La primera voz femenina del colonialismo italiano a la luz del concepto de interseccionalidad: revisitando Tre anni in Eritrea (1901) de Rosalia Pianavia-Vivaldi Bossiner
Cuadernos del Sur - Historia 50 (2021), 24-45, E-ISSN 2362-2997
El artículo aborda el libro Tre anni in Eritrea (1901) de Rosalia Pianavia-Vivaldi Bossiner, primer relato de viaje publicado por una mujer en Italia, desde la perspectiva de la interseccionalidad, prestando atención a los modos en que la autora representó la otredad nativa. La obra narra las experiencias de Bossiner y sus apreciaciones del espacio y la sociedad eritreos durante su estadía en Asmara entre 1893 y 1896, mientras su esposo, el coronel Domenico Pianavia-Vivaldi, cumplía funciones en esa ciudad.
Si bien tanto la autora como su obra han sido analizadas en estudios específicos, los mismos no han abordado a esta última desde la perspectiva de la interseccionalidad, que consideramos de gran utilidad para rescatar los matices que caracterizaron la posición de Bossiner en el contexto de escritura. Así, su origen aristocrático, su alta posición en la jerarquía colonial, su nacionalismo y su eurocentrismo, y su condición de mujer se entrecruzan a lo largo de los capítulos que narran sus vivencias en un contexto marcado por la presencia de militares y colonos italianos y hombres y mujeres nativos.
Palabras clave
historia de las mujeres
colonialismo italiano
literatura de viajes
Fecha de recepción
2 de junio de 2021
Aceptado para su publicación
23 de julio de 2021
* UNS-CONICET. Correo electrónico: bgcimatti@gmail.com
Resumen
This article approaches the book Tre Anni in Eritrea (1901) by Rosalia Pianavia Vivaldi Bossiner, first travel stories published by a woman in Italy, from the perspective of intersectionality, paying attention to the ways in which the author portrayed native otherness. Her work narrates her experiences and her appreciations of Eritrean space and society during her stay in Asmara between 1893 y 1896, while her husband, Colonel Domenico Pianavia-Vivaldi, was in service.
Even though both the author and her work have not been unattended by specific studies, those have not approached them through the lens of intersectionality, which we consider very useful in order to comprehend the shades that were characteristic of her position in the writing context. Thus, her aristocratic origin, her higher position in colonial hierarchy, her nationalism and eurocentrism, and her femininity intertwine through the chapters that recount her experiences in a context characterized by the presence of Italian military and settlers, and indigenous men and women.
Keywords
women’s history
Italian colonialism
travel stories
Abstract
Do
24-45
Introducción
El presente artículo se propone abordar el libro Tre anni in Eritrea (1901) de Rosalia Pianavia-Vivaldi Bossiner desde la perspectiva de la interseccionalidad, prestando atención a los entrecruzamientos producidos en función de las diferencias socioeconómicas, étnico-culturales y de género que la autora percibió a la hora de representar el espacio colonial. La obra referida narra las experiencias de Bossiner y sus apreciaciones del espacio y la sociedad eritreos durante su estadía en Asmara (actual capital del Estado de Eritrea) entre 1893 y 1896, años en que su esposo, el coronel Domenico Pianavia-Vivaldi, estuvo a cargo del comando militar de esa ciudad.
Cabe aclarar que la elección de la fuente a analizar no obedece a un criterio aleatorio, sino que se fundamenta en su originalidad y relevancia, por tratarse de la primera de su tipo, escrita por una mujer, en publicarse en Italia, lo que la constituyó en un hito en el campo de la literatura de viajes italiana. Asimismo, el período abordado por la autora resalta por ser el de una de las primeras fases del colonialismo italiano en el Cuerno de África, por lo general menos atendida por los estudios sobre el proceso, enfocados principalmente en el ventennio fascista.
Si bien tanto la autora como su obra han sido analizadas en estudios específicos por parte de estudios específicos, los mismos no se han ocupado de esta última desde la perspectiva de la interseccionalidad. Por lo tanto, es de nuestro interés desarrollar un acercamiento al texto precisamente en esa clave, por cuanto creemos que resulta de gran utilidad para rescatar los matices que caracterizaron la posición de la autora en el contexto de escritura. Así, su origen aristocrático, su alta posición en la jerarquía colonial, su nacionalismo y su eurocentrismo, y su condición de mujer se entrecruzan a lo largo de los capítulos que narran sus vivencias en un contexto marcado por la presencia de militares y colonos italianos y hombres y mujeres nativos, tanto al servicio de la potencia colonizadora como contrarios a ella.
El análisis de un caso marginal en el contexto de la experiencia europea en África del siglo XIX, como lo es el italiano, permite recuperar voces de mujeres que parten de una matriz cultural diversa a la británica, cuya literatura de viajes contó con una importante intervención femenina y representa a todas luces la más estudiada de su tipo. Así, la voz de las viajeras italianas de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX representa un elemento a recuperar si se quiere abordar de manera más holística el fenómeno del imperialismo. En otras palabras, nuestro trabajo responde a la aún vigente apelación, realizada por María Dolors García Ramón y Abel Albet i Mas, a la necesidad de abordar las relaciones entre el colonialismo y la literatura de viajes femenina “a partir de narraciones ‘marginales’ (especialmente las procedentes de autoras no anglosajonas), ya que ofrecen nuevas perspectivas que pueden replantear las concepciones preestablecidas sobre las relaciones coloniales” (1998: 107-108).
Así, el estudio del caso de Bossiner permite abordar la contracara del discurso crítico con respecto al imperialismo que a menudo se ha identificado en distintas autoras de matriz anglosajona (Krebs, 1992; Anderson, 2008), entre las que sobresale Emily Hobhouse (Seibold, 2011; Ardanaz y Lazzari, 2018; Giacomelli et al., 2019), autora de The Brunt of the War and Where it Fell, publicado el mismo año que Tre anni in Eritrea. El perceptible contraste entre ambas obras contemporáneas no pretende soslayar la existencia de voces femeninas anglosajonas que también se dedicaron a la justificación del imperialismo, británico en su caso, entre las que puede contarse a Millicent Garrett Fawcett o Josephine Butler (Brown, 2018: 165 y siguientes), o la presencia de rasgos del pensamiento imperialista aun en voces críticas como la de Hobhouse (Giacomelli et al., 2019).
No obstante, dicho contraste resalta la necesidad de engrosar el campo de estudios sobre la literatura asociada a la defensa del imperialismo por parte de mujeres. En este sentido, en el caso de Bossiner no existe denuncia alguna a la penetración imperialista o a la campaña civilizatoria en África, sino que la totalidad de la obra está atravesada por un tono legitimador que pretendió transmitir a los lectores contemporáneos los efectos benéficos de la presencia italiana en Eritrea. De esta manera, el texto abordado nos permite poner de relieve la ambivalencia de la posición femenina ante el imperialismo mediante el análisis de una producción intelectual que apuntó a su justificación, así como relacionar la producción de la obra de Bossiner con su contexto particular y con la frágil posición de Italia en el concierto de las potencias imperialistas europeas.
Mujeres, literatura de viajes e imperialismo
La centralidad de la literatura de viajes en el marco de las influencias del imperialismo moderno en la cultura popular de las sociedades metropolitanas resulta a todas luces insoslayable. Esto es así, en primer lugar, porque el propio género se vio favorecido por el notable incremento de los viajes a nivel global, resultado de la Segunda Revolución Industrial y del impulso que esta brindó tanto a los medios de transporte y comunicación como a la expansión imperial de las potencias europeas (Carr, 2002: 70; Thompson, 2019: 108).
Al mismo tiempo, y en un sentido inverso, la literatura de viajes cumplió la función de justificar el sistema imperial que le daba origen. En efecto, tal tipo de texto apuntó al objetivo de hacer que la expansión resultara atractiva para las poblaciones de las potencias colonialistas, apuntando a generar en los lectores y las lectoras “un sentido de propiedad, derecho y familiaridad respecto de las remotas partes del mundo en las que se invertía y que estaban siendo exploradas, invadidas y colonizadas” (Pratt, 2011: 24). En este sentido, Roy Bridges señala que durante el siglo XIX la literatura de viajes comenzó a identificarse de manera cada vez más clara “con los intereses y preocupaciones de aquellos que en las sociedades europeas deseaban poner al mundo no europeo en una posición en la que pudiera ser influenciado, explotado o, en algunos casos, directamente controlado” (Bridges, 2002: 53). Por su parte, y a un nivel popular, este tipo de literatura representó uno de los medios por los cuales el imperialismo impregnó la vida cotidiana de los habitantes de las distintas potencias europeas (Hall y Rose, 2007: 22y siguientes). En conjunto, este tipo de textos constituyó “un discurso diseñado para describir e interpretar para sus lectores un área geográfica junto con sus atributos naturales y su sociedad y cultura humanas” (Bridges, 2002: 53). En la misma sintonía pueden retomarse las consideraciones sobre el orientalismo de Edward Said, quien ha profundizado el sentido que puede atribuirse a las obras destinadas a la producción de conocimiento sobre el espacio colonizado o a colonizar. Al respecto, el autor palestino ha señalado que este tipo de textos no solo describió el mundo colonial sino que lo creó y moldeó en función de su propia mirada (Said, 2016: 69). En otras palabras, la centralidad de relatos como el que abordamos en tanto instrumentos de dominación simbólico-ideológica los inserta de lleno en el marco del imperialismo moderno.
Como resultado del proceso referido, el siglo XIX se caracterizó por una floreciente producción textual en el género de los relatos de viajes (Thompson, 2019: 109). En ese contexto, algunas mujeres comenzaron a destacar como productoras de libros y diarios de viaje, siendo en muchos casos preferidas por los órganos de prensa europeos por sobre sus pares masculinos por la calidad de sus escritos (Thompson, 2019: 114), y llegando publicar verdaderos bestsellers, como en el caso de Travels in West Africa (1897) de Mary Kingsley (Carr, 2002: 76). En efecto, a pesar de estar asociadas usualmente a formas de viaje turísticas y más seguras, muchas mujeres viajaron “hacia lo que ante los ojos occidentales parecían regiones de ‘frontera’ y como culturas todavía ‘no civilizadas’” (Thompson, 2019: 118).
Al respecto, Carl Thompson ha señalado que “la literatura de viajes constituyó un medio importante para el auto-empoderamiento y la autoridad cultural de las mujeres en los siglos XVIII y XIX” (2011: 189). De manera similar, Susan Bassnett destaca la búsqueda de autoexpresión y de reformulación de la identidad como elementos comunes en la obra de muchas viajeras mujeres (Bassnett, 2002: 239). Con todo, otros académicos consideran que realizar afirmaciones generales puede conllevar el riesgo de hacer a una autora representativa de un grupo, por lo que prefieren atender a los orígenes de cada una de ellas, así como a los contextos espacio-temporales y las coyunturas político-culturales de su escritura y de la publicación de sus obras (Aldrich, 2019: 521).
En cuanto a la producción femenina en el marco de la literatura de viajes, que también se había vuelto masiva hacia la segunda mitad del siglo XIX, tanto en Italia como en el resto de Europa (Hester, 2019: 218), se ha señalado, como en otros contextos, la utilidad de incorporar a su análisis el discurso de las mujeres debido a su ambigua posición que, al tiempo que las ubica en el centro colonizador, las posiciona en sus márgenes por su condición de mujeres (Rossi, 2005: 52). Según Silvia Camilotti (2015: 44), esta ubicación intermedia permitió a las mujeres viajeras italianas forjarse significativos espacios de mediación y de acción, en función de la aparente fluidez que los límites impuestos por el género adoptaron en la colonia. En este sentido, la autora introduce la colonia en términos de “espacio transformador”, esto es, como “un lugar de metamorfosis y transformación (reales o deseadas)” (Polezzi, 2006: 198). Desde esta perspectiva, la colonia aparece como “un ambiente en el cual las mujeres se mueven con relativa independencia, donde toman decisiones e iniciativas autónomamente, reinventándose y poniéndose a prueba”, aunque esto no necesariamente implique su lectura como espacio de emancipación (Camilotti, 2015: 44).
En el caso específico de Bossiner, sus orígenes nobles, su posición socioeconómica desahogada y su alto nivel cultural pudieron obrar para que su figura destacara en el campo de la literatura colonial italiana de ambientación africana, que surgió a comienzos del siglo XX como género principalmente masculino (Bonati, 2012: 189). La marquesa originaria de Belluno, una ciudad ubicada en la región del Véneto, partió a Eritrea acompañando a su marido, el coronel Pianavia-Vivaldi —a quien se había asignado el comando militar de la zona de Asmara— y permaneció en territorio eritreo entre 1893 y 1896. Como veremos, la estadía de Bossiner en Eritrea le valió la posibilidad de tener una importante proyección social, tanto en Italia, si se considera que, además de publicar su libro en 1901, la autora colaboró desde la colonia con el periódico L’Illustrazione Italiana, al cual enviaba periódicamente relatos basado en su experiencia africana, como en la propia Eritrea, donde fundó un instituto destinado a la asistencia de niños mestizos (Camilotti, 2015: 48).
Compuesto por 37 capítulos, Tre anni in Eritrea alterna la narración de la vida cotidiana de la autora, principalmente en las ciudades de Asmara y Massawa (en italiano Massaua), con la descripción de costumbres locales, de eventuales aventuras personales y de informes sobre eventos históricos en los que Bossiner no tuvo necesariamente una participación directa (Polezzi, 2006: 195). Por otra parte, en cuanto a la escritura pionera de la autora, se ha señalado la prevalencia de un discurso narrativo “por momentos novelesco y profundamente ‘emocional’” (Bonati, 2012: 189), caracterizado por el recurso a largas descripciones de sensaciones y temores despertados por el deber a la patria o las maravillas del territorio africano. No obstante, al mismo tiempo la pluma de Bossiner se caracteriza por una fuerte impronta nacionalista1 y civilizatoria que, en función de los orígenes y la posición social de la marquesa, tienden a entrever asimismo cierto elitismo (Bonati, 2012: 190). En otras palabras, puede percibirse que la condición de mujer, noble e italiana, y por lo tanto europea y blanca, impregnó al texto de una serie de miradas, juicios y valoraciones que entrelazaron esos tres aspectos, y ante los cuales resulta útil el recurso al concepto de interseccionalidad.
La categoría, originalmente acuñada por Kimberlé Crenshaw en 1989, puede definirse como “un modo de entender y analizar la complejidad del mundo, de las personas y de las experiencias humanas” basado en la idea de que la desigualdad social no responde a un único criterio, como puede serlo la raza, el género o la clase, sino que se da mediante “muchos ejes que trabajan de manera conjunta y se influencian entre sí” (Hill Collins y Bilge, 2016: 2). El término, que adquirió relevancia ya en los años 90, se revela de una actualidad todavía vigente por cuanto resulta aplicable y adaptable a una gran variedad de casos ajenos a aquel que le diera origen, esto es, la situación de las mujeres afroamericanas en la sociedad estadounidense y enraizado en el feminismo negro y la teoría crítica de la raza (Carbado et al., 2013: 303).
En efecto, el ensayo fundacional del concepto, “Demarginalizing the Intersection of Race and Sex: A Black Feminist Critique of Antidiscrimination Doctrine, Feminist Theory and Antirascist Politics” (Crenshaw, 1989), introdujo el término para apuntar a la marginalización de las mujeres negras no solo en la legislación antidiscriminación sino incluso en las teorías feministas y antirracistas. Por su parte, dos años más tarde, Crenshaw (1991) continuó elaborando su marco de análisis, utilizando la noción de interseccionalidad para señalar la manera en que los movimientos sociales y la lucha contra la violencia machista eludían la vulnerabilidad de las mujeres negras, particularmente aquellas de orígenes migrantes y/o socialmente desfavorecidos (Carbado et al., 2013: 304).
Con el correr de los años, la perspectiva teórica de la interseccionalidad comenzó a ensancharse desde diversas perspectivas disciplinares, abarcando un cada vez más amplio rango de problemáticas, identidades sociales, dinámicas de poder, sistemas legales, y políticas y estructuras discursivas tanto en los Estados Unidos como en otros contextos espaciales y hasta temporales, lo que dio como resultado un concepto flexible y en continuo desarrollo (Carbado et al., 2013: 303-304). En cuanto al caso particular de nuestro interés, es notable el aporte que la noción de interseccionalidad puede realizar al estudio de los sistemas de dominación imperial y de su configuración como sistemas opresivos mediante la articulación de diferentes desigualdades. Además, el análisis de este proceso, en el caso italiano, a través de una pluma femenina, permite poner en diálogo cómo fueron reelaboradas, en el medio colonial, las propias desigualdades de la sociedad imperialista en su contacto con aquella colonizada, poniendo de relieve la gran complejidad revestida por el proceso analizado2. No obstante, antes de pasar al abordaje de la obra de Bossiner desde la perspectiva de la interseccionalidad, consideramos necesario realizar un breve recorrido por la historia de la presencia italiana en Eritrea.
Los primeros pasos del colonialismo italiano en el Cuerno de África: entre la creación de la Colonia Eritrea (1890) y la batalla de Adua (1896)
La expansión ultramarina italiana, como anticipamos, se reveló tardía en comparación con la de otras potencias imperialistas como Gran Bretaña o Francia. En efecto, y con el fugaz antecedente de la fallida experiencia de colonización de la bahía de Asab, en el oriente eritreo, en 1870 (Facchinetti, 2019: 23 y siguientes), recién veinte años más tarde se oficializaba el dominio italiano en las costas del mar Rojo, con la creación de la Colonia Eritrea en 1890. Su institución fue el resultado de sucesivas expediciones que apuntaron a expandir la presencia italiana en la región: en 1885 se arribó al puerto de Massawa con asistencia técnica y diplomática brindada por Gran Bretaña (Negash, 1987: 2), despertando las protestas de Turquía y Egipto (Facchinetti, 2019: 41), así como del Negus etíope, Yohannes IV, quien reaccionaría a la expansión italiana que prontamente se inició desde la ciudad portuaria (Calchi Novati, 1994: 53), infligiendo a las fuerzas europeas una importante derrota en Dogali, en enero de 1887 (Facchinetti, 2019: 45-46).
Con todo, a pesar de la derrota, y como resultado de la creciente posición de debilidad del emperador etíope en función de las malas relaciones que mantenía con sus vasallos (Facchinetti, 2019: 47), se generaron las condiciones favorables para el triunfo italiano. Así, desde Roma se apoyó a uno de sus adversarios, quien se constituyó en 1889 como el emperador Menelik II y procedió a firmar con Italia un tratado de amistad y comercio, el Tratado de Wuchale, a través del cual se reconocía la presencia italiana en el norte abisinio (Facchinetti, 2019: 48-49). Como resultado, el 1 de enero de 1890 el gobierno de Crispi decretó la institución de la Colonia Eritrea, una franja territorial sobre el mar Rojo de 110.000 kilómetros cuadrados y cerca de 200.000 habitantes (Facchinetti, 2019: 51), declarándose como capital la ciudad de Asmara, de posición central en el altiplano abisinio (Calchi Novati, 1994: 54).
Lejos de considerarse como el fin de un proceso colonizador, en el marco de la política expansionista de Crispi la flamante colonia no representaba sino una punta de lanza desde la cual efectuar ulteriores conquistas territoriales (Calchi Novati, 1994: 54), aunque tales ambiciones parecían contrastar con la realidad económica, ya que en ese plano, las nuevas posesiones arrojaron magros resultados como producto del fracaso de los proyectos de colonización agrícola luego de pocos años (Facchinetti, 2019: 81-82). A la larga, fue en esos mismos proyectos en los que residió la resistencia etíope a la ocupación italiana que culminaría en la primera guerra ítalo-etíope. En efecto, el responsable de la colonización agrícola, Leopoldo Franchetti, había procedido a expropiar las tierras de la población indígena que desde 1892 estaba emigrando hacia países vecinos por la situación económica. Al regresar, las autoridades italianas les negaron la posesión de la tierra, lo que generó una acción de guerrillas por parte de jefes eritreos contra las autoridades italianas (Facchinetti, 2019: 82).
Así, en 1894 la administración colonial debió afrontar la rebelión más importante de la década: la revuelta liderada por el jefe militar Bahta Hagos. Originalmente aliado de los italianos en función de sus intereses de obtener algún grado de libertad para los territorios eritreos respecto del Imperio etíope, en 1894 el jefe militar se erigió como un declarado opositor a la presencia italiana, reuniendo a 1.600 soldados que se enfrentaron con el ejército peninsular el 19 de diciembre de ese año, ocasión en la que resultaron derrotados (Facchinetti, 2019: 84). El sofocamiento de la revuelta, en última instancia, implicó el fin de las oposiciones armadas a la ocupación italiana en Eritrea, más allá del surgimiento de esporádicas rebeliones locales. Con todo, al mismo tiempo, marcó el inicio de un nuevo enfrentamiento entre Italia y Etiopía: en efecto, la respuesta a la revuelta por parte de las autoridades coloniales fue la reanudación de la expansión territorial, que preveía la entrada de las fuerzas italianas en la región de Tigray, en el norte de Etiopía, y, consecuentemente, en la ciudad de Adua, como manera de atemorizar a Menelik II (Facchinetti, 2019: 87). Estas pretensiones acabaron por convencer a la población y a las autoridades etíopes del peligro que representaba el expansionismo italiano. Se daba comienzo así a la primera guerra ítalo-etíope, que inició el 7 de diciembre de 1895 con la destrucción por las fuerzas abisinias del presidio de Amba Alagi, y que finalizó el 1 de marzo de 1896 tras la derrota que aquellas infligieron a las fuerzas imperialistas (Facchinetti, 2019: 88-89).
La batalla de Adua representó la primera derrota de un ejército europeo por parte de uno africano y destruyó para siempre el mito de la invencibilidad blanca frente a otros pueblos (Facchinetti, 2019: 89). Por su parte, en Italia, el gobierno de Crispi cayó al arribar las noticias de la derrota, al tiempo que el nuevo gobierno se preparó para convivir con Etiopía en la región, reconociendo la soberanía e integridad de ese imperio, que a su vez aceptó la presencia italiana en Eritrea (Negash, 1987: 4). Adua implicó para varias generaciones de nacionalistas italianos una afrenta a las convicciones racistas sobre la superioridad italiana y europea en la región (Calchi Novati, 1994: 55), y cuyos ecos serían evocados por el fascismo en tono de revancha durante la segunda guerra ítalo-etíope que, cuarenta años más tarde, finalizaría con la conquista de Etiopía y la fundación del Imperio Italiano.
En este sentido, la publicación de Tre anni in Eritrea en 1901 no puede desprenderse del profundo impacto que la derrota de Adua tuvo en Italia. En efecto, la obra representa una reelaboración de experiencias vividas en el período pre-Adua, pero realizada cinco años después de esa batalla. Así, la visión favorable y casi propagandística de la autora con respecto a la presencia italiana en Eritrea puede pensarse como un intento de salvaguardar o incluso de restaurar el honor perdido tras la derrota ante las fuerzas etíopes por parte de la administración colonial. Es posible pensar por lo tanto que, mediante la generación de una visión comunitaria del expansionismo imperialista en la que tanto los nativos como los emigrantes y las mujeres tenían un rol que cumplir y un horizonte benéfico, Bossiner se posicionó como antecedente de una vertiente del pensamiento femenino que, en el siglo XX, tuvo entre sus exponentes a “feministas latinas” como Teresa Labriola (De Grazia, 1993: 170). Estas últimas, que buscaron incorporar lo femenino al discurso nacionalista italiano —y más específicamente al fascismo, en el caso de Labriola—, debieron sacrificar sus distintas valoraciones de lo femenino en aras de la exaltación política y nacional (De Grazia, 1993: 170-171). En nuestro caso de análisis en particular, Bossiner se abocó a la construcción de un imaginario de la colonia en el que, independientemente de su etnia, su género o su clase, las partes involucradas tenían un papel asignado, un rol que cumplir y una patria a la que servir.
Intersecciones entre etnia, género y clase en la construcción del imaginario colonial italiano
Como anticipamos, la relevancia de la obra de Bossiner en el campo de la literatura italiana de viajes ha favorecido que la misma fuera tenida en cuenta en distintos estudios, que la han abordado desde diferentes perspectivas. En general, el libro ha sido analizado en el contexto de las voces femeninas en el marco del colonialismo italiano en África, habitualmente en función de su papel pionero en el mismo (Polezzi, 2006; Bonati, 2012; Camilotti, 2015), campo en el que se ha prestado especial atención al impacto que la experiencia colonial tuvo en las distintas mujeres que realizaron viajes hacia posesiones coloniales italianas en África. En este sentido, y para el caso particular de Bossiner, Silvia Camilotti ha señalado que la autora se coloca
de manera problemática respecto al discurso nacional sobre lo femenino, con el cual se identifica solo parcialmente: los espacios de mediación que logra ganar se originan justamente de su ser en la colonia, una condición que le garantiza una libertad de movimiento y de acción en la esfera pública mayor con respecto a aquella de la que habría podido gozar en Italia (Camilotti, 2015: 48).
Desde esta perspectiva, la autora llama la atención tanto sobre las posibilidades que la colonia ofreció a Bossiner como sobre la centralidad que la misma se adjudicó en su obra, en la cual el espacio ocupado por su marido o por otros varones de alto rango en la administración colonial resulta altamente limitado, y en la que se privilegian las reflexiones y apreciaciones de Bossiner respecto a diferentes facetas de la vida en Eritrea y de los principales sucesos militares que le fueron contemporáneos. Al mismo tiempo, se ha destacado cómo el libro inicia con una muestra de la “(relativa) independencia” de la autora, cuando su marido le ofreció la posibilidad de elegir libremente si deseaba que ambos partieran o no hacia Eritrea, o cuando se trasladó desde Massawa hacia Asmara contra la voluntad de aquel (Polezzi, 2006: 195 y siguientes). Esta noción parece reforzarse por las propias palabras de Bossiner al momento de su regreso a Italia: “¡no me quiten la independencia, la libertad, bienes que en el mundo civilizado no volveré a encontrar!” (Pianavia-Vivaldi Bossiner, 1901: 328)3.
Así, en un nivel general, se ha señalado que el relato esbozado por Bossiner sobre su propia experiencia presenta a la colonia como un “espacio privilegiado, dinámico y performativo” en el que “la transformación de su vida y su carácter a través del contacto con la realidad colonial se produce paralelamente a la redefinición de la colonia misma a través de la intervención de los colonizadores”, que devuelve a la autora, encarnada en el mestizaje que la horroriza y que busca contener mediante obras de beneficencia, la imagen de la colonia como un espacio de metamorfosis social (Polezzi, 2006: 205). Por otro lado, Camilotti (2019) ha abordado el libro de Bossiner desde un enfoque diverso, centrado principalmente en el diálogo establecido entre el texto escrito y las fotografías insertadas a lo largo del relato, que fueron tomadas por la propia Bossiner y que en muchas ocasiones ilustraron al “otro” colonizado. Esta práctica, que Camilotti reconoce como novedosa en el contexto de surgimiento de la obra, le permite inscribirla dentro de lo que Mary Louise Pratt (2011: 130) ha denominado “prácticas descriptivas”, esto es, aquellas tendientes a “normalizar, codificar y fijar en categorías conocidas la alteridad, con el fin de controlarla” (Camilotti, 2019: 263).
Con todo, no se han producido hasta ahora abordajes específicos de la obra pionera de Bossiner desde la perspectiva de la interseccionalidad. En efecto, si bien se ha analizado, por ejemplo, la autonomía alcanzada por la autora en el medio colonial con respecto a las divisiones de género de su sociedad de origen, así como la manera en que ella misma percibió esa autonomía, ese proceso individual no ha sido puesto en relación con otras facetas de su discurso, en las que su condición femenina se entrelazó con su pertenencia a la élite socioeconómica y a su origen blanco y europeo. Es precisamente la riqueza que surge de tal entrecruzamiento la que nos motivó a la realización de este abordaje.
Una de las principales vetas de Tre anni in Eritrea es aquella que pone de relieve las representaciones de la feminidad propuestas por Bossiner. De hecho, el propio relato de su periplo se inicia con el debate generado en su interior ante la consulta de su esposo sobre la posibilidad de dejar Verona para transferirse hacia Asmara. En este sentido, e incluso cuando, como vimos, se ha señalado la relativa autonomía que el coronel Pianavia-Vivaldi le ofreció al condicionar su respuesta a las autoridades militares según lo que decidiera Bossiner, las razones aducidas por esta última para aceptar, incluso en contra de su deseo personal, revelan la idea de una feminidad sacrificada y supeditada a la carrera de su marido, que la autora sintetizó como “el deber de la esposa del soldado”: “¿No hacía mal al obstaculizar la carrera de mi marido? ¿Estaba bien no seguirlo en sus aspiraciones? ¿Era generoso no sacrificarse por él que merecía todo?” (2). El recurso al ideal del sacrificio conyugal femenino resulta por lo tanto la piedra de toque de un relato que, no obstante, con el correr de las páginas deja entrever aquellos rasgos de autonomía que han permitido concebir la experiencia colonial de Bossiner como un proceso de relativa emancipación.
Así, por ejemplo, ante los argumentos brindados por el coronel Pianavia-Vivaldi para evitar que su esposa lo acompañase a visitar la primera aldea formada por colonos italianos en Godofelassi (hoy Kudo-Felasi), Bossiner expresó su independencia y su voluntad de viajar de todos modos apelando a criterios vinculados a su origen regional: “[¡] (…) se necesitan más que razonamientos para persuadir a una hija de los Alpes, en cuyas venas corre la sangre de la raza indrìo ti e muro! Y así, superadas todas las oposiciones, triunfante, me puse en marcha con mi marido” (172)4. El recurso al regionalismo, lingüístico en el caso de la inserción referida en cursiva, ha sido asimismo señalado por Camilotti (2015: 47) como una herramienta para pasar por alto las relaciones de género y de clase, como en la ocasión en que Bossiner recibió a soldados vénetos con quienes compartió platos típicos de esa región italiana (27-28), confraternizando de este modo con varones de escaso rango militar en función de su mismo origen regional.
Igual espíritu demuestra la autora cuando, movida por la voluntad de estar junto a su esposo en el marco de las guerras llevadas adelante contra diferentes jefes locales, resultó tajante en la expresión de su voluntad de partir: “Escribí a Asmara que si se me daba el permiso para partir, mucho mejor; si no, partiría igualmente” (247). Lo interesante de este último evento es que Bossiner señaló: “sobre el altiplano, donde se preparaba la lucha, en medio del peligro, en medio de la vida agitada (…), recobraría toda mi energía, [y] con fuerza me adaptaría a los eventos” (246). En otras palabras, es posible percibir que, a medida que el relato avanza, la feminidad que Bossiner identifica consigo misma va abandonando cierto patrón europeo doméstico para adquirir un gusto creciente por el peligro y lo exótico, ámbito en el que la propia autora explicita el cambio entre su situación antes y después del viaje a África. Por ejemplo, una vez arribada a Asmara en el contexto apenas referido, y ante el recibimiento que le hiciera la población local, exclamó ante las masas: “¡Aunque vengan todos los enemigos del mundo, ya no tengo más miedo!” (248). Del mismo modo, tras la victoria de las armas italianas en la batalla de Agordat, señalaba: “La mujer que no sabía vencer el miedo a los ‘ratones’ era la misma que, en la vigilia de una batalla, alentaba a su marido a partir, y habría partido ella misma, si se le hubiera permitido” (196).
Esta transformación resultó indudablemente influida por el imaginario exotista del imperialismo. Por ejemplo, sobre su preferencia de Asmara por sobre Massawa afirmaba: “Massaua me gustaba; pero su vida semi-europea no iba conmigo; en África amaba que todo fuera africano, e ir al mar para perder un poco de mi bella libertad me daba fastidio, me contrariaba” (228). En otras palabras, puede percibirse una mezcla entre la imagen de la colonia como espacio de transformación y de emancipación relativa planteados más arriba, con el deseo de, encontrándose en África, vivir una “experiencia africana” propiamente dicha, lo que implicaba la voluntad de reforzar el imaginario imperialista y sexualizante del África como una “virgen negra” que mediante “voluptuosas y embriagadoras” caricias persuadía a los visitantes europeos a emprender aventuras (111). Al mismo tiempo, Bossiner buscó presentar su figura como la de una mujer respetable ante los ojos de colonizadores o colonizados por igual, en función de su rol de intermediaria entre ambos mundos:
Amada, respetada, circundada por las más gentiles y afectuosas atenciones por parte de los oficiales y de todos los blancos; reverenciada por los negros, que también me demuestran especial simpatía, obsequiada por todo personaje que ponga un pie en la Colonia, y por todo jefe indígena, festejada por los pequeños diablillos, que me divisan desde muy lejos y corren hacia mí (110).
En virtud de lo anterior, es comprensible que gran parte de su libro apuntara a la caracterización de grupos y personas individuales del medio local así como a la descripción detallada de sus tradiciones y costumbres, desde una perspectiva que, aunque en muchos casos resulta moralmente condenatoria en función del imaginario civilizatorio europeo, se proponía volver inteligibles para la población peninsular a las gentes que habitaban las posesiones coloniales, de las cuales en muchos casos se destacaban rasgos positivos tendientes a incorporarlas como parte activa de la patria italiana en África. Tal afirmación vale especialmente para los áskaris (en italiano, àscari), indígenas que formaban parte de las tropas coloniales5. Durante los momentos más intensos de las acciones, Bossiner se encargó de remarcar el similar entusiasmo que sentían “blancos y negros” por partir hacia el combate (186), a la par que, una vez conocida la noticia de la victoria, y entre el flamear de las banderas y el sonido de los cañones, “indígenas y blancos” festejaron por las calles de Asmara (189). En conjunto, resalta el interés de la autora por destacar la obediencia y la dignidad con que los nativos contribuyeron a la lucha contra los derviches6, así como “la espléndida muestra de valor, de disciplina, de devoción” de los áskaris para con los oficiales italianos, lo que los hacía, al igual que a cualquier soldado italiano, dignos de “la admiración, la gratitud y el afecto” y de ser amados “como hermanos” (191-192). En este sentido, es posible ubicar a Bossiner entre los agentes metropolitanos que comenzaban a apreciar positivamente a las tropas indígenas en base a su obediencia y su coraje en el campo de batalla (Stefani, 2006: 208).
Al mismo tiempo, resulta interesante recuperar las percepciones expresadas por la autora a propósito de los varones pertenecientes a la élite indígena. Actores en los que, si bien desde el punto de vista étnico-cultural pertenecían a la alteridad colonizada, Bossiner reconoce rasgos que ocultan las diferencias étnicas en función de la posición social. Así, por ejemplo, su “orgullo”, “belleza”, “majestuosidad” y “elegancia” son destacados por la autora, que llega a compararlos con los “antiguos romanos” (48). En efecto, la admiración suscitada en Bossiner por la aristocracia indígena la llevó a entablar relaciones de afecto y amistad, como la que declaró poseer con Bahta Hagos hasta el momento en que este se rebeló contra las autoridades coloniales (240).
En este punto, resulta fructífero prestar atención, asimismo, a la relación entablada por Bossiner con mujeres y niños indígenas. En cuanto a las primeras, vale destacar que es también la experiencia de la guerra la que le permitió considerarlas como iguales luego de atravesar el dolor de la pérdida de sus padres, hijos y esposos caídos en defensa de los intereses italianos en la región (190-191). Esta loa patriótica y belicista llegaba para reivindicar, al menos parcialmente, las caracterizaciones previas que Bossiner había esbozado sobre las mujeres indígenas, cargadas principalmente de observaciones negativas vinculadas a supuestas falencias en la higiene personal (52) y doméstica (58). En ningún caso resulta más evidente el choque entre el desagrado que despertaba en Bossiner la feminidad indígena y la voluntad de, no obstante, identificar en ella rasgos positivos, como en la descripción de Ilem, su sirvienta:
Tenía un cuerpo bellísimo; pero el rostro aplastado y tatuado, los cabellos cortos y lanudos, [y] los labios gruesos la hacían parecerse a una bestia. Jamás pude habituarme a su fealdad; y al hablarle de cerca, para verla menos, entrecerraba siempre los ojos. Vestida de blanco, rosa o celeste, sus colores preferidos, era un espanto. Pero era buenísima, aplicada y fiel... Sabía hacer todo: cocinar, ordenar la casa, planchar y también un poco de costura. Solamente hacía falta no hacerla razonar mucho, porque entonces sus ideas se confundían y decía: “yo no entender”. Mujer más educada, respetuosa y devota no encontré y, por desgracia, temo no haber vuelto a encontrar (305-306).
No obstante, es en los comentarios sobre su vínculo con los infantes donde la obra de Bossiner revela su costado más interesante, por cuanto permite poner en diálogo su rol de mujer/madre con el de blanca/colonizadora, así como su pertenencia a la élite, a la luz de la modalidad principal que adoptó su relación con los niños: la beneficencia. En su presentación de los niños indígenas, a los que se refiere a lo largo de toda la obra como “diablillos” (diavoletti en italiano)7, la autora destaca inicialmente el buen uso de la lengua italiana, y su diligencia y disposición, que los volvían ideales para el encargo de pequeños trabajos (199-200).
Tal apreciación se modifica sustancialmente cuando, hacia el final del libro, Bossiner se enfoca en expresar su preocupación por el único elemento de la vida colonial que no puede presentar como positivo, o al menos como interesante, simpático o anecdótico. En efecto, la autora señala: “Si en África todo me gustaba y me apasionaba, una cosa —terrible por sus consecuencias— me disgustó, me impresionó de una manera extraña: la unión entre el blanco y la negra” (309). En este punto, llama la atención cómo la fascinación por lo africano se torna en rechazo cuando se mezcla con lo italiano, lo que permite retomar las reflexiones de Loredana Polezzi sobre la obra, quien ha establecido que, en un nivel general, la misma “pone en primer plano el contraste entre dos espacios opuestos, ‘Italia’ y ‘África’” (2006: 195). En otras palabras, es posible que tal estructura textual obedeciera a una convicción por parte de Bossiner de que ambas esferas debían permanecer idealmente separadas, esto es, que más allá de las posibles y deseables relaciones de cooperación entre uno y otro mundo, siempre en los términos impuestos por los colonizadores, ambas esferas tenían que continuar siendo distinguibles.
Es por esto que la principal preocupación de la autora resulta justamente el mestizaje, es decir, la mezcla de ambas poblaciones producto de las relaciones sexuales, puntualmente aquella entre colonizadores y colonizadas, por cuanto no se hace referencia al sentido inverso, que tomaba cuerpo en los niños mestizos. En palabras de la autora, una vez superado el malestar que le ocasionó la noticia de la existencia de estos niños se dispuso a “visitar a estas inocentes y desgraciadas criaturitas (…), a cuidarlas, a apasionarme por ellas, a amarlas” (310). Entre las principales observaciones realizadas por Bossiner sobre aquellos niños y niñas se encontraba tanto el desagrado manifiesto por el mestizaje como la preocupación por las condiciones de vida en la que se desarrollaban:
Nacen y se conservan blancas hasta la edad de un año; luego se oscurecen gradualmente, pero no se vuelven negras. Crecerían robustas, bellas y despiertas si se las tuviera limpias y al aire libre; pero abandonadas en la suciedad, eternamente encerradas en el tukùl, respirando el aire pestilente, se vuelven tristes, se les enferman los ojos, se vuelven torpes (310).
Esta preocupación conllevaba en sí misma la convicción de que no podía esperarse de las madres nativas ningún tipo de cuidado, como resultado de la aparentemente nula atención que habrían despertado los consejos de Bossiner entre estas últimas, lo que la llevó a definir una opción alternativa: “Acoger y confiar a manos piadosas a los mestizos, para criarlos humanamente y cristianamente” (310). Resulta interesante la alusión, atravesada por fuerte un sesgo civilizatorio, a la supuesta incapacidad de los pueblos nativos de generar condiciones para el desarrollo de sus hijos. Más aún, y como complemento a la idea explícita de una crianza cristiana, podríamos suponer que las manos a las que Bossiner pensaba confiar el destino de los niños mestizos, incluso cuando ella no señalara su color, serían manos blancas. No obstante, también resulta cierto que la iniciativa de la autora apunta en cierto punto a denunciar la hipocresía de las autoridades coloniales, que habrían tendido a ocultar la situación de los niños concebidos entre hombres italianos y mujeres nativas8. En efecto, Bossiner se pregunta:
Si vinimos a África para traer la civilización, si se rescatan —con tributo— los pequeños esclavos; si se acoge, cría y alimenta a los niños negros abandonados abriendo refugios y escuelas para regenerarlos y acercarlos al trabajo, a la laboriosidad, a la honestidad; si nuestra obra de civilización debe iluminar con sus efectos benéficos a todo y a todos; (…) ¿por qué tener cerrado el corazón solo para estas inocentes criaturitas de Dios, culpables solo de tener su sangre mezclada con la nuestra? ¿Por qué ofrecer al negro el espectáculo de nuestros hijos abandonados? (312).
Consecuentemente, Bossiner instituyó en 1893 en el Instituto de los Pequeños Inocentes (Istituto degli Innocentini), destinado al cuidado y la educación de niños ítalo-abisinios (Polezzi, 2006: 190). La creación del instituto, pensado y llevado adelante, según Bossiner, “con amor de madre” (317), ha sido interpretada como un entrelazamiento entre su propia persona y la figura de la “mujer como madre de la nación”, que tuvo como resultado su visibilización mediante la realización pública de lo doméstico, en particular de la maternidad (Camilotti, 2015: 47). Desde esta perspectiva, los destinatarios del instituto son llamados “mis niños” por la autora (318), en una clara evocación materna que no solo se limitó a incluir a los niños mestizos, sino también a los hijos de los primeros colonos italianos, en tanto Bossiner fue madrina de la primera italiana nacida en el primer establecimiento colonial italiano civil en Eritrea (181).
En este campo, resulta interesante prestar atención al pasaje del libro que ilustra tanto la llegada de los primeros colonos agrícolas italianos, en noviembre de 1893, como la visita de Bossiner a la primera aldea italiana de colonización agrícola en Godofelassi, por cuanto permite atender a las relaciones entabladas por la autora con individuos que, siendo de origen italiano como ella, pertenecían claramente a una clase social mucho menos favorecida. En este campo, se vuelve evidente que, más allá del discurso civilizatorio presente a lo largo de la obra, la autora manifiesta también una defensa del colonialismo en términos socioeconómicos:
Una parte de la gran muchedumbre migrante que se dirige a las Américas se dirigirá a las tierras eritreas. Un nuevo campo se abrirá a todas las actividades agitadas, pero sanas, que no pueden desarrollarse en la patria, con decisivo beneficio para la paz social en Italia y con ventajas para su comercio (170).
La imagen del colonialismo como válvula de escape para la “gente pobre” (167) expresa entonces otra de las representaciones del territorio colonial, que aparece como transformador no únicamente en función de las relaciones de género, sino que se presenta asimismo como un espacio que, gradualmente italianizado, resultaría beneficioso en términos socioeconómicos para los sectores más pobres de la sociedad metropolitana. Además, tal proceso sería también provechoso para el Estado italiano, por cuanto se pondría fin a la sangría humana que implicaba la emigración masiva de población, mayoritariamente hacia América, lo que permite observar en el pensamiento de Bossiner una perspectiva clásica del nacionalismo italiano frente a la cuestión migratoria.
Reflexiones finales
El análisis de Tre anni in Eritrea desde la perspectiva de la interseccionalidad nos ha permitido, además de poner en relación cuestiones vinculadas a las diferencias de género con otras asociadas a lo socioeconómico y étnico, abordar el documento y a su autora en un momento espacio-temporal en el que se entrecruzaron estas tres variables. En este sentido, la colonia aparece representada como un espacio de libertad y autonomía para Bossiner, como un escenario civilizatorio marcado por las relaciones de tensión o colaboración entre la metrópoli colonizadora y los pueblos nativos, y como un espacio de oportunidades socioeconómicas para los sectores más postergados de la población italiana. La colonia, por lo tanto, así como su específica representación en la pluma de Bossiner, se revela como un espacio en el cual tanto las relaciones sociales y hasta políticas, como las descripciones y juicios realizados al respecto por la autora, involucraron más de una variable de análisis.
Retomando la comparación introducida más arriba entre la obra de Bossiner y aquella contemporánea publicada por Hobhouse, es posible pensar que la divergencia entre los tonos de ambas pudo explicarse no solo por inclinaciones personales sino también por la especificidad del imperialismo italiano hacia el cambio de siglo. En efecto, la fragilidad y debilidad de la presencia italiana en África, sumada a cierto sentimiento crónico de inferioridad del país en el concierto de las potencias europeas, pudo propiciar el surgimiento de visiones idílicas de la colonia, aun cuando los beneficios materiales de la misma distaban de ser tales. Como reacción a esta fragilidad se generaron un imaginario y una voluntad cohesionadores que, aunque exagerados, resultaron progresivamente efectivos en el lento proceso de la construcción de un sentimiento nacional en la recientemente unificada península italiana.
Es desde esta perspectiva que el análisis de la obra de Bossiner, además de permitir un conocimiento mayor de la construcción del ideario colonial y de la manera en la que dentro del mismo se articularon diferentes otredades ajenas a la matriz del hombre blanco y poderoso —esto es, militar o funcionario colonial para el caso analizado—, posibilita asimismo un acercamiento a los debates sobre la cuestión nacional en Italia, y un aporte para pensar los sinuosos caminos que esta siguió hasta la Segunda Guerra Mundial. Revalorizar en este sentido la importancia de producciones intelectuales realizadas por mujeres a lo largo de la historia italiana implica no solo conocer su relativa unicidad en un campo hegemonizado por los varones sino también, y sobre todo, articularlas en pie de igualdad con las producciones masculinas en el marco de su proceso histórico nacional.
Bibliografía
Fuentes
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1 Por otro lado, se ha destacado el hecho de que, en Bossiner, tuvieron gran influencia elementos relativos a la identidad regional (véneta, en su caso), tanto a nivel lingüístico como gastronómico, lo que permite confirmar “el impacto sustancial que la identificación y la estratificación locales tuvieron en la movilidad italiana” (Polezzi, 2006: 196).
2 Los aportes tanto teóricos como críticos del giro interseccional han sido puestos de relieve en el marco de los estudios de la colonialidad, por su potencialidad para la constitución de enfoques epistémicos descolonizadores (Viveros Vigoya, 2016).
3 En adelante, y para no dificultar la lectura, todas las citas realizadas de la obra de Bossiner indicarán únicamente el número de página, debiendo entenderse que en todos los casos las páginas referidas hacenreferencia a la edición consignada en la bibliografía (Pianavia-Vivaldi Bossiner, 1901).
4 El destacado es del original.
5 Los áskaris habían sido organizados en 1887 por el general Antonio Baldissera a partir de las fuerzas irregulares indígenas que apoyaban al ejército italiano, pasando a conformar con el tiempo el grueso de la presencia militar italiana en el Cuerno de África (Stefani, 2006: 208).
6 El término empleado por la autora (dervisci en italiano), si bien originado como designación para los miembros del grupo musulmán sufí, se enmarca dentro del uso efectuado por parte de diversos escritores occidentales para designar a distintos grupos que se levantaron contra el dominio imperial británico e italiano en Sudán y el Cuerno de África.
7 Resulta llamativo el uso de una expresión que, aunque de inspiración cariñosa marcada fundamentalmente por el uso del diminutivo, tiene un origen claramente peyorativo.
8 En este sentido, la crítica de Bossiner podría hacerse extensiva también al manejo de la cuestión del mestizaje en Abisinia de las autoridades fascistas, quienes en 1940 dieron un paso decisivo hacia la invisibilización de los niños mestizos mediante la prohibición a los varones italianos de reconocer y mantener a los hijos tenidos con mujeres africanas, dando así marcha atrás con iniciativas que durante los años 30, y en el sentido inverso, habían alentado el reconocimiento de los hijos nativos por parte de sus padres, así como la incorporación de los primeros al cuerpo social italiano (Barrera, 2002: 21). La cuestión de las relaciones sexuales entre hombres blancos y mujeres nativas se convertiría en el largo plazo en una preocupación de las distintas potencias imperialistas, que vieron en el envío de mujeres blancas a las colonias el medio para evitar ese tipo de contactos y el mestizaje derivado de los mismos (Caine y Sluga, 2000: 140).