“Una mujer no como otras”: identidad y género en las memorias de la miliciana Micaela Feldman en la Guerra Civil Española

Federico Martín Vitelli*

Cuadernos del Sur - Historia 50 (2021), 110-131, E-ISSN 2362-2997

Nos proponemos analizar a partir de las memorias de Micaela Feldman (1902-1992) las formas de construcción y asignación de roles dentro del sistema sexo-genérico puestas en disputa durante su participación en la Guerra Civil Española (1936-1939). En este sentido, daremos cuenta de los espacios de resistencia y avance de las mujeres dentro de esferas tradicionalmente reservadas a los varones, en el marco de un sistema histórico patriarcal y heteronormativo.

Al respecto, abordaremos, en primer lugar, la asignación de roles de género efectuada en el frente de batalla que tendió a colocar a las milicianas en papeles tradicionalmente atribuidos a mujeres, tales como las tareas de cuidado y las labores domésticas, y, en segundo lugar, las consecuencias en la construcción de la subjetividad sexual que generaron en las milicianas las vivencias en los frentes de batalla.

Las memorias de guerra de Micaela Feldman, Capitana con poder de mando de tropa en una División compuesta mayormente por anarquistas y militantes del PUOM, constituyen para ello un documento de gran interés puesto que expresa en ellas los conflictos derivados del incurrir, siendo mujer, en un terreno reservado para varones y concebido socialmente como masculino.

Palabras clave

Guerra Civil Española

milicianas

género

Fecha de recepción

2 de junio de 2021

Aceptado para su publicaciòn

18 de septiembre de 2021

* UNS-CONICET. Correo electrónico: fedevite20@gmail.com.

Resumen

We propose to analyze, from the memoirs of Micaela Feldman (1902-1992) the forms of construction and assignment of roles within the sex-generic system that were disputed during her participation in the Spanish Civil War (1936-1939). In this sense, we will give an account of the spaces of resistance and advancement of women within spheres traditionally reserved for men within a patriarchal and heteronormative historical system.

In this regard, we will address firstly, the assignment of gender roles carried out on the battlefront that tended to place the militiawomen in roles traditionally attributed to women such as caregiving and domestic chores; and secondly, consequences for women, in the construction of sexual subjectivity generated by the battle front experiences in the militiawomen.

The war memoirs of Micaela Feldman, Captain with troop command power in a Division composed mostly of anarchists and PUOM militants, constitute a document of great interest for expressing the conflicts derived from incurring, as a woman, in a land reserved for men and socially conceived as masculine.

Keywords

Spanish Civil War

Militiawoman

Gender

Abstract

110-131

Do

Introducción

En el siguiente trabajo intentaremos abordar, desde un enfoque histórico y a partir del análisis de las memorias de Micaela Feldman (1902-1992) sobre su participación en la Guerra Civil Española (1936-1939)1, las formas de construcción y asignación de roles dentro del sistema sexo-genérico2 puestas en disputa durante el conflicto, así como los espacios de resistencia y avance de las mujeres en esferas tradicionalmente reservadas a los varones dentro de un sistema histórico patriarcal y heteronormativo. Entendemos que

los géneros son construcciones sociales que, con base en los genitales del cuerpo humano, transforman ese cuerpo no solo en sexuado sino en genéricamente asignado a un sistema jerárquico que inferioriza lo femenino y descarta cualquiera opción que no sea el reconocimiento de un ser hombre o mujer (asignación forzada de un género a toda intersexualidad). La superioridad del hombre es, por tanto, una compleja construcción cultural que se absolutiza en todos los países dominados por la cultura que la produce. A la vez, esta construcción tiene características parecidas al racismo de la conquista y a la esclavización de los vencidos. De tal forma que sistema de géneros y guerra, sistemas de géneros y colonialismo se acompañan (Gargallo, 2006: 207).

Los roles de género se establecen a partir del conjunto de normas dictadas socioculturalmente de forma prescriptiva sobre el comportamiento femenino o masculino. Más allá de la existencia de variaciones de acuerdo con la cultura, clase social, grupo étnico y/o estado generacional, podemos sostener que una de las divisiones básicas que ha atravesado históricamente a las sociedades es aquella que se corresponde con la división sexual del trabajo:

Las mujeres tienen a los hijos y por lo tanto los cuidados: ergo, lo femenino es lo maternal, lo doméstico contrapuesto con lo masculino como lo público. La dicotomía masculino-femenino, con sus variaciones culturales tipo el yang y el ying, establece estereotipos, las más de las veces rígidos, que condicionan los roles, limitando las potencialidades humanas de las personas al potenciar o reprimir los comportamientos según si son adecuados al género (Lamas, 1986: 188).

Siguiendo lo escrito por Mary Nash, la naturalización y la jerarquización dentro de la configuración binaria entre sexos y géneros

se han comportado como configuradores de prácticas sociales que niegan la categoría de sujetos históricos a algunos grupos identificados como “otros”, es decir, a los no blancos o a las mujeres, aquellos que se sitúan fuera de la norma distintiva que define al hombre blanco occidental como único sujeto histórico universal (2006: 42).

Durante la Guerra Civil Española, las milicianas —mujeres que se alistaron voluntariamente en las filas armadas de sindicatos3, partidos republicanos y de izquierda revolucionaria4— impulsaron una radical ruptura con respecto a la tradicional concepción reinante acerca de la mujer y al lugar que debía ocupar dentro de la estructura social patriarcal.

En las últimas décadas se ha producido un creciente y profundo desarrollo de la historia de las mujeres y de los estudios de género, en el cual han visto la luz importantes trabajos acerca del papel y la participación de las mujeres en la Guerra Civil Española, que, desde distintas perspectivas, han intentado reponer una historia silenciada durante años. Entre estos destacamos los pioneros avances de Iturbe (1974), las investigaciones de Mary Nash (1999, 2006) y de Gutiérrez Escoda (2019), así como los abordajes basados en análisis de autobiografías y memorias de milicianas de Padrino Pérez (2018), Parshina (2002) y Pulido Mendoza (2006).

Acerca de las áreas de vacancia en estudios de este tipo, Gutiérrez Escoda afirma que,

si bien es cierto que existen varios estudios dedicados a la figura de la miliciana, estos abarcan solo los primeros meses de guerra. Ello se debe a los supuestos decretos de desmovilización de Largo Caballero de octubre de 1936, y de marzo de 1937 (…). El hecho de dar por sentado y aceptar sin más que las mujeres fueron retiradas del frente conlleva a la existencia de un vacío historiográfico no subsanado todavía, en cuanto al conocimiento de la participación de la mujer española en las Fuerzas Armadas y en los cuerpos de seguridad. Esta laguna historiográfica se inicia en los primeros meses de 1937 y perdurará hasta el fin de la contienda (2019: 509).

Las memorias de guerra de Micaela Feldman constituyen para ello un documento de gran interés debido a que permiten abrir líneas de interpretación que extienden el período de participación de milicianas en el conflicto bélico, al tiempo que expresan los conflictos derivados del incurrir, siendo mujer, en un terreno reservado para varones y concebido socialmente como masculino.

Al tratarse de un estudio de género en clave histórica, no debemos olvidar que

el género no siempre se constituye de forma coherente o consistente en contextos históricos distintos, y porque se entrecruza con modalidades raciales, de clase, étnicas sexuales y regionales de identidades discursivamente constituidas. Así, es imposible separar el “género” de las intersecciones políticas y culturales en las que constantemente se produce y se mantiene (Butler, 2002: 3).

Consideramos que el propio hecho de escribir lo vivido en forma de memorias implica adueñarse de la palabra e irrumpir en el espacio público —históricamente reservado a lo masculino— haciendo posible la reconfiguración de discursos alternativos. En este sentido, las autobiografías se transforman en una acción de resistencia no solo frente al olvido, sino también frente al hecho de que la historia de las mujeres sea narrada por otros. Las memorias escritas por mujeres forman parte de la construcción de un discurso de autorrepresentación que se ve modificado según la época, la clase social, la orientación sexual y la etnia, entre otras variables. Diferencias que se producen también según “las percepciones de cada una sobre sí misma y los y las demás y según sus propias experiencias” (Padrino Pérez, 2018: 48).

El trabajo se estructura en dos apartados que analizan, en primer lugar, la asignación de roles de género en los frentes de batalla, que tendieron a colocar a las milicianas en papeles tradicionalmente referidos a las mujeres, tales como las tareas de cuidado y las labores domésticas, y, en segundo lugar, el efecto en la construcción de la subjetividad sexual que generaron las vivencias milicianas en la guerra a partir de lo narrado por Micaela Feldman.

“Decir mi coronel no me sale”

Desde el inicio mismo de la Guerra Civil, miles de mujeres tomaron un rol activo en el esfuerzo bélico mediante su participación en organizaciones políticas y sindicales, en la producción agraria e industrial en la retaguardia, en la atención sanitaria, en las campañas educativas y en el combate armado en las milicias.

Nash (1999) señala, no obstante, que la imagen de la miliciana, que pobló durante los primeros momentos de la guerra los carteles de la propaganda republicana, fue más bien un símbolo de llamamiento a los hombres hacia la lucha que un genuino avance en la ocupación del espacio por parte de mujeres. Prácticamente la totalidad de las organizaciones sociales adhirieron a la premisa de que las mujeres tenían reservado su puesto de lucha en la retaguardia, marcando una clara división de espacios de actuación en función del género. Y fue efectivamente en la retaguardia donde las mujeres efectuaron su principal contribución —al menos desde lo numérico— al esfuerzo de guerra. Se incorporaron a la producción ocupando los puestos de trabajo que los hombres dejaban vacantes en su desplazamiento hacia los frentes. Esta movilización fue vectorizada principalmente a través de organizaciones de mujeres, entre las que destacaron la Agrupación de Mujeres Antifascistas —dependiente del Partido Comunista— y la anarquista Mujeres Libres.

El ámbito de la lucha armada constituye históricamente uno de los espacios vedados a las mujeres en base a un sistema patriarcal que las cataloga como seres naturalmente pacíficos, débiles y sumisos. Esta estructura discursiva binaria que ha primado en diferentes épocas se basa en la idea de que los varones y las mujeres son seres contrarios y complementarios, con profundas diferencias fisiológicas, psíquicas y emocionales que se traducen en los hechos en la asignación de diferentes ámbitos de actuación para cada género. Al mismo tiempo, implica una concepción de la feminidad y la masculinidad como dos esencias naturales, puras y claramente diferenciadas y jerarquizadas. Desde esta perspectiva, la presencia de características socialmente asignadas a un género en una persona a la que se le impuso uno distinto de acuerdo con su genitalidad implica una degradación de la feminidad y la masculinidad. En palabras de Quijano:

La “naturalización” mitológica de las categorías básicas de la explotación/dominación es un instrumento de poder excepcionalmente poderoso. El ejemplo más conocido es la producción del “género” como si fuera idéntico a sexo. Muchas gentes piensan que ocurre lo mismo con “raza” respecto, sobre todo, de “color.” Pero esta es una radical confusión. Después de todo, el sexo es realmente un atributo biológico (implica procesos biológicos) y algo tiene que ver con “género” (2000: 379).

Sin embargo, fueron muchas las mujeres que no acataron estos mandatos y se alistaron de forma voluntaria en las milicias obreras creadas espontáneamente por partidos de izquierda, entidades republicanas y sindicatos. Sus motivaciones fueron diversas, desde la conciencia política hasta el deseo de acompañar a sus familiares en los frentes de batalla. De todas formas, en el seno de la milicia pervivió la división de roles de género, por lo que fue reducido el número de mujeres que combatieron efectivamente y la mayoría de ellas se desempeñó en tareas tradicionalmente femeninas, tales como la cocina, el cuidado de enfermos y heridos y la limpieza.

Nacida en la provincia argentina de Santa Fe y de origen judío, Micaela Feldman comenzó de muy joven su militancia entre las anarquistas rosarinas. Desde allí, se instaló en Buenos Aires, donde estudió odontología y conoció a quien se convirtió en su pareja y compañero de militancia, Hipólito Etchébéhere. Tras viajar por la Patagonia y Alemania persiguiendo sus objetivos revolucionarios, llegaron en 1936 a España para sumar sus esfuerzos a la efervescencia política que vivía la península ibérica. Allí se encontraban el 18 de julio, cuando un importante sector de los militares españoles alineados a los generales Emilio Mola y Francisco Franco se alzaron en armas contra el gobierno constitucional y democrático de la Segunda República Española, logrando un éxito parcial que dividiría España en dos e iniciando de esta forma la Guerra Civil.

La lucha que impulsó la Segunda República para derrotar a las fuerzas reaccionarias y que aunó durante tres años a distintos sectores antifascistas, llevó a Micaela e Hipólito a enrolarse en la milicia del Partido Obrero de Unificación Marxista5. A la muerte de Hipólito en combate, Micaela asumió la dirección de la columna de milicianos, siendo la única mujer con mando de tropa en el ejército regular republicano.

El nombre de Micaela Feldman no aparece en la lista de los 700 voluntarios internacionalistas que se enrolaron como parte de las Brigadas Internacionales6 en las filas del POUM. Como Micaela, otras figuras anónimas padecieron la desmemoria colectiva al quedar excluidas del relato bélico construido sobre un discurso histórico hegemónico patriarcal.

Micaela se autodefinía como anarquista, antiparlamentaria, antiautoritaria y comunista libertaria, y asumía una postura de apoyo crítico a la lucha sufragista de las feministas liberales. Consecuentemente, se negó a contraer matrimonio con Hipólito y a adoptar su apellido hasta 1935, cuando este cayó gravemente enfermo. Es en territorio bélico —y una vez muerto Hipólito en combate en agosto de 1936— donde se produjo la conversión de Micaela, quien abandonó definitivamente su nombre de origen, asumiendo el de Mikaela Etchébéhere, nombre con el que firmaría sus memorias (Gabbay, 2016).

Las mismas publicadas bajo el nombre de Mi guerra en España narran sus vivencias ocurridas durante los primeros meses del conflicto bélico. El relato comienza con la exposición de sus recuerdos acerca de lo sucedido durante el día del golpe de Estado parcialmente fallido del 18 de julio de 1936, culminando en febrero de 1937 con la caída de Málaga en manos de los sublevados en el frente de Madrid. Con posterioridad a los eventos narrados en sus memorias, fue perseguida y encarcelada por orden del Partido Comunista en el contexto de quiebre político entre comunistas y anarquistas en las Jornadas de mayo de 19377. Una vez liberada, formó parte de “Mujeres Libres”, desde donde continuó con su labor de alfabetización en la retaguardia madrileña. Finalmente, migró desde España rumbo a Buenos Aires a fines de 1939 para evitar ser testigo y víctima de los peligros derivados de la derrota del Ejército Republicano y de la invasión nazi en Francia.

En sus memorias Micaela cuenta

en primer lugar, su experiencia como miliciana, como mujer soldado que se encuentra en un espacio por antonomasia masculino, rodeada casi por completo de milicianos que, aun siendo camaradas, son hombres que piensan y actúan de forma machista; también plasma sus dilemas como revolucionaria ante algunas actuaciones inherentes a la guerra que suponen un conflicto con sus principios ideológicos y podemos leer cómo pone en práctica su marxismo libertario y los modos cooperativistas en los que fue educada; en tercer lugar, narra sus reflexiones y contradicciones como ser humano, como persona que está viviendo una guerra en la que está en juego la propia vida y por ello afloran sentimientos egoístas o cobardes, a los que se enfrenta; por último, también se sincera como esposa que pierde a su compañero de revolución y de vida en el frente, una pérdida importante que no ocupará un lugar trascendental en sus memorias pero que supone un punto de inflexión en su personalidad (Padrino Pérez, 2018: 49).

En sus escritos encontramos inicialmente a Micaela Feldman ocupándose durante la organización de las milicias, entre otras cosas, de la limpieza, la redacción de cartas y la organización de las provisiones sanitarias. El lugar impuesto a las mujeres en el batallón las apartaba de las armas y las confinaba a realizar tareas de este tipo. Al respecto, relata cómo Hipólito le ordenó en el inicio de los combates permanecer en la retaguardia junto al médico y al resto de las mujeres, encargándose, a su vez, de la tarea de impedir que estas intentasen ingresar en la primera línea de fuego: “Vigila muy bien a la Abisinia8 que es capaz de marear a los milicianos hasta que alguno le preste el fusil” (Etchebéhére, 2013: 38).

La diferencia entre las atribuciones asignadas por el género quedó establecida cuando Hipólito —quien además ostentaba el poder de ser el único poseedor de los conocimientos necesarios para utilizar las armas en la columna— tiene que enseñarle al resto de los varones estrategias de combate, excluyendo a sus compañeras. “Yo comprendo que por primera vez no debo seguir a Hipo. Se trata ahora de un asunto de hombres. El mío comienza su aprendizaje de jefe” (Etchebéhère, 2013: 44).

La división sexual del trabajo en el frente se encuentra tan internalizada por los miembros de la División que ni siquiera resulta necesario ponerla en palabras.

Sin que haya mediado ningún acuerdo entre Hipo y yo, me he instalado desde el comienzo en funciones más pesadas que heroicas: velar por la limpieza de los locales y de los hombres, escribir las cartas a las familias de los que no saben escribir, obtener de Madrid ropa y calzado, impedir las riñas, organizar un botiquín y no sé cuántas cosas más (Etchebéhère, 2013: 55).

Las tareas de cuidados, que serán centrales en la participación de Micaela en el frente de batalla, se extendían hasta el núcleo mismo de sus relaciones personales, reconociéndose a sí misma como responsable del bienestar de su pareja que se encontraba atravesando una enfermedad pulmonar.

—Si estás muy cansada —decía Hipo— bajaré yo a comprar.

Claro que estaba cansada y harta de escuchar el chapurreo de mis alumnos, casi todos hombres de negocios que debían aprender a toda velocidad un vocabulario suficiente para su viaje a España o a Sudamérica. Pero nada era cansancio comparado con mi temor por Hipo, por sus pulmones enfermos que absorbían durante horas el humo de tantos cigarrillos. (Etchebéhère, 2013: 156).

Tras la muerte de Hipólito en el campo de batalla a poco de comenzar la guerra, la posición de Micaela se transformó completamente al ser designada, por sus propios compañeros milicianos, al mando de la Compañía como natural sucesora del puesto que había pertenecido a su marido. Hecho que reafirma lo dicho por Lamas al referirse a la

tendencia de definir a los varones en términos de su estatus o de su papel: guerrero, cazador, jefe etc., mientras que la tendencia respecto a las mujeres es definirlas en términos androcéntricos, por su relación con los hombres: esposa de, hija de, hermana de, etc. (1986: 194).

Sin embargo, lejos de ostentar un título únicamente heredado, a partir de ese momento Micaela trabajó incansablemente en el objetivo de construir una posición lo más igualitaria posible para mujeres y hombres en la columna. Al respecto, afirma haberse dirigido a los soldados en los siguientes términos: “las muchachas que están con nosotros son milicianas, no criadas. Estamos luchando por la revolución todos juntos, hombres y mujeres, de igual a igual, nadie debe olvidarlo” (Etchebéhére, 2013: 39). Estos cambios en la asignación de tareas se volvieron rápidamente un ejemplo para otras milicianas que no dudaron en aunar esfuerzos para poder transformar la situación desigualmente construida entre sexos en las columnas. Conocedora de esta situación, una joven llamada Manuela, procedente de otra unidad militar, se acercó al batallón del POUM declarando:

Soy de la columna Pasionaria, pero prefiero quedarme con vosotros. Aquellos nunca quisieron dar fusiles a las muchachas. Solo servíamos para lavar los platos y la ropa. (…) He oído decir que en vuestra columna las milicianas tenían los mismos derechos que los hombres, que no lavaban ropa ni platos. Yo no he venido al frente para morir por la revolución con un trapo de cocina en la mano (Etchebéhére, 2013: 40).

Las dotes de mando demostradas por Micaela con el transcurrir de los enfrentamientos en el frente, fueron finalmente reconocidas de forma oficial tras el combate en el frente de la Moncloa, momento en el que se le otorgó el grado de Capitana (Padrino Pérez, 2018: 52).

En este sentido, procuró que sus decisiones no fueran impuestas a través del ejercicio autoritario devenido de la ostentación de su reciente cargo, permaneciendo en una posición muy crítica acerca de los privilegios de los mandos varones. El hecho que una mujer asumiera lugares de poder implicaba ante los ojos de sus compañeros y superiores de armas un riesgo per se. “Así se lo hizo saber a uno de los generales del Ejército Republicano —el General Kléber— que ‘ha venido a ver el fenómeno. Esa mujer que asume la responsabilidad de una posición peligrosa’ (Etchebéhère, 2013: 338, en Padrino Pérez, 2018: 52).

Sobre su encuentro con el General Kléber mencionó que

para no pasar vergüenza y para que estos dos militares de verdad no crean que tomo muy a pecho mis estrellas de capitán, me adelanto a su posible interrogatorio. Por favor, no me pregunten detalles de táctica o de estrategia, porque prácticamente no tengo la menor idea. Tampoco sé mandar. Mejor dicho, no necesito imponerme, porque los milicianos me tienen confianza. Cuando llega una orden la comunico a la compañía y la cumplimos entre todos (Etchebéhère, 2013: 339).

En su disposición a ejercer un tipo de liderazgo diferente al efectuado desde mandos masculinos, en el frente de Pineda de Húmera Micaela se dirigió a la División de la siguiente manera: “Yo no creo en las amenazas. La mejor manera de obligar es dejar libre a la gente. (…) Entre nosotros no hay obediencia, sino una responsabilidad compartida voluntariamente” (Etchebéhère, 2013: 344). La respuesta de uno de los milicianos fue la siguiente: “eres la capitana más grande de toda la guerra y la más flamenca. Lo que tú hagas, siempre estará bien hecho” (Etchebéhère, 2013: 345). Tal como afirma Padrino Pérez, “Frente al uso del poder como dominio, Micaela eligió un uso del poder como posibilidad, tomando las decisiones desde la responsabilidad compartida en el diálogo grupal” (2018: 52). Esta manera de entender la potestad de liderazgo es expresada en sus memorias en fragmentos como el siguiente: “Ustedes están en su derecho de llamarme al orden cuando lo crean necesario” (Etchebéhère, 2013: 344).

Estas formas de dirigirse a sus subalternos tuvieron su correlación en espejo con las maneras de interactuar con sus superiores, a quienes optó por llamar con expresiones como “Compañero coronel”, pese a considerar que “es ridículo, pero decir mi coronel no me sale” (Etchebéhère, 2013: 306).

Su antiautoritarismo es, según Gabbay, muestra de la imbricación de su filosofía hebrea como su formación libertaria (2016: 42). Consideramos que estos rasgos resultan complementarios con lecturas similares desde los estudios de género y feministas acerca de las formas alternativas a la configuración patriarcal de ejercer liderazgos. Mendoza nos dice que

el trabajo materno en este sentido —igual que la política de alteridad— tiene como principio fundamental la conservación de la vida; se trata igualmente de la creación de una vida en la que los seres humanos crezcan y prosperen libres de violencia, y desarrollen una intersubjetividad tanto en lo privado con en lo público basada en la reciprocidad y la no violencia. El modelo político del pensamiento materno promueve una economía de cuidado y la preservación de la vida en el planeta (2010: 32).

Este modelo de autoridad, que pone en el centro la reciprocidad y la economía del cuidado por sobre la autoridad vertical y jerárquica patriarcal, contempla a su vez la esfera de lo que comúnmente se establece como el mundo de lo “privado”, entendiendo que

lo privado no es unidimensional, allí se transfieren sistemas intersubjetivos que operan tanto a nivel público como privado. Partir de una separación de lo privado y lo público conservaría para las feministas no sólo la colonialidad de género sino también la concepción liberal eurocentrada de la política (Mendoza, 2010: 31).

Rápidamente, la práctica antiautoritaria de Micaela produjo un cambio radical en los hombres que luchaban a su lado, quienes comenzaron a realizar tareas que anteriormente les exigían a las mujeres de la División. Ernesto —un miliciano de la columna— afirma sobre la nueva situación que “de todo se habrá visto. Una mujer manda la compañía y los milicianos le lavan los calcetines. ¡Para revolución, ya es una grande!” (Etchebéhère, 2013: 336). Intervención a la que Micaela contesta, según sus memorias, de la siguiente manera:

Como bien dices, es una revolución. ¿La prueba? Que me habéis elegido libremente para mandar la compañía sin tener en cuenta que soy una mujer. Si estamos vivos cuando termine la guerra, hablaremos de todas estas cosas. Por el momento, muchas gracias, Ernesto, nunca me hubiese atrevido a pedirte que me lavaras los calcetines (Etchebéhère, 2013: 336).

Las expresiones de Micaela, en las que une la modificación en la asignación de roles de género en la División con los objetivos revolucionarios libertarios, tuvieron como objetivo principal transmitir a sus compañeros y compañeras que el cambio en la estructura cultural y económica de la sociedad no se podía generar, si en paralelo no se producían estas transformaciones en la esfera microsocial. Al respecto, Fraser afirma que:

La distinción entre la injusticia económica y la cultural es, desde luego, una distinción analítica. En la práctica, las dos se entrecruzan. Incluso las instituciones económicas más materiales tienen una dimensión cultural constitutiva (…). La corrección de las injusticias depende entonces de la redistribución y no del reconocimiento. Para superar la explotación de clase, es necesario reestructurar la economía política de modo que se altere la distribución de las cargas y los beneficios sociales entre las clases (1996: 10).

La división sexual del trabajo en los frentes de batalla, reinante antes del ejercicio del mando de Micaela, era justificada desde posturas esencialistas tal como vemos en los siguientes fragmentos: “Parece que las mujeres tienen más frío que los hombres. (…) Tú no deberías hacer guardia por la noche. Ya sabemos que eres valiente, no necesitas querer demostrarlo a toda costa” (Etchebéhère, 2013: 89); “Y tú deja de cargar. No es trabajo de mujeres. Llévate también al crío Clavelín”9 (Etchebéhère, 2013: 90).

En paralelo al desempeño de sus tareas militares, Micaela llevó adelante menesteres asociados tradicionalmente a su género tales como la de alimentar y cuidar la salud de los varones a su cargo.

Ahora me toca preguntar a mí. ¿Cómo piensan alimentarnos? ¿Habrá comidas calientes?

Acabo apenas de pronunciar estas palabras cuando ya me arrepiento de haberlas dicho porque descubren mi flaqueza de capitana ama de casa o madre de familia. Pero al capitán no le chocan, al contrario (Etchebéhère, 2013: 233).

Como se observa en el fragmento transcripto de sus memorias, estas funciones desarrolladas en paralelo podían llegar a considerarse, de forma apriorística, como una debilidad de quien las desempeñara por tratarse de ocupaciones asociadas a géneros opuestos dentro de una sociedad patriarcalmente asimétrica. Lejos de ello, los superiores de Micaela observaron en el desarrollo de la guerra que las iniciativas de cuidado, generadas bajo el mando de la Capitana e históricamente desdeñadas por los mandos masculinos, provocaban un mayor bienestar en la tropa que elevó su moral mejorando su rendimiento en batalla y disciplina. Este beneficio general llevó al resto de la columna a revalorizar la importancia de las tareas de cuidados empezando a ser compartidas entre varones y mujeres.

Duró el combate hasta la noche alta. Con las primeras sombras menguaron los disparos. Aprovechamos la calma para dar de comer a los hombres. Gracias a una de mis iniciativas de ama de casa había cien termos llenos de café caliente. Los milicianos de las otras columnas miraban con envidia a los nuestros. Se organizó inmediatamente una cola para compartir la buena bebida, y por primera vez quizá se cumplió un acto de disciplina sin la menor falla (Etchebéhère, 2013: 13).

En el ejercicio de su cargo “Micaela experimentó sentimientos hacia el resto de los milicianos que son señalados por ella misma como ‘maternales’” (Padrino Pérez, 2018: 56), en especial hacia los miembros más jóvenes del grupo. Esta situación, permanente durante sus vivencias en los frentes de batalla, permitió que los milicianos adolescentes encontraran espacios de contención para expresar sentimientos reprimidos tradicionalmente de acuerdo con los roles de género masculinos de valentía y ausencia de emociones vinculadas a lo “femenino”.

Oigo llorar despacito a mi lado. Es el menor de los dos hermanos. El mayor no se atreve a consolarlo. Pero yo, que soy mujer, tengo derecho:

—Sí, pequeño, lo sé, tienes mucho miedo. Nosotros también. Y tienes hambre, y no puedes más de fatiga como nosotros todos, pero tú eres todavía un niño y vamos a contarnos cuentos o más bien hacer la lista de lo que comeremos en la gran cena que nos pagaremos en Madrid (Etchebéhère, 2013: 131).

La internalización de la estructura jerárquica sexo-genérica, que establecía que las mujeres no resultan física y psíquicamente capaces de desempeñar tareas bélicas de dirección sobre varones, llevó a Micaela a una permanente necesidad de aprobación frente a sus pares y superiores de armas.

En cuanto a mí, pienso que las estrellas de capitana me vienen grandes por muchas razones. La primera, mi falta de conocimientos militares y las poquísimas ganas de adquirirlos. Después viene la preocupación excesiva por la salud de los milicianos, la responsabilidad que me abruma ante los heridos y los muertos, y la necesidad enfermiza de sentirme aprobada en todas las circunstancias (Etchebéhère, 2013: 287).

En este sentido, resulta sumamente revelador que el adjetivo más utilizado por parte de sus compañeros de armas, como gesto de aprobación del ejercicio de tareas “masculinas” de mando llevadas adelante por Micaela, sea el tener “más cojones” que aquellos capitanes varones. De esta forma, pese al tratarse del reconocimiento hacia una compañera, aquello digno de exaltación continuaba vinculado al mundo sexo-genérico de lo masculino.

Un grupo de milicianos se acerca a mirar. De pronto, exclaman asombrados:

¡Es una mujer! Venid a ver, es una capitana...

Y, dirigiéndose a los hombres que aguardan al pie del camión, uno de ellos pregunta:

¿Entonces, a vosotros os manda una mujer?

Una mujer, sí, y a mucha honra Contesta Garbanzo con voz de desafío. Una capitana que tiene más cojones que todos los capitanes del mundo. ¿Queréis saber algo más? (Etchebéhère, 2013: 327).

El hecho que el reconocimiento de sus funciones militares se hallara tan íntimamente vinculado a los roles masculinos “la llevó permanentemente a intentar mostrar resistencia física y ocultar supuestas debilidades y emociones. De hecho, dejar pública y rápidamente en el olvido la muerte de Hipólito fue también una manera de no demostrar flaqueza” (Padrino Pérez, 2018: 55). Al mismo tiempo, la culpa de sentir que mientras intentaba llevar adelante papeles de mando no había podido cumplir con las tareas de cuidado ligadas a su propio género se expresa en sus memorias en fragmentos como el siguiente:

Nuevamente alguien me protege. Esta comprobación me trae el recuerdo de Antonio Laborda y del Marsellés. Los dos me han ayudado y yo no pude hacer nada por ellos. Por Hipo tampoco. El pacto que nos ligaba era demasiado exigente, demasiado riguroso. Nuestro compromiso pasaba antes que nuestro amor. No pude impedir que muriera (Etchebéhère, 2013: 123).

En la huida de la Catedral de Sigüenza que se encontraba sitiada por las tropas franquistas, Micaela sufre la fractura de su mano que le impidió tener el mismo rendimiento físico que sus compañeros. Ante el hecho del ocultamiento por parte de Micaela de cualquier signo de debilidad que pudiera poner en cuestión su habilidad de mando —capacidad inmediatamente susceptible de sufrir críticas por no tratarse de un “rol natural” para mujeres— un miliciano le ordenó: “Dame los paquetes. Bueno, la capa y el fusil también. Basta de tonterías. Mira un poco esa mano que tienes. Deja de querer ser siempre la más fuerte. Por muy valiente que sea, una mujer es una mujer” (Etchebéhère, 2013: 182).

Como afirma Padrino Pérez, “el espacio de militancia revolucionaria que Micaela transitó durante el conflicto no estaba exento de los imaginarios tradicionales de relación jerárquica entre los géneros” (2018: 56). De esta manera, el dirigente anarquista.

Cipriano Mera (…) tomándome por los hombros dice con voz severa, como quien riñe a una chiquilla: Vamos, moza, deja de llorar. Llorando con lo valiente que eres. Claro, mujer al fin… La frase me cruza como un latigazo. El dolor y la humillación me hacen apretar los puños y arder la cara. Levanto despacio la cabeza buscando una respuesta que lave la ofensa. Sólo acierto a decir: Es verdad, mujer al fin. Y tú, con todo tu anarquismo, hombre al fin, podrido de prejuicios como un varón cualquiera (Etchebéhère, 2013: 482).

En 1937, la situación cambió drásticamente cuando los decretos del jefe del gobierno republicano, el socialista Largo Caballero, establecieron la militarización de las milicias y el retiro de las mujeres de los frentes. Esta decisión política fue además reforzada a partir de discursos públicos que las descalificaban, arrebatándoles su condición de sujetos políticos y devolviéndolas al lugar que les correspondía en el imaginario del orden patriarcal. En este sentido, fueron identificadas en su mayoría como prostitutas que ponían en peligro la vida de los soldados, propiciando la transmisión de enfermedades venéreas, y generándoles un inconveniente desgaste de energía sexual, potencial para la batalla.

Ante esta situación, Micaela abrió un impasse en su participación bélica, abocándose a la labor educativa que desarrolló en la retaguardia a partir de mediados de 1937.

Comunico al comandante mi proyecto de traer libros y revistas ilustradas que puedan interesar a los milicianos. (…) Lo malo es que muchos de nuestros milicianos no saben leer. Ya lo he pensado. Para ellos tengo otro proyecto. Les enseñaremos a leer y escribir aquí mismo, si usted está de acuerdo. He averiguado que tenemos cuatro maestros de escuela en las trincheras (Etchebéhère, 2013: 432).

“Un ser híbrido”

La admiración que los milicianos le profesaban a Micaela se encontraba estrechamente ligada a una estricta imagen de puritanismo y asexualidad que ella misma se esforzó en construir.

Luego soy para ellos una mujer, su mujer, excepcional, pura y dura, a la cual se le perdona su sexo en la medida en que no se sirve de él, a la que se admira tanto por su valentía como por su castidad, por su conducta (Etchebéhère, 2013: 265).

De esta manera, se convertía en una “mujer-soldado que no tiene derecho a pintarse la boca”, ni a “andar por los bares para acortar los días y las noches sin combate” (Etchebéhère, 2013: 230). Al mismo tiempo, consideraba que para los milicianos debía ser “probablemente ni mujer ni hombre, un ser híbrido” (Etchebéhère, 2013: 251).

Micaela era consciente de que el ejercicio del poder asociado a lo masculino no podía reconocerse fácilmente en una mujer, llegando a mencionar la sorpresa que generó en los generales en el encuentro con ella:

¿Entonces creía usted ver llegar una especie de marimacho con trazas de soldadote? Es curioso, todos los hombres tienen las mismas ideas acerca de las mujeres que cumplen una tarea que no concuerda con “las labores propias de su sexo”, como reza la fórmula tradicional (Etchebéhère, 2013: 305).

En sus memorias aborda el tabú de la menstruación en el frente, al expresar que, al igual que otras milicianas, se cuidaba de no dejar rastro de esta: “Espero a que los hombres estén dormidos para echar al fuego un paquete de algodón empapado en mi sangre, que no es de herida sino el tributo mensual de mi condición femenina” (Etchebéhère, 2013: 365).

En relación con el ejercicio de la sexualidad durante su participación en la guerra, Micaela narra distintos episodios en los que su deseo queda conscientemente reprimido bajo el precepto del objetivo mayor revolucionario que imponía un código de conducta alejado al goce sexual para aquellas mujeres que desempeñaran lugares de poder reservados a los varones.

Porque son milicianos que guisan y lavan para todos. No son las mujeres de este o aquel oficial. No están ahí para acostarse con ellos (Etchebéhère, 2013: 358).

Era un jefe, un verdadero jefe. Ahora que ha muerto y que yo también moriré seguramente, te puedo confesar que todas las muchachas estaban locas por él (…). Sí, más vale que te vayas, porque me parece que estoy diciendo bobadas que una miliciana no debe decir (Etchebéhère, 2013: 99).

¿Habrá leído el hombre una complicidad en las inflexiones de mi voz, un consentimiento en mis ojos antes de que yo los hurte? ¿De dónde me ha venido esa debilidad, esa traición de una carne reprimida sin el menor esfuerzo consciente desde la muerte de Hipo? Me pongo a odiar con todas mis fuerzas esta flaqueza que me devuelve a la humilde condición de mujer. Tan bien escondida hasta aquí, que ninguno de los hombres con quienes he dormido a menudo sobre el mismo jergón se atrevió a descubrirla. ¿Hablarán entre ellos? (Etchebéhère, 2013: 179).

Para ellos, yo no soy mujer ni hombre. El clima que se ha creado entre nosotros ha nacido de mi conducta (Etchebéhère, 2013: 312).

No me mires con ojos de burla o de lástima, no pienses que me creo Juana de Arco o que me impongo un código monástico. Mi actitud nada tiene que ver con la moral burguesa. Tiene que ver con el personaje que encarnó para los milicianos de mi compañía, para todos los que me rodean y hasta para ti (Etchebéhère, 2013: 315).

Coincidimos con Padrino Pérez en que de esta manera quedan

en evidencia los niveles de represión sexual autoimpuestos para no afectar el imaginario construido sobre ella por los milicianos, que la piensan como una “buena mujer” de acuerdo con la estructura patriarcal: una mujer privada, madre y esposa, contrapuesta eventualmente con la “mala mujer”, la mujer pública que vive su sexualidad de forma libre (2018: 60).

Como afirma Butler, “se trata de un pacto no verbal masculino se presenta como una universalidad desencarnada y lo femenino se construye como una corporeidad no aceptada” (2002: 9).

Reafirmando lo dicho, Micaela relata en sus escritos un diálogo con un miliciano en el que expone el control ejercido por sus compañeros varones a partir de la aparición de sentimientos de celos:

Miliciano: —Ve a dar una vuelta por los pisos. Los hombres te quieren y están orgullosos de ti. Y no te quedes mucho tiempo en la estación. Tienen celos.

Micaela: — ¿Celos de qué, de quién?

Miliciano: —De los hombres de la estación (…). Cada vez que te vas oigo comentarios. Quisieran que te quedaras siempre aquí (Etchebéhère, 2013: 104).

El carácter explícito con que la propia Mika planteó estas cuestiones nos lleva necesariamente a abordar el problema de la identidad de género. Entendemos que “mujer” y “hombre” son categorías políticas y no hechos naturales, construcciones socioculturales sujetas a la variabilidad histórica. El género no depende pues de una esencia predeterminada, sino que se encuentra en constante y permanente construcción (Butler, 2002).

En la construcción sociocultural del género durante el conflicto bélico, frente a los aspectos positivos ligados a la valentía y a las aptitudes guerreras propios de lo masculino, aquellas identidades feminizadas fueron significadas con valores negativos como la cobardía y la incapacidad: “Esta noche han olvidado a los rusos para tomárselas con los españoles, amenazándoles con venir a ver si tienen cojones como los hombres, o son todos maricas, jodidos por el culo que no se atreven a contestar cuando los insultan” (Etchebéhère, 2013: 245).

Sin embargo, en la construcción sexo-genérica realizada Micaela en sus memorias, los valores vinculados con la hombría invierten su carga positiva relacionando lo masculino con lo autoritario y lo violento: “Quizá, si yo fuese capaz de mandarlos pistola en mano, infundirles temor, si me portara como un hombre de guerra, más hombre que todos ellos en la mala acepción del término” (Etchebéhère, 2013: 252). Al rememorar un episodio de tensión sexual con un compañero llamado Antonio Guerrero, se cuestiona lo siguiente:

Mi lenguaje produce un efecto curioso en nuestro jefe, mitad fraile, mitad pastor. De sus ojos adormilados cae una mirada despaciosa, que me descubre de repente mujer y despierta en mis entrañas, durante un instante mínimo, a una hembra ablandada que puede ceder. Con un movimiento brusco aparto la mano que ya busca mi hombro (Etchebéhère, 2013: 250).

Entre Antonio Guerrero y yo todo ha vuelto a ser como antes de la mirada sospechosa. Él es el jefe y yo algo así como su asistente. La llamita que sus ojos encendieron se apagó tan pronto que me cuesta admitir que haya ardido, o no quiero admitirlo. Anda, hipócrita, puritana infecta, sabes que ardió, pero tienes vergüenza, y una vez más te sientes culpable. ¿Llegarás un día a librarte de ese complejo de culpa cósmico que llevas encima desde la infancia? (Etchebéhère, 2013: 256).

Tal como afirma Padrino Pérez “En todo momento Micaela coloca como objetivo y misión fundamental de su vida su servicio a la revolución, frente al cual quedó subsumida la libertad de vivir su sexualidad como prefiriera” (2018: 59). En palabras de la propia Micaela: “Yo no tengo derecho a andar por los bares para acortar los días y las noches sin combate. Mi estatuto de mujer sin miedo y sin tacha me lo prohíbe. Mi catecismo personal también me lo prohíbe” (Etchebéhère, 2013: 294).

El logro de la aceptación del ejercicio del liderazgo de mujeres por parte de tropas y superiores masculinos no solo implicó la represión de todo atisbo de goce sexual, sino que se extendió hasta el borramiento mismo de toda expresión pública de elementos vinculados al mundo de lo femenino:

encuentro el lápiz de labios que una amiga me regaló en París. Lo tomo sin darme cuenta, lo abro, me acerco al espejo y reconozco, asombrada, la que soy ahora: una mujer-soldado que no tiene derecho a pintarse la boca (Etchebéhère, 2013: 398).

La represión de su sexualidad, el ejercicio de las tareas de cuidados dentro de las filas de la División y la toma de decisiones como capitana del ejército, la convirtieron, en sus palabras, en una “extraña misión híbrida como mi condición de mujer sin sexo y de comandante madre” (Etchebéhère, 2013: 361).

Consideraciones finales

Mujer al mando de tropa en una guerra que se produce en paralelo a una revolución, mujer en un lugar reservado para hombres, mujer fusil en mano, mujer política, mujer pública y privada que cuida como madre a sus soldados. Micaela Feldman encarnó una posición múltiple que penduló entre la adopción de rasgos asignados tradicionalmente a la masculinidad como forma de conseguir el respeto de sus compañeros y el ejercicio de roles de cuidados típicos de la feminidad construida en términos patriarcales.

Las memorias de Micaela devuelven la voz a miles de mujeres cuya participación clave en el desarrollo del conflicto bélico fue sistemáticamente silenciada en las lecturas historiográficas de inmediata posguerra. Al mismo tiempo, nos acercan a los procesos de emancipación llevados a cabo a partir de la proposición de nuevos tipos de liderazgos y del cuestionamiento a las estructuras de desigualdad de género hegemónicas.

Los procesos de resistencia desarrollados durante momentos de afectación de las subjetividades, tales como guerras y crisis socioeconómicas profundas, resultan ser históricamente propicios para la transformación de las relaciones sociales jerárquicas sostenidas en la construcción de identidades que definen la feminidad en términos exclusivos de reproducción, maternidad obligada y dedicación al cuidado de los demás.

Bibliografía

Fuentes

Echebéhere, Mika (2013), Mi guerra de España, Oviedo, Cambalache.

Bibliografía referida

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1 La Guerra Civil Española fue un conflicto bélico que se desencadenó en España tras el fracaso parcial del golpe de Estado del 18 de julio de 1936, llevado a cabo por una parte de las Fuerzas Armadas contra el gobierno legítimo de la Segunda República. Dicho conflicto, que enfrentó al heterogéneo bando republicano con el sector sublevado bajo el mando del general Francisco Franco, concluyó el 1 de abril de 1939 con la victoria de este último y el consiguiente establecimiento de una dictadura que se extendió hasta la muerte de Franco en ١٩٧٥.

2 Consideramos que “el género no es a la cultura lo que el sexo es a la naturaleza; el género también es el medio discursivo/cultural a través del cual la naturaleza sexuada o un sexo natural se forma y establece como prediscursivo, anterior a la cultura, una superficie políticamente neutral sobre la cual actúa la cultura” (Butler, 2002: 5).

3 Las centrales sindicales que aceptaron mujeres entre sus filas armadas fueron aquellas nucleadas en la Unión General del Trabajo (UGT), de tendencia mayoritaria socialista, y la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), de ascendencia anarquista.

4 Esta distinción se fundamenta en que si bien los partidos de izquierda revolucionaria como el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), del que hablaremos más adelante y los partidos republicanos tales como Unión Republicana o Acción Republicana se encontraban aunados por su oposición a la monarquía y al ascenso del fascismo, sus diferentes posturas en torno a la reforma agraria y a la sanción de medidas de expropiación y socialización de propiedades privadas los dividían, generando dificultades y contradicciones en el devenir de la guerra.

5 El POUM, fundado en 1935, era un partido marxista disidente con respecto a las políticas estalinistas de la Unión Soviética. Durante la Guerra Civil Española propugnó, al igual que el anarquismo, que la revolución social debía llevarse a cabo de forma paralela a la lucha militar contra el ejército franquista. Acusado de “fascista” y “contrarrevolucionario” por el Partido Comunista, sufrió una dura persecución política a partir de 1937, momento en el que el Partido Comunista concentró una mayor cuota de poder en el gobierno.

6 Las Brigadas Internacionales organizadas durante la Guerra Civil Española estaban compuestas por más de treinta y cinco mil voluntarios provenientes de cincuenta y tres naciones diferentes. Cerca de nueve mil judíos voluntarios lucharon en el bando republicano alistándose en las brigadas y milicias.

7 Las Jornadas de mayo hacen referencia a una serie de enfrentamientos ocurridos en el seno del bando republicano entre el 3 y el 8 de mayo de 1937, en diversas localidades de las provincias de Cataluña, con epicentro en la ciudad de Barcelona. En estos sucesos se enfrentaron, por un lado, grupos anarquistas y trotskistas (partidarios de la revolución permanente) y, por el otro, el Gobierno de la República, la Generalidad de Cataluña y algunos grupos políticos en particular, socialistas y comunistas partidarios de priorizar los esfuerzos colectivos en el conflicto bélico antifascista y en el mantenimiento de la legalidad republicana—.

8 Nombre asignado a una miliciana del batallón.

9 Miliciano más joven —alrededor de 14 años— de la columna.