso de nuestra búsqueda advertimos la falta de ciertas fuentes en sitios donde suponíamos que debíamos encontrarlas. Esto sucedió principalmente con los diarios de las expediciones que cada comandante debía redactar registrando los pormenores acontecidos día tras día, para luego, a su regreso, entregar a las autoridades coloniales, quienes se mostraron sumamente interesadas por tener acceso a estos documentos. Lo acontecido en la expedición de 1793 es una clara muestra de esta situación. El 22 de diciembre, Miguel Tejedor informó al Virrey Arredondo que acababa de llegar a la Frontera de Luján con los integrantes de la expedición a Salinas, de la que tuvo que hacerse cargo en las inmediaciones del paraje Cabeza de Buey al separarse de ella por hallarse gravemente enfermo el comandante Balcarce, quien finalmente falleció el 14 de dicho mes1. Como respuesta a esta misiva, el día 24, Arredondo le solicitó “que por conducto de su actual Comand.te D.n Nicolas de la Quintana, me remita Vmd. Copia del diario, q.e haya llevado el difunto Theniente Coronel D.n Francisco Balcarce, en el viaje de dicha Expedición para noticia de esta superioridad”2.

Como resultado de nuestro rastreo, solo hemos dado con el paradero de tres diarios. El de 1786 (AGN, IX, 19-3-5); el de 1787 (AGN, IX, 1-5-3) y el de 1788 (AGN, IX, 13-8-17), todos ellos comandados por Manuel Pinazo. Pero si en un contexto tan dramático como el descrito anteriormente, las autoridades reclamaron de forma inmediata el envío del diario, esta situación sin lugar a dudas debió replicarse en cada una de las expediciones realizadas.

Cartas e indicios acerca de la existencia de los diarios

Además de los diarios, los comandantes solían enviar un oficio a Buenos Aires para informar su retorno, generalmente desde la laguna Cabeza de Buey o desde las proximidades a este paraje, en el que adelantaban algún suceso de relevancia o bien anunciaban de manera sintética los sucesos acaecidos durante la travesía, como fue el caso del comandante Pinazo, quien el 23 de noviembre de 1787, a pocos días de arribar a la frontera de Luján, manifestó lo siguiente:

Doy parte a VE de aber regresado a este paraje distante dos leguas de la Cabesa del Buey cortada, Felicidad en quanto no haver tenido nobedad alguna por parte de los Yndios antes si, emos conserbado una buena armonía pues han concurrido a nuestro campamento en dibersas hocasiones los casiques Catuen, Cañeupi, Guenquene, Curritipay, Canebayon, Anteman, Epuhurre, y los hijos de Caruan, y Cayuman, conporcion considerable de Yndios, è Yndias solo el Casique Lorenso no ha concurrido estando ynmediato al camino pero ami regreso en la Laguna del Tigre llego una de sus Mugeres embiada de èl con las àrengas que ellos usan. Con esta, y demas Casiques hetrado largamente en à sumpto a los Cautibos y Cautibas que tienen, y todos àn quedado en bajarlas a esa Ciudad ala disposicion de VE3.

Un mes después, el 24 de diciembre, volvió a enviar Pinazo una carta al Marqués de Loreto, esta vez desde Buenos Aires, en la que informaba que ponía a su disposición el diario de la expedición:

Pongo en manos de V.E. el adjunto diario de la Expedición a Salinas, y suplico a V.E. se sirva recivirle con la misma venignidad, que el de la expedición del año próximo pasado, y honrarme con igual aprobación, a la que se sirvio V.E. dispensarme entonces4.

Es precisamente en estos oficios donde encontramos, en más de una oportunidad, alusiones a los diarios. Con respecto al viaje citado de 1787, hemos llegado a dar con él, pero no sucedió lo mismo con otras expediciones, como podemos apreciarlo en el caso del viaje de 1791, del que no hemos hallado el diario, pero sí referencias concretas sobre la existencia del mismo:

El 21 del Corriente a las 7 de la mañana he logrado el regreso de la presente expedicion de Salinas que V.E. se ha dignado conferir a mi cuidado a este punto de la Laguna de la Cabeza del Buey con toda felicidad. No importuno la atención de V.E. en esta ocasión por lo respectivo a los pormenores que se han tenido con los Caciques que abitan estas bastas Pampas; como asi de los christianos cautivos que se han redimido de estos infieles, lo que berificare a mi llegada a esta capital presentando a V.E. el diario de todo lo acaecido, y maniobrado en esta expedicion5.

Relaciones de novedades

A partir de la expedición de 1793 advertimos que algunos comandantes, tales como Francisco Balcarce (1793), Nicolás de la Quintana (1798; 1804) y Antonio de Olavarría (1800), notificaron en la correspondencia enviada desde Cabeza de Buey el envío de una relación con las novedades ocurridas durante sus respectivos viajes —que no superaron, en los casos documentados, las dos o tres fojas—, en las que relataron los acontecimientos más relevantes, procedimiento que no fue llevado a cabo por los comandantes de las expediciones que se efectuaron con anterioridad a dicho año —Manuel Pinazo (1778, 1786, 1787, 1788) y Juan Antonio Hernández (1790 y 1791)—. La cuestión planteada nos llevó a pensar que quizás estos manuscritos pudieron haber constituido una nueva forma de comunicar los pormenores de las travesías, mucho más breve y concisa que la manera habitual representada por la escritura de extensos diarios con detalles minuciosos del día a día, o que tal vez su redacción respondiera simplemente a una costumbre propia y exclusiva de los nuevos comandantes. Veamos algunos ejemplos:

Año

Oficios que refieren a las relaciones de novedades

1793

He llegado a este parage de la cabeza del Buey (…) por la Relacion adjunta, se enterara VE de las novedades ocurridas hasta el dia de la fha (AGN, IX, 1-4-2).

1798

El Comand.te de Frontera D.n Nicolas de la Quintana. Avisa haber arribado en la tarde del dia anterior a este paraje de regreso de la expedici.n a Salinas, y incluye relac.n de las novedades q.e han ocurrido: instruye de la felicidad con q.e se han comportado los Indios (AGN, IX, 1-4-2).

1800

Acavo de arribar a este parage con la expedicon que se digno V.E. confiarme sin haber experimentado asta a hora otras novedades que las comprehendidas en la relación que adjunto a V.E. (AGN, IX, 1-4-2).

1804

En la tarde de ayer arribe â esa Laguna de regreso de la de Salinas con la Expedicion q.e VE se digno confiarme (…) cuias noticias y las q.e expresa la adjunta relación, doy a VE para los fines q.e fueren de su supe.or agrado (AGN, IX, 1-4-2).

En ninguno de los oficios citados anteriormente se hizo alusión alguna a la existencia de los diarios, cuestión que contribuyó a reforzar nuestra presunción de que a partir de 1793 fueron reemplazados por las llamadas relaciones de novedades, lo que explicaría también la ausencia de los mismos en los archivos. Pero otro legajo de AGN reveló una carta que echó por tierra esta suposición. En la misma, el Virrey Arredondo solicitó al Capitán Tejedor, quien había quedado a cargo de la expedición de 1793 en reemplazo del comandante Balcarce, que le enviara el diario del viaje de dicho año6. Por lo que, en 1793 se redactó no solo una relación sino también un diario.

En resumen, teniendo presente el celo que las autoridades coloniales demostraron tener por estos informes es muy improbable que en algunas expediciones, de las que no localizamos tan preciada documentación, los comandantes no hayan escrito su correspondiente diario. Sumado a esto, hemos documentado que las referencias sobre la existencia de estas fuentes existen y pueden ser comprobadas, aunque aún no han sido halladas. Ahora bien, en posesión de todas estas evidencias resta preguntarnos: ¿qué sucedió con ellos?

El hecho de que no pudiéramos encontrarlos pudo deberse a una multiplicidad de factores:

En definitiva, no todo lo que se escribió se conservó y no todo lo que se conservó llegó hasta nosotros por razones que en muchas ocasiones desconocemos, pero que no necesariamente están exentas de aquellas fronteras de poder que mencionó Trouillot.

La dispersión geográfica de los documentos y el coleccionismo privado

Si los documentos buscados no se extraviaron al tiempo de ser escritos, si lograron resistir el paso del tiempo y no fueron destruidos, una de las respuestas al interrogante planteado con anterioridad puede estar relacionada con la dispersión geográfica de los documentos.

Lo más usual era que se confeccionaran varias copias de los manuscritos originales —según lo estipulaban las reglas de la administración, estas debían hacerse por triplicado (Podgorny, 2011: 33)—, y al menos uno de los documentos debía ser remitido a España, quedando los restantes en posesión de las colonias. Pero, contrariamente a lo presumible, existen cartas, diarios, planos, en los que se hace referencia a las expediciones a Salinas, no solo en Argentina y en España, sino también en Brasil, Inglaterra y Francia.

Una de las causas más frecuentes de esta dispersión de los documentos está estrechamente vinculada a las operaciones comerciales de venta de documentación histórica y a la creación de colecciones privadas. La desintegración del orden colonial y los años que siguieron a la independencia contribuyeron con esta dispersión debido al hecho de que muchos funcionarios de la corona española conservaron en sus manos fuentes coloniales que pasaron a ser de su propiedad, siendo atesorados como una inversión y posteriormente, en muchas ocasiones, vendidos (Podgorny, 2011).

A continuación, haremos referencia a tres colecciones —la de Pedro De Ángelis, la de Carlos Casavalle y la de Felipe Bauzá—, en las que puede vislumbrarse esta problemática y que además contienen fuentes referidas a Salinas Grandes.

La Colección De Ángelis

Los papeles relativos a Salinas contenían información de gran valor, y esto fue percibido por aquellas personalidades que tenían un interés particular por la historia, que se dedicaban a coleccionar o a publicar transcripciones de los documentos originales, y que gozaron de cierta fama e influencia. Sin dudas, una de ellas fue Pedro De Ángelis.

Nacido en Nápoles en 1784, llegó al Río de la Plata en 1826, siendo empleado a su llegada para la redacción de dos diarios (Sabor, 1995: 20). Tras la caída del gobierno de Rivadavia, se dedicó a la docencia, hasta que en 1829 logró reiniciar sus actividades periodísticas. Culminó su carrera siendo editor responsable de una publicación adepta al gobierno de Rosas, que perduró hasta diciembre de 1851 (Mercado, 2013).

En el Río de la Plata, durante la segunda mitad del siglo XIX y los primeros años del XX la investigación histórica era desarrollada por historiadores y escritores al interior de círculos privados (Buchbinder, 1996: 60-61). La mayoría de ellos eran dueños de grandes bibliotecas y amplias colecciones de documentos. La estrecha vinculación entre estas personalidades permitió la creación de una red —de la que el propio De Ángelis fue parte— a través de la cual se produjeron intercambios, incluso más allá de las fronteras nacionales, de invaluable documentación que versaba sobre innumerables temáticas.

Durante su permanencia en el Río de la Plata, conformó una vasta colección de documentos históricos a través de diversas formas: compra, canje, donaciones, existiendo serias dudas con respecto a otros “medios oscuros” a través de los cuales pudo adquirir ciertas secciones de su colección (Sabor, 1995: 160-161), aunque este último punto generó controversias entre distintos investigadores. Mientras que Ruggeri (2009: 21-22) habló de una leyenda negra, “y casi con seguridad falsa”, que opacó su figura ya que afirmaba que había obtenido los documentos mediante el robo; varios investigadores siguieron la línea planteada por Sabor. Buchbinder (1996: 71 y siguientes) expresó que “al parecer (…) poseía papeles que habría hurtado de la Biblioteca Pública y del Archivo Público de la Provincia”, y también hallado en colecciones privadas de Buenos Aires; mientras que Crespo (2008: 303) aludió también, entre otras cosas —tales como compra a libreros y a particulares, trueques con instituciones, copias de documentos y regalos recibidos—, a “transacciones dudosas y sustracciones a los archivos públicos”; al igual que Graves (2011: s/p), quien manifestó que este periodista para acumular documentos “apeló a todo” y “también al robo”. Años antes, Pillado Ford (1950: 156) había manifestado su opinión sobre este delicado asunto y se refirió a él de la siguiente manera:

su afición a los documentos lo llevaron a explorar la fuente máxima que creara Rivadavia durante la administración de Rodríguez, aprovechando el momento en que sus deseos no serían resistidos. Así pues con el pretexto de continuar el bosquejo de “los últimos acontecimien.tos de la repub.ca” (…) el 6 de junio [1827] solicita la autorización necesaria para consultar los fondos existentes en el Archivo General, a lo que se accede autorizándolo a revisarlos dentro del mismo local.

Por su parte, Furlong, en relación a la sustracción de documentos del Archivo de la Provincia perpetrada por De Ángelis, se refirió a su accionar justificándolo al afirmar que: “Como por otra parte dicho Archivo estuvo durante muchos años en un lamentable abandono, era tal vez hasta obra beneficiosa la realizada por el escritor italiano, ya que no hurtaba sino que ‘salvaba’” (1963: 36).

Lo cierto es que, para mediados del siglo XIX, ya algunas personalidades contemporáneas al napolitano tenían la certeza de que los medios utilizados para hacerse de su colección no habían sido del todo honestos. En 1853, Bartolomé Mitre manifestó, en una carta dirigida a Andrés Lamas, que se encontraba registrando el Archivo de la Provincia de Buenos Aires, el cual estaba “completamente desorganizado y robado en parte por De Ángelis” (Buchbinder, 1996: 71).

¿Pero de qué manera pudo acceder y disponer a discreción del acervo documental de este repositorio? La respuesta es sencilla: durante el período 1835-1852 De Ángelis estuvo a cargo de la administración del Archivo de la Provincia —institución que se formó luego de la reunión de toda la documentación producida por la administración española en el Río de la Plata—, el cual, tras la federalización de Buenos Aires en 1884, pasaría a ser conocido como Archivo General de la Nación. Tras su salida, el Archivo había quedado en un estado crítico reconocido por el mismo ministro de Gobierno, Valentín Alsina, quien le manifestó al archivero Mariano Vega —restituido en su cargo luego de la caída de Rosas ya que había sido exonerado por este en 1835—, que el gobierno estaba al corriente de que allí se habían cometido “desórdenes y sustracciones considerables” (Furlong, 1963: 37).

Basándose en la transcripción de una selección de documentos, De Ángelis pudo publicar en 1836 su Colección de Obras y Documentos relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata (en adelante COD), que fue el foco de adulaciones y de fervientes críticas.

Finalmente, los avatares de su situación económica —siendo determinante la pérdida de su respaldo político tras la batalla de Caseros—, lo llevaron a tomar la decisión de vender tan preciada colección, operación que demandó diez años de negociaciones para que pudiera concretarse y de varias gestiones comerciales. Teniendo presente las investigaciones de Sabor (1995: 178 y siguientes) en relación con este asunto podemos sintetizar dichas gestiones en tres etapas.

La primera fue efectuada en 1846 y partió de un ofrecimiento efectuado por De Ángelis al gobierno de Brasil, quien se negó a comprarla. La segunda la llevó adelante con Urquiza entre los años 1849 y 1850, en un intento del general de trasladar la biblioteca a Entre Ríos para que formara parte del Colegio del Uruguay. El fracaso de las negociaciones no está del todo claro debido a la pérdida de la mayor parte de la correspondencia. La tercera gestión de venta se inició en 1853 y fue efectuada nuevamente con Brasil, finalizando en 1854 de forma exitosa. La colección que vendió al país vecino y que hoy se encuentra en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro —en adelante BNRJ—, cuenta con “2785 libros y folletos impresos y 1291 documentos manuscritos y mapas” (Zabala, 2016: 50).

De todos modos, se sabe que antes de concretar la venta de su biblioteca sustrajo algunos documentos que fueron vendidos a varias personalidades de Buenos Aires como Bartolomé Mitre y Juan María Gutiérrez, por mencionar algunos. Por su parte, el AGN también dispone de un fondo que lleva su nombre, aunque no existen datos acerca de la fecha de ingreso del mismo, y contiene fundamentalmente su producción literaria, cartas personales, la documentación que elaboró en tanto funcionario público y algunos documentos que integraban la colección que reunió mientras se desempeñaba como archivero del Estado bajo el período rosista (Zabala, 2016).

Dentro del conjunto documental vendido se encontraban fuentes de algunas de las expediciones efectuadas a Salinas. La historiadora Lidia Nacuzzi, en 2008, revisó la Colección De Ángelis en la BNRJ, localizando allí varias piezas documentales, como un diario de la expedición de 1778 de Baygorri de la Fuente8; un diario sin firma, también del mismo año que el anterior, atribuido por De Ángelis en su catálogo a Sardens9; y el de Terrada de 180810 (Nacuzzi, 2013).

Integrando la colección del vecino país también se encuentra el diario que fuera escrito por Pablo Zizur, durante la expedición comandada por Pinazo en 178611, con el propósito de realizar un reconocimiento y levantar un plano topográfico de los territorios donde se encontraban emplazadas las Salinas. Este diario cuenta con una serie de particularidades: se conserva de manera incompleta, ya que le faltan numerosas fojas; no fue registrado en el listado que confeccionó De Ángelis de todos los manuscritos que se encontraban en su poder antes de concretar las operaciones de venta y por ende tampoco figura en el catálogo de la BNRJ —institución que respetó la catalogación original efectuada por el periodista—; y fue archivado a continuación de un diario de 1781, también escrito por este piloto durante su viaje a la Costa Patagónica. A su vez, los tres mapas que elaboró durante el transcurso del viaje a la laguna de la sal, y que complementaban la información provista por el diario, también integran esta colección12. Afortunadamente, todos los documentos y mapas mencionados se encuentran digitalizados y disponibles para su consulta en el repositorio digital de la BNRJ. Asimismo, una de las copias originales del diario de Zizur de 1786 se encuentra resguardada en el Archivo General de Indias —en adelante AGI—13 y, por último, una versión del diario de dicho viaje fue editada y publicada por De Ángelis en la COD.

La Colección Carlos Casavalle

De Ángelis publicó en la COD una versión del diario que Pedro Andrés García había escrito durante la expedición de 1810, pero para nuestra sorpresa el manuscrito de este comandante no figura en su catálogo de documentos. Lógicamente, para poder transcribirlo y posteriormente publicarlo, tuvo que tener en algún momento una copia entre sus manos. La razón por la que no integró su listado personal pudo estar relacionada con múltiples factores: que se encontrara bajo la custodia de un repositorio público en el que lo consultó para hacer su transcripción; que fuera de su propiedad y lo vendió antes de elaborar el listado; o bien que esta fuente no le perteneciera, pero sí quizás a una persona allegada a la que le solicitó el préstamo temporario de dicho documento. Estas dos últimas presunciones motivaron nuestra búsqueda en la sala VII de AGN, donde se resguardan documentos correspondientes a colecciones privadas. Para nuestra sorpresa, el enigma se resolvió rápidamente: el manuscrito de García forma parte de la Colección Carlos Casavalle14.

Casavalle (1826-1905) se destacó como editor, compilador y bibliófilo. Fue el dueño de la Imprenta y Librería de Mayo y, a través de ella, estableció contactos con los escritores de historia americana y argentina más prestigiosos de la época, quienes le confiaban sus obras para imprimir. Su trabajo le permitió crear su propia colección de autógrafos —la cual llegó a contar con alrededor de 4700 piezas (Buchbinder, 1996)—, que creció a la luz de esas relaciones, ya que con frecuencia le fueron obsequiados en reconocimiento por sus labores algún que otro manuscrito, siendo esto “la más clara representación del poder simbólico acumulado por su comercio” (Pastormerlo, 2005: 8). Personalidades como Juan María Gutiérrez, Esteban Echeverría y Bartolomé Mitre, con quienes mantuvo vínculos literarios e incluso de amistad, fueron algunos de los que contribuyeron a engrosar la colección de quien albergaba el anhelo de dejarla como legado a su propia familia.

El fondo en su totalidad no se encuentra en AGN debido a que, al momento de adquirirlo el gobierno nacional, en la casa de remates Ungaro y Barbará, ya había sufrido desmembraciones por diversas ventas parciales. Algunos documentos que pertenecían a uruguayos fueron adquiridos en dicha casa comercial por Uruguay y se encuentran conservados actualmente en el Archivo Nacional de ese país (Swiderski, 1996).

La Colección Bauzá

Una situación análoga a la acontecida con los planos de Zizur ocurrió con la “Carta esférica de la parte interior de la América Meridional”, realizada a partir de las observaciones que hicieron, en el año 1794, José de Espinosa y Felipe Bauzá, oficiales de la Real Armada, para marcar el camino que conducía desde Valparaíso a Buenos Aires15. En la misma, se dejó plasmada la ruta que conducía a Salinas basándose, como dejaron constancia sus mismos autores, en el camino que había hecho el Capitán de Fragata Fernando de la Sota desde la Frontera de Luján hasta la laguna de la sal, siendo la primera vez que hallamos en una obra cartográfica una referencia hacia este militar en vinculación con la ruta salinera, de ahí su relevancia.

Esta carta forma parte del patrimonio del Departamento de Manuscritos de la Biblioteca Británica16, que posee material relativo a la historia de España y sus colonias, incluyendo una de las más grandes colecciones de mapas y papeles oficiales sobre la América colonial fuera de la península ibérica, conocida como la Colección Bauzá. También se encuentra disponible en versiones digitalizadas en la Biblioteca Digital Hispánica17, en la BNRJ18, en la Biblioteca Nacional Digital de Chile19 y en el repositorio online de la Biblioteca Nacional de Francia (Gallica)20. Por último, el Museo Mitre21 también dispone entre su acervo documental de una copia de la misma.

Ante lo expuesto cabe preguntarse, ¿cómo obtuvo Bauzá los documentos que integran la colección que lleva su nombre en la Biblioteca Británica? Sabemos que este hombre nacido en Palma de Mallorca fue nombrado, en 1797, jefe adjunto de la Dirección de Hidrografía española que se encontraba en ese entonces bajo la dirección de Espinosa y Tello, a quien sucedió en 1815. Desde 1801, se dedicó a adquirir materiales de diversos establecimientos, “lo que no constituyó especial dificultad por el cargo oficial que desempeñaba” (Lucena-Giraldo y Flores, 1990: 548), que le permitieron efectuar un Atlas de España y la América española. En 1822, fue elegido como representante en las Cortes, pero al año siguiente Fernando VII revocó la constitución liberal de 1820 y terminó disolviéndolas, lo que llevó a Bauzá a tomar la decisión de exiliarse junto a uno de sus hijos, dejando a su mujer y sus dos hijas en España. Esa colección que logró reunir luego de varios años viajaría con él a Inglaterra. Aun en el exilio, continuó siendo el director de Hidrografía hasta 1826. Se le confiscaron todos sus bienes, pero logró salvaguardar su colección de documentos, los que terminaron convirtiéndose en la base de su subsistencia, ya que algunos de ellos fueron enviados a la Oficina Hidrográfica Británica a cambio de un pago. Su sucesor en el cargo y amigo personal, Martín Fernández de Navarrete, no le exigió nunca el retorno de aquel material, que consideró tan necesario para las labores que eran llevadas adelante por su allegado para ganarse la vida.

A finales de 1833 recibió un perdón real, por lo que su intención fue retornar a España, pero falleció en 1834, antes de que pudiera concretarlo. Un mes después de su muerte, algunos de sus documentos pasaron a manos del gobierno de Inglaterra (Barber, 1986). Lo que quedaba de la colección fue heredado por su mujer. Al anoticiarse de esto, la reina regente le solicitó que los retornara a España a cambio del pago de una compensación. El Depósito Hidrográfico español seleccionó algunos documentos y los demás fueron archivados, pero su viuda nunca recibió el dinero prometido, razón por la cual años después la colección volvió a quedar bajo su custodia, y en 1844 vendió algunos ejemplares a un venezolano, Francisco de Michelena y Rojas, quien tenía con la colección “una relación primordialmente económica no exenta de cierto interés intelectual” (Lucena-Giraldo y Flores, 1990: 549). Dos años más tarde, otra parte de la colección fue comprada por la comisión militar que trabajaba en el atlas de España bajo la dirección de Coello y Quesada.

Michelena y Rojas vendió los mapas al gobierno de Venezuela y al Museo Británico. Los restantes mapas, dibujos y acuarelas del viaje de Malaspina permanecieron en manos de los descendientes de Bauzá y los mismos fueron vendidos a particulares como Bonifacio del Carril, quien posteriormente se los regaló a un amigo suyo, Armando Braun Menéndez, quien a su vez los donó a la Biblioteca Central de la Universidad de Santiago de Chile; y Carlos Sanz López, que entregó algunos de ellos al Museo de América en Madrid y los restantes son ahora propiedad de la Universidad de California y de la Biblioteca Mitchell en Australia (Barber, 1986).

Conclusiones

Tanto las operaciones comerciales de venta de documentación como la creación de colecciones privadas no agotan las razones por las cuales se produjo la dispersión de fuentes documentales analizadas en este artículo. A su vez, contribuyeron a esta fragmentariedad otros factores tales como las propias condiciones de producción y circulación de la documentación, los actores involucrados en estos procesos, como asimismo la desintegración del período colonial.

Si bien es cierto que “la práctica de la ciencia —como se la conoce hasta hoy— no existiría sin el papel que favoreció el intercambio y circulación de objetos, ideas y libros, la formación de colecciones y sus catálogos” (Pupio, 2013: 26), y que en muchos casos esos documentos que pasaron a integrar bibliotecas privadas, se hubieran perdido quizás irremediablemente si estos aficionados a la historia no los hubieran conservado, lo cierto es que la práctica de acopio de fuentes documentales efectuada por estos coleccionistas fue —y lo sigue siendo en la actualidad— sumamente perjudicial, en tanto atentó y atenta aún hoy contra la accesibilidad pública (Tarcus, 2015). Afortunadamente, algunos documentos del período colonial han regresado a manos de los archivos nacionales a través de la compra en casas de remates o bien por donación luego del fallecimiento del poseedor de alguna colección, pero muchos otros aún se encuentran “perdidos” quién sabe dónde.

Los daños ocasionados por el coleccionismo privado no solo quedan reducidos al problema de la accesibilidad. Sumado a esto, otro gran perjuicio a resaltar es que los coleccionistas generalmente sustraían o compraban solo aquellos documentos que eran de su especial interés, de manera que rara vez adquirían fondos completos, sino solamente selecciones o piezas sueltas de los mismos. En palabras de Walter Benjamin, “los grandes coleccionistas se distinguen con frecuencia por la originalidad con que seleccionan sus objetos” (1989: 131). Posteriormente, cuando efectuaban operaciones de venta de sus colecciones —ellos mismos en vida o sus herederos luego de su muerte— esta fragmentación volvía a entrar en juego indefinidamente, terminando dichas fuentes en posesión de diversas personas, archivos, bibliotecas y fondos distribuidos a lo largo del mundo, como pudimos apreciarlo en los casos analizados en este artículo. Las colecciones, como manifestó Podgorny, “implican acumulación pero también desmantelamiento” (2013: 12) debido al hecho de que, para obtener las piezas deseadas, se debe desarmar todo lo que las contenía anteriormente.

Sin dudas, los diarios de las expediciones a Salinas despertaron el interés de los coleccionistas. Pero, curiosamente y por motivos que desconocemos, algunos de ellos lograron escapar de las ambiciones de estos acopiadores de documentos. Estos son los casos de los tres diarios conservados en AGN, en la sección de documentos coloniales, que corresponden a expediciones comandadas por Pinazo. Los diarios de Sardens, de Baygorri de la Fuente, de Zizur, de Terrada —CDA (BNRJ)— y de García —Colección Casavalle (AGN)—, se suman a los anteriores, lo que nos permite contar con siete ejemplares de estos informes tan solicitados por el Cabildo y las autoridades coloniales.

Afortunadamente, las fuentes complementarias que se han redactado sobre las travesías y que se encuentran repartidas en distintos fondos de AGN ayudan a paliar la falta de algunos diarios y nos ofrecen indicios de aquellos que aún no se han hallado.

Fuentes

AGI, Sección V, Buenos Aires, Legajo 494.

AGN, IX (1-4-2; 1-5-3; 1-6-5; 13-8-17; 19-3-5;); VII (Legajo 5. Colección Casavalle).

BNRJ, CDA, I-29-9-60; I-29-9-61; I-29-10-28; I-29-11-19.

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1 AGN, IX, 1-6-5.

2 AGN, IX, 1-6-5.

3 AGN, IX, 1-5-3.

4 AGN, IX, 1-5-3.

5 AGN, IX, 1-5-3.

6 AGN, IX, 1-6-5.

7 El trabajo de Swideski (2015), en el cual se aborda la construcción del patrimonio documental en la Argentina, como asimismo el libro coordinado por Nacuzzi (2018), en el que se analizan diversos tipos de documentos coloniales, conservados en repositorios provinciales, nacionales e internacionales y en el que se tratan aspectos vinculados con la producción y circulación de los mismos, constituyen ambos aportes interesantes en este sentido.

8 BNRJ, CDA, I-29, 9, 61.

9 BNRJ, CDA, I 29, 9, 60.

10 BNRJ, CDA, I-29, 11, 19.

11 BNRJ, CDA, I-29, 10, 28.

12 BNRJ, CDA, ARC.009,13,009 / ARC.009,13,001 / ARC.009,14,017.

13 AGI, Sección V, Buenos Aires, Legajo 494.

14 AGN, VII, Colección Casavalle.

15 Efectuadas en el marco de la expedición al mando de Alessandro Malaspina con el objetivo de lograr el mapeo de la América española, las Filipinas y las islas del Pacífico (1789-1794).

16 BB, Add MS 17668 B.

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21 Museo Mitre, MCPL63.