La maternalización de las mujeres en el Plan Vida (Buenos Aires, 1994-1999)

María Valentina Riganti*

Cuadernos del Sur - Historia 50 (2021), 70-91, E-ISSN 2362-2997

En los años 90, la apertura de un nuevo escenario internacional dejó a Estados Unidos como potencia hegemónica, lo que implicó la instalación del modelo político y económico de la Nueva Derecha a nivel mundial. Así, cobró relevancia una política basada en los postulados de “libre mercado”, “democracia” y “derechos humanos”. Al mismo tiempo, surgieron instancias de coordinación entre diversos Estados, materializadas en instituciones internacionales que conmovieron sus estructuras.

En línea con estos procesos, en Argentina se aplicaron durante el gobierno del justicialista Carlos Saúl Menem (1989-1999) reformas económicas de carácter neoliberal, cuya consecuencia fue la pauperización de la población, que se evidenció principalmente en el aumento de los niveles de pobreza y desempleo desde 1994. Mientras tanto, quien gobernaba la provincia de Buenos Aires, donde el impacto del ajuste fue particularmente severo, era el también justicialista Eduardo Duhalde. Ante la crisis económica y social, Duhalde y su esposa Hilda “Chiche” González de Duhalde llevaron a cabo una ambiciosa política pública: el Plan Vida.

Este artículo pretende evidenciar cómo dicha política reflejó una operación de maternalización de las mujeres de los sectores populares, recurriendo a las concepciones del conservadurismo que el gobernador y “Chiche” representaron.

Palabras clave

maternalización

Plan Vida

duhaldismo

Fecha de recepción

2 de junio de 2021

Aceptado para su publicación

14 de septiembre de 2021

* Centro Interdisciplinario de Estudios de Género y Feminismos, Departamento de Humanidades, UNS/CONICET. Correo electrónico: valen.riganti@gmail.com.

Resumen

In the 90s, the opening of a new international scenario left the United States as the hegemonic power, which implied the worldwide installation of the political and economic model of the New Right. Thus, a policy based on the postulates of “free market”, “democracy” and “human rights” became relevant. At the same time, instances of coordination among various States emerged, materialized in international institutions that shook their structures.

In line with these processes, in Argentina, during the government of the justicialist Carlos S. Menem (1989-1999) economic reforms of a neoliberal nature were applied, the consequence of which was the pauperization of the population, which was evidenced mainly in the increase of the levels of poverty and unemployment since 1994. Meanwhile, who ruled the province of Buenos Aires, where the impact of the adjustment was particularly severe, was Eduardo Duhalde, also a justicialist. Faced with the economic and social crisis, Duhalde and his wife Hilda “Chiche” González de Duhalde carried out an ambitious public policy: the Plan Vida.

This article tries to show how this policy reflected an operation of maternalization of the women in popular sectors, resorting to the conceptions of conservatism that the governor and “Chiche” represented.

Keywords

maternalization

Plan Vida

duhaldism

Abstract

Do

70-91

Introducción

El siguiente artículo surge de la preocupación por analizar las políticas públicas de los años 90 dirigidas a las mujeres, en el contexto de una creciente pauperización social producida por el impacto de las reformas neoliberales en Argentina. Este proceso implicó un aumento de la presión sobre los hogares y, en consecuencia, sobre las tareas tradicionalmente pensadas como “femeninas”.

En ese marco, el Plan Vida fue una política pública implementada entre 1994 y 1999 en la provincia de Buenos Aires por el gobierno de Eduardo Duhalde, en estrecha colaboración con su esposa, Hilda “Chiche” González de Duhalde. Su puesta en marcha se realizó a través de las “manzaneras” y las “comadres”, quienes representaron en cada territorio esta iniciativa. Mediante la postulación de ciertos principios “morales” que estas actoras debieron cumplir, el duhaldismo logró poner en marcha un programa de nutrición materno-infantil de gran alcance, que vinculó fuertemente las figuras del gobernador y “Chiche” a las redes comunitarias barriales.

Partiendo de los aportes de la perspectiva feminista sobre la naturalización de los roles de género y las implicancias de ello para el sostenimiento de la vida durante los procesos de ajuste, nos centraremos en evidenciar cómo el Plan Vida —en su calidad de política pública— reflejó una operación de maternalización de las mujeres de los sectores populares. Para esto, utilizaremos como fuentes las declaraciones públicas de Eduardo Duhalde e Hilda “Chiche” González de Duhalde y el libro Pobreza y Estado escrito por González de Duhalde en 1998.

El gobierno de Duhalde ha sido reseñado por numerosos autores y autoras desde distintas áreas de las ciencias sociales, quienes han hecho hincapié en diversos aspectos del mismo. Se han realizado trabajos desde la sociología que analizan el proceso de transformación del Estado provincial durante su gestión (Erbetta, 2011), así como estudios desde la ciencia política que expresan una preocupación por el rol de las comadres y las manzaneras en el desarrollo de la política pública del período y el entramado clientelar generado (Dallorso, 2008a; 2008b). Además, existen abordajes desde la antropología social centrados en analizar el carácter conservador del duhaldismo, evidenciado en algunos discursos en torno a “la mujer” y “los vecinos” (Frederic y Masson, 2006).

Más allá de las contribuciones que los estudios mencionados han implicado, sigue siendo fundamental comprender cómo ciertas miradas del conservadurismo otorgaron sentido a esta política pública ampliamente extendida y que facilitó el traslado del costo del ajuste neoliberal a los hogares de los sectores populares y, en particular, a las mujeres de estos.

Marco cronológico: los 90 en Argentina

En los años 90, la apertura de un nuevo escenario internacional signado por la globalización y la desintegración del bloque socialista liderado por la Unión Soviética (URSS) dejaron a Estados Unidos como potencia hegemónica, lo cual implicó la instalación del modelo político y económico de la Nueva Derecha a nivel mundial. De esta manera, se transformó en hegemónica una política basada en los postulados estadounidenses de “libre mercado”, “democracia” y “derechos humanos”. Al mismo tiempo, surgieron instancias de coordinación entre diversos Estados, materializadas en instituciones internacionales que conmovieron sus estructuras.

En las elecciones de 1989, el triunfador fue Carlos Saúl Menem, perteneciente al Partido Justicialista. Durante la campaña electoral, Menem alineó su postura con quienes se llamaban a sí mismos “renovadores” dentro del justicialismo, por cuanto proponían un cambio de orientación en las dirigencias, desplazando a los tradicionales sindicalistas del peronismo con la finalidad de presentarse como una opción continuadora del ideario democrático del alfonsinismo. Para ello, habló públicamente sobre la “revolución productiva” y el “salariazo”, al tiempo que buscó identificarse con el interior “postergado”. Con este programa, Menem triunfó en las urnas y asumió el cargo de presidente de la Nación en julio de 1989, tras pactar la finalización apresurada del gobierno de Alfonsín. Sin embargo, cuando llegó a la Casa Rosada modificó el rumbo de su propuesta inicial hacia una postura “promercadista”, privatizadora y constrictora del gasto fiscal (Grassi, 2003a; 2003b).

En este marco, Argentina buscó reformular sus estrategias de inserción a nivel internacional. Mediante el llamado “Consenso de Washington” se consolidaron tanto el alineamiento con Estados Unidos como la adhesión a las máximas que definieron la política internacional en el período. Esta orientación implicó el fortalecimiento de las vinculaciones entre el sector político gobernante, los capitales internacionales y la burguesía local, en particular los liberales en lo económico, que expresaban el conservadurismo ideológico en Argentina: las clases con raigambre patricia, las fuerzas armadas, los sectores dominantes de la Iglesia (Grassi, 2003b: 51-52). En esta línea, se efectuaron reformas estructurales de carácter neoliberal.

Las políticas públicas desde los debates feministas

A nivel social, la aplicación de esas reformas tuvo como consecuencias la desindustrialización, la informalización y el deterioro de las condiciones laborales (Svampa, 2010). Las reformas afectaron duramente al conjunto de los sectores populares —principalmente a las mujeres de los mismos (Falquet, 2014)— y se trazó una distancia creciente entre el mundo del trabajo formal y el mundo popular urbano (Svampa, 2010), lo que tuvo claras consecuencias en el modo de organización barrial y comunitario. En este marco, el Estado diseñó políticas públicas que resultaron ineficaces para la protección social de los sectores empobrecidos por cuanto se evaluaban las problemáticas sociales desvinculadas del modelo económico que las generaba (Grassi, 2003b: 221 y siguientes).

En este sentido, las medidas fueron de carácter asistencialista, es decir que consideraban que algunos serían capaces de satisfacer sus necesidades en el mercado, mientras que otros no, e institucionalizaban la desigualdad estructural (producida por las reformas) como una carencia particular (Grassi, 2003b: 227). Desde el punto de quienes llevaban a cabo las políticas públicas, la acción fue evaluada como un acto moral “de un actor individualizable (sea un particular, sea un gobierno, sea un líder o agrupamiento político, sea un funcionario)” (Grassi, 2003b: 227)1.

En este marco, resulta relevante señalar, como plantea Claudia Anzorena, que las políticas públicas tienden a focalizarse en problemáticas “inmediatamente visibles, es decir el desempleo y la pobreza” que funcionan como detonantes del conflicto social y dentro de las cuales “las mujeres son una población especialmente afectada”, porque lo que sucede con ellas impacta en las personas que tienen a su cargo (2013: 69). Así, podemos comprender que, en este tipo de políticas, ellas sean pensadas como cuidadoras del núcleo familiar. Esto se vio profundizado a partir del proceso de reformas, cuando se dio un traslado de obligaciones desde el Estado a la esfera de la reproducción, el hogar, ámbito donde históricamente han desarrollado sus tareas las mujeres.

El impacto de estas actividades a nivel económico y social ha sido históricamente invisibilizado (Picchio, 2001: 4), por lo que desde la economía del cuidado como propuesta analítica de la Economía Feminista (Rodríguez Enríquez, 2012) se ha buscado evidenciar que las mismas tienen un costo para quienes las realizan (las mujeres) y generan un beneficio para quienes obtienen los resultados (principalmente el mercado y el Estado). En este contexto es que se han realizado cuestionamientos a las políticas públicas de carácter maternalizante dirigidas a las mujeres, particularmente a aquellas de los sectores populares (Koven y Michel, 1993; Folbre y Nelson, 2000; Esquivel, 2011; Blofield y Martínez Franzoni, 2015; Pautassi, 2020).

Asimismo, estas perspectivas teóricas han señalado que las posibilidades de organizar estas tareas dentro del hogar y de tercerizarlas son diferentes según la clase social (Rodríguez Enríquez, 2012), mientras que la flexibilidad del trabajo de reproducción “a menudo se ha confundido con un espíritu de sacrificio natural de las mujeres” (Picchio, 2001: 22)2. En este marco, el cuidado como hecho social ha sido planteado como una problemática que implica un análisis multidimensional, con la finalidad de “desnaturalizarlo como algo propio de las mujeres” (Marco Navarro y Rico, 2013: 30) y desfamiliarizarlo.

En los 90, los hogares de los sectores populares ampliaron la cantidad de trabajo doméstico y las tareas de cuidado desarrolladas por las mujeres (Anzorena, 2013). En este marco, mediante las políticas públicas implementadas se fortaleció la vinculación entre las mujeres y el hogar a través de su maternalización, es decir, el progresivo solapamiento entre las nociones de mujer y madre, “femineidad” y maternidad (Nari, 2004: 101)3. En relación con esto, Anzorena señala que las prácticas en torno a la maternidad —las implicancias de “ser madre”— son establecidas por unas fuerzas sociales que producen y reproducen una serie de construcciones imaginarias donde se explicita “lo propio de cada género” (2013: 31) incorporado a los valores de la sociedad y a la subjetividad de quienes la componen.

Este proceso respondió a la necesidad material resultante del traslado de las obligaciones del Estado a los hogares y evidenció que un sector debía hacerse cargo de esas tareas. Para que esto pudiera llevarse a cabo, fue crucial desarrollar mecanismos anclados en los roles de género tradicionales que permitieran mitigar el impacto del ajuste. Durante este doble proceso de ajuste y re-familiarización de tareas, el conservadurismo ideológico fue el principal aliado del neoliberalismo puesto que brindó explicaciones que permitieron dar una salida a la crisis y redirigir sus costos a los hogares a través de la maternalización de las mujeres. En este artículo entendemos por conservadurismo a la reacción en contra del proyecto de la modernidad individualista, caracterizada por darle relevancia a los valores sociales que considera “morales”: rechaza el individualismo, defiende los derechos sobre la propiedad privada, hace hincapié en la comunidad local (Ávila Hernández, 2018). Asimismo, el conservadurismo defiende el modelo patriarcal-tradicional de familia, basado en estereotipos de género que vinculan a las mujeres con la sensibilidad y la protección de los otros y con el ámbito privado (Office of the High Comissioner of Human Rights [OHCHR], s.f.). Dichos estereotipos dan lugar a unos roles de género que determinan qué tareas pueden realizar las mujeres: por lo general, se trata de fortalecer las identidades vinculadas a la maternidad y al cuidado de los otros (Anzorena, 2013).

Las respuestas estatales en formato de políticas públicas, entonces, estuvieron atravesadas por la integración de las mujeres al universo del cuidado. En base a la interpretación de su biología (la posibilidad de parir) como destino, se produjo un solapamiento entre los conceptos de mujer y madre. En este marco, la maternalización en las políticas públicas vinculó el estatus de mujer a lo sexual-reproductivo, y el Estado fomentó la reproducción de unos roles de género que mantuvieron dicha vinculación.

Refamiliarizar los cuidados: el duhaldismo en la provincia de Buenos Aires

Las reformas neoliberales tuvieron un impacto concreto en la población de todo el país. Los 90 implicaron, en un primer momento, una estabilización a nivel macroeconómico, pero esto rápidamente dio lugar al desempleo, la subocupación y la precarización laboral, factores que incrementaron la brecha de ingreso a lo largo de todo el período de la convertibilidad (Weisburd et al., 2008). A nivel nacional, hallamos un retroceso de la pobreza hasta mayo de 1994 con 27,9% y luego un rápido crecimiento que la hizo llegar a 40,2% en octubre de 1996, luego de lo cual se mantuvo en niveles similares (Gasparini et al., 2019: 20). Las estadísticas de la provincia de Buenos Aires, y en particular del Conurbano Bonaerense, también reflejaron esta situación: la evolución de la pobreza en el Gran Buenos Aires indica un mínimo de 25,1% en mayo de 1994 y escala al 38,5% en octubre de 1996 (Gasparini et al., 2019: 121).

Paralelamente a la implementación de las reformas neoliberales a nivel nacional y la visibilización de sus consecuencias, la provincia de Buenos Aires logró obtener más fondos del fisco del Estado nacional mediante la aprobación, en 1992, del Fondo de Reparación Histórica del Conurbano Bonaerense. Desde ese momento, se quedaría con el 10% de la recaudación del impuesto a las ganancias en todo el territorio argentino. Durante su funcionamiento, el Fondo dispuso de recursos por aproximadamente 600 millones de pesos anuales, destinados a infraestructura, pero también a asistencia (Dallorso, 2008a).

Quien encabezó este proceso fue el gobernador Eduardo Duhalde (1991-1999), dirigente justicialista desde los años 70 (Ortiz de Zárate, 2019). Su trayectoria dentro del peronismo señala también sus vinculaciones con el tradicionalismo del PJ, caracterizado por su conservadurismo en lo social. Junto al gobernador se encontraba su esposa, Hilda “Chiche” González de Duhalde, quien tuvo un rol activo en el reordenamiento de la política bonaerense, en particular en lo vinculado con las políticas públicas destinadas a la contención de la pobreza.

Simultáneamente a la utilización del Fondo de Reparación, Duhalde aprovechó el capital político con que contaba tras la elección de 1991 para realizar una reforma en la provincia que implicaría poner en disponibilidad a trescientos mil trabajadores (Erbetta, 2011). Esta reforma fue presentada como una necesidad moral: al Estado burocrático, alejado de la población y, sobre todo, corrupto, debía oponerse uno moderno, eficiente y transparente. En este contexto, los planteos del gobernador en torno a la necesidad de “moralizar” la política (Frederic y Masson, 2006), basados en los postulados del peronismo tradicional, tuvieron consecuencias en la discusión presupuestaria, al mismo tiempo que funcionaron como una de las claves interpretativas de la política de los 90, dentro de la cual la apelación a la lucha “contra la corrupción” fue recurrente en la agenda pública (Mauro, 2012). Duhalde expresó, entonces, una cierta preocupación por la falta de transparencia estatal, problemática a ser resuelta mediante las reformas neoliberales (Erbetta, 2011: 290).

Desde luego, este planteo tuvo implicancias directas en las políticas públicas de carácter social. Si bien estas fueron una necesidad surgida de las condiciones materiales de la población, también se las entendió como una forma de protección para las familias de los sectores populares en un sentido moral, ya que “los niños estaban desprotegidos y la autoridad de los padres había sido corroída por el desempleo y la pobreza; el ‘fundamentalismo neoliberal’ se había convertido en moralmente degradante y socialmente corruptor, atomizador y anómico” (Dallorso, 2008b: 3)4.

En este marco, el gobierno de Duhalde exhibió una marcada preocupación por la familia. Esto tuvo motivaciones tanto de política económica, debido a que era necesario refamiliarizar las tareas a causa del ajuste, como ideológicas. Lo último resulta fundamental y podemos comprenderlo a partir de lo planteado por “Chiche” Duhalde: “Es importante promover a la familia como núcleo ordenador de la vida comunitaria (…). Es importante trasladar las responsabilidades más allá de las instituciones mismas de la comunidad, llevándolas directamente al conjunto de las familias de cada barrio” (González de Duhalde, 1998: 136)5.

“Chiche”, el Plan Vida y las políticas públicas en el territorio

González de Duhalde se desempeñó durante la gobernación de su esposo como presidenta honoraria del Consejo Provincial de la Familia y el Desarrollo Humano (CPFDH a partir de 1995, antes: Consejo Provincial de la Mujer). Junto a su grupo de colaboradoras, “Chiche” generó los lineamientos a seguir desde el CPFDH, redefiniendo así el lugar de “la mujer” para separarla de las concepciones “feministas” (Dallorso, 2010: 32). Se empezó a referir, entonces, a la importancia de la participación de las mujeres en base a sus vínculos. Tal como planteó en su libro Pobreza y Estado6: “Familia y comunidad constituyen dos espacios profundamente interrelacionados, donde la mujer en particular cumple con potencia y generosidad una importante función integradora y solidaria” (1998: 137).

Desde luego, “Chiche” fue el ejemplo de esta representación de las mujeres: base de su familia, pareja inseparable del gobernador y madre devota7. Tal como plantea Nicolás Dallorso: “la propuesta de moralización se materializó, entonces, a partir de la apelación a una identidad femenina esencializada en su rol materno: la convocatoria a las mujeres de los sectores populares para defender a sus hijos” (2008a: 3). Esta “identidad femenina” fue tal también para las mujeres que ocuparon cargos directivos en el CPFDH. Desde el discurso oficial del duhaldismo se buscó asegurar que las mujeres en general (y estas mujeres en particular) tenían una inclinación natural por “lo social”, en su condición de mujeres-madres, que eran “nuevas políticas” atravesadas por virtudes morales como la sensibilidad:

Se definían así como mujeres interesadas por el bienestar de la gente y sin intereses personales, ya que acreditaban en sus trayectorias trabajo filantrópico. Esto las oponía a las feministas, sospechadas de egoístas, de “odiar a los hombres” y en algunos casos de poseer una moral sexual dudosa. A falta de un saber técnico, científico o de militancia política estas mujeres se acreditaban a partir del relato de trayectorias que denotaban y construían una noción de mujer solidaria y desinteresada (Frederic y Masson, 2006: 16).

Esta mirada del CPFDH sobre las mujeres fue esencial para el desarrollo del Plan Vida8, dependiente de dicha institución. Esta iniciativa se creó en 1994 y fue una de las principales políticas referidas a las mujeres en los 90 en la provincia de Buenos Aires, cuya formulación e implementación no puede pensarse por fuera de las perspectivas conservadoras del duhaldismo en materia social, como ha sido expresado en los párrafos precedentes. El Plan Vida constituía un programa nutricional basado en las experiencias del gobernador y su esposa durante su gestión en el Conurbano bonaerense (Ortiz de Zárate, 2019) y estaba destinado a disminuir el impacto de la pobreza en una población determinada: las madres y sus hijos9. Tenía por beneficiarios/as a mujeres embarazadas, nodrizas y niños/as hasta su ingreso a la escuela, pertenecientes a barrios con necesidades básicas insatisfechas. Era un proyecto pensado, según “Chiche” para “la mujer real”: “la del campo, la isla, el barrio, la mujer cotidiana y total, con preocupaciones sencillas y concretas” (González de Duhalde, 1998: 25).

Sus acciones consistían en la entrega diaria de leche, con refuerzos semanales y mensuales de huevos y cereales, y su medio de implementación y llegada a los barrios fue la formación del colectivo de mujeres voluntarias llamadas “manzaneras”. Esas mujeres debían cumplir con una serie de requisitos: tener vocación de servicio y ser reconocidas por sus vecinos, pero no estar involucradas directamente en la política partidaria (Pan Oyhamburu, 2019). El planteo desde el duhaldismo fue que de ese modo se garantizaría la transparencia: las manzaneras, llamadas así por ser cada una referente de una manzana barrial, eran una generación de mujeres “despolitizadas” que “ni se interesan en la política partidaria; y muchas pertenecen a otros partidos políticos” (González de Duhalde, 1998: 31).

En 1997, a las manzaneras se sumaron las comadres, cuya función era dar información a las mujeres y colaborar con los controles sanitarios que las embarazadas beneficiarias del Plan Vida debían seguir; asimismo, mediante el Plan Comadres el CPFDH daba como regalo un ajuar a las mujeres cuando daban a luz. La finalidad del Plan era disminuir el riesgo de morbimortalidad materno-infantil (Dallorso, 2008b), preocupación que desde el CPFDH se había señalado en múltiples oportunidades. Desde luego, resultaba evidente que el lugar de las comadres debía ser ocupado por mujeres con características similares a las manzaneras: despolitizadas, referentes de su comunidad y sensibles a las problemáticas sociales en las cuales vivían inmersas por ser vecinas de quienes recibían su asistencia. Tanto las comadres como las manzaneras recibieron capacitaciones de parte del Consejo, a cambio de lo cual “su único privilegio es sentirse útiles en la comunidad que confía en ellas” (González de Duhalde, 1998: 49). Al mismo tiempo, y en línea con lo señalado anteriormente, se describió a estas mujeres desde un esencialismo que las puso en el lugar de “madres” de sus comunidades:

La mujer de los barrios y localidades más humildes ha demostrado ser la aliada más comprometida y tenaz de la organización social necesaria en estos casos. Donde hay que poner el hombro, donde se requiere entrega, amor y trabajo, siempre es la primera, porque pese a las dificultades, conserva el sutil equilibrio del compartir y sabe llevar siempre una esperanza en el regazo. Eso es lo que define su papel preponderante en la lucha contra las desigualdades de este fin de siglo; su capacidad para trabajar organizada y solidariamente en redes sociales con una meta clara y sin ceder a la desesperanza (González de Duhalde, 1998: 75).

El accionar de manzaneras y comadres puso en evidencia dos cuestiones: por un lado, el interés por darle un “rostro femenino” a la acción social del Estado provincial; por el otro, la centralidad que se dio en los planteos del duhaldismo a la “territorialidad”, generalmente presentada en contraposición a la burocracia: “Rápidamente nos dimos cuenta de que lo nuestra era trabajar sobre el terreno (…). Como nosotros [el CPFDH] estábamos presentes en los barrios, las urgencias y angustias nos llegaban de forma directa, sin demorarse en los engranajes burocráticos” (González de Duhalde, 1998: 26). A nivel discursivo, estas posturas estaban en consonancia con los planteos de Duhalde en torno a la creación de un Estado transparente y “moral” como antagónico al Estado corrupto, previo a las reformas neoliberales. La justificación de las reformas pasaba, entonces, del ámbito económico y político (que hacía énfasis en la necesidad de efectuar un ajuste en línea con el gobierno nacional y en el alineamiento internacional argentino) al ético y moral: para Duhalde había que generar un Estado más cerca “de la gente” (La Nación, 10 de julio de 1997). En este marco, se buscaría “despolitizar” la acción social, que solo se dedicaría a responder los reclamos de “vecinos y vecinas” y a trabajar en red con las organizaciones intermedias y la comunidad (González de Duhalde, 1998: 127).

Sin embargo, las reformas estuvieron lejos de achicar el armado institucional dependiente de “Chiche” y, por lo tanto, de afectar de manera negativa su capacidad de intervención: en 1994, González de Duhalde pasó a tener bajo la órbita del entonces llamado Consejo Provincial de la Mujer a la Subsecretaría de Organización Comunitaria —antes perteneciente al Ministerio de Salud y Acción Social—; luego, en 1995, se creó oficialmente el CPFDH, que sumó a las atribuciones que ya tenía, las vinculadas con familia, discapacidad y tercera edad del disuelto Ministerio de la Familia y Desarrollo Humano (Grassi, 2003b; Dallorso, 2010). Así, el CPFDH se fortaleció hasta tener una jerarquía similar a la de un Ministerio y aumentó fuertemente la cantidad de personal a su disposición10. En oposición a lo que se planteó públicamente, la red de acción social gestionada por “Chiche” no se basaba solo en el trabajo de las manzaneras, sino que contaba con una fuerte estructura cuasi-ministerial.

En este punto es necesario señalar que mientras que el trabajo de las manzaneras era comunitario y voluntario, es decir que no obtenían un pago por la tarea que desarrollaban, quienes integraban el CPFDH sí lo hacían, a excepción de Hilda González de Duhalde. De esta manera, se establecía, por un lado, una diferenciación entre quienes trabajaban voluntariamente y quienes lo hacían como “técnicos/as”, y, por el otro, una vinculación directa entre “Chiche” y las manzaneras. La actividad voluntaria es, en la lectura del duhaldismo, la que evidencia un verdadero compromiso con la causa de la acción social “solidaria” y despolitizada, y surge de la función “naturalmente” maternal de las mujeres, entendida como una predisposición para el cuidado de los otros: “a través de las organizaciones barriales la comunidad elige trabajadores vecinales voluntarios, mujeres por lo general porque la solidaridad está mayormente ligada a la mujer” (González de Duhalde, 1998: 35). “Chiche” incluso cita en su libro la carta de una manzanera, que arroja luz sobre la relevancia que tenían las nociones de “amor” y “solidaridad” en la construcción de la red del Plan Vida, tanto para la presidenta del CPFDH como para las manzaneras:

La presente además de ser una despedida, es para que los insulsos hipócritas entiendan de una vez y para siempre que a las Manzaneras no les dan sueldo; y que gracias a esta red de amor y solidaridad, miles de pancitas dan niños sanos y fuertes con mamás bien nutridas para amamantar a sus hijos.

Toda esta asistencia la hacen las manzaneras por amor, y lo hacen ¡gratis!, porque el verdadero amor no se compra ni se vende (…). Miles de mujeres se sumaron a su obra, ofrecieron sus hogares y su tiempo sólo por amor a sus semejantes (…).

Gracias, querida Chiche, por la oportunidad que me dio de ser solidaria con mis semejantes, gracias en nombre de todas mis mujeres (…). (González de Duhalde, 1998: 46-47)11.

En el fragmento precedente, entonces, hallamos la pieza clave para fundamentar el trabajo barrial de las manzaneras: el amor. Un amor, como ha sido señalado, construido desde la entrega y la sensibilidad, cualidades que en el conservadurismo son asignadas a la femineidad y, por lo tanto, colaboran en la construcción del rol de estas mujeres como cuidadoras de sus comunidades. Hallamos, entonces, una característica vital para las manzaneras: son capaces de cuidar en sus casas, por cuanto son pensadas como madres que conocen esta forma de “amar”, y eso las habilita a cuidar fuera de ellas, en sus comunidades. Así, responden a lo que, desde el duhaldismo, se espera de “la mujer” en general: se reconoce “su capacidad, su sensibilidad y su compromiso” en relación con la propia familia y las ajenas, pero también se espera que pueda hacer todo esto “junto con su compañero” (González de Duhalde, 1998: 25).

El lugar que ocupan estas mujeres al ser pensadas como cuidadoras de sus vecinos y vecinas está basado, en la interpretación del duhaldismo, en el sacrificio, característica también íntimamente asociada a las mujeres y a la maternidad en las miradas conservadoras. La renuncia por amor de las manzaneras las coloca en un lugar de maternaje en relación con su barrio: son ellas las encargadas de distribuir los recursos a través de la entrega de “tiempo y esfuerzo para ayudar por amor, robándole horas al sueño, regalando presencia” (González de Duhalde, 1998: 49).

La maternalización en el ideario conservador

Sin embargo, ellas no son las únicas mujeres-madres del escenario que se plantea desde la gestión del Plan Vida. Como dijéramos en las páginas precedentes, Hilda “Chiche” González de Duhalde también se colocaba en el lugar de madre, cuidadora y pilar de su familia. Al igual que en el caso de las manzaneras, esa sensibilidad, preocupación y amor por su familia la habilitaban para comprender a “la gente” y a actuar en consecuencia, aun en contra de sus propios deseos de “quedarnos en casa, con mis nietos” (La Nación, 5 de julio de 1998). Si analizamos la figura de “Chiche” dentro de la tradición política del peronismo podemos encontrar puntos en común con Eva Duarte de Perón (“Evita”).

Evita ha sido tradicionalmente presentada por el peronismo como una figura pública, maternal para el pueblo, y que en sus declaraciones públicas expresa devoción a su marido y a su causa (Duarte de Perón, 1951). Asimismo, ha implicado numerosas discusiones en el ámbito de los estudios feministas, tanto en relación con las políticas públicas por ella desplegadas como en lo vinculado con su figura y las formas de representarla en términos políticos y sociales12. Cabe señalar que, para “Chiche”, era fundamental alejarse de este tipo de encrucijadas: no podía sucederle lo mismo que a Evita, ya que la identificación con un partido político le había granjeado la oposición de una parte de sus contemporáneos/as. Así, González de Duhalde se presentaba como “una mujer de afectos y convicciones sociales fuertes” (González de Duhalde, 1998: 18), pero no como una “política” (Archivodichiara, 2017), ya que su objetivo era mejorar la vida de “la gente” a partir de su vocación de servicio, dejándose guiar por su “formación y [sus] convicciones sociales” (González de Duhalde, 1998: 58).

Encontramos, en lo último, otro punto en común con la figura de las manzaneras: “Chiche” pretendía mostrarse “despolitizada” y transversal en términos políticos, y lo mismo se esperaba de ellas. Esta idea en ambos casos se veía reforzada por el desinterés económico que caracterizaba a la tarea que realizaban: las manzaneras no cobraban, mientras que el cargo de “Chiche” en el CPFDH era honorífico. La actividad de estas mujeres se basaba, al menos desde el planteo del duhaldismo, únicamente en la búsqueda de bienestar para sus comunidades y “la gente”. Estas intenciones estaban motivadas por su capacidad “natural” para cuidar a otros sin buscar un rédito para sí mismas, lo cual las contraponía a “los políticos” o “los punteros”. Tal como planteó González de Duhalde en una entrevista televisiva en 1996: “Yo estoy permanente en los barrios. Ayer estuve en José C. Paz, había 700 mujeres que llevan adelante uno de nuestros programas que es Programa Vida: no cobran nada por eso, lo hacen por amor” (Archivodichiara, 2017). Un año después, en 1997, hizo un señalamiento similar:

Cuando mi marido llega a la provincia, nos transfiere al Consejo de la Familia y Desarrollo Humano, me pide que lo ejecute en toda la provincia, cosa que era bastante difícil por su magnitud. Decidimos hacerlo con el mismo modelo de participación de la comunidad. Nosotros estamos convencidos de que la única manera de llevar adelante programas sociales es con la participación de la misma gente (…). No es lo mismo llevarlo a través de los punteros políticos de cualquier partido, porque en nuestro partido mismo y en todos han pasado estas cosas; tampoco es lo mismo hacerlo a través de las mujeres, que en términos sociales tenemos mayor sensibilidad.

Chiche no cree demasiado en los políticos. Pero hace excepciones. La primera, por supuesto, es su marido, Eduardo Duhalde (La Nación, 5 de octubre de 1997).

Los elementos señalados nos permiten comprender la integración del Plan Vida al esquema ideológico del duhaldismo, caracterizado por oponerse al individualismo y al liberalismo (Dallorso, 2010). Estos elementos de carácter conservador estaban en línea con la concepción de las mujeres como madres y garantes del ordenamiento familiar, y nos sirven para comprender el funcionamiento del Plan Vida como política pública que produjo y reprodujo estereotipos en ese sentido, es decir, vinculando femineidad con maternidad.

Además, el uso de términos asociados en el ideario conservador con la maternidad para describirlas (entrega, amor, esperanza, regazo) fortaleció la maternalización de comadres y manzaneras, al mismo tiempo que expresó sus expectativas para con las “buenas” pobres: madres aguerridas, de convicciones firmes (como “Chiche”) que sostenían el trabajo de cuidado de sus familias al mismo tiempo que colaboraban con sus vecinos y vecinas creando una “gran red social”. Incluso podemos ver esto en la población a la que estaba dirigido el Plan Comadres: no solo existía una serie de políticas públicas destinadas a la observación de las que estaban prontas a ser madres, sino que quienes ejercían esa tarea cumplían sobre las primeras un rol de maternaje.

Armados como el señalado eran necesarios para el sostenimiento de los dos planes que, a su vez, eran fundamentales en el esquema de retracción de obligaciones estatales y refamiliarización de los cuidados generados a partir de las reformas estructurales. Así, se fortaleció un marco ideológico que expresó el ideal de las mujeres como madres entregadas y desinteresadas, y que además ofreció ejemplos claros a la sociedad de cómo debían ser esas mujeres-madres (las manzaneras y las comadres, Hilda González de Duhalde). A través de los planteos que contrastaron la vieja política corrupta e inmoral con la nueva acción social transparente y colmada de valores morales, se trazó un relato despolitizador destinado a describir tanto a la dirigente del CPFDH como a manzaneras y comadres. Como afirma Nicolás Dallorso, el duhaldismo “consideraba a la labor de la trabajadora vecinal una extensión de su rol ‘natural’ de madre, lo que por supuesto, clausuraba toda posibilidad de cuestionar la feminización del trabajo de reproducción social al interior de la familia” (2008b: 11).

En este contexto, el funcionamiento del Plan Vida tuvo una característica que lo diferenció de las demás políticas emprendidas por la provincia de Buenos Aires: mediante el mismo, se articularon las relaciones entre el gobernador y los barrios, a través de las figuras de “Chiche” y las manzaneras. Las últimas fueron exhibidas por la oposición13 como punteras políticas del justicialismo, a partir de lo cual podemos entender los esfuerzos del oficialismo por despolitizar su tarea y reforzar la idea de transparencia del Plan en contraposición con la burocracia precedente y por venir. En este sentido, se buscó poner en evidencia la relación directa entre el CPFDH y “la gente”: “Las reuniones con la comunidad son de por sí una novedad y a veces una molestia para los funcionarios y dirigentes locales habituados a no salir de sus despachos para ponerse en contacto con la gente” (González de Duhalde, 1998: 35). Al mismo tiempo, se recalcó la preocupación de la institución por el bienestar de la población y la no utilización política de la red generada por el Plan:

El rédito político no fue, ni será el fin de nuestra acción. (…) Este fue un criterio altamente criticado: no haber concebido esta enorme red humana como una herramienta política. En realidad, a nosotros nos llena de orgullo. No practicamos una ética light de los dientes para afuera. Mantenemos esa conducta porque estamos convencidos de que la transparencia es una obligación del Estado (González de Duhalde, 1998: 31).

Las manzaneras enmarcaron el funcionamiento de su organización en los lazos, relaciones y proyectos que generaron tanto con los/as vecinos/as de los barrios como con los/as punteros/as políticos/as y las autoridades de los partidos. Mientras tanto, desde el duhaldismo se buscó señalar al “clientelismo” como una “vieja forma de hacer política” en oposición a las manzaneras y comadres, quienes, en el planteo del CPFDH, venían a insertarse en la propuesta de articulación entre el Estado y la sociedad civil de los organismos internacionales (Anzorena, 2013: 125-126) como sinónimo de transparencia. Aquí, una vez más, se hizo evidente la preocupación por la moralidad en el funcionamiento del Estado provincial. Desde luego, el rol de las manzaneras y comadres como protectoras de la estructura familiar, cada vez más presionada por el impacto de las reformas neoliberales, venía a otorgar estabilidad a un sistema social en crisis mediante la reformulación en términos contemporáneos del conservadurismo que representaba el duhaldismo a nivel provincial. El Plan, entonces, expresó un punto de encuentro entre el pensamiento conservador, las demandas de los organismos internacionales, y la coyuntura de crisis social y económica producida por el ajuste.

En este esquema, la familia se presentó como un conjunto de individuos con los mismos intereses, relacionados entre sí con armonía y, en cuyo marco, la madre surgía como protectora del colectivo. Esta protección, como ha sido señalado, se llevaría a cabo bajo cualquier costo, de allí que la maternidad fuera caracterizada como desinteresada y entregada. Podemos equiparar esta operación de maternalización de las mujeres en el núcleo familiar a la que pasaron las manzaneras y comadres en el ámbito comunitario a través del Plan: lo barrial fue presentado como un espacio colectivo con intereses comunes, compuesto por vecinos y vecinas despolitizados (Frederic y Masson, 2006), por quienes estas mujeres estaban dispuestas a trabajar voluntariamente, a pesar de la adversidad, brindándoles asesoramiento, acompañamiento y alimentos. A su vez, la esposa del gobernador y presidenta honoraria del CPFDH protegía a las manzaneras mediante el otorgamiento de estatus. Estas construcciones son necesarias para el sostenimiento de los roles de género que, a su vez, posibilitan el funcionamiento del sistema productivo, tal como señalamos en el apartado relativo al debate sobre los cuidados en el feminismo.

En este sentido, consideramos que el anclaje de la política representada por el Plan Vida pudo darse por los niveles crecientes de pauperización social, que buscaron resolverse trasladando a los hogares responsabilidades crecientes en relación con la administración de los escasos recursos existentes. Así, al interior de las familias, solía haber intercambios, redistribuciones y reciprocidades desiguales porque las mujeres aportaban (y aportan) más de lo que recibían; lo mismo ocurría en la relación entre las “trabajadoras vecinales” (como manzaneras y comadres) y la comunidad. Siguiendo a Cristina Carrasco, consideramos que “el Estado protege a la familia, porque le permite asegurar la reproducción de la fuerza de trabajo y mantener determinado nivel de vida de la población” (Carrasco, 1995: 34). Una de las estrategias de protección de las familias es el apoyo económico a las mujeres madres para que continúen y aseguren las tareas de cuidado, tal como lo fue el Plan Vida que, además, vino a consolidar las ambiciones políticas del duhaldismo.

Consideraciones finales

A lo largo de este trabajo, nos propusimos evidenciar cómo se llevó a cabo la maternalización de las mujeres pobres a partir de una de las políticas públicas implementadas por el Estado provincial en Buenos Aires durante los años 90. Para ello, desarrollamos las principales características del Plan Vida y pusimos a esta iniciativa en diálogo con la coyuntura política del período, al tiempo que nos preguntamos acerca del lugar que ocuparon las manzaneras, las comadres y el CPFDH —particularmente Hilda “Chiche” González de Duhalde— en su implementación.

Hemos señalado que las políticas públicas están profundamente relacionadas con el momento histórico en que se insertan. Los años 90 en la Argentina se presentan como un momento de crisis del tejido social, en el que las principales afectadas fueron las mujeres de los sectores populares: como se evidencia con el caso del Plan Vida, sobre ellas se descargó el peso del retroceso del Estado, y se vieron así compelidas a ocupar en sus comunidades un espacio que pretendió mostrarse como vaciado de contenido político, es decir, despolitizado. En dicho contexto, las manzaneras y comadres fueron necesarias para la implementación de la política pública y el desarrollo de un entramado político nuevo, que vino a presentarse como contrapuesto a la “vieja política” caracterizada como inmoral y burocrática. Así, estas mujeres se transformaron en actoras centrales dentro de las redes sociales que se tendieron al interior de los barrios. Si entendemos que las políticas públicas favorecen el desarrollo de unas determinadas prácticas por cuanto están imbuidas de las ideas que existen en torno al grupo o sector al que se dirigen, podemos decir que el Plan Vida y el accionar de comadres y manzaneras tendieron, efectivamente, a maternalizar el rol de las mujeres tanto en sus familias como en la comunidad.

Asimismo, hubo un intento por desactivar a esas mujeres como sujetas políticas, lo cual puede observarse en el lugar que el amor (por sus hijos, por sus maridos, por su barrio) tuvo en los discursos maternizantes que predominaron en el Plan Vida, haciendo referencia a quienes formaban parte de su implementación. De esta forma, se las ancló al hogar y al espacio comunitario, que se caracterizaron por ser representados como apolíticos y neutros. Esto implicó el refuerzo de los lazos existentes entre ser mujer y el hogar, entre la esfera reproductiva y las tareas de cuidado, y entre el trabajo femenino y su invisibilización. De manera simultánea a esos procesos, el hogar (y, por ende, las mujeres) se vio recargado de tareas en pos de subsanar los retrocesos de Estado producidos por las reformas ya mencionadas al inicio del artículo. Fue así que, en el marco del avance de la pauperización social —caracterizada por el empobrecimiento de la población, el aumento del empleo y subempleo, y el deterioro de las condiciones laborales mediante las medidas de flexibilización e informalización—, las mujeres fueron tanto el factor de ajuste como el de aglutinamiento social.

En consonancia con lo anterior, consideramos que es justamente en los momentos de crisis, incertidumbre e inestabilidad, cuando se robustecen los discursos tradicionales, de los cuales el duhaldismo constituye un claro ejemplo. De esta forma, las políticas públicas dirigidas a las mujeres se dedicaron a ubicarlas en el lugar de cuidadoras de los débiles y sostenedoras de los lazos familiares, maternalizándolas nuevamente. Así, maternalización y despolitización constituyeron dos procesos que fueron de la mano.

Bibliografía

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1 Se crearon numerosos programas que Estela Grassi enumera detalladamente (2003b: 236 y siguientes). Muchos de ellos estuvieron comprendidos dentro del Plan Social (creado en 1993 y relanzado en 1995). Entre los programas y planes con más continuidad podemos mencionar los Planes Trabajar.

2 En el texto ya citado, Rodríguez Enríquez explica que la teoría neoclásica ha sostenido que los hogares son “unidades armoniosas, racionales y ahistóricas”, donde las personas “deciden racionalmente la distribución de su tiempo entre actividades para el mercado (trabajo productivo remunerado), actividades para el hogar (trabajo doméstico y no remunerado) y ocio” (2012: 26).

3 Un ejemplo de este proceso ha sido el estudiado por Claudia Anzorena en su libro Mujeres en la trama del Estado. Una lectura feminista de las políticas públicas (2013), donde analiza el “Plan Jefas de Hogar Desocupadas”, aplicado en la provincia de Mendoza durante el 2000.

4 La cursiva es mía.

5 La cursiva es mía.

6 Este libro es particularmente importante para comprender el esquema de pensamiento de “Chiche” Duhalde, puesto que surge como una respuesta “sentida” luego de su derrota electoral en 1997 ante Graciela Fernández Meijide, cuando ambas compitieron por un cargo en la legislatura de la provincia de Buenos Aires. Pobreza y Estado es una respuesta a las acusaciones de clientelismo vertidas en los medios de comunicación por la oposición y una forma de exhibir públicamente el trabajo realizado por “Chiche” en el CPFDH.

7 En numerosas oportunidades, González de Duhalde reafirmó su lugar como esposa y madre. Durante la campaña electoral de 1997 afirmó ante los medios de comunicación: “Soy un ama de casa orgullosa. Serlo es una virtud” (La Nación, 6 de octubre de 1997).

8 Todo el material referido al Plan Vida se encuentra sumamente fragmentado. Aquí hemos realizado una reconstrucción basada en información de los medios de comunicación (principalmente entrevistas a Hilda González de Duhalde), el libro Pobreza y Estado (también de González de Duhalde) y los aportes de Nicolás Dallorso, a quien agradecemos su colaboración dado que generosamente nos envió su tesis de doctorado.

9 De hecho, estos sectores fueron definidos sistemáticamente por “Chiche” como “los más vulnerables”, tanto en entrevistas en medios de comunicación (por ejemplo: La Nación, 5 de julio de 1998) como en sus libros Pobreza y Estado (González de Duhalde, 1998) y El Plan Vida. Una experiencia donde la solidaridad es el eje de la política social (González de Duhalde, 2002).

10 Zaremberg señala el crecimiento en la planta del CPFDH: “Pasa de una veintena de empleados permanentes en el ex-Consejo de la Mujer, en 1993, a contar, en 1998, con 737 empleados de planta a los que debemos sumar 275 temporarios, lo que resulta en un número de 1012 personas ocupadas en el CPFDH” (2000: 18, citado por Dallorso, 2010: 33).

11 La cursiva es mía.

12 Adriana Valobra (2004-2005) ha realizado una reconstrucción de la historiografía sobre género y peronismo, centrándose en los estudios que consideran al primero de ellos una categoría útil para el análisis histórico. En este sentido, destaca los aportes iniciales de Julia Guivant, profundizados y en algunos casos resignificados por Karina Ramacciotti, Dora Barrancos y Karina Felitti. En esas investigaciones se abordan las tensiones entre políticas promaternalistas y pronatalistas, las relaciones entre peronismo y políticas “de género”, y el atravesamiento de las dinámicas machistas y patriarcales a las mismas. Asimismo, cabe señalar que Carolina Barry ha realizado contribuciones en las cuales analiza la imagen de Evita y su impacto en la política argentina (2014; 2017; 2018).

13 La oposición política de los años 90 encontró en el FrePaSo (Frente País Solidario) y la UCR (Unión Cívica Radical) a sus principales representantes, que ganaron las elecciones de 1999 con la coalición “Alianza por el trabajo, la justicia y la educación”. A través de algunos medios de comunicación, se emitieron desde estos espacios, denuncias hacia el duhaldismo por corrupción, al tiempo que se mostró a las manzaneras y comadres del Plan Vida como parte del aparato clientelar pejotista.