De forelands en hinterlands yuxtapuestos. El caso de la industria gráfica de la ciudad portuaria de Rosario, siglos XIX y XX

Miguel Ángel De Marco (h)*

Cuadernos del Sur - Historia 51 (2022), 35-59, E-ISSN 2362-2997

El presente artículo sitúa la industria gráfica, pieza clave de los procesos de globalización, en la configuración de los hinterlands y forelands de las ciudades portuarias. A partir del estudio del caso de la ciudad argentina de Rosario, se analiza el surgimiento de las imprentas en la segunda mitad del siglo XIX, al ritmo del crecimiento del puerto de ultramar y la metrópolis mercantil, las innovaciones tecnológicas de esa industria en la primera globalización, el impacto de un mundo en guerra en la provisión de insumos como tinta y papel, y las tensiones en el ámbito laboral. El relevamiento de las actas y el archivo particular, inédito, de la Sociedad Industrial de Artes Gráficas de Rosario, creada en 1919, ofrece elementos para examinar las debilidades de una industria insumodependiente, las ataduras al puerto de Buenos Aires y el funcionamiento de una matriz de hinterland y foreland yuxtapuestos.

Palabras clave

historia

puertos

imprenta

Fecha de recepción

28 de septiembre de 2021

Aceptado para su publicación

18 de agosto de 2022

* IDEHESI-CONICET. Correo electrónico: migueldemarco@conicet.gov.ar; cehdreactividades@gmail.com.

Resumen

This article places the printing industry, a key element in the processes of globalization, in the configuration of the “hinterlands” and “forelands” of port cities. Based on the case study of the Argentine city of Rosario, the emergence of printing presses in the second half of the nineteenth century at the pace of the overseas port growth is analyzed. The mercantile metropolis, the technological innovations of this industry in the first globalization, the impact of a world at war on the supply of inputs such as ink and paper, and the tensions in the labor sphere are analyzed as well. The survey of the minutes and the private, unpublished records of Sociedad Industrial de Artes Gráficas of Rosario, created in 1919, offers elements to examine the weaknesses of an input-dependent industry, the ties to the “single port” of Buenos Aires, and the functioning of a matrix of juxtaposed hinterland and foreland.

Keywords

history

ports

printing presses

Abstract

Do

35-59

Introducción

La evolución de la industria gráfica en una ciudad portuaria de ultramar como Rosario ofrece una perspectiva histórica para analizar y problematizar la operatividad del concepto de hinterland portuario en nuestra disciplina. En la actualidad, el mismo suele estar inscripto “en una encrucijada entre discursos publicitarios, prácticas comerciales, estereotipos y límites científicos” (Debrie y Guerrero, 2006: 281), a impulso de inquietudes centenarias: una de índole práctica —determinar el área de influencia de un puerto para potenciar sus actividades— y otra de índole teórica —sobre la lógica de organización de los espacios—. Por otro lado, la última globalización, al reformular la cadena de suministros modal, amplió los conceptos tradicionales de foreland y hinterland (González Laxe et al., 2019), y algunos se cuestionan si este último término puede seguir haciendo referencia, como ha ocurrido tradicionalmente, solo a un espacio cautivo o natural, o si en la actualidad alude a un área abierta a la competitividad.

Por sobre estas discusiones, a la hora de identificar la estructura de un hinterland portuario y sus dimensiones, tanto los geógrafos, urbanistas, economistas como también los historiadores, entre otros, se encuentran con la limitación que supone la escasa o nula información cuantitativa para el conocimiento exacto de la estructura de los flujos terrestres del puerto. Para los estudiosos del pasado, hay otro gran desafío vinculado con una correcta contextualización de la evolución de los hinterland. Quizás sea necesario, previamente, deconstruir los hinterland representados por determinado grupo, en un tiempo y un espacio, que son aceptados como válidos por el solo hecho de imponerse como tales discursivamente. Si se tiene en cuenta la compleja dinámica de la interacción de interfaz ciudad, puerto y región, y, por ende, su amplia variedad de actores, tal vez sea conveniente avanzar en análisis particulares, en los que se disponga de la mayor cantidad posible de fuentes, con el propósito de reunir múltiples expresiones de actores, saberes y artefactos.

En general, en distintos trabajos sobre historia portuaria se adhiere a la más tradicional de las definiciones de hinterland: “Es el espacio terrestre en el que se localizan los lugares de origen o destino de los flujos portuarios” (Debrie y Guerrero, 2006: 275). Tales trabajos identifican sus límites por puntos de referencia, que pueden ser actores, personas y mercancías, en movimiento o circulantes, entre un punto y un puerto (Nadri, 2015: 84). Asimismo, una forma de examinar la evolución geográfica de los hinterland estuvo dada por la consideración de aquellos procesos de transformación de determinada economía en la que el comercio internacional desempeña un papel decisivo. Una definición más actual afirma que el hinterland es un “área de clientes que cubre todos los orígenes y destinos de las mercancías manejadas por un puerto determinado” (Ducruet, 2008: 15).

Aunque el término de origen germánico hinterland es el más difundido y el más utilizado, por tratarse del área de influencia portuaria terrestre por excelencia, los distintos campos disciplinares no han podido converger en la elaboración de una conceptualización satisfactoriamente concluyente. No obstante, se afirma:

Cualquier definición que tuviera posibilidades de ser aceptada por la comunidad científica tendría que garantizar, como mínimo, el conocimiento de la localización terrestre de los núcleos de demanda del servicio de transporte de mercancías que tengan entre su itinerario de origen destino, una parte de recorrido fluvial o marítimo (Barragán Muñoz, 1987: 21).

Este artículo tiene por propósito contribuir a la incorporación del circuito de los flujos referidos a la industria gráfica en el campo de la historia de las ciudades portuarias, en particular, la circulación de las maquinarias de imprenta (uno de los inventos tecnológicos que transformaron la humanidad) y también de sus insumos, especialmente el papel de imprenta y la tinta. Así como se han estudiado los puertos del cacao, del café, de la soja, del vino, del cobre y del carbón, por citar algunos ejemplos, quizás ha llegado el momento de examinar los de esta rama, de la tinta y el papel y de las máquinas de impresión, de tanta injerencia en el desarrollo cultural y social de los países1.

El caso aquí estudiado demostraría que la amplitud y el alcance de un hinterland configurado por un puerto eminentemente exportador —de cereales y subproductos—, conectado firmemente con el foreland, podría no solo dar origen, sino también contener y favorecer el desarrollo de una industria tributaria en sus insumos de la importación, aun cuando esta se produzca por otro puerto con hinterland propio. Desde la geografía portuaria, se define el foreland como “la región nacional o internacional que es origen de las mercancías desembarcadas en el puerto y destino de las mercancías embarcadas en el mismo” (Rúa Costa, 2006: 17).

También el tema en cuestión arroja elementos para evaluar condicionamientos y límites impuestos por tal situación, más teniendo en cuenta que el rol importador del puerto de Rosario sufrió un duro golpe a partir de mediados de la década de los ochenta del siglo XIX, cuando el puerto de Buenos Aires quedó unido a él —y, por ende, a todo el interior— a través del ferrocarril, y de esa manera pasó a convertirse en el centro del comercio importador de la república (Álvarez, 1943).

Imprentas para una nueva ciudad puerto de ultramar

El 1 de enero de 1852, en la imprenta móvil del Ejército Grande, el joven escritor y periodista sanjuanino Domingo Faustino Sarmiento editó la primera hoja impresa en la entonces Villa del Rosario. No es casual que su contenido encerrara una definición sobre la posición estratégica del hasta ese momento puerto natural: “El Rosario está destinado por su posición topográfica a ser uno de los más poderosos centros comerciales de la República Argentina, y sería una de las más puras glorias que codiciaría, acelerar el día de su engrandecimiento y prosperidad” (Bischoff, 1988: 109).

Se trataba de un momento de quiebre en la historia fluvial argentina. Una coalición de provincias del litoral, comandadas por el gobernador entrerriano Justo José de Urquiza, con el apoyo de aliados brasileños y uruguayos, derrotó en el campo de batalla, el 3 de febrero de ese año, al gobernador de la provincia de Buenos Aires y encargado de las relaciones internacionales de la Confederación Argentina, Juan Manuel de Rosas. De esta manera, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes se aseguraron la posibilidad de la libre navegación de los ríos Paraná y Uruguay (indispensables para el desarrollo comercial de la región litoraleña y para la organización constitucional del país). Este también es el origen de la elevación de Rosario al rango de ciudad y su consagración como puerto de ultramar, y del deseo de transformarla en la nueva capital económica de la Confederación del general Urquiza (Álvarez, 1943).

En el territorio de nuestro actual país, la evolución de la imprenta hasta la segunda mitad del siglo XIX fue muy lenta, contándose como únicos antecedentes la imprenta de las Misiones Jesuíticas, que funcionó desde el 1700 (Maeder, 2001) en el pueblo de Loreto, hoy provincia de Misiones, y la instalada por los jesuitas en la Universidad de Córdoba en 1764. Esta última fue trasladada a Buenos Aires por el virrey Vértiz, donde comenzó a funcionar, en 1780 —en un momento de expansión de la ciudad portuaria convertida en flamante capital virreinal—, a beneficio de la Casa de los Niños Expósitos, prestando servicios fundamentalmente a la administración pública y publicando los primeros periódicos, como el Telégrafo Mercantil (en el que se editaron las primeras crónicas del poblado de Rosario) y el Semanario de Agricultura, en 1802. Esta imprenta, por resolución de Bernardino Rivadavia, pasó a ser Imprenta del Estado. Con anterioridad, en 1815, se había fundado la segunda imprenta de Buenos Aires, la de Gandarillas, que en 1828 fue comprada por el Gobierno de Córdoba. En tiempos del rosismo, se abrieron tres imprentas más2.

El nuevo orden urquicista ungió a Rosario como bastión económico y le otorgó aduana propia para convertirlo en el instrumento de un proyecto político y económico alternativo al vigente desde los tiempos del virreinato con sede en Buenos Aires. Convertida en la puerta de ingreso de la inmigración y de capitales internacionales, a través del ferrocarril unió a los pueblos y colonias de su región con sus flamantes muelles. De esta manera, Rosario, que en 1842 tenía 1500 habitantes, “saltó” a 9800 en 1858, a 23 000 en 1869, y a 169 000 en tiempos del primer Centenario de Mayo (Ensinck, 1985). Con ello, también se aceleraron procesos sociales, culturales y económicos.

La ciudad, el puerto de ultramar y la imprenta nacieron al unísono. Con la imprenta también se expandieron las posibilidades culturales y educativas de los habitantes, porque hasta ese entonces había un par de escuelas públicas de enseñanza elemental, dotadas de magros recursos, y muy pocos ámbitos de lectura: alguna que otra biblioteca particular que atesoraba libros y periódicos, generalmente de Buenos Aires. Además, se modificaron prácticas y costumbres observadas desde los tiempos del gobierno colonial, cuando las principales noticias y normas se pregonaban verbalmente o a través de manuscritos que se fijaban en las puertas de los lugares más visibles. En Rosario la imprenta nació, antes que por una necesidad informativa, con una finalidad muy concreta: generar los insumos para el desenvolvimiento mercantil y fabricar papel moneda para un mercado en formación que necesitaba de este medio de cambio para acrecentar los negocios e inversiones (Mikielievich, 1969).

El despertar de la actividad generó una amplia demanda de personal especializado en las ciudades portuarias más importantes del Río de la Plata: Buenos Aires y Montevideo. Tal fue el caso de Eudoro Carrasco, quien abrió, en 1853, la segunda imprenta comercial, aunque luego editaría publicaciones periódicas. También llegó la litografía a la flamante ciudad en 1857 (y, con ello, al interior del país), de la mano del litógrafo francés Carlos Riviere, quien imprimió cartas geográficas, planos y mapas (entre ellos, uno de los primeros que se tiene del ejido local), piezas de música e insumos para el movimiento comercial, como facturas, pagarés y letras de cambio, y abasteció de estampillas al naciente correo postal de la Confederación Argentina. El empresario brasilero Irineo de Souza, vizconde de Mauá, quien acababa de abrir un banco en Rosario, influyó en otro litógrafo francés, Luis Therier, para que se trasladara hasta allí, comprando el taller de Riviere, a fin de imprimir el papel moneda requerido por dicho establecimiento (Mikielievich, 1969).

El primer periódico de Rosario fue La Confederación, editado en la imprenta del mismo nombre desde el 25 de mayo de 1854 para “apuntalar” el Gobierno de Urquiza y representar los intereses de la flamante ciudad. Su director fue el periodista de Buenos Aires Federico de la Barra. Con la intención de otorgar a la naciente urbe una posición de liderazgo nacional e insertarla en el mundo, procuró contar con la mayor información internacional, y la única forma de hacerlo por entonces era a través de otros diarios, impresos a miles de kilómetros de distancia y que arribaban a estas costas en los barcos de ultramar. Por ende, La Confederación dispuso de más información con la multiplicación de la actividad portuaria local (De Marco et al., 1969). El telégrafo llegaría a Rosario, procedente de Buenos Aires, el 3 de mayo de 1869.

Las imprentas de periódicos que en adelante abrieron también ofrecieron servicios comerciales, literarios y de escritura. Estas se instalaron, al igual que las casas proveedoras de los insumos necesarios para el funcionamiento de los talleres, en las proximidades de la calle “del Puerto” y la “de la Aduana”, a las que se accedía por la bajada de “San Miguel” (actualmente microcentro de la ciudad). El papel de impresión fue introducido por primera vez por José Conles, que poseía un gran depósito de almacenamiento, y de allí era dirigido a las ciudades interiores de la Confederación. Con respecto a las tintas, Juan Ciccarelli abrió en Rosario, en 1860, “la primera fábrica de tintas negras y de colores que funcionó en el interior del país”, que hasta entonces las importaba (Mikielievich, 1969: 29).

Las imprentas dispusieron como principales clientes a los actores de la actividad mercantil —eminentemente portuaria, luego ferroportuaria y agrícola— y al oficialismo gubernista. En tal sentido, se fundaron periódicos para sostener campañas presidenciales, candidaturas provinciales y municipales. De ese modo surgió, el 15 de noviembre de 1867, el primer número del matutino La Capital, así denominado en apoyo a la ley recientemente sancionada por la Cámara de Diputados de la Nación, que declaraba a Rosario sede de las autoridades nacionales, y rechazada por el Senado. Es en la actualidad el diario decano de la prensa argentina (Álvarez, 1943).

No fue fácil la existencia de las empresas periodísticas, sujetas continuamente a los avatares de la política. Eran frecuentes las clausuras, el encarcelamiento de los directores y empleados, el espionaje, la suspensión de publicidad, la incautación de ejemplares, los robos y destrozos, etc. Cuando quebraban, rápidamente eran adquiridas para ponerse al servicio de una nueva causa. Además de los periódicos partidarios, “de combate”, se publicaron con éxito periódicos satíricos muy bien ilustrados, que fomentaron la actividad de dibujantes y el género literario humorístico. Además, se comenzaron a comercializar publicaciones de profesionales o actividades específicas (De Marco, 2006).

La prensa contribuyó a interiorizarse y a otorgar mayor transparencia a la acción de gobierno, al publicar diarios de sesiones de la Cámara Legislativa santafesina y del Concejo Deliberante Municipal, y al mantener los vínculos con “las patrias” originarias de los habitantes de aquella naciente urbe cosmopolita. El diario La Capital, a través de sus pizarras ubicadas en la calle, daba a conocer a los transeúntes las últimas noticias. También publicaba ediciones extraordinarias y repartía boletines gratuitos sobre acontecimientos internacionales para la creciente comunidad extranjera. De los 897 suscriptores que contaba en 1874, solo 254 eran argentinos. Por nacionalidad, los lectores eran: 242 italianos, 164 españoles, 106 franceses, 43 ingleses, 21 alemanes, 16 suizos, y varios de otras nacionalidades3.

Las innovaciones de la primera globalización

Cuando la Argentina dejó atrás la gran crisis económica desatada en 1873, a partir de 1876, inició una etapa de concreciones en obras de infraestructura gracias a la expansión del ferrocarril, el telégrafo y la actividad agropecuaria. En lo que respecta a los diarios, se contó “con mayor variedad de tipos, formas litográficas y mejores dibujantes para elaborar otras nuevas” (De Marco, 2006: 352), y esto se evidenció particularmente en los avisos, innovaciones que en Rosario se observaron en una media docena de publicaciones. Las colectividades más numerosas tuvieron sus periódicos. Con alrededor de 30 000 habitantes, la ciudad contaba con cuatro imprentas en 1877; para 1890, se abrieron diez nuevas, y entre 1890 y 1900, lo hicieron catorce más, en las que se editaron los principales periódicos y revistas de la ciudad (Avilés, 1953).

Por entonces, se conoció un invento revolucionario para la historia de los medios de comunicación y la gráfica: la prensa rotativa. La tecnología se perfeccionó y comenzó a utilizarse a partir de 1857, lo que permitió imprimir periódicos en rollos de papel continuo a doble cara. A partir de la década de los sesenta del siglo XIX, los periódicos de Estados Unidos comenzaron a adquirir las inmensas prensas rotativas que les permitían imprimir, doblar y guillotinar 18 000 periódicos en una hora. También la composición fue abandonando los métodos manuales que armaban las oraciones letra a letra para ser activadas a través de un teclado. A partir de 1880 se perfeccionó la primera linotipia (permitió formar textos a partir de la creación previa de líneas enteras de palabras, en lugar de letra a letra como se ejecutaba en la tipografía), y a principios del siglo XX, la máquina monotipo. De esta manera, se inició una etapa de masificación de la información édita e inédita, accesible a bajo costo. Hacia principios de siglo XX, varios periódicos estadounidenses, franceses e ingleses llegaron a contar con millones de lectores. Por otra parte, la litografía, la prensa en offset (que ingresaría al país en 1910) y el fotograbado hicieron posible que también los semanarios y las revistas ilustradas experimentaran un sensible desarrollo (Martín, 1992).

En 1887, La Capital introdujo en Rosario la imprenta más importante de su tiempo, la Marinoni —fabricada por la señera y emblemática empresa francesa de Hipólito Augusto Marinoni, padre de las primeras máquinas cilíndricas de papel continuo (Le Ray, 2003)—, importada desde París, y pocas semanas después inauguró un servicio telegráfico europeo y norteamericano único en Sudamérica. Rosario podía preciarse así, a través de la prensa, de latir al mismo ritmo informativo que las ciudades más dinámicas del planeta.

Las imprentas fueron escuelas de formación y tradición en el arte gráfico. Por ejemplo, en el establecimiento del litógrafo, caricaturista y dibujante José Müller, se inició Félix Woelflin en la década de los ochenta, quien sería, años más tarde, dirigente fundador de la Sociedad Industrial Gráfica de Rosario y dueño de una de las grandes imprentas de Rosario4. Otros tantos aprendieron su oficio con el suizo francés Eduardo Fleuti, más conocido como el autor de la litografía que creó la primera imagen de conjunto de la ciudad portuaria, vista desde el río Paraná, “a vuelo de pájaro”, en 1878.

El plantel de empleados de las imprentas y casas de litografía creció exponencialmente con el incremento de la actividad (hecho que se puede verificar a escala internacional con la multiplicación de la cantidad de lectores y del número de publicaciones), y, en procura de satisfacer las demandas laborales, se organizó en 1884 la Sociedad Tipográfica Rosarina, de similares objetivos a los de la Sociedad Tipográfica Bonaerense, que fue la primera organización gremial, social y cultural del país, nacida en 1857 (Bil, 2006).

A pesar de las crisis económicas de 1885 y 1890, la actividad gráfica siguió su marcha ascendente y, aún más, aprovechando la bonanza que medió entre ambas, Ferrazini y Cía. invirtió en un motor a vapor de dos caballos de fuerza para mover sus prensas, y Félix Woelflin trajo de Europa al artista Traugott Moeller y al fotógrafo Fernando Gaspary. Ferrazini y Woelflin serían los iniciadores de álbumes gráficos con fotografías de Rosario, en 1895. El joven David Peña, futuro dramaturgo argentino, al ser el director del diario oficialista Nueva Época, obtuvo el dinero necesario para que funcionara en la imprenta “el primer taller de fotograbados que hubo en Rosario” (Mikielievich, 1968: 48), cuya dirección encargó a los barceloneses hermanos Ortega.

Un aspecto vinculado al exponencial crecimiento de la actividad de la imprenta fue la necesidad de institucionalizar la formación de recursos humanos. Desde 1899, en el Colegio de Artes y Oficios del Colegio Salesiano San José de Rosario funcionaba una imprenta nacida con una finalidad formativa, de acuerdo con la misión encomendada por el fundador de la congregación, Don Bosco. Con el correr del siglo XX, la Congregación Salesiana tuvo en el país cinco imprentas, ubicadas en Salta, Córdoba, Bahía Blanca, Buenos Aires y Rosario, siendo esta última la más grande de todas. Un significativo porcentaje de quienes se dedicaron a las artes gráficas en Rosario, en especial aquellos hijos de trabajadores que se labraron un camino desde la condición de aprendiz hasta la de ser dueño de la imprenta, se formaron o coadyuvaron a las tareas del establecimiento5.

La ciudad portuaria conoció el primer año del siglo XX con 112 461 habitantes, cuatro tipografías, tres litografías y seis imprentas a vapor y a mano para la impresión de periódicos. Es significativo que en el primer Censo Municipal de 1900 se aclara que “en el arte tipográfico no puede el Rosario competir con la metrópolis”, y se realiza la tajante afirmación de que “en todos aquellos trabajos de aliento en el que el buen gusto estético y el arte están de por medios, somos del todo tributarios porteños”, en alusión a Buenos Aires6.

En cuanto a las casas de litografía, este relevamiento describe que había algunas perfectamente montadas, provistas de maquinarias modernas, y que ejecutaban muy buenos trabajos, cuyos empleados eran bien remunerados. Sin embargo, también existían sucursales de casas importantes de Buenos Aires que atendían con regularidad los pedidos que se les hicieran. Es que la capital de la Argentina ya era una ciudad del mundo, con dos millones de habitantes, más de 70 establecimientos gráficos, con 926 máquinas principales y 543 secundarias, donde se editaban más de 600 publicaciones (Bil, 2006).

La dinámica productiva de la región, convertida en una potencia cerealera, condujo a la realización de la mayor obra pública de infraestructura portuaria y fluvial de la historia de Rosario, la construcción de su puerto moderno, concesionado a la empresa francesa Hersent et fils & Schneider, que inició sus trabajos en 1902, habilitando los primeros mil metros de muelles tres años más tarde (De Marco h, 1999).

En el segundo censo municipal, de 1906, en el que se constató que el número de habitantes había aumentado un 35 % en apenas seis años —los extranjeros seguían representando el 41 % del total—, se censaron treinta imprentas y litografías, es decir, 17 más que seis años atrás, lo que representó para el sector un crecimiento del 131 %. Las Artes Gráficas dentro del rubro industria registraban el mayor aumento relativo: un 241,76 %. También surgieron cinco talleres de encuadernación, una fábrica de engrudo, seis nuevos talleres de fotografía, y se agregaron dos de fotograbado7.

Por entonces, el principal matutino, La Capital, estrenó una nueva imprenta Marinoni y, con ella, sus cinco linotipos adquiridos en Buenos Aires; sin embargo, en Rosario no existían linotipistas. Los de la Capital Federal gozaban de elevados sueldos y no se sentían atraídos por radicarse en el interior, pero una buena oferta motivó la radicación de cuatro de ellos y una joven inmigrante alemana, y la apertura de una escuela de linotipistas. Los cajistas que quedaron sin trabajo por los linotipos pasaron al taller de obra de la misma empresa, que imprimía libros, folletos, almanaques, tarjetas y hasta papel sellado para el Gobierno de Bolivia8.

En 1908 se constituyó la Compañía General de Artes Gráficas, una de las más importantes de Rosario, provista con maquinarias modernas para hacer trabajos litográficos e impresos en colores. Asimismo, editaba revistas y periódicos, y daba trabajo a 80 empleados, muchos de los cuales eran artesanos provenientes de Italia, Alemania y Japón. Era dirigida por F. C. Marty, gerente de la empresa Agar, Cross and Company Limited, administrador de estancias y concejal municipal9. También tenía reconocimiento internacional la sucursal Rosario de la firma Jacobo Peuser, establecida en 1890, que había extendido sus negocios de la librería a la imprenta y encuadernación. Para 1910, se destacaba por la calidad de sus artículos impresos comerciales, circulares, catálogos y facturas, que abastecían a las principales firmas. La imprenta, cuyo gerente era Federico Lufft, originario de Hannover (Alemania), contaba con 26 operarios10.

No se dispone de elementos que permitan describir el mundo de las imprentas dedicadas a difundir el pensamiento de los trabajadores socialistas y anarquistas a través de panfletos, folletines y periódicos de pocas páginas. Es muy probable que las publicaciones libertarias editadas en ciudades cosmopolitas portuarias como Montevideo, Buenos Aires y Rosario circularan clandestinamente de un punto a otro para evitar ser incautadas por la policía. Lo comprobable es que, a causa del estado de sitio, después de 1910, “la prensa anarquista, y en menor medida la socialista se sumió en un prolongado silencio” (Rey, 2017: 14). En Rosario, la segunda ciudad con mayor concentración obrera de la Argentina, en 1893, se publicó el primer periódico anarquista, Demoliamo, y en 1896, La Federación Obrera. Por otra parte, un importante caudal de bibliografía anarquista impresa en Rosario se difundió por distintos países de Europa, en especial, en España y el mundo hispanohablante, a través de reconocidas imprentas locales (Soriano y Madrid, 2007).

En tiempos del Primer Centenario de la Revolución de Mayo, en 1910, los principales diarios de Buenos Aires ya disponían de las máquinas de linotipos norteamericanas Mergenthaler, lo que significó una economía de tiempo y la disminución de los tipógrafos requeridos. También se habilitaron plantas de fotograbados y se importaron maquinarias complementarias, como encuadernadoras y cortadoras, estableciéndose a tal fin firmas importadoras, entre ellas, las señeras Stocker y Cía. (1884) y Curt Berger (1894), de productos alemanes; la casa Lorilleux y Cía. (1900), de París; y la Ault y Wiborg Argentine Company (1904), introductora de productos norteamericanos, en especial, máquinas, papeles y tintas, que ofrecía la posibilidad de comprar con financiación a largo plazo (Bil, 2006).

El impacto en la actividad a partir de un mundo en guerra y revoluciones

La Gran Guerra (1914-1918) tuvo su correlato en la disminución de la actividad de los puertos argentinos y en la regular provisión de maquinarias e insumos para la industria gráfica provenientes de los países en pugna. A la imposibilidad de importar papel europeo, que era más económico que el argentino (lo que aumentaba los costos de producción), se observaron faltantes de libros (el primer abastecedor era Francia, luego los Estados Unidos, España e Italia), impresos comerciales, libros en blancos, tarjetas y artículos de librería (hasta la guerra, la mitad de las importaciones argentinas era alemana) y de escritorio (mayormente provenientes de Inglaterra, cuyos libros impresos para sus empresas radicadas en el país estaban libres de derechos aduaneros) (Pellegrini, 1948). A estos factores se agregó el hecho de que las casas alemanas, que dominaban el mercado de maquinarias, exigieron a sus clientes la pronta liquidación de las deudas. El proceso de concentración del capital en grandes empresas de imprentas que absorbieron a las más pequeñas, observado especialmente en Buenos Aires a fines del siglo XIX y principios de siglo XX, no se detuvo, y esto incrementó el poder de la patronal (Bil, 2006). Por su parte, los trabajadores gráficos, que disponían de una extensa tradición en el movimiento obrero argentino, también avanzaron para organizarse frente a esta situación (Ferrer, 2008). El malestar social, que se profundizó en 1917, inauguró un período de mayor conflictividad, y surgió en Buenos Aires la Asociación Gráfica como entidad patronal (Ceruso, 2016).

La declinación del tonelaje registrado en el puerto de Rosario entre 1915 y 1919 retrotrajo los volúmenes a los niveles de diez años antes, pero en 1920 se inició una etapa de franca recuperación y se alcanzaron récords, tendencia que se mantuvo hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial (De Marco h, 2006). Durante la guerra, la ciudad experimentó una sucesión de huelgas que prácticamente paralizaron las principales actividades y servicios. Los trabajadores gráficos reclamaron mejores condiciones salariales y se sumaron a acciones de protesta en un contexto nacional de elevada conflictividad social11.

A pocos días de los sucesos que conmocionaron Buenos Aires, conocidos como la “Semana Trágica”, en 1919, se constituyó formalmente la Sociedad de Industriales Gráficos (SIGR), la primera en su tipo en el país, integrada por las firmas Woelflin y Cía., B. Tamburini e Hijos, S. y M. Barragán, Fossati y Cía., Compañía General de Artes Gráficas S. A. (Ferrazini), A. Caubarrere y Casa Jacobo Peuser S. A., entre otras (Mikielievich, 1969).

Entre los propósitos consignados en sus estatutos, se encontraban: defender los intereses del sector; fomentar ideas que contribuyeran al mejoramiento de las artes gráficas; “propender al mejoramiento y adelanto de la clase obrera, armonizando los intereses de estos con el de los industriales”12; y establecer una especie de fondo social destinado a socorrer a los obreros gráficos que trabajaran en los talleres asociados, y, si fuera posible, relacionarse con sociedades que existieran o se crearan en la república13.

Los primeros diez años de la SIRG (1920-1930) coincidieron con la dinámica de mayor vitalidad y expansión del hinterland de la ciudad portuaria de Rosario. En los hechos, los establecimientos de imprenta comprendidos en dicha área se encontraban vinculados por formación, experiencias previas, contactos comerciales y otras redes de relación con la actividad gráfica rosarina. Teniendo en cuenta que los centenares de poblados “de la campaña” del sur de las provincias de Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos, y del norte de Buenos Aires (el hinterland más denso de Rosario por el gran entramado de líneas férreas y caminos de tierra que conducían al puerto), tenían por entonces dos o tres décadas de existencia, las máquinas empleadas solían ser proporcionales a las posibilidades económicas de esas comunidades rurales, y, por lo tanto, se adquirían equipos usados o descartados por su antigüedad en la gran ciudad, y también los insumos más indispensables. Es por eso que la SIGR, sabiéndose radicada en la segunda ciudad más importante de la república, por su movimiento económico y población, se arrogó, en distintas manifestaciones públicas, la representatividad en el sentir y las necesidades del gremio en el interior del país, y especialmente entre los de su región, con los que mantuvo cada vez mayor comunicación y a quienes iría invitando a incorporarse formalmente a la sociedad. Las principales imprentas rosarinas con capacidad de imprimir rótulos de productos envasados en latas y botellas tenían clientes en la región de Cuyo, en el noroeste y noreste del país, e incluso en Bolivia y Paraguay14.

A su vez, esta pujante industria local, reflejada en la modernidad y amplitud de las plantas, que por entonces todavía se encontraban en la zona céntrica de la urbe, era tributaria para la provisión de equipos e insumos de las grandes fábricas existentes en los países europeos, compradores de las materias primas de la región exportadas por los puertos de ultramar como Rosario. Entre ellos, en primer lugar, Alemania. El predominio de su técnica era indiscutible en aspectos como la fundición de letras de imprenta. Una gran parte de la industria se encontraba todavía radicada en la zona de Frankfurt del Mein y Offenbach del Mein, no muy alejadas de Maguncia, en donde había vivido Gutenberg, el inventor de la imprenta, y que era considerada “el lugar de peregrinación de los impresores de todo el mundo”15. La zona estaba conectada por el río Mein (Meno) al Rin, eje del comercio del centro de Europa, y que derivaba la producción hacia los mayores puertos europeos, como el de Rotterdam. Fue precisamente en esa zona de ciudades portuarias marítimas y fluviales de los Países Bajos y Alemania donde, ya en el siglo XIII, se observaba una cultura de la lectura superior a la de otras regiones. Sobre esta simiente, aquellas urbes portuarias erigidas en centros comerciales e intelectuales fomentaron el mercado de la imprenta de libros. Era el ámbito en el cual se podía encontrar más cantidad de editores (con respaldos para correr riesgos), y donde era posible coordinar la cooperación entre vendedores e imprenteros para atender las demandas del mercado, organizándose ferias específicas, como la de Frankfurt (Martin, 1992).

La diversidad de máquinas gráficas construidas por ese país era exhibida orgullosamente en las grandes ferias celebradas en primavera y otoño en Leipzig por la Liga Alemana de la Industria del Libro, en las que el visitante podía comprobar que la mayoría de las máquinas y aparatos observados procedían exclusivamente de fábricas alemanas, dado el importantísimo puesto que este país ocupaba en el mercado mundial. Durante la Gran Guerra otros países se esforzaron para independizarse de esa industria, y algunos lo lograron en parte, como Estados Unidos, que a diez años de terminar el conflicto bélico (en 1928) ya se encontraba en condiciones de competir en calidad con las maquinarias de origen alemán. Leipzig continuaba siendo la capital universal de la industria del libro, gracias a la convivencia entre productores y consumidores, y era donde se había dado un mayor incremento en la construcción de máquinas de encuadernación y confección de libros. Sin embargo, en cuanto a la fabricación de las máquinas de imprimir, no podía competir con Dresde, ubicada sobre el río Elba, que conducía la producción hasta el puerto de Hamburgo y otras poblaciones enclavadas en las orillas del Rin. Con respecto a la técnica de fundición de tipos de imprenta, Fráncfort del Meno, como señalamos, no tenía rival. Estos indicadores revelan el grado del desarrollo de la industria germana, que no solo se había recuperado de la guerra, sino que era un factor generador de divisas, porque el 50 % de lo producido era exportado al extranjero, donde dominaba mercados como el hispanoparlante, al punto que dichas firmas hacían catálogos especiales en castellano. Otra fortaleza de la industria gráfica alemana era que abastecía desde las grandes empresas hasta las más pequeñas, mientras que las de Estados Unidos se especializaban en proveer a grandes plantas16.

En Rosario y su región fue creciendo la introducción de máquinas e insumos de Norteamérica, y lograron competir (hasta desplazar décadas más tarde) con los llegados de Alemania, por intermedio del puerto de Buenos Aires. La principal casa de capitales estadounidenses era la National Paper & Type Co., que, además de en Rosario, tenía sucursales en Buenos Aires, Montevideo y Córdoba. En las primeras décadas del siglo XX, dominó el mercado de maquinarias y tintas exportadas desde Estados Unidos a Latinoamérica, al punto que una investigación le adjudica una acción divulgadora “del discurso panamericanista que aprovechó para asegurar clientes, promover una cultura de negocios en América Latina típica de la sociedad anglosajona y cultivó una mentalidad que propiciaba el consumo” (Serna, 2020: 12 y siguientes).

Gran Bretaña no surgía como competidora de Alemania y Estados Unidos en la provisión de insumos. Sus empresas radicadas en la Argentina accedían a los mismos directamente desde Inglaterra, porque al ingresar estaban libres de aranceles aduaneros.

Las debilidades de una industria insumodependiente y las ataduras al hinterland del “puerto único” de Buenos Aires

La inquietud de los propietarios de imprenta por acompañar las transformaciones constantes de la industria en materia de maquinarias, a fin de no perder la competitividad, se hizo cada vez más acuciante a medida que transcurría el siglo XX. Sin embargo, en esta carrera, ganaron las empresas más grandes en desmedro de las medianas y pequeñas, tanto en Buenos Aires como en Rosario. Esta problemática estuvo presente en los debates internos de la SIGR. Se avizoraba toda una revolución en la especialidad de las industrias gráficas para las décadas de los veinte y los treinta, pero ¿estaban todas las imprentas en igualdad de condiciones de contar con el capital necesario para afrontarla? ¿Poseía Rosario una demanda de trabajos lo suficientemente grande y estable como las requeridas por las nuevas máquinas? ¿Qué sucedería si se tomaban créditos para adquirirlas y luego quedaban detenidas por falta de trabajo e imposibilidad de adquirir insumos?17.

Asimismo, la SIGR no quedó al margen del reclamo efectuado desde otros sectores industriales argentinos contra lo que consideraban “importaciones ruinosas” de producción impresa encargada en Europa, principalmente por los ferrocarriles ingleses y otras empresas que tenían sus directorios fuera del país, y reclamó una intervención directa del Gobierno en este sentido18.

Una de las tantas lecciones aprendidas durante la Gran Guerra fue la conveniencia de comenzar a fabricar papel nacional a un costo inferior al importado, y, a tal fin, se incrementaron los estudios técnicos y químicos sobre la posibilidad de fabricar papeles de otras variedades de maderas diferentes de las usualmente utilizadas. Las potencias europeas comenzaron a realizar investigaciones en sus países coloniales de África para lograr extraer pasta papel de los bananos y otras plantas. La SIGR apoyó la iniciativa del ingeniero italiano Humberto Pomilio para instalar en Rosario una fábrica de pasta papel utilizando la paja del trigo y el lino. Esta fábrica principalmente produciría papel obra con destino al consumo en el mercado interno. Esto derivó en la creación de Celulosa Argentina, fundada el 2 de febrero de 1929 en la localidad Juan Ortiz, estación del Ferrocarril Santa Fe (actual Capitán Bermúdez), por empresarios y capital rosarinos. Así surgió el primer puerto planta de pasta papel con embarcadero sobre el río Paraná, disponiendo en cercanía de la ciudad una moderna planta de más de tres pisos para producir papeles para obras e ilustración, cartulinas blancas y de color, papel imitación hilo, de embalaje, y los subproductos: sal fina de mesa, ácido clorhídrico, hipocloritos de sodio y de cal, soda concentrada, entre otros19.

La crisis económica internacional de 1929, las dificultades para mantener expeditos los canales de acceso al río Paraná para el ingreso de buques de ultramar y el acaparamiento de flujos del puerto de Buenos Aires, especialmente en el rubro de importación, encendieron en la década de los treinta una luz de alarma en los principales actores del hinterland rosarino. La paralización de su operatoria como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, sumada al hecho de que en la Argentina no se fabricaba el papel de diario, volvió angustiante la situación de las empresas periodísticas, y muy preocupante para la regular provisión de tintas, chapas de zinc para fotograbados y offset, y muchos otros elementos básicos para el normal funcionamiento de las imprentas de obra.

Si bien la industria de fabricación del papel en la Argentina creció significativamente —pasó de 4 establecimientos en 1920 a 22 en 1935, y 40 en 1941, quintuplicando el volumen de productos elaborados y duplicando la cantidad de obreros—, la mayoría de las plantas se radicaron en Buenos Aires, y Celulosa Argentina era la única de la provincia de Santa Fe. Para principios de la década de los cuarenta, casi la mitad del papel y del cartón consumido en el país era de origen nacional; sin embargo, la mayor importación correspondía al papel de diario, que no se fabricaba en Argentina (Díaz Molano, 1947). En cuanto a los establecimientos dedicados a la fabricación de tintas, habían llegado a 25 hacia 1953, una cantidad nada desdeñable considerando el escaso apoyo que se le daba a la actividad a favor de las tintas importadas, que eran introducidas con muy bajos aranceles y vendidas a un precio idéntico al del país de origen, con la ventaja de disponer de materias primas que aquí debían importarse. Las fábricas nacionales de tintas estaban en su mayoría en Buenos Aires, y en un porcentaje ínfimo en Rosario, los principales centros de consumo y embarques del país, aspecto clave teniendo en cuenta que en la Segunda Guerra Mundial Argentina exportó su producción a casi todos los países de Latinoamérica. Durante el conflicto, Estados Unidos consolidó su posición como principal exportador de tintas a la Argentina, superando y dejando atrás lo traído desde Alemania, que desapareció del mercado. Fue secundado por Gran Bretaña (Caviglia, 1953).

Los empresarios gráficos del país celebraron en 1948, en la Bolsa de Comercio de Rosario, la primera reunión nacional del sector, con representantes de todas las provincias. Entre las principales preocupaciones, se señalaron las referidas a las facilidades dadas a la competencia extranjera en desmedro de la producción nacional (Fundación Gutenberg, 2011).

Para la dirigencia del interior del país, la situación era mucho más compleja. Las políticas centralistas adoptadas por el Gobierno nacional al estatizar los puertos argentinos (en 1942, se concretó la estatización del de Rosario) se perpetuaron en el tiempo y se acentuaron a partir de 1957, con la creación de la Administración General de Puertos. Su correlato fue una marcada caída de la operatividad del puerto rosarino, de la que se recuperaría lentamente a partir de 1968. La ciudad portuaria de Buenos Aires confirmó así su lugar de gran introductora y distribuidora del saber tecnológico y de las innovaciones experimentadas por la actividad gráfica en los países desarrollados. Ya en 1939, la cantidad de imprentas, litografías y casas de encuadernación radicadas en la Capital Federal, que sumaban 692, indicaba una tendencia irreversible a la concentración, si se tiene en cuenta que la provincia “del interior” con mayor cantidad de establecimientos era la de Santa Fe, que reunía 193; Córdoba contaba con 122, y Entre Ríos, con 44, mientras que la gran provincia de Buenos Aires, con los barrios linderos a la Capital, sumaba 323 (Pellegrini, 1948).

En 1944, el primer censo patronal de la industria gráfica rosarina arrojó que en 50 firmas trabajaban 1037 empleados, y, por lo tanto, las consecuencias sociales de las dificultades experimentadas por la actividad fueron mayores, en una ciudad que ya llegaba a los 500 000 habitantes.

No es la intención de este artículo profundizar en lo sucedido con las industrias nacionales de insumo para imprenta una vez producido el golpe de Estado que derrocó al presidente Juan Domingo Perón, que pudieron desarrollarse y recuperar terreno hasta entonces; sí, en cambio, nos interesa señalar que el esquema insumodependiente se agudizó en la década de los sesenta. Para entonces, Buenos Aires era sede de una veintena de firmas importadoras de maquinarias para artes gráficas, que recomendaban tintas y papeles más específicos, generalmente proveídos por los mismos grupos empresariales que fabricaban las máquinas. Algunas pocas lo hacían sin intermediarios con sus propias oficinas comerciales radicadas en el país, como las norteamericanas National Paper & Type Co. de la Argentina, que siguió detentando una preponderante posición, y The River Plate Supply, o la italiana Sociedad Pivano. Sin embargo, la mayoría de las firmas alemanas, suizas, italianas, francesas e inglesas contaban con casas representantes20.

Podría decirse que la industria de imprenta del hinterland rosarino conoció la segunda mitad del siglo XX con una doble dependencia: la proveniente del foreland y la del hinterland competidor más cercano, Buenos Aires. La segunda globalización parecía dirigirse a un esquema de mayor concentración y asimetrías, que también se observaban dentro del hinterland propio, porque un altísimo porcentaje de imprentas existentes en las medianas y pequeñas poblaciones de la “campaña” quedaron rezagadas sin poder incorporar innovaciones tecnológicas. Hacia 1980, en el inicio de la segunda globalización, el total de establecimientos gráficos de la ciudad era de 213 (pequeños, medianos y grandes), y en el hinterland más cercano, de ١٢٧. La política aduanera favorable a la apertura indiscriminada de la importación implementada en los 90 y la falta de políticas activas de promoción o protección tuvieron por consecuencia suspensiones y despidos, y, en otros casos, el cierre de la planta (Ginsberg y Silva Failde, 2010).

En febrero de 1993, la SIGR (convertida en Cámara) manifestó que “la industria gráfica rosarina estaba comprometida por la coyuntura económica del país y la importante cantidad de impresos provenientes del exterior”21. Se tenía conocimiento de que grandes editoriales porteñas enviaban a imprimir libros y revistas a países como España y Chile. El descalabro general tuvo su correlato en la disminución de la cantidad de socios de la cámara y en sus recursos22.

Por otra parte, el Plan de Convertibilidad, que equiparó el peso al dólar, ofreció a las imprentas mejor posicionadas la singular posibilidad de renovar los equipos de impresión, algo que, por otra parte, surgía como indispensable teniendo en cuenta el salto tecnológico de la industria gráfica en el mundo. La brecha entre este pelotón de firmas locales líderes, que se situaron en capacidad a la par de las de la ciudad de Buenos Aires y las principales capitales del planeta, y la mayoría de las existentes en la ciudad y el hinterland rosarino se amplió. Luego sobrevendrían las crisis financieras globales que impactaron sobre la Argentina, como las de México, Brasil y el Sudeste Asiático, y la gran crisis institucional y económica del propio país en 2001, todos jalones negativos que derivaron en el alejamiento de las firmas de imprenta de las asociaciones empresariales, las que, por su parte, vieron mermados los recursos que les generaban las cuotas societarias y los fondos solidarios. Lentamente, a medida que se superaba la crisis del 2001, los empresarios gráficos avanzaron en el sentido de aunar fuerzas, y esto condujo a lo que sería, a partir de 2003, la Unión Gráfica Argentina, UGAR23.

La flamante entidad debió cooperar con el resurgimiento de las cámaras de provincia, y hasta en algunos casos socorrer a las seccionales más perjudicadas. Dividió el país en jurisdicciones regionales. Seis de ellas tomaron por sede ciudades portuarias acuáticas —Buenos Aires, Mar del Plata, Concordia, Santa Fe, Bahía Blanca y Rosario—, y otras tres ciudades portuarias que fungieron tradicionalmente de puertos secos, respetándose en la mayoría de los casos el hinterland configurado por los imprenteros en la primera globalización.

UGAR Rosario (que sucedió a la SIGR) continuó siendo cabecera del hinterland liderado desde su nacimiento como ciudad portuaria, pero sus límites se acotaron al sur y centro de la provincia de Santa Fe y norte de la provincia de Buenos Aires. El principal desafío de la actividad fue la obtención de líneas de crédito accesibles a las pequeñas y medianas empresas para adaptarse a un nuevo punto de inflexión en la historia gráfica: la mudanza del papel a los medios de comunicación electrónicos y la digitalización, y los nuevos productos y tendencias. La impresión digital se precipitó sobre la actividad, compitiendo con los procesos tradicionales en todos los segmentos del sector: impresión comercial, edición, marketing directo, impresión transaccional e industrial, rotulación, etiquetado, envases y decoración. Para muchos, estos avances de la cibertecnología significaron un shock que volvió a plantear, como en tiempos anteriores, el interrogante acerca del porvenir de la industria gráfica, y con ello los desafíos de actualizarse y, más aún, anticiparse a los cambios (Pérez, 2010).

Las radicales transformaciones de la estructura fabril, tecnológica y de insumos en las artes gráficas de aquellos años sobrepasaron por su magnitud las capacidades de adaptación a las mismas de un amplio sector de medianas y pequeñas imprentas que dentro de la cámara empresarial de Rosario se encontraban abocadas a lidiar con problemas tradicionales del sector, como la falta de papel, el encarecimiento de los repuestos y las consecuencias de la gran crisis del 2001.

La tecnología aplicada a las artes gráficas parecía no tener límites, lo que motivó la realización de actividades de actualización y capacitación. Estas estuvieron destinadas especialmente a quienes dirigían empresas gráficas, y fueron concretadas con el respaldo y la participación de compañías proveedoras del sector. En agosto de 2013, UGAR central alentó a los delegados de las regionales sobre la conveniencia de promover el material impreso frente al texto digitalizado, y en Rosario se implementó la campaña que alcanzó repercusión nacional en el gremio24.

En la interpretación de las autoridades de UGAR, las artes gráficas del siglo XXI se encontraban en una encrucijada propia de un cambio de época, sintetizada en estas palabras: “El paso del industrialismo al informacionalismo, asociado a tres revoluciones —sociocultural, económica y tecnológica—, cuyos impactos cruzados, cambiaron el sistema de ideas, el sistema de técnicas y la institucionalidad de la época histórica del industrialismo y generaron una nueva visión del mundo, moldeando la percepción de la realidad y, por lo tanto, las decisiones y acciones, adaptando la lente para hacer posible una interpretación”25.

Colofón

El estudio de la industria gráfica de Rosario, especialmente en lo referido al abastecimiento de los insumos de máquinas, papel y tinta, indispensables para su funcionamiento, arroja elementos que favorecen la comprensión de la dinámica del surgimiento, expansión, consolidación, debilitamiento y retracción de su hinterland y foreland. Dicha actividad estuvo intensamente ligada a los flujos de los procesos de globalización, a las crisis económicas, las conflagraciones armadas y las “marchas” y “contramarchas” de los proyectos de país instrumentados por los distintos Gobiernos argentinos.

En tal sentido, se observa que la configuración del hinterland portuario de Rosario, surgido en la segunda mitad del siglo XIX, mantuvo su predominio sobre el entorno y sus límites constitutivos a pesar de las instancias de crisis y conflictos en la dinámica capitalista, de la que no se pudo abstraer, y aun perdiendo la terminal local la posibilidad de competir en el transporte fluvial con Buenos Aires. El hinterland de Rosario habría podido mantener gran parte de su vigor y dimensión inicial, como se observa en el caso de la industria gráfica, en función de la persistencia de un foreland vinculado a la producción exportable de materias primas de la región, y a su condición de metrópoli mercantil con mercado propio, lo que le permitió ejercer un rol de mediación con el hinterland de Buenos Aires en cuanto a la provisión de los insumos gráficos a su región. El análisis del archivo privado de la Sociedad de Industriales Gráficos de Rosario confirma lo aquí señalado y permite advertir la conformación, en una misma región, de hinterlands y forelands yuxtapuestos.

Bibliografía

Fuentes

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1 Este trabajo se enmarca en las líneas de interés del PICT-FONCyT “Ciudades portuarias: patrimonio histórico y desarrollo regional sustentable. El caso de los puertos pampeanos de ultramar”, N. 02951; y del Programa MINCyt Ecos A18D03, “Las humanidades digitales aplicadas al estudio comparado del impacto urbano y regional de la modernización tecnológica de los puertos de ultramar de Francia y Argentina”.

2 “La industria gráfica” [Impreso] (1970), Veritas, nº 408, s/p, Archivo particular de la Sociedad de Industriales Gráficos de Rosario, Rosario.

3 Suplemento Centenario diario La Capital (1967), p. 21, Archivo de Redacción del diario La Capital de Rosario, Rosario.

4 [Carpeta de recortes periodísticos y caja con certificados y diplomas], Archivo particular de la familia de Miguel Woelflin, hijo de Félix, Rosario. La nota necrológica de su deceso fue publicada en el diario La Capital de Rosario, el 30 de octubre de 1949, y en la portada del Boletín del Centro de la Propiedad de Rosario, en octubre-noviembre de 1949.

5 Picca, Juan (2017), “Para reunir a una gran familia. Don Bosco y los comienzos del Boletín Salesiano”, Boletín Salesiano, nº 733, pp. 6-9.

6 Primer Censo Municipal de Población de Rosario (1902), levantado el día 19 de octubre de 1900, bajo la administración del Sr. Don Luis Lamas, Buenos Aires, Litográfica, Imprenta y encuadernación Guillermo Kraft.

7 Segundo Censo Municipal de Población de Rosario (1906), levantado el 19 de octubre de 1906, intendencia de Nicasio Vila, Rosario, Tipografía, Litografía y Encuadernación, La Capital.

8 Suplemento Centenario diario La Capital (1967), p. 21, Archivo de Redacción del Diario La Capital, Rosario.

9 Estos datos nos interesan a los fines de ejemplificar las redes de actores intervinientes.

10 Impresiones de la República Argentina en el Siglo Veinte (1911), p. 669.

11 Este aspecto ha sido tratado por la historiografía en las últimas tres décadas. Las particularidades de la relación existente entre trabajadores y empresarios del sector gráfico de la Capital Federal fueron abordadas en el trabajo señero de Tato y Badoza (2006), centrado principalmente al caso de esa ciudad.

12 Estatutos (1919), Archivo de la Sociedad de Industriales Gráficos de Rosario, Rosario.

13 Estatutos (1919), Archivo de la Sociedad de Industriales Gráficos de Rosario, Rosario.

14 [Cuadernos con colección de rotulaciones], Archivo de la Sociedad de Industriales Gráficos de Rosario, Rosario.

15 “La industria alemana de la fundición de letras de imprenta” (1930), Revista de la SIGR, nº 17, pp. 3-7.

16 “La construcción de máquinas gráficas en Alemania” (1930), Revista de la SIGR, nº 15, pp. 5-9, transcrito de La industria gráfica de Frankfurt.

17 “Los perjuicios del crédito excesivo en las actividades industriales gráficas” (1928), Revista de la SIGR, nº 6, pp. 11-13.

18 “Importaciones ruinosas” (1930), Revista de la SIGR, nº 17, pp. 13-15.

19 “Industria Nacional, Celulosa Argentina” (1930), Revista de la SIGR, nº 23, p. 3.

20 Argentina Gráfica (1960-1962), Archivo de la Sociedad de Industriales Gráficos de Rosario, Rosario.

21 Acta de la Comisión Directiva SIGR (1993), p. 94, Archivo de la Sociedad de Industriales Gráficos de Rosario, Rosario.

22 Acta de la Comisión Directiva SIGR (1993), p. 94, Archivo de la Sociedad de Industriales Gráficos de Rosario, Rosario.

23 Acta de la Comisión Directiva SIGR (1999), p. 63, Archivo de la Sociedad de Industriales Gráficos de Rosario, Rosario.

24 [Carpeta de campañas], Archivo de la Sociedad de Industriales Gráficos de Rosario, Rosario.

25 Argentina Gráfica Cromográfica (enero de 2015), nº 430, p. 86, Archivo de la Sociedad de Industriales Gráficos de Rosario, Rosario.