“Ni Washington ni San Martín”. La labor de Rufino Blanco Fombona en la construcción de Simón Bolívar como el Libertador de América°
“Neither Washington nor San Martín”. The work of Rufino Blanco Fombona in the construction of Simón Bolívar as the Liberator of America
María Laura Amorebieta y Vera*
Cuadernos del Sur - Historia 53 (2024), 177-199, E-ISSN 2362-2997
Hacia comienzos del siglo XX, el político e intelectual venezolano Rufino Blanco Fombona se lanzó a reconstruir y publicitar activamente la gesta y el pensamiento de Simón Bolívar tanto a nivel nacional como internacional, con el objetivo último de presentarlo y posicionarlo como el auténtico Libertador de América. Para ello, encontró en el nacionalismo “exclusivista” argentino y el imperialismo estadounidense, así como en las figuras de San Martín y Washington, dos adversarios fundamentales capaces de revelar la excepcionalidad del proyecto bolivariano, contribuir a despejar el camino para una Venezuela que —no obstante sus gobernantes de turno— detentaba una grandeza originaria y, en última instancia, situar al responsable de llevar a cabo esa empresa en un lugar de auténtica conciencia moral y clarividencia intelectual en la escena cultural hispanoamericana de la época.
Palabras clave
Blanco Fombona
Bolívar
Libertador de América
Fecha de recepción
18 de noviembre de 2023
Aceptado para su publicación
24 de marzo de 2024
° https://doi.org/10.52292/csh5320244896
* Universidad Nacional de La Plata. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-1417-3338. Correo electrónico: lauraamorebieta@gmail.com.
Resumen
At the beginning of the twentieth century, the Venezuelan politician and intellectual Rufino Blanco Fombona set out to actively reconstruct and promote the deeds and ideas of Simón Bolívar, both nationally and internationally, with the ultimate aim of presenting and positioning him as the true liberator of the Americas. To this end, he found in Argentine “exclusivist” nationalism and US imperialism, as well as in the figures of San Martín and Washington, two fundamental adversaries capable of revealing the exceptional nature of the Bolivarian project, of helping to open the way to a Venezuela that, despite its rulers of the time, possessed an original greatness, and, finally, of placing the person responsible for carrying out this enterprise in a place of authentic moral conscience and intellectual clairvoyance in the Hispano-American cultural scene of the time.
Keywords
Blanco Fombona
Bolívar
American Liberator
Abstract
177-199
Ar
Introducción
Hacia comienzos del siglo XX, América Latina empezó a transitar un momento de particular efervescencia patriótica marcada por la proximidad de los centenarios de independencia, en el que la reflexión sobre la identidad nacional ocupó un lugar cada vez más destacado en las producciones e intercambios de las élites políticas y letradas de la región. En ese contexto, la búsqueda de numerosos intelectuales, diplomáticos, estadistas y/o militares por hacer sobresalir a las jóvenes naciones del continente y proyectar una imagen de progreso y modernidad se volvió cada vez más patente.
Tal fue el caso del escritor venezolano Rufino Blanco Fombona (1874-1944), quien se constituyó en una importante figura de la escena política y cultural hispanoamericana dispuesta, incluso desde el exilio y bajo censura, a defender y dar a conocer las posibilidades y grandeza de su patria. Referente del modernismo literario y firme opositor del régimen de Juan Vicente Gómez (1908-1935), fue asimismo un activo promotor del latinoamericanismo en su vertiente hispanista y vehemente crítico del avance de Estados Unidos en la región tras el llamado a la Primera Conferencia Panamericana y la guerra hispano-estadounidense. A lo largo de su vida, desempeñó distintos cargos políticos y diplomáticos, fundó la Editorial América (1915-1933) y publicó una vasta obra que incluyó numerosos libros de historia, periodismo, ensayo, narrativa y poesía, destacándose particularmente su producción sobre la vida y gesta de Simón Bolívar.
A través de un recorrido exhaustivo sobre esta última, el presente artículo se propone analizar los modos en que Blanco Fombona se dedicó a reconstruir y publicitar activamente la obra y el pensamiento de Bolívar tanto a nivel nacional como internacional, delineando, para ello, dos adversarios fundamentales: el imperialismo norteamericano y el nacionalismo “exclusivista” argentino1. Esta empresa, a la que el escritor venezolano consagró gran parte de sus esfuerzos y apuestas políticas e intelectuales, hundía sus raíces —según explicaba él mismo en los diarios de su vida— en un desalentador diagnóstico sobre el grado de desconocimiento que existía, a principios del siglo XX, en torno a Bolívar en su propia tierra natal.
En efecto, en septiembre de 1905, el entonces joven letrado narraba la siguiente anécdota:
Alfredo Arvelo Larriva que —repito— conoce más profundamente que yo el pueblo venezolano, me dice viendo el patio, lleno de presos:
—Son unos parias. Lo ignoran todo; ni siquiera saben quién es Bolívar.
Creo aquello imposible... Para convencerme, Alfredo fue llamando uno a uno, a los que pasaban por delante de nuestra puerta.
—Oye, tú: ¿sabes quién es Bolívar?
—¿Bolívar?... No, señor.
—¿No sabes quién es el Libertador Simón Bolívar; donde nació, qué hizo?
—¡Ah! ¿Bolívar-Libertador? Sí, el que está en las pesetas y en los realitos.
Llamamos hasta seis. Todos lo mismo. De Bolívar sólo sabían sino que con su efigie se acuñaban las monedas.
¡Y éstos son nuestros compatriotas! (Blanco Fombona, 2004: 68-69).
Si tal era la situación en la tierra que había sido cuna del Libertador, entonces no resultaba sorprendente que en el resto del continente y del mundo el ideal de Bolívar se encontrara también olvidado y/o mancillado2. Este escenario condujo a Blanco Fombona a considerar insuficiente la labor efectuada, desde mediados de siglo XIX, por parte de un conjunto de políticos, militares e intelectuales venezolanos que se habían abocado a propagar y consagrar el culto patriótico al héroe de Ayacucho3. Es así que, ante esas circunstancias, el autor caraqueño se lanzó desde muy temprano a revisar las interpretaciones del pasado independentista que entonces circulaban por América Latina y el resto del mundo con vistas a reparar la memoria de Bolívar y profundizar la difusión local e internacional de cierta versión del prócer en cuestión, con el fin último de revalorizar y encumbrar el proyecto bolivariano y la nación venezolana frente a las aspiraciones provenientes del norte y el sur del continente americano.
Bolívar en la gesta emancipadora y la organización de los Estados en Hispanoamérica
Una de las principales preocupaciones del intelectual antigomecista consistió en demostrar la centralidad y excepcionalidad que tuvo Bolívar al momento de sellar la derrota del ejército español en América y sentar las bases para la construcción de un orden republicano. Para ello, Blanco Fombona prestó especial atención a otros héroes y experiencias revolucionarias con el objetivo de respaldar sus tesis centrales, concentrándose en dos casos específicos que, según su opinión, mejor ilustraban el carácter extraordinario de la obra política y militar del Libertador. Así pues, el 29 de marzo de 1906, Blanco Fombona escribía desde la cárcel lo siguiente:
A Bolívar no se le puede comparar con Washington porque Bolívar es un genio, mientras que Washington no fue sino un grande hombre (…). Ni con San Martín, el otro capitán de Suramérica, porque San Martín no fue sino un general, un gran general, mientras que Bolívar fue un Caudillo continental, un legislador, un tribuno, un escritor, un genio político. San Martín puede compararse más bien con Sucre y con Washington, a quienes iguala en desprendimiento patriótico. Con Bolívar no. Hay desemejanzas de temperamento: San Martín era severo, frío y Bolívar arrebatado y elocuente; desemejanza de educación: San Martín se levantó en los cuarteles y Bolívar en los salones; desemejanza de tendencias políticas: San Martín, servidor del absolutismo de Carlos IV, era conservador y monarquista, Bolívar liberal y republicano; desemejanza de cultura: San Martín ignoraba hasta la ortografía, mientras que Bolívar era un pensador, un artista de la palabra escrita y de la palabra hablada.
Con Washington la diferencia es también grande. Washington nace pobre y muere rico. Bolívar nace rico y, en servicio de América, se arruina. Washington, en vida, no da libertad a ninguno de sus esclavos negros. Bolívar en una sola de sus haciendas patrimoniales, otorga la libertad a 1.000 negros que valen 300.000 dólares.
Ni Washington ni San Martín columbraban el futuro; Bolívar lo predecía, no por don profético sino por inducciones e intuiciones geniales (Blanco Fombona, 2004: 98-99).
Si Bolívar resultaba, para el escritor venezolano, un héroe inigualable, aunque injustamente menospreciado e ignorado, entonces confrontarlo con las célebres figuras de Washington y San Martín podía servir para ejemplificar y difundir la superioridad política, militar, cultural, ideológica y moral del primero. De modo que, puestos uno al lado del otro, el Libertador no solo resultaba un “genio político”, sino el auténtico exponente y principal defensor de la empresa independentista, del republicanismo e, incluso, del humanismo a nivel continental y mundial.
En efecto, a diferencia de Washington, a quien no le quitaba “una hora de sueño” lo que sucedía “más allá de sus patrias fronteras” y quien predicaba “a su país el aislamiento indiferente que él deseaba para sí mismo”, a “Bolívar lo devoró la inquietud de la libertad y de la humanidad” (Blanco Fombona, 2004: 100). Según Blanco Fombona, “nada humano le fue indiferente”, lo cual explicaba que hasta hubiera soñado “con llevar la independencia a Filipinas y la República a España” (2004: 100).
El ejemplo del héroe norteamericano, quien había efectuado “una carnicería de colonos franceses” y “campañas contra los indios, a la sombra del Gobierno colonial” (Blanco Fombona, 1981a: 330-331), le resultaba nuevamente apropiado para probar la naturaleza idealista y altruista de Bolívar:
Llega la revolución de su patria por razones independientes a la voluntad de Washington: el Congreso le nombra jefe del Ejército. “Obligados a tomar las armas —dice a sus tropas—, no sonamos ni gloria ni conquistas; pero queremos defender hasta la muerte nuestros bienes y nuestra libertad, heredados de nuestros padres”.
Los bienes heredados preocupan su espíritu tanto como la libertad. En Bolívar no ocurre nada semejante. (…)
Washington tiene las limitaciones y el egoísmo práctico de su raza. Bolívar piensa en el mundo, Washington en su tierra (Blanco Fombona, 1981a: 330-331).
Igualmente, Blanco Fombona se serviría de algunos juicios que historiadores y políticos chilenos habían elaborado sobre la personalidad y el accionar de San Martín, los cuales le posibilitaron seguir nutriendo la idea de que Bolívar había sido ideológica y moralmente superior no solo a Washington, sino también al héroe argentino:
San Martín era taciturno; astuto, intrigante, desconfiado; Amunátegui y Vicuña Mackenna, sus admiradores, escriben en La Dictadura de O’Higgins, respecto al rioplatense: “En política no tenía ni conciencia ni moralidad. Todo lo creía permitido. Para él todos los medios sin excepción, eran lícitos”. “Por temible que fuera en un campo de batalla, lo era todavía más dentro de un gabinete fraguando tramoyas, armando celadas, maquinando ardides...”.
Así desaparecieron asesinados: Manuel Rodríguez, el tribuno Liberal; los hermanos Carrera, primeros libertadores de Chile; Ordóñez, el jefe español vencedor en Cancha Rayada; otro jefe de la Península, Osorio, y los demás prisioneros españoles de San Luis. Bolívar mató mucha más gente; pero de otro modo: dicta la franca proclama de guerra á muerte, fusila á la luz del sol (Blanco Fombona, 1913a: 542).
Por lo tanto, aunque Bolívar también había cometido fusilamientos, lo habría hecho mientras era “el más débil”, cuando era “solo un Jefe revolucionario” que no ocupaba “más territorio sino el que” ocupaban “sus tropas” (Blanco Fombona, 1981b: 225). Cuando se convirtió en “jefe del Estado, de veras Presidente, con una Capital y un Gobierno estables”, el Libertador —remarcaba Blanco Fombona— “casi siempre” perdonaba (1981b: 225). En este sentido, la atribución a Washington de un carácter egoísta y materialista, así como a San Martín de un espíritu conspirador y desleal, le permitían al escritor venezolano erigir, por contraposición de términos, la imagen de un Bolívar honrado, generoso y bondadoso, cuya obra —no dudaba en afirmar— había sido “una de las más raras en la historia del mundo”, ya que había cumplido “casi sin elementos y a despecho de la naturaleza y de los hombres, una de las empresas más grandiosas que tocó (…) a un héroe” (Blanco Fombona, 2007: 6).
A su vez, ese argumento parecía verse aún más reforzado si se prestaba atención a la dimensión cuantitativa de la gesta bolivariana. Es que, según recordaba Blanco Fombona, el Libertador había “emancipado cuatro veces más millones de colonos que Washington” (Blanco Fombona, 2007: 6). Asimismo, “mientras San Martín libró en América solo dos batallas y un combate, con pérdida de 1.027 soldados, Bolívar asienta su gloria de guerrero sobre cuatrocientas setenta y dos acciones de armas” (Blanco Fombona, 1981b: 290). A ello era posible añadir que el prócer argentino había cruzado “los Andes una vez”, a diferencia del fundador de la Gran Colombia, que “los pasó, con ejércitos triunfales, varias veces” (Blanco Fombona, 1981b: 237).
Sin embargo, habría habido un aspecto central en la trayectoria de Bolívar que lo distinguía de los otros dos héroes continentales, posicionándolo en un lugar de indiscutida excepcionalidad:
Bolívar no consintió en ceñirse la corona. Por una u otra razón no consintió: “El título de Libertador —escribe a Páez— es el mayor de cuantos ha recibido el orgullo humano. Me es imposible degradarlo”. No creían que siendo tan poderoso fuera tan abnegado. Benjamín Constant escribió en un periódico de París: “Si Bolívar muere sin haberse ceñido una corona, será en los siglos venideros una figura singular. En los pasados no tiene semejante. Washington no tuvo nunca en sus manos, en las colonias británicas del norte, el poder que Bolívar ha alcanzado entre los pueblos y desiertos de la América del Sur”.
Pero Bolívar despreció cetro y manto imperiales. (…)
Y si no consintió en ceñirse la corona tampoco convino en que Colombia llamara a un rey extranjero (…).
Y si no aceptó la corona, ni quiso que un extranjero viniera a ceñírsela en Colombia, impidió también, por medio de la diplomacia y aun de la firmeza, que otras secciones de América se monarquizasen y se diesen a príncipes europeos (Blanco Fombona, 2007: 9-10).
De esta forma, Blanco Fombona haría especial hincapié a lo largo de sus escritos en la extraordinaria cantidad de poder acumulada por el Libertador, su firme abnegación expresada en su negativa a coronarse y, sobre todo, en su lucha por establecer en el territorio americano la forma de gobierno republicana. Esto lo llevaría a adentrarse en el debate sobre monarquismo y republicanismo y, específicamente, a subrayar que las tendencias “monárquicas” desplegadas en una importante porción del subcontinente americano habían surgido de la mano de San Martín y las autoridades argentinas:
La Argentina solicitaba un hijo de Carlos IV para rey de aquella sección americana y, en defecto de éste, a un príncipe inglés, alemán, portugués, ruso, brasilero, de cualquier parte. Bolívar escribe, dirigiéndose al director supremo de los Estados Unidos del Río de la Plata: “Ligadas mutuamente entre sí todas las repúblicas que combaten contra la España, por el pacto implícito y a virtud de la identidad de causa, principios e intereses, parece que nuestra conducta debe ser uniforme y una misma…”.
Con el Perú fue más explícito. El general San Martí (sic) había celebrado en Punchauca un pacto con el virrey Laserna, pacto por el cual se sometía y entregaba el ejército patriota al virrey, y San Martín en persona se embarcaría para España a solicitar (…) un príncipe para el Perú, país que debía erigirse en monarquía, con Chile y la Argentina, según expresa el pacto suscrito por San Martín, como provincias de aquel reino.
El Libertador se alarmó y despachó a su edecán Diego Ybarra, con instrucciones, cerca de San Martín, para disuadir del absurdo plan suicida a este general, y para que, si el gobierno protectoral persistía en su propósito, hacerle saber que Colombia no asentía a él, por ir contra el objeto de la revolución, contra las nuevas instituciones y contra los deseos y la libertad de los pueblos (Blanco Fombona, 2007: 10-11).
Llegó un momento, en 1820, en que la nacionalidad argentina quedó disuelta. Pobre país! Sus pro-hombres lo habían ofrecido a todas las cortes y a todos los principúnculos de Europa: Rivadavia y Belgrano a los Borbones de España, Rondeau y Pueyrredón a los Borbones franceses, otros al Príncipe de Luca, otros al Emperador del Brasil. Otros politicastros a otros principúnculos. Nadie lo quiso (Blanco Fombona, 1981b: 233).
En este punto, Blanco Fombona encontró un terreno especialmente fértil para impugnar la idea de que el centralismo y personalismo promovido por el héroe caraqueño habían sido expresión de una voluntad de poder y ambición de gloria desmedidas y antirrepublicanas, al evidenciar y detallar cómo, en verdad, los impulsos monárquicos —repudiados e impedidos por el Libertador— fueron exclusiva responsabilidad del héroe oriundo de Yapeyú y del Gobierno rioplatense.
De esta manera, el intelectual avanzaba en su intento por ratificar “la estatura vertiginosa” de Bolívar desmitificando al principal símbolo de la historia patria de la nación del sur. Como consecuencia de ello, Blanco Fombona también se lanzaba a impugnar “el fervor sanmartinista de la Argentina” y el “nacionalismo á ultranza” que habían conducido a algunas figuras locales —encabezadas por el célebre historiador y padre fundador de la Argentina moderna, Bartolomé Mitre (1821-1906)— a “adulterar la historia” en menoscabo de sus países hermanos y a favor de la hegemonía argentina (Blanco Fombona, 1913a: 542 y siguientes).
Con todo, la principal preocupación del autor era volver irrefutable la idea de que Bolívar había defendido y hecho triunfar “contra propios y extraños, la independencia y la república en la América del Sur”, razón por la cual
la posteridad reconocida, la posteridad que no se engaña, la posteridad que no se mueve por pasiones ni intereses, llama al padre de Colombia, al emancipador del Perú, al fundador de Bolivia, al que destruyó las últimas resistencias del Pacífico, asegurando la independencia de Chile, al que emancipó las cuatro provincias argentinas del norte, oprimidas por Olañeta y en manos de España desde 1810, al que supo recular en Bolivia las pretensiones imperialistas del Brasil, al soldado de genio y de fortuna, al héroe sin segundo, el Libertador de América (Blanco Fombona, 2007: 12).
Con el objetivo de seguir abonando su proyecto político e historiográfico, Blanco Fombona apelaría, incluso, a las palabras del propio Mitre, según el cual Bolívar había sido considerado “a la sazón (…) ‘el hombre más poderoso de la América del Sur y el verdadero árbitro de sus destinos’”4, solamente comparable —agregaba el escritor venezolano— a la figura de Estados Unidos, que “en las dos últimas décadas (…) en el Nuevo Mundo” había alcanzado “por otras razones, una influencia semejante a la que ejerció desde ١٨٢١ hasta ١٨٢٦ aquel ilimitado Libertador” (Blanco Fombona, ٢٠٠٧: ١٧). Sobre este punto, el autor también se detendría con el fin de construir —como se verá a continuación— nuevos argumentos dirigidos a revalorizar otras aristas de la empresa bolivariana en abierta contraposición a las ambiciones imperialistas desplegadas sobre el resto del continente por parte de los Estados Unidos y, en menor medida, la Argentina.
La lucha de Bolívar por la unidad continental
La impugnación de las acusaciones vinculadas a la centralización y personalización del poder que habrían caracterizado al Libertador una vez derrotados los ejércitos realistas en América del Sur condujeron a Blanco Fombona a pregonar no solo la batalla que aquel había liderado en defensa del republicanismo, sino también sus esfuerzos a favor de la unidad continental. Para ello, el escritor tomaría nuevamente las experiencias argentina y estadounidense como dos ejemplos manifiestos de ausencia de solidaridad americana y verdaderas pretensiones imperialistas. Así, el 28 de octubre de 1904, en el onomástico del Libertador, Blanco Fombona recordaba que este había querido realizar
una patria tan grande como él mismo, América, el continente de nuestra raza y de nuestra lengua. Quiso que esa enorme patria libre, unida, fuerte y sabia, llegase a ser uno de los pueblos que, alternativa o simultáneamente, llevan la batuta en los negocios de nuestro planeta. Hombres, pueblos localistas incapaces de comprenderle, lo acusaron de ambicioso y convirtieron la América española en una vía láctea de países microscópicos. (…) ¡Qué contraste con el pueblo de Washington! Washington, el más pequeño de los grandes hombres, quiso para su país una vida retirada, modesta, ajena a los grandes combates e ideales de los pueblos (…).
¡Y este pueblo será el que realice en América —y a costa nuestra— lo que para nosotros quiso Bolívar! (Blanco Fombona, ٢٠٠٤: ١٩).
En efecto, para el intelectual venezolano, era urgente subrayar que Bolívar “no ató pueblos, sino los desató. La libertad de América, de toda esa América española que él tuvo y proclamó por patria, que quiso confederar en un solo pueblo gigante, fue la columna de fuego que lo guió en su epopeya” (Blanco Fombona, 2007: 38). Y si bien Blanco Fombona reconocía que “Su concepto del Poder público” fue “poco a poco cesarizándose, obediente a su raza, obediente a las necesidades del medio social anárquico y obediente a su propio temperamento de hombre de presa”, lo que el Libertador
intentó no fue, sin embargo, la opresión; fue la unidad: el ensueño cesáreo, que esta vez se confundía con una vasta y profética visión política. Quiso ser el Hegemón de la raza; recoger todos los pueblos de América en un solo haz, para formar, como él decía, “la madre de las Repúblicas, la más grande nación de la tierra” (Blanco Fombona, ١٩٨١c: ١٧٥-١٧٦).
De modo que esa vocación por la libertad y ese anhelo por construir —en medio de un escenario posrevolucionario anárquico— “la más grande nación de la tierra” explicaban, de acuerdo a Blanco Fombona, la búsqueda de Bolívar por desprenderse de los modelos de gobierno extranjeros e intentar hallar una alternativa superadora capaz de adaptarse al medio social y evitar las tendencias disolventes, para lo cual la única salida habría sido la constitución de un poder ejecutivo fuerte, central y personalista, aunque ajeno a los ideales monárquicos contra los que había luchado y en beneficio de un proyecto continental sui generis.
A fin de ilustrar ese punto, el intelectual volvería a recordar a sus lectores que San Martín no solo devino el principal defensor de los principios monárquicos, sino que también —tras la célebre entrevista de Guayaquil ocurrida en 1822— “abandonó el mando, abandonó el ejército, abandonó la América, y partió desde luego a Europa” (Blanco Fombona, 1981c: 171). A su vez, “el héroe ríoplatense (sic), que jamás reunió Congresos nacionales, sino que solicitaba con los soldados españoles reyes peninsulares para el Perú (…) opinaba que la convocación de Asambleas americanas” era “inútil” (Blanco Fombona, 1913a: 543). Entonces, además de despreciar el ideal americano y renunciar a su tierra antes de que culminaran las guerras de independencia, San Martín habría sido también responsable de infringir los “límites” y “particularismos de cada sección”5 debido a que convino “en anular á la Argentina y á Chile para que entrasen á formar una monarquía del Perú” (Blanco Fombona, 1913a: 544).
Si bien Bolívar también había imaginado la creación de “una ó dos naciones potentísimas” o “una Federación del Sur, que sirviera de contrapeso á la república sajona del Norte” y “salvara los principios republicanos contra la Santa Alianza” (Blanco Fombona, 1913b: 618) —ideal que figuras argentinas como Mitre censuraron y confundieron con “meras ambiciones de autocracia”—, el Libertador habría procurado ante todo “que los países de América fueran, en la paz y en la guerra, en el presente y en el porvenir, solidarios unos de otros”, priorizando y contribuyendo activamente a forjar múltiples países independientes (Blanco Fombona, 1913a: 544).
A ojos de Blanco Fombona, el singular respeto y dilección por el territorio americano predicados por Bolívar no solo estuvieron ausentes en San Martín, sino que tampoco habrían sido sustentados por la República Argentina, la cual en tiempos de independencia
organizó ejércitos que fueron á combatir á provincias que (…) consideraba como suyas: Paraguay, Uruguay, Alto Perú. Los ejércitos argentinos pelearon con heroísmo, pero con varia suerte: a la postre no pudieron someter ni á Alto Perú, ni á Paraguay, ni á Uruguay (Blanco Fombona, 1913a: 544).
Asimismo, esas pretensiones hegemónicas de la nación del sur habrían sido expresión de una creencia de superioridad respecto de los demás países latinoamericanos, a los cuales Argentina atribuía “el ser tropicales, como si el serlo fuese un crimen ó una inferioridad”6. A continuación, Blanco Fombona desarrollaba:
El epíteto Tropical es, aplicado á alguna República americana, en las columnas de la prensa argentina, casi un insulto. Así dice con desdén esa prensa: “la tropical Colombia”, “el tropical Ecuador”, “el tropical Perú”.
Así da prueba cierta prensa de Buenos Aires, “con La Nación á la cabeza”, de solidaridad americana.
A Bolivia le niega rotundamente esa prensa el derecho de existir, y opina que debiera, lo mismo que el Paraguay, ser provincia argentina. Bolivia se abstuvo de asistir, como se recordará, al Congreso panamericano reunido en Buenos Aires. No sería porque se sintiera amada del patagón ó del gaucho.
Al Uruguay se le discute en Buenos Aires el derecho á ser condueño del Plata; y Mitre, en su historia, pinta como un bandido al colosal Artigas, libertador del Uruguay, el más grande de los caudillos río-platenses (sic).
El odio á Chile y al Brasil es tradicional en Argentina, y su desborde en la prensa de Buenos Aires no tiene más dique sino el inmenso poder del Brasil y el heroísmo quisquilloso, cien veces comprobado, de los chilenos (Blanco Fombona, 1913b: 624).
El político y diplomático venezolano agregaría dos ejemplos concretos que no solo parecían revelar el desprecio de la nación argentina por el subcontinente americano, sino su inexcusable preferencia y pleitesía hacia Norteamérica:
Cuando los Estados Unidos cometieron el atentado más vil que puede mancillar á un pueblo, violando sus tratados y asaltando á un país amigo, a mano salva, ya que por una fatalidad geográfica Colombia no podía defender inmediatamente á Panamá, la prensa de Buenos Aires toleró, sin protesta, que la Argentina reconociese á Panamá. En otras Repúblicas no sucedió lo propio (Blanco Fombona, 1913b: 624).
En vez de llevar injusta guerra al Paraguay, en vez de soñar sueños imperialistas, ¿por qué no contribuyó, en unión con los demás pueblos de Hispano-América, á impedir la crucifixión de Nicaragua por los alevosos yanquis?
¿No pudo impedirse que el ávido cerdo del Norte fomentase desórdenes sangrientos en Nicaragua (…)?
El actual conflicto con Méjico, nacido de las pretensiones yanquis a entrometerse en las elecciones presidenciales de la vecina República, ¿no se presta á un gesto viril de Sudamérica? ¿No puede servir á la Argentina y otros pueblos para levantar la voz y poner coto, ó tratar de ponerlo, á los rapaces, feroces y agresivos comerciantes del Norte? (Blanco Fombona, 1913c: 738).
Con todo, aquellos anhelos de supremacía y ausencia de solidaridad continental que circulaban entre algunos sectores políticos e intelectuales de Argentina —como consecuencia del influjo de las ideas “de estrecho e imprevisor nacionalismo inculcadas por Mitre” (Blanco Fombona 1913b: 624)— no debían hacer olvidar, de acuerdo a Blanco Fombona, que “La América del Sur” no era “despreciable” ni existía “la superioridad definitiva de ninguna República sobre otra”, dado que “el destino irrevocable de esos pueblos”, hacia las primeras décadas del siglo XX, aún no estaba “fijo” (Blanco Fombona, 1913b: 619)7.
Todavía más, consideraba el autor, esa tendencia presente en la nación del sur no lograba percibir “que nuestra América” se salvaba o se perdía “conjuntamente” y “que mientras mayor” fuera “el poder de la América sajona, a expensas de la América Latina, menor” sería “individualmente el influjo de cada pueblo de Hispanoamérica dentro del continente y fuera de él”. En definitiva, sentenciaba Blanco Fombona, las élites argentinas parecían desconocer “que en la misma medida que” avanzaba “el Norte”, más retrocedía “el Sur” (Blanco Fombona 1913b: 624).
La preocupación por la creciente intromisión y avidez de Estados Unidos sobre el resto del continente americano ocuparía un lugar cada vez más central en las intervenciones del letrado venezolano, sirviendo de soporte a su búsqueda por adjudicar el auténtico americanismo a la figura de Bolívar y dando lugar a una férrea retórica antiimperialista. En este sentido, Blanco Fombona recordaba que el propio “Libertador (…) nos dejó respecto a los Estados Unidos —y cuando todo el mundo estaba deslumbrado por este país—, un juicio que la posteridad” corroboraba: “Los Estados Unidos (…) parecen haber sido puestos por la fatalidad en el Nuevo Mundo para causar daños a América en nombre de la libertad” (Blanco Fombona, 1981d: 200).
El intervencionismo norteamericano en distintas naciones centroamericanas y caribeñas no hacía más que ratificar la profecía de Bolívar y, sobre todo, nutrir el antiimperialismo de numerosas figuras políticas e intelectuales latinoamericanas, entre las cuales se encontraba el escritor venezolano8. Así pues, frente a la ocupación militar de la República Dominicana, Blanco Fombona denunció el “idealismo de Wilson”, acusándolo de usurpar la propuesta de crear una Liga o Sociedad de Naciones concebida por el héroe caraqueño a partir de 1813:
Esa obra de saqueo y de muerte realizaba el ingenuo idealista en los mares de América mientras se preparaba a representar en Europa su papel de apóstol del Derecho, con estudiosa frases, en que relumbran como usadas lentejuelas la Democracia, la Justicia, la Fraternidad Humana, la Igualdad jurídica de las naciones; y plagiándole a un hispanoamericano, a Simón Bolívar, el proyecto de la Sociedad de Naciones (Blanco Fombona, 1921: 141).
A continuación, el intelectual agregaba respecto a la clase dirigente estadounidense:
Los hombres más ilustres del país yacen en las mazmorras o gimen en el ostracismo. Ninguno de los tiranos de nuestra América fué tan sistemáticamente cruel, porque ninguno se propuso sistemáticamente exterminar al país que tiranizaba. Todos, hasta Rosas, fueron patriotas. Los yanquis, no (Blanco Fombona, 1921: 142).
Así pues, Blanco Fombona también hizo suya la batalla de despejar el “equívoco” consistente “en confundir adrede el americanismo —o hispanoamericanismo— del Libertador con el panamericanismo inventado en los Estados Unidos por los Estados Unidos, para los Estados Unidos” (Blanco Fombona, 1981e: 355). Al respecto, desarrollaba:
Uno es el americanismo de Bolívar: unión y solidaridad de todos los pueblos americanos de lengua española; y otro el “panamericanismo”, invención moderna de los yanquis. El uno es unión de América sin los Estados Unidos; el otro es unión de América a los Estados Unidos. El uno lo preconizó y practicó Bolívar como necesidad de aquella época, para salvarnos entonces de Europa, y, andando el tiempo, de Europa y los Estados Unidos. El otro, añagaza engañosa, obra del imperialismo de Washington, nace para contraponerse a la idea racial de acercamiento a España y a la idea latina de acercamiento a la Europa mediterránea. Contra la idea latina y contra la idea hispánica, el panamericanismo aduce la unión Continental y la identidad de principios republicanos y democráticos (Blanco Fombona, 1981e: 355).
En verdad, la presencia de proyectos antagónicos de unión continental era expresión —según juzgaba Blanco Fombona— de la existencia “entre las dos Américas” de “una lucha de razas, de civilizaciones, de fronteras; lucha de un país industrial y capitalista contra Estados pobres y pueblos agricultores. Estados Unidos, contra Estados Desunidos” (Blanco Fombona, 1981d: 199). Para el escritor y político venezolano, “esa antipatía recíproca (…) entre las dos familias humanas” reflejaba, pues, “la lucha secular entre la gente española y la gente inglesa; entre la cultura latina y católica, por una parte, y la cultura sajona y luterana, por la otra” (Blanco Fombona, 1981d: 199).
Ahora bien, el rechazo a la América anglosajona no debía conducir a “querer hacer de Madrid el contrapeso de Washington”, ya que aquella había sido “la primera que, contra nosotros, y por causas baladíes”, había buscado “el apoyo yanqui”, aseveraba Blanco Fombona en 1915 tras radicarse en España para continuar el exilio que tiempo atrás había iniciado en Francia (Blanco Fombona, 1981d: 207). Si bien a lo largo de los años siguientes el hispanismo del escritor venezolano no haría más que crecer, lo que este estaba intentando era revalorizar y bregar por el “sueño internacional” de Bolívar de convertir a América Latina en el “contrapeso” de Europa y el “freno” de Estados Unidos, dando paso a un “equilibrio estable” entre los continentes (Blanco Fombona, 1981e: 351).
Para Blanco Fombona, resultaba lamentable que la “suerte” hubiera querido “que a la América Latina le haya tocado representar el papel pasivo y de aislamiento que quiso Washington para su pueblo; y que a la América sajona le haya tocado representar el papel que quiso para su América Simón Bolívar” (Blanco Fombona, 1981f: 310). Sin embargo, y a pesar de que el Libertador hubiera “fracasado en el proyecto de crear una gran nacionalidad americana”, de “su obra quedó lo esencial: la independencia de los nuevos Estados y el principio republicano como forma de gobierno” (Blanco Fombona, 1981c: 180). A fin de cuentas, el intelectual no perdía la esperanza de que entonces todavía era posible revertir el destino de América Latina y, especialmente, de su patria, para lo cual revisitar, restaurar y extender el legado bolivariano constituía, a su entender, un promisorio punto de partida.
Conclusiones
En las vísperas del siglo XX, surgió en la región una nueva figura intelectual que buscó “hacerse una razón de su lugar y su función en la vida hispanoamericana” (Halperin Donghi, 2017: 69). Así, diferentes hombres de letras buscaron convertirse en actores influyentes del debate público al adoptar un rol de salvaguardas de la nación, intentar elevar la conciencia del pueblo y/o discurrir sobre los vínculos e identidades de las Américas, entre muchos otros objetivos (Funes, 2006; Devés-Valdés, 2007; Altamirano, 2010; Mailhe, 2010; Bergel, 2012). En ese marco es que irrumpió justamente Rufino Blanco Fombona, quien, tanto desde su tierra natal como durante su largo exilio, se propuso acrecentar su presencia e influjo en la política y la cultura hispanoamericana a través de numerosas y heterogéneas obras “mayores” y escritos “menores” que alcanzaron una importante divulgación internacional9.
Entre sus producciones intelectuales, aquellas centradas en la vida y obra de Bolívar ocuparon ciertamente un lugar central, dado que el escritor y político venezolano consideraba que su memoria se encontraba mancillada y era necesario —en una suerte de acto de reparación o justicia histórica— revertirlo a fin de demostrar que aquel héroe había sido el auténtico y exclusivo Libertador del continente americano. Para ello, Blanco Fombona encontró en el nacionalismo “exclusivista” argentino y el imperialismo estadounidense dos adversarios fundamentales capaces de revelar la excepcionalidad del proyecto bolivariano. En efecto, el autor dedicó numerosos escritos a desmitificar a las figuras de San Martín y Washington, así como a denunciar las ambiciones imperialistas de las élites intelectuales y/o políticas pertenecientes a dichos países con el objetivo de demostrar que Bolívar debía ser considerado el principal impulsor de la independencia, del republicanismo y de la unidad continental en toda América.
No obstante, la búsqueda por reivindicar y engrandecer al héroe caraqueño y su esmerado esfuerzo por trazar esos contrapuntos históricos, geográficos y político-ideológicos con Argentina y Estados Unidos —así como con sus principales símbolos patrios— apuntaron, en última instancia, a intentar identificar la esencia o peculiaridad venezolana dentro del escenario latinoamericano y a ubicar a su nación en un lugar de potencial superioridad —sino a nivel económico y/o militar— en términos morales, culturales e históricos.
Al respecto, es preciso apuntar que dichos esfuerzos se enmarcaron en una empresa mayor dirigida a convertir a Venezuela en una nación moderna y poderosa. En efecto, entre 1910 y 1930, el régimen gomecista —además de centralizar el poder estatal— incrementó las inversiones en la actividad petrolera, convirtiéndose hacia 1928 en el segundo productor de petróleo en el mundo y en el primer país exportador del mismo. Simultáneamente, el gobierno se había propuesto alzar su voz en el escenario internacional a través de una reactualización del mito bolivariano y su utilización como base de una nueva diplomacia dirigida a forjar, con Caracas a la cabeza, un frente de “países bolivarianos” (Marcilhacy, 2020), el cual sería capaz de disputar las jerarquías de un orden interamericano que se encontraba —a ojos de algunos intelectuales y políticos de entonces— bajo el liderazgo de Estados Unidos en el norte y Argentina en el sur.
Es que, por esos años signados por la estela patriótica del centenario de la Revolución de Mayo, la sanción de la Ley Sáenz Peña y la integración al capitalismo británico, la República Argentina parecía estar convirtiéndose en uno de los países más importantes del subcontinente americano, por lo cual no eran extraños los pronósticos que le atribuían un gran futuro, así como un destino manifiesto (Zanatta, 2010). Por su parte, Estados Unidos —en pleno proceso de ascenso como potencia hegemónica mundial— venía desplegando un creciente expansionismo sobre el subcontinente y, sobre todo desde la Cuarta Conferencia Panamericana desarrollada en Buenos Aires en 1910, una búsqueda por conseguir un pronunciamiento colectivo que reconociese la importancia y validez de la Doctrina Monroe en el derecho americano (Rodríguez Díaz, 2017).
De modo que las intervenciones de Blanco Fombona en torno a Bolívar —oscilantes entre el romanticismo decimonónico, el positivismo cientificista, el modernismo y el nacionalismo cultural— tomaron la forma de un alegato construido a lo largo de los años, a partir del cual el autor delineó su visión y misión histórica. No solo se trataba de generar ciertas condiciones —aunque solo fueran simbólicas o discursivas— que posibilitaran elevar a Venezuela a la altura de los tiempos y, fundamentalmente, por sobre el resto de sus países vecinos acercándola a los talones de las dos naciones que constituían o buscaban ser percibidas como excepcionalidades continentales; sino de erigirse asimismo en el arquitecto y guardián de la prestigiosa aunque injustamente inadvertida historia y tradición independentista venezolana.
En un contexto en el que las apuestas de diferentes hombres de la política y la cultura venezolanas estuvieron orientadas a construir y proyectar la imagen de un país moderno y civilizado (Marcilhacy, 2020; Amorebieta y Vera, 2022), Blanco Fombona se sumó a dicha iniciativa con la esperanza de que su nación y su pueblo pudieran cosechar los frutos de sus esfuerzos intelectuales enfocados en revalorizar el papel excepcional de Bolívar y la tradición patria. El diagnóstico del letrado parecía indicar que si lo que se buscaba era una Venezuela pujante, entonces había que recobrar y exaltar su pasado revolucionario.
De acuerdo a Blanco Fombona, el lugar que ocupaba cada Estado en el mundo moderno no estaba fijado, y la superioridad de destino que parecía estar reservada en el sur para Argentina y en el norte para Estados Unidos podía ser disputada o, al menos, refrenada. Así pues, su esfuerzo por renovar la identidad nacional bajo la convicción de que el papel de Venezuela en América todavía no estaba decidido cobraría aún más sentido tras la Primera Guerra Mundial, la cual ofreció a las naciones hispanoamericanas “la posibilidad de constituirse en interlocutoras de pleno derecho en el debate que a través de mares y continentes comenzaba a entablarse en torno al rumbo que podría permitir a la humanidad dejar atrás la encrucijada en que se descubría prisionera” (Halperin Donghi, 2015: 212).
En este sentido, Blanco Fombona juzgaba que la revalorización de Bolívar y su representación a nivel internacional como Libertador de América —junto a la desmitificación de los principales héroes patrios de Argentina y Estados Unidos— podían contribuir a despejar el camino para una Venezuela que —no obstante sus gobernantes de turno— detentaba una grandeza originaria capaz de distinguirla del resto de las naciones latinoamericanas, al tiempo que parecía situar al responsable de llevar a cabo esa empresa en un lugar de auténtica conciencia moral y clarividencia intelectual en la escena cultural hispanoamericana de las primeras décadas del siglo XX.
Bibliografía
Fuentes
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1 Los análisis en torno a la labor político-intelectual del escritor venezolano y su particular interés por la figura de Bolívar resultan más bien exiguos. Sin embargo, es posible encontrar algunos antecedentes que atienden a ciertos aspectos de su obra en Hirshbein (2001), Segnini (2001), Blancofombona (2016), Gil Amundarain (2018), Urdaneta (2021).
2 También en España, donde Blanco Fombona pasaría una parte importante de su exilio, la imagen del Libertador se hallaba, según su opinión, degradada. De hecho, el autor recuerda que, en 1914, al llegar a Madrid desde Francia, Bolívar “era como una palabra malsonante: no podía pronunciarse”, lo cual lo llevó a trabajar arduamente en beneficio de la imagen del Libertador hasta conseguir que fuera considerado “un genio de la raza española” (Blanco Fombona, 2004: 193).
3 La figura de Bolívar surgió como elemento de unificación y reconciliación nacional a partir de 1842, con la repatriación de sus cenizas a Caracas. Ahora bien, el culto al Libertador llegaría a su punto cúlmine en tiempos del general Antonio Guzmán Blanco —puntualmente, en 1874 con la inauguración de una estatua ecuestre en la capital venezolana—, cuando las fiestas patrias devinieron parte fundamental de su proyecto modernizador, centralizador y de pacificación nacional. Estas —acompañadas de un auge arquitectónico y monumentalista, y vaciadas de su contenido religioso al eliminarse el Te Deum— revistieron una función didáctico-moralizante, sirviendo también a la legitimación del régimen y exhibición del progreso material alcanzado bajo el guzmanato. Al respecto, cfr.: Calzadilla (1999), Carrera Damas (2003), Harwich (2003), Mc Evoy (2006), Pino Iturrieta (2006), Salvador González (2006), De Freitas (2010), Quintero Montiel (2015), Langue (2009; 2011; 2017), Marcilhacy (2020).
4 La mención a Mitre no resultaba inocente, ya que el intelectual venezolano criticó duramente sus escritos y rivalizó con sus discípulos argentinos en múltiples ocasiones. Una de los numerosas impugnaciones de Blanco Fombona a la narrativa delineada por el primero planteaba lo siguiente: “Queda uno desconcertado, conociendo la historia de América y el papel de los hombres en el drama de nuestra emancipación, cuando lee, por ejemplo, en la Historia de San Martín, por Bartolomé Mitre, los siguientes absurdos: ‘La obra política de Bolívar en el orden nacional e internacional ha muerto con él, y sólo queda su heroica epopeya libertadora al través del continente, por él independizado. La obra de San Martín le ha sobrevivido y la América del Sur se ha organizado según las previsiones de su genio concreto, dentro de las líneas geográficas trazadas por su espada’ (v. IV, pp. 170-171). B. Mitre olvida que había escrito respecto de los talentos políticos de San Martín: ‘No poseía los talentos del administrador ni estaba preparado para el manejo directo de los variados negocios públicos’. Y si el general San Martín, según las palabras de su panegirista, no era hombre de gobierno, si el Perú no es una monarquía española con Argentina y Chile como provincias, si la América ha quedado libre y republicana como la concibió y dejó a su muerte y por su obra el Libertador, ¿de dónde saca el señor Mitre que la obra política del Libertador ha muerto con él y que los proyectos monárquico-político-españoles de San Martín han sobrevivido? Es imposible llevar más lejos la audacia, para no darle otro nombre. Toda la historia de B. Mitre está llena de pasos de esa índole. La autoridad moral de semejante libro es absolutamente nula” (Blanco Fombona, 2007: 11).
5 El énfasis corresponde al original.
6 El énfasis corresponde al original.
7 Años después, al recordar ese escrito y el debate ocasionado con diferentes figuras argentinas en su libro La espada del samuray (1924), Blanco Fombona ironizaría respecto al hecho de que el “hispanoamericanismo, el ideal de Bolívar, combatido por Rivadavia y calumniado por Mitre y sus alumnos” hubiera empezado “a prosperar a la margen derecha del Plata”, sosteniendo que “Hasta Estanislao Zevallos (sic), aquella dama jurídica, que cantó á Roosevelt” reaccionaba “contra los yanquis” (Blanco Fombona, 1981d: 299).
8 Fue la guerra hispano-estadounidense de 1898 la que se constituyó en el detonante de una serie de discursos antiimperialistas en América Latina, que encontraron su momento de mayor despliegue en la década del veinte. A partir de aquel acontecimiento, numerosas figuras intelectuales y políticas de la región, inspiradas por El triunfo de Calibán de Rubén Darío, el Ariel de José Enrique Rodó o, aún más, los escritos de Vladimir Lenin, “formaron parte del cuestionamiento radical a la política expansionista de Estados Unidos” (Bergel, 2011: 152). Así, personajes como Roque Sáenz Peña, Vicente Quesada, Manuel Ugarte, José Ingenieros y Alfredo Palacios en Argentina, Francisco García Calderón, José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre en Perú, Franz Tamayo en Bolivia, José Vasconcelos en México, José Enrique Varona en Cuba, César Zumeta en Venezuela, Joaquín García Monje en Costa Rica y José María Zeledón en Nicaragua, entre muchos otros, se lanzaron —partiendo de diversas posturas filosóficas y políticas— a reflexionar sobre la identidad y la soberanía de la región, en donde el sentimiento antiimperialista se enlazó fuertemente a la aspiración de una unidad latinoamericana.
Las trayectorias, intervenciones y proyectos de estos intelectuales y políticos latinoamericanos que denunciaron el expansionismo estadounidense y proclamaron la unidad y comunidad cultural latinoamericana —ya sea en su variante indigenista o hispanista— han sido analizados profusamente por múltiples investigadores. Al respecto, cfr.: Zea (1976; 1981), Ardao (1986), Terán (1986), Aricó (1999), Colombi (2004), Funes (2006), Marcilhacy (2006), Devés-Valdés (2007), Pita González y Marichal Salinas (2012), Bergel (2011; 2012), Halperin Donghi (2015), Altamirano (2021).
9 Blanco Fombona no fue un caso aislado ni excepcional. En toda América Latina numerosas figuras intelectuales de prestigio más o menos continental se posicionaron en un papel de “moralistas públicos”, como el uruguayo José Enrique Rodó, el dominicano Pedro Henríquez Ureña, los argentinos Manuel Ugarte, José Ingenieros y Alfredo Palacios, los mexicanos José Vasconcelos y Alfonso Reyes, los peruanos José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre, el ecuatoriano Gonzalo Zaldumbide, el colombiano Carlos Arturo Torres, los venezolanos Laureano Vallenilla Lanz y César Zumeta, el brasilero Manuel de Oliveira Lima, por nombrar solo algunos ejemplos. Sobre este punto, cfr. Altamirano (2010).