Esperando bajo un árbol, vestida de gaucha. Ana Beker y su viaje a caballo por América

Helen Turpaud Barnes*

Cuadernos del Sur - Historia 50 (2021), 132-150, E-ISSN 2362-2997

En 1950, una joven caballista argentina inicia un raid ecuestre desde Buenos Aires hasta Ottawa apoyada por Eva Perón. No obstante, el libro resultante del viaje, Amazona de las Américas, fue publicado recién en 1957 cuando el peronismo estaba proscripto y se prohibía toda mención de su líder en el discurso público. Ajena a ciertas constricciones de la feminidad y movida por el deseo de combatir el machismo predominante en cuanto a los logros de las mujeres en todas las áreas, pero especialmente en aquellas relacionadas con el esfuerzo físico y la resistencia mental, el viaje de Beker también implicó una gran cantidad de habilidades sociales y narrativas que le permitieron tener acceso a decenas de funcionarios americanos y población en general a lo largo del camino.

En el presente artículo no solo abordamos el relato de algunos hechos de su inigualable hazaña, sino que también nos abocamos a la tarea de considerar los mecanismos con los cuales Beker construye su voz narrativa. Además, el artículo también hace una serie de preguntas en torno a cuál habrá sido la trama de relaciones sociales que puede haber posibilitado que Beker alcanzara sus metas.

Palabras clave

viaje

machismo

peronismo

Fecha de recepción

2 de junio de 2021

Aceptado para su publicación

27 de septiembre de 2021

* Universidad Nacional del Sur. Correo electrónico: helenturpaud@yahoo.com.ar.

Resumen

In 1950 and backed by Eva Perón, a young female Argentinian rider set out on a solo horse trip from Buenos Aires to Ottawa. However, the book resulting from the journey, The Courage to Ride [Amazona de las Américas], wasn´t published until 1957, once Peronism was proscribed and all mention of its leader was banned in public discourse. Beyond many constraints of femininity and inspired by the desire to overcome the prevailing male chauvinism regarding women´s accomplishments in every area, but especially in those related to physical strain and mental endurance, Beker’s journey also implied a good deal of social and narrative skills that granted her access to dozens of American officials and people in general along the way.

In the current article, we dwell not only on some of Beker’s explicit accounts of the different highlights of her unparalleled deed, but we also undertake the task of considering the mechanisms by which the author creates her narrative voice. The article also includes the raising of a wide set of questions as to what sort of social network could have allowed Beker to better meet her goals.

Keywords

travel

sexism

Peronism

Abstract

132-150

Do

“—¿Pero no lee diarios? ¿No ha escuchado una radio? ¿No sabe quién soy yo?

—Para mí es una mujer y tres caballos. Ya ve que todavía puedo distinguir.

—Falta distinguir un burro — respondí, sin poder contenerme.

La discusión se prolongó en el mismo tono

y el de los bigotes se obstinaba en que ninguna autoridad,

ningún gobierno ni elemento diplomático

podía interesarse y hacer excepción en favor

de una perturbada como yo, vestida de máscara

y buscando los peores caminos”.

Ana Beker, Amazona de las Américas1

Sueño de chacarera

Amazona de las Américas es un relato de viajes. Al menos así podríamos definirlo para empezar. De entre las cuestiones a destacar en el texto, observamos la esmerada exhaustividad de la autora por consignar ciertos datos. La narración que Ana Beker hace de su travesía a caballo desde Buenos Aires hasta Ottawa en los años cincuenta está plagada de referencias sumamente detalladas a las personas con las cuales se encontró, fueran estas periodistas o funcionarios. Se indican fechas, nombres, apellidos, lugares, ediciones puntuales de ciertos medios gráficos o audiovisuales. Semejante proliferación de datos contrasta notablemente con la escasez de información y de difusión con que nos encontramos hoy en relación a la figura de Ana Beker. Si dentro de la lógica del relato era posible que la protagonista preguntara con indignación a un burócrata mejicano “¿No sabe quién soy yo?”, hoy la pregunta de quién fue Ana Beker propone respuestas a las que solo se puede arribar a través de un trabajo de recomposición muy arduo.

Amazona de las Américas fue publicado en 1957 por la editorial porteña La Isla, dentro de la colección “La aventura del hombre. Relatos de la vida real”2. La tapa (y su continuación en la contratapa) representa un mapa predominantemente sepia, atravesado por una línea roja que va marcando los hitos del viaje a caballo realizado por una joven campesina de origen letón nacida en 1916 en Lobería, centro de la provincia de Buenos Aires, y criada en la zona rural cercana a Algarrobo, sur de la provincia3.

El libro es el relato en primera persona de la preparación y viaje de Ana Beker, travesía hasta ahora nunca superada y ni siquiera igualada. Con algunas referencias a su infancia y adolescencia, Beker luego pasa a dar cuenta de sus trayectos ecuestres por diferentes lugares del país y de su encuentro con el suizo Aimé Tschiffely, quien en la década del veinte había recorrido a caballo la distancia entre Buenos Aires y Nueva York. Con una gran afición por los caballos ya instalada, Beker empieza a cultivar su “sueño de chacarera” (Beker, 1957: 9)4 de hacer un viaje similar, esta vez para unir todas las capitales de los países por donde pasara, y llegar hasta Ottawa, Canadá5. Finalmente, con el apoyo de Eva Perón, Beker logra iniciar su itinerario. Tres años y nueve meses después, da por finalizado su raid en el extremo norte del continente americano.

Ana Beker muere en Bahía Blanca el 17 de diciembre de 1980 y la periodista Esther Serruya, más conocida como “Helen”, escribe su obituario en el diario local La Nueva Provincia6. Su tumba en el pueblo de Algarrobo (cerca del cual creció) es un monolito con cuatro fotos suyas, tres de ellas de su travesía por América.

A diferencia del viaje de Tschiffely7, la historia de Beker es apenas conocida. Encontramos algunas referencias al paso, resúmenes de su libro, alguna reedición, traducciones varias y rastros de una cobertura periodística que aún está pendiente de relevarse con mayor rigor. El texto de Beker abunda en referencias a presidentes, funcionarios, instituciones hípicas y medios de comunicación de cada uno de los países por los que pasó. Sin embargo, seguramente sea un material de difícil acceso, casi nada está digitalizado y quizás buena parte de él ni siquiera se haya conservado.

El viaje de Ana Beker se inició en el kilómetro 0 de la capital argentina el 1 de octubre de 1950 y culminó el 5 de julio de 1954 frente a la embajada argentina de la capital canadiense. Apenas dos semanas después, el 21 de julio, Rosario Vives publica en la revista El Mundo una nota titulada “A caballo, una mujer argentina unió a Buenos Aires con Ottawa”. En el artículo, Vives refiere lo siguiente:

Muchas preguntas quisiéramos hacerle a Ana Becker [sic]. Las contestará seguramente en ese libro que le han solicitado en Norte América para recrearse leyendo sus inagotables proezas, pero mientras tanto... ¿Qué mejor que su mejor amiga para acercarnos a ella?

Se llama Virginia Salussoglia y lleva minuciosamente ordenada la voluminosa correspondencia que a través del largo viaje de Ana le ha llegado. Siente aún la nostalgia de no haberla acompañado, ya que juntas se habían entrenado largamente y juntas acariciaron la misma idea.

Al fin, enredadas en amable charla, preguntamos:

—¿Cómo cree que surgió esta idea del raid a caballo?

—Ana fué siempre una verdadera entusiasta de la equitación. No olvidemos que ya contaba en su haber con dos importantes hazañas. En la primera cubrió la distancia desde La Pampa, hoy Eva Perón, hasta Luján; y en la según da [sic] recorrió las 14 provincias con dos caballitos criollos (Vives, 1954).

El libro efectivamente se publica8. El primer párrafo dice: “Siendo aún niña, dos grandes emociones solicitaban, por igual, mi espíritu. Una de ellas, la soledad de la pampa; la otra, me la deparaba el caballo, esa noble bestia, pastando en libertad bajo el cielo” (9). El conflicto entre la crianza rural de Beker y los estereotipos de género se referencian inmediatamente: “Otra idea que se iba adueñando de mi espíritu era la muletilla de todo el mundo cuando yo hablaba de algo fuera de lo común o de alguna dificultad: ‘Esas son cosas de hombres’” (10).

Curiosamente, la vestimenta “masculina” que adopta Beker no parece recibir comentario estigmatizante alguno. Más bien, es la vestimenta “femenina” la que pareciera indicar posibilidades de reprimendas o dificultades. Es el caso de su paso por un destacamento policial en El Salvador, ante el cual cabalga luego de haberse tajeado los pantalones por el calor, hecho que parece que “no era decoroso” (166) para la autoridad.

Al partir de Buenos Aires, “vestía a la usanza gaucha, con bombacha y botas de potro, sombrero de campo y pañuelo visto en el cuello” (18). Ya en Costa Rica, Beker cuenta: un “delegado obrero me regaló un traje de gaucho de su propiedad. Me venía a la medida y remediaba, muy oportunamente, mis necesidades de ropa para el viaje” (160).

La indumentaria de Beker, más que asociarse con un género u otro, parece correrse totalmente de estas posibilidades. Así, comentando su paso por Bolivia, la autora refiere que su vestimenta y su aspecto causan una curiosidad que la arroja a la animalidad: “las bombachas y las botas de montar y mi cabello rubio y largo, se les antojaban un contraste, como si hubieran encontrado en el desierto un animal del que no hubiesen oído hablar en toda su vida” (41).

Ana Beker subvierte los roles de género en muchísimos frentes: sus proyectos, sus acciones, su vestimenta, etc. Cabe aclarar, por cierto, que el hecho de que muchas mujeres vistieran “ropas de hombre” para viajar no era una rareza inconcebible. De todos modos, que Beker haya decidido hacer referencia a la vestimenta ya indica que estaba articulando una determinada lectura sobre la cuestión. Cabe aclarar que Beker no se inscribe explícitamente en ninguna corriente feminista de la época ni hace referencia a otras deportistas o exploradoras. En ese sentido, no se inscribe dentro de ninguna genealogía militante ni deportiva que pareciera inspirar sus acciones. Lejos de las pujas entre el feminismo socialista, el feminismo anarquista y las reivindicaciones para las mujeres que expresaba el peronismo, Ana Beker se erige como una figura totalmente ajena a estos movimientos (y si algo favorable hubiera deseado decir de lo que el peronismo implicó para las mujeres, difícilmente podría haberlo hecho en un libro publicado durante la proscripción). Esto no quiere decir que el contexto de su época no implicara oportunidades y desafíos para su vida, pero su tarea no parece haber recibido atención ni apoyo de parte de ninguna agrupación de mujeres antes de empezar, más allá de que la travesía de Beker puede ser añadida a posteriori a la larga lista de historias de mujeres que merecen ser visibilizadas.

¿Cuáles fueron los motivos que llevaron a que una joven campesina encarara semejante proyecto? La escritora argentina Hebe Uhart pregunta qué se busca al viajar. Quizás se busca “algo que sorprenda”, “saberes alternativos”, una experiencia que nos saque de nuestra pertenencia de clase, hablar con sujetos con los cuales habitualmente no hablamos9. “¿Por qué viaja?” es la pregunta de Carl Jung a su amiga Ella Maillart, quien se aventuró con Annemarie Schwartzenbach desde Turquía hasta Afganistán en 1938: “Ando en busca de los que aún saben vivir en paz” (Obiol, 2015) fue la respuesta. Pero el extraordinario libro producto de esa experiencia, El camino cruel, revela cuán complejas pueden ser las motivaciones de un viaje. Se trataba no solo de buscar la paz de los pueblos nómades, sino de escapar espantadas por el nazismo que ya ensombrecía toda Europa, pero también huir de la morfina, en el caso de Schwartzenbach. Maillart buscaba conocer en persona la arquitectura persa pero también buscaba articular un discurso sobre el lesbianismo de su compañera de viaje que le resultara inteligible (o al menos “escribible”). Ambas buscaban fotografiar. Pero seguramente la principal motivación eran las preguntas porque, para Maillart, también, “viajar es preguntar” (Marchena Barcelona, 2020).

Los motivos, los objetivos, las motorizaciones que llevan al viaje son múltiples, y a veces se trata de contradicciones notorias. En todo caso, podemos como mucho hacer la pregunta por esas razones. Como en casi todo relato de viaje, en el texto de Beker asoma al menos alguna explicitación del objetivo perseguido. Haciendo referencia a los constantes comentarios sobre que sus tareas rurales eran “cosa de hombres”, Beker explica: “Dije ya, entonces, que una mujer criolla podría arrojarse a empresas que harían retroceder a más de un varón, y con el transcurso del tiempo, obsesionada con la idea de demostrarlo alguna vez, nunca abandoné tal pensamiento” (10). Más adelante, la acusación de “loca” parece hacerse constante:

‘Y ¿por qué? ¿Para qué?’ Yo les explicaba mi deseo de comenzar a demostrar, aunque todavía en forma modesta, cómo una mujer puede realizar lo que se propone y cómo un buen caballo puede resistir jornadas sucesivas sin caer rendido (12).

Pronto, se advierte que cierta gente ve como amenaza el progreso de la caballista. Luego de unir alguna parte de la provincia de La Pampa con el pueblo de Luján:

Muchos celebraron mi aventura, aunque sin ahorrar las recomendaciones de que no volviera a meterme en “Libros de caballería”. En mi casa opinaban que una locura así no debía repetirse, porque sería tentar a Dios y al diablo; en una palabra, todo, en torno a mí, se mostraba de más en más hostil a mis proyectos de hazañas hípicas (12).

Ana Beker caracteriza sus travesías y proyectos como “aventura”, “hazañas”10. No es tan habitual que hable del suyo como un “viaje” y definitivamente no elige definirse como una “turista”. Ciertamente se marca una diferencia con otros modos de viajar, en busca quizás de presentar cierta excepcionalidad. Al despedirse de México rumbo a Estados Unidos, luego de hacer una lista de varios lugares visitados, termina el párrafo del siguiente modo: “Y todo lo que no menciono por ser conocido de los viajeros que visitan las capitales cómodamente por el ferrocarril, auto o en avión” (191).

En cuanto a la alusión al carácter quijotesco de sus acciones, se observa una doble marca: por un lado, remite a la percepción exterior que las veía como una “locura”, pero también apela a la simpatía por un héroe/heroína que se sobrepone a los obstáculos y admoniciones. El entorno de la caballista considera que sus acciones son una “tentación”, algo que “no debía repetirse”. Entre la hazaña y el pecado emerge el mandato de “no repetir”. Mandato que, irónicamente, se revela no solo destinado a sus viajes, sino que es también un mandato de silencio: “no repetir” un viaje también es “no contar” un viaje, no hablar de él, que no se sepa, que no sea conocida su historia.

Los pocos textos que hay sobre la aventura de Beker y este mismo artículo apuntan a desobedecer ese mandato de “no repetir”. Haremos referencia a algunos textos sobre la autora y comentaremos además algunas partes de su libro Amazona de las Américas. Resta, no obstante, un arduo trabajo que pueda rastrear y organizar las decenas y decenas de publicaciones y audiciones de medios de comunicación que refiere Beker en su texto. En muchos casos (aunque no todos), se trataría apenas de noticias locales de muchas regiones que en estas casi siete décadas han pasado por incontables conflictos político-sociales que pueden haber puesto en peligro la conservación de dicho material. Otra parte podrían ser minutas de reuniones con funcionarios en diferentes países, cartas de y para su compañera Virginia Salussoglia, y las otras que aparentemente se habría escrito con la propia Eva Perón11. Tal trabajo historiográfico excede considerablemente los objetivos y las posibilidades del presente artículo, que se centrará principalmente en consideraciones sobre el discurso de Amazona de las Américas.

Muchas Américas: paisaje, discurso y cintura política

Las razones para el silenciamiento de la figura de Ana Beker son a la vez obvias e intrigantes. Señalar que la invisibilización o tergiversación de las vidas de las mujeres es uno de los tantos mecanismos por medio de los cuales la cultura patriarcal ejerce su dominio es una de esas obviedades. La otra es, no cabe duda, la proscripción del peronismo que tornó imposible articular el apellido “Perón” en Amazona de las Américas, por la fecha de su publicación. Si en nuestra historia falta reponer el nombre de Ana Beker, en el libro faltan reponer los nombres de Eva Perón y Juan Domingo Perón: “Llega el año 1950 y me decido a solicitar una entrevista con la esposa del presidente argentino. Pensé que podría favorecer mis planes o bien estimularme a realizarlos” (18). Pocas páginas antes aparece mencionado el “presidente Ortiz” en ocasión de la búsqueda de apoyo al proyecto de recorrer todas las provincias argentinas a caballo. El resto de las páginas del libro, tal como dijimos, abundan en nombres propios de intendentes, gobernadores, presidentes, deportistas, etc. No cabe duda de que, de haberlo podido mencionar, la autora no hubiera obviado el nombre de Perón.

Y tal como también mencionamos anteriormente, Beker era claramente consciente de los condicionamientos machistas que intentarían entorpecerla y silenciarla.

Sin embargo, los textos periodísticos o blogs que recuperan la figura de Beker son en su mayoría aquellos ligados a la cultura “nacional”, “gauchesca”, o bien a la equitación. Estos discursos en general son asociados con “valores” tradicionales y machistas. No obstante, los relatos no parecerían torsionar la figura de la caballista para romantizarla al estilo de un Félix Luna, quien transforma a la guerrera Juana Azurduy en una dama que “viene oliendo a jazmín”. Los relatos y síntesis de la vida de Beker son a veces altisonantes, pero relativamente sobrios, sin abundar en indeseables caracterizaciones que “feminicen” la figura de la caballista para tornarla más “digerible”.

De hecho, la descripción que hace la escritora Virginia Carreño en su prólogo a la edición de 1993 de Amazona de las Américas enfatiza el carácter fuertemente andrógino de Beker. No solo era ajena a su género, sino que había otros “entres” en Beker: cierta extranjería lingüística que sin embargo no se trasluce en su relato de viaje. El encuentro personal entre ambas escritoras deja la siguiente impresión en Carreño:

Hace muchos años de esto pero recuerdo a Ana claramente, de pie en medio de la cuadrícula blanca y negra del patio, ella misma blanca y recia, su bello rostro cuadrado, como el de las esculturas bálticas, el cuello fuerte, la mandíbula recia, los hombros rectos. (…) No aparecía en absoluto femenina ni trataba de conquistar simpatías, pero era tremendamente franca y veraz. Cuando hablaba o sonreía, sus labios se levantaban asimétricamente con una expresión de ironía, como si se burlase de su propia persona o del destino que le había tocado, pero sin quejarse, desafiante.

(…)

Hablaba como extranjera pero con el acento y los modismos de nuestro campo, “agauchada” como es frecuente que suceda con nuestros gringos, afincados lejos, que pierden contacto con sus colectividades pero continúan siendo extraños dentro de las otras (Beker, 1993: 3-4).

La pregunta que de alguna manera se impone aquí es por qué una figura ambigua y amenazante para la masculinidad en sus días no parece serlo en sus “recuperaciones” gauchescas posteriores. Puede que se haya operado algún procedimiento que “neutralizara” el carácter interpelante de las acciones de Beker para las representaciones narrativas del narcisismo patriarcal. Esta neutralización es un posible efecto de algunas lecturas. Los habituales mecanismos de feminización, ya lo dijimos, no abundan particularmente en los relatos sobre ella. La invisibilización persiste, sí, pero los artículos que abordan la travesía de Beker son excepciones a esa invisibilización. ¿Qué silencios misóginos consigue evadir el relato de Amazona de las Américas al mismo tiempo que logra sostenerse dentro de cierto discurso campestre, tradicional, que a menudo opera dichos silencios?

Por cierto que el libro de Beker no se trata solamente de habilidades deportivas y de un cierto modo de subvertir las normas de género. Además de esto, abunda en observaciones sobre el paisaje americano, discurso que tiene una larga historia desde las crónicas de Indias y que da cuenta de construcciones muy complejas. Pasando Medellín, la contemplación de la selva genera en Beker una reflexión sobre el carácter agónico de la naturaleza:

Pareciera que los árboles más corpulentos se traban en una lucha enconada, empleando sus brazos de gigantes. La urdimbre y entrelazamiento de las plantas parásitas, aprietan a los troncos con tremendo vigor. Apenas se sabe si el sol ha salido, pues sólo de vez en cuando atraviesa el follaje con sus rayos oblicuos. Es como la negación y la rebeldía contra todo cultivo cuidado y ordenado. Nos impresiona hasta agobiarnos esta exhuberancia [sic] sin medida y tan poderosa que parece recordarnos la fuerza de la creación, haciendo crecer todo ante nuestra vista. Nuestra pobre figura se achica aplastada por esa exhuberancia [sic]. Creemos percibir un rumor sordo como si toda la selva se devorase a sí misma (130)12.

El texto Amazona de las Américas se inscribe en un determinado momento de la historia de la representación de América y no escapa a sus generalidades. Como expresa Gabriela Nouzeilles:

La “invención” moderna de América se basó en una doble actitud. A la vez que se vio en ella un inmenso territorio natural legítimamente apropiable y explotable en beneficio propio, donde Europa venía a realizar sus supremos fines históricos, también se la consideró como espacio de liberación y promesa, donde poner a prueba ideales sociales y utopías políticas (…). Las sucesivas representaciones de la naturaleza americana y sus transformaciones estarían todas marcadas por esta primera articulación ideológica (2002: 22-23).

Puntualmente, la Amazonia (pero, por extensión, todo lugar que sea construido con la idea de “extremo”, “exuberancia”) se plasma en “dos versiones dominantes, la del paraíso en peligro y la del infierno pre o antimoderno” (Nouzeilles, 2002: 16). La descripción de la selva colombiana constituye uno de los tantos textos que preceden un nuevo modo de narrar el espacio que viene asomando: “una actitud de celebración de lo natural y lo primitivo por mucho tiempo exclusiva de la elite se ha convertido últimamente en una de las mercancías más valiosas en el mercado posmoderno” (Nouzeilles, 2002: 28).

Beker recorre una América sobre la cual se han operado varios cambios de representación:

Una vez afianzada la modernización, los letrados nacionales revirtieron las imágenes negativas de los sectores populares y los postularon como fuente de energía nacional. La figura altamente erotizada del gaucho, con su masculinidad heroica, y la de la mulata, con su voluptuosidad danzante, fueron dos de los ejes alrededor de los cuales se constituyeron ficciones hegemónicas de la identidad (Nouzeilles, 2002: 29-30).

Por cierto, Beker emprende su viaje décadas después de que las elites argentinas empezaran a operar una “reivindicación” del gaucho. No obstante, la combinación de lo gauchesco con lo exploratorio no era la norma. Los sujetos de exploración y travesías en el siglo XIX y principios del siglo XX seguían siendo de las elites (aristócratas, familias patricias, colonizadores, naturalistas, escritores, etc., en su gran mayoría hombres). Tan solo con el advenimiento del imaginario turístico hay una especie de “democratización” del discurso sobre el paisaje.

El relato de Ana Beker es contemporáneo al inicio de toda una serie de viajes por Latinoamérica que hacen a la educación de las juventudes politizadas de esos años, como el viaje del Che Guevara (quien, de todos modos —vale aclarar—, era de un origen de clase muy diferente). Sin embargo, así como Beker no se inscribe explícitamente en una genealogía feminista, tampoco elige la escena de la conciencia que se va despertando a las injusticias sociales. Más bien se representa a sí misma como “contadora de historias”, una especie de Ulises que a medida que va adquiriendo más experiencias en el viaje, se muestra más predispuesta y preparada para contar sus hazañas. Es habitual que Beker construya escenas en las que ella es el centro de un auditorio sediento de historias, en ocasiones como pago por alojamiento o alimento para sus caballos:

Si llego a un pueblito (…) para agradecer el pienso de los caballos o el bocado que me dan a mí, estoy hasta la una o dos de la mañana contando mis aventuras y respondiendo a las preguntas que se me formulan aún cuando tengo que ensillar a las cinco (169).

O bien elige hacer de su relato una ocasión edificante y didáctica:

Al pasar por San Martín [Méjico], los niños de las escuelas me esperaban formados en dos filas y me arrojaban flores. Esta escena se repite con frecuencia durante mi viaje, y en todos los países del recorrido. A veces tuve que demorar el horario previsto para hacer un relato de lo que ellos suelen llamar mis hazañas, y que son simples aventuras de un dilatado caminar. Los niños de ambos sexos forman entonces una asamblea en torno a mí y me hacen toda clase de preguntas. Como la imaginación infantil propende a lo fantástico, muchos desearían oírme sólo lances de ataques de fieras y de bandidos y cosas de este género. Yo les cuento la verdad, deteniéndome en lo que me parece más aleccionador e instructivo (189-190).

Para Beker, resaltar sus habilidades narrativas implica no solo que sus historias son dignas de conocer (operación que valida tanto su voz como su libro) sino que también es explicitar que uno de los recursos para poder “seguir viaje” es justamente la capacidad de poder contarlo.

Si bien se declara haber dicho la verdad, esta se encuentra sujeta a determinados procedimientos de consignación que pueden tener sus fallas. Lo que tiene que contar es tan extenso como la geografía sobre la cual avanza: territorio-narración, territorio-relato de un sujeto que va adquiriendo notoriedad y va teniendo cada vez más público. Hay hechos que Beker puede referir con gran precisión y hay otros que no. Cuando relata el encuentro con una serpiente cascabel, el texto se interrumpe para precisar lo siguiente:

Si la memoria no me traiciona —pues no siempre las anotaciones son precisas en cuanto a tiempo y lugar—, esto ocurrió la semana siguiente a la que se narra en el párrafo anterior. Tal vez no sea ocioso advertir que algunas faltas de exactitud, algunas dudas de mínima importancia, algunas alteraciones de nombres y ortografía se pueden deslizar en mi narración por abarcar ésta una geografía tan extensa y no poder ser continuas, ni mucho menos, las anotaciones. Ni qué decir tiene, que no existen para los episodios que en líneas generales se grabaron con demasiada fidelidad, podríamos decir, en mi memoria. Para lo que se refiere a ella, me ha sido muy útil el libro de ruta, de que ya hice mención. Y también, en algunos aspectos, los numerosos recortes de prensa que reuní y que conservo (158).

Encontramos entonces una voz narrativa que se representa a sí misma haciendo el “camino del héroe” pero también como centro de un auditorio, de interminables entrevistas y pomposas recepciones en cada vez más pueblos, estadios, ciudades.

Resta rondar un tema que sobresale en el relato de Beker. Nos referimos al hecho de que el origen campesino de la caballista, sus constantes penurias económicas (169-170) y todos los indicios sobre su condición de clase contrastan notablemente con la aparente infinidad de contactos e influencias que la apoyaron en su raid. Entendemos (sin que esta deba la única razón) que el aval del gobierno peronista le abrió una gran cantidad de puertas en otros países (entre otras cosas, para que le enviaran dos cabalgaduras nuevas, debido a que ya no podía contar con sus dos caballos anteriores).

De todos modos, resulta llamativa la referencia a contactos aparentemente muy fluidos con presidentes, escritores, figuras del espectáculo13, etc. Podríamos dejar abierta la pregunta sobre cuáles son las redes sociales y políticas que pueden haberle allanado el camino a Beker de tal manera. Es innegable que, a pesar de pretender ingenuidad, Beker tenía una gran capacidad de leer la temperatura social de su entorno. Al contar su paso por Argentina, Bolivia, Perú y Ecuador, no hace mayores referencias a las realidades políticas, pero al llegar a Colombia, se explicita un giro importante en la percepción de Beker sobre los contextos en que se dará el resto de su viaje:

Con preocupaciones de esta clase y con todo lo que se refería exclusivamente a mi raid, no había podido advertir los hechos políticos que conmovían al país por donde ahora viajaba. El contacto con esta realidad política, que yo ni conocía ni entendía, fué bastante brusco (119).

Seguido a esto, se relata el encuentro con un grupo armado que interrumpe su andar a caballo del siguiente modo:

¿Usted es liberal?

Sorprendida por la pregunta y tomándola al pie de la letra, respondí:

Sí, soy… una persona liberal.

¿Del partido liberal? insistieron esta vez, verdaderamente furiosos.

(…)

Yo no soy de ningún partido. Soy deportista y además argentina. ¿Cómo quiere que sepa yo qué es lo que me pregunta?

¿Y por qué lleva el pañuelo rojo?

Era cierto: llevaba un pañuelo rojo de lana sin que pudiera suponer que ello me embanderara peligrosamente en partido alguno.

Pero, en fin les dije, si tanto les molesta dénme otro de cualquier color para cambiármelo.

(…)

Luego (…) unas mujeres me aconsejaron preguntar en adelante por donde viajara quiénes dominaban la situación: liberales o conservadores. El distintivo de estos últimos era el azul, y convenía proveerse de un pañuelo de dicho color (119-120).

La conflictividad y confusión política de Colombia se condensa en una escena: “vi una estatua erigida a Gaitán. Pasó un tren, y desde el convoy balearon granizadamente a la estatua. Horas después, a la tarde, desfilaba la gente ante la misma estatua depositando ofrendas de flores” (121).

La habilidad política de Beker tienen quizás su escenario más memorable cuando la joven argentina llega a Managua:

Aproveché la oportunidad que me ofrecía una entrevista con el presidente [Anastasio] Somoza para pedirle algo de que estaba muy necesitada. Los recorridos por la selva y los largos trayectos despoblados me mostraron la necesidad de proveerme de un revólver en reemplazo del que poseía. (…) Jovialmente, con amables palabras, me lo ofreció el primer mandatario, pero a pesar de mis reiterados pedidos no se acordaba de cumplir su promesa. Comprendía yo que eran muchas sus ocupaciones para recordar cosa tan baladí, pero entre las pocas virtudes que poseo se halla la de la tenacidad. Llegué a sentarme debajo de un árbol en su quinta campestre, el ingenio de Monte Linares, y allí esperé… De pronto vi aparecer un camión que con la guardia dotada de ametralladoras precedía el auto del general. Al descender éste, surgí de donde estaba y el presidente me preguntó con asombro, pero con jovialidad, si yo no era su propia sombra que lo perseguía. Después se mostró muy jovial y galante, sin apartarse de las reglas del buen gusto y respeto:

Señorita, tenga cuidado, que a los nicaragüenses les gustan mucho las rubias. Y se reía de buena gana.

Yo le contesté:

A mí también me gusta la gentileza de los hombres nicaragüenses, pero supongo que preferirán las rubias con faldas y bien peinadas y arregladas y no a una viajera como yo, que es ave de paso y está quemada por el sol y por el viento (162-163).

Hecho verídico o efecto del relato (o ambas cosas a la vez), la voz de Ana Beker logra pintar los encuentros entre una viajera solitaria de las pampas argentinas y uno de los dictadores más sangrientos de la historia americana del siglo XX como un diálogo entre pares. Ana Beker pide un arma, Somoza promete el arma, Somoza incumple su promesa, Beker reclama el cumplimiento de la palabra empeñada, Somoza nunca cumple14. A lo sumo podríamos releer el encuentro como una disputa simétrica mechada por tensas provocaciones verbales mal disimuladas con la repetida referencia a una supuesta jovialidad. Es que Beker habitualmente se pone a la misma altura de sus interlocutores. Podríamos suponer que todo esto se debe a la combinación de un recurso narrativo con la verosímil seguridad de saberse avalada por determinados contactos políticos.

Porque el encargo del libro se indica como hecho desde Estados Unidos. Pero el aval y el espaldarazo para el raid fueron del peronismo. ¿Cuál era realmente la red de vínculos tejida por Beker durante sus años de deportista hípica, antes y durante su larga travesía?

Quizás, podríamos repreguntarnos para quién/es se escribe Amazona de las Américas. María Sonia Cristoff, en su prólogo a Pasaje a Oriente. Narrativa de viajes de escritores argentinos, señala que “los relatos de viaje suelen ser, aun en sus formas más disímiles, una especie de carta a los poderes” (Cristoff, 2009: 15)15. Una humilde campesina con notables habilidades diplomáticas y sociales —como es representada en el relato—, ¿a qué poderes le habrá estado escribiendo su libro? No obstante, la obra no tiene el mismo tono desde la primera página, sino que va in crescendo a medida que avanza el texto. Entonces, al menos en la experiencia lectora, la existencia de una voz de aceitados contactos parece emerger como efecto del viaje y de la escritura. Es que “el escritor puede permitirse no saber bien para qué viaja y construir desde esa zona borrosa su relato” (Cristoff, 2009: 15), en cuyo transcurso “la primera persona atraviesa siempre (…) una instancia de trastocamiento o, en términos de Arlt, de descentramiento” (Cristoff, 2009: 17). Es así como podríamos comprender el cambio de tono a lo largo del libro: las primeras páginas oscilan entre el anecdotario y la secuencia autobiográfica. Mientras que, al avanzar el texto y la viajera, nos encontramos con una voz más altisonante, segura y atenta a ciertas minucias diplomáticas y políticas. La “zona borrosa” desde donde emerge la historia va volviéndose más nítida a medida que la protagonista adquiere fama y experiencia. Si el “fin” del raid era unir a caballo todas las capitales de los países americanos por donde pasara, el “fin” de la escritura parece ser una autoafirmación retórica y deportiva que —concomitantemente— implica también la validación de los poderes políticos que ayudaron a sostener el proyecto.

Podríamos interrogarnos también acerca de cuáles habrán sido las apuestas políticas de una figura que alterna pañuelos en Colombia para seguir viaje o se sienta bajo un árbol a esperar a Somoza para reclamarle un arma prometida y crear una historia digna de ser narrada, pero que luego desaparece de la escena en Argentina, donde aparentemente Beker no habría querido o no habría podido efectivizar los mismos procedimientos. En todo caso: ¿qué eligió o qué pudo hacer Ana Beker una vez terminada su aventura?

Todo pareciera indicar que fueron los vaivenes políticos de la Argentina los responsables de la invisibilización del viaje de Beker. Ella misma brinda esta explicación, según consigna Virginia Carreño quien refiere que supo de la hazaña de Beker a través de un periodista letón de apellido Svirgzdins, “quien atento a nuestra común ascendencia se preocupaba por informarme sobre cuanta figura de cierta relevancia asomara en el horizonte báltico” (Beker, 1993: 3). Svirgzdins habría concertado un encuentro entre ambas escritoras. Lejos de filiaciones partidarias o deportivas, es cierto origen migrante el que despierta el interés de Carreño por quien denomina en la solapa de su edición “una de las heroínas de la colectividad en el exilio” (1993). Consultada por la falta de reconocimiento en la Argentina, Beker habría reaccionado del siguiente modo:

Me responde con esa sonrisa irónica en su rostro de granito: “Cuando preparaba mi raid, fui apoyada por la esposa del Presidente de la República, quien me recibió, y por algunos jefes militares destacados, que colaboraron con la preparación de las monturas. Habiendo cambiado el régimen sus logros fueron borrados y con ellos hasta la mención de mi existencia (Beker, 1993: 6-7).

También se pueden hacer otras preguntas desde otro ángulo. Nos referimos al interrogante sobre cuáles pueden haber sido las intenciones del gobierno peronista detrás de su apoyo a la caballista. ¿Qué tipo de oportunidad vio el gobierno de Perón en el proyecto de Beker? Para el peronismo, debía ser una tentación política interesante el apadrinamiento de la figura de una joven pobre y poco instruida devenida hábil interlocutora de embajadores, presidentes y deportistas, a la vez que aguda escritora. Y, sin embargo, el libro se publicó una vez que hubo caído el peronismo. Además de los intereses iniciales que podrían haber hecho que Eva Perón apoyara el proyecto de Beker, debía haber otras varias motivaciones que llevaran a dicha publicación. ¿Cuándo se escribió el libro? La referencia a la cercanía tan grande entre Ana Beker y Virginia Salussoglia, además de la idea de que tenían pensado hacer el raid juntas, también deja otras preguntas: ¿por qué Beker no la nombra en todo el libro?, ¿cuál era el vínculo de Beker con Salussoglia, o el de Salussoglia con el peronismo?, ¿participó alguna otra persona en la elaboración del texto?, ¿qué implicó el fallecimiento de Eva Perón para el proyecto de Beker? Y quizás, otra pregunta más: ¿cuál fue el vínculo de Beker con el peronismo y cómo puede haberse modificado este vínculo de 1950 en adelante?

En conclusión, Amazona de las Américas constituye un texto de gran interés para analizar toda una serie de cuestiones. Encontramos un relato poco conocido de una mujer que explicita objetivos deportivos nunca logrados ni antes ni después de su travesía, a contrapelo del discurso machista de su entorno. También podemos ver una serie de procedimientos que construyen un paisaje americano plagado de disputas representativas no solo en cuanto al discurso mismo del relato sino también en los propios hechos narrados que dan cuenta del convulsionado escenario político de los años cincuenta. Todo esto se desarrolla a través de una voz narrativa que se constituye en una “contadora de historias” merecedora de un amplio y ávido público. Por último, formulamos algunas preguntas sobre el contexto y los vínculos sociales que todavía permanecen abiertas.

Es muy probable que las respuestas a estos interrogantes sean inciertas. Vale el gesto de la pregunta que, parafraseando a Ella Maillart, tiene un gran parecido con viajar. En todo caso, era esta una historia digna de ser contada, de ser repetida.

Bibliografía

Fuentes

Beker, Ana (1957), Amazona de las Américas, Buenos Aires, La Isla, [prólogo de Clemente Cimorra].

----- (1993), Amazona de las Américas, Buenos Aires, Editorial El Jagüel, [prólogo de Virginia Carreño e ilustración de Adriana Zaefferer].

Bibliografía referida

Cristoff, María Sonia (comp.) (2009), Pasaje a Oriente. Narrativa de viajes de escritores argentinos, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.

GCBA (14 de abril de 2020), “[AHORA] Mirá la clase de Hebe Uhart: ‘Lo que aprendí en mis viajes. La intuición como motivación’”, [disponible en https://www.youtube.com/watch?v=KFwHdN4GqLM&ab_channel=GCBA].

Luna, Félix (s/f), “Juana Azurduy”, [disponible en https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/juana_azurduy.pdf].

Marchena Barcelona, Domingo (7 de noviembre de 2019), “La amazona argentina que descabalgó a los machistas”, La Vanguardia, [disponible en https://www.lavanguardia.com/ocio/viajes/20191101/471193490437/ana-beker-frank-t-hopkins-oceanos-de-fuego-caballo-grandes-viajeras.html].

----- (14 de febrero de 2020), “Las Thelma y Louis de Suiza”, La Vanguardia, [disponible en https://www.lavanguardia.com/ocio/viajes/20200214/473413030555/maillart-schwarzenbach-el-camino-cruel-grandes-viajeras.html].

Nouzeilles, Gabriela (comp.) (2002), La naturaleza en disputa. Retóricas del cuerpo y el paisaje en América Latina, Buenos Aires, Paidós.

Obiol, María José (24 de agosto de 2015), “Los que aún saben vivir en paz”, El país, [disponible en https://elpais.com/cultura/2015/08/19/babelia/1439981137_010837.html].

Risso, Carlos Raúl (5 de mayo 2012), “Ana Beker. Amazona de las Américas. A 30 años del adiós”, Escritor Costumbrista, [Blog], [disponible en http://carlosraulrisso-escritor.blogspot.com/2012/05/la-amazona-de-las-americas-30-anos-del.html].

Tchiffely, Aimé (2013), Mancha y Gato, Buenos Aires, Editorial Quevedo.

Viñas, David (2008), Viajeros argentinos a Estados Unidos, Buenos Aires, Santiago Arcos Editor, [1998].

Vives, Rosario (27 de julio de 1954), “A caballo, una mujer argentina unió a Buenos Aires con Ottawa”, El Mundo, [disponible como imagen en http://www.magicasruinas.com.ar/revistero/locales/ana-becker.htm].


1 La cita corresponde a parte del relato que hizo Ana Beker de su paso por Méjico, cuando aparentemente ya era muy conocida dados los miles de kilómetros que había atravesado airosamente desde el inicio de su raid (Beker, 1957: 180-81).

2 Nota sobre la ortografía: nos abstendremos de hacer aclaraciones o de escribir “[sic]” en todos los casos de ortografía que, aunque difieran de la actual, respondan a la normativa de la época (tal es el caso de los monosílabos o pronombres que actualmente no llevan tilde pero al momento de escribirse el texto de Beker y algunas de las notas periodísticas sí).

3 Debemos el dato de la existencia y travesía de Ana Beker a la docente bahiense Viviana Beker (quien, aclaramos, no tiene relación familiar con nuestro objeto de estudio en el presente artículo).

4 Todas las citas del texto de Beker se realizan desde la mencionada edición, consignada en la bibliografía al final del trabajo. En cada cita se indica únicamente el número de página.

5 Se pueden encontrar síntesis del libro de Beker en varios textos. Uno de los que más detalladamente lo recorre es el de Domingo Marchena Barcelona (2019).

6 El obituario se encuentra citado en un artículo de Carlos Raúl Risso, publicado en la revista El Tradicional, texto subido al blog del autor el 5 de mayo de 2012. Risso, Carlos Raúl (5 de mayo 2012), “Ana Beker. Amazona de las Américas. A 30 años del adiós”, Escritor Costumbrista, [Blog], [disponible en http://carlosraulrisso-escritor.blogspot.com/2012/05/la-amazona-de-las-americas-30-anos-del.html].

7 El libro en que Tschiffely (2013) cuenta su viaje se titula Mancha y Gato, que eran los nombres de sus caballos.

8 La referencia a que el libro habría sido pedido “desde Estados Unidos” puede haber dejado marcas en el título del texto, ya que la idea de que América no es un solo continente sino varios es propia de la representación ideológica que del territorio americano se suele hacer en EEUU. (a pesar de que la propia nota de Vives hace referencia a varias “Américas”, esto no era necesariamente la regla en general).

9 Expresiones vertidas por Uhart en una conferencia organizada por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. GCBA (14 de abril de 2020), “[AHORA] Mirá la clase de Hebe Uhart: ‘Lo que aprendí en mis viajes. La intuición como motivación’”, [disponible en https://www.youtube.com/watch?v=KFwHdN4GqLM&ab_channel=GCBA].

10 La palabra más frecuentemente usada por Beker para referirse a su travesía es “raid”, término vinculado tanto a lo bélico como a lo deportivo (aparte de curiosas aclaraciones como “Perdónenme que yo llame historia al relato de mis aventuras”, 208). Los medios periodísticos parecen haber utilizado expresiones como “animosa amazona” y “amazona moderna” (según se habría dicho en Radio Amauta de La Paz, Beker, 63), “valerosa raidista argentina” como habría consignado en su cuaderno de ruta un oficial boliviano en Copacabana (69), “una amazona en traje de gaucho” según constaría en el diario La Hora de San José de Costa Rica (161) o “la amazona gaucha” según el diario mexicano La Opinión (187).

11 La posible existencia de correspondencia entre Beker y Eva Perón parece desprenderse del tono de la entrevista de Vives a Salussoglia y de las variadas referencias en el libro al asesoramiento y ayuda del gobierno peronista. Al menos hubo telegramas, como puede observarse en la siguiente referencia de Beker al pedido de ayuda por la muerte de uno de los caballos en Bolivia: “Me resolví a cursar un telegrama dirigido a la esposa del presidente y otro al general Bertollo, ambos en Buenos Aires, pidiendo, en reemplazo de Príncipe, otro caballo que me permitiese continuar el raid” (59). La cursiva pertenece al original.

12 La cursiva es nuestra.

13 Entre las páginas 80 y 81 de Amazona de las Américas aparece una hoja con fotos, una de las cuales es de Ana Beker con Libertad Lamarque en México.

14 Finalmente, es el General Óscar Osorio, presidente de El Salvador, quien finalmente le da a Beker un revólver nuevo (166).

15 Cristoff es autora del libro Inclúyanme afuera, en el cual asistimos a la vida de una protagonista que trabaja en el Museo de Luján, donde se encuentran los restos embalsamados de Gato y Mancha, las dos cabalgaduras de Tschiffely. En un ejercicio de imaginación, cabría preguntarnos qué relato se podría construir en la literatura argentina si esos caballos fueran Chiquito Luchador y Furia, los de Ana Beker.