Cartografías emergentes: prácticas e investigaciones en cartografías sociales en Argentina
Francisco Fernández Romero*
Resumen
Las cartografías sociales son metodologías participativas que involucran la producción de mapas por fuera de los ámbitos convencionales. Este artículo sistematiza los crecientes usos e investigaciones que se han realizado en torno a estas metodologías en Argentina en las últimas dos décadas. Partimos de una perspectiva procesual de la cartografía: más que estudiar los mapas como productos finales, exploramos los mapeos que emergen en el curso de estas prácticas cartográficas, prácticas que siempre apuntan a resolver algún tipo de problema espacial. Asimismo, indagamos sobre los modos en que las prácticas cartográficas se anudan con la construcción teórica de los mismos problemas espaciales que buscan resolver.
Palabras clave: Cartografía social, Mapeo colectivo, Mapeo participativo, Cartografía procesual, Cartografía emergente.
Emergent cartographies: practices and research around social cartographies in Argentina
Abstract
Social cartographies are participative methodologies that involve the production of maps outside conventional cartographic settings. This article reviews their increasing use and research that has been carried out on these methodologies in Argentina in the last two decades. We adopt a processual understanding of cartography rather than studying maps as final products. Therefore, we explore the mappings that result from these cartographic practices which always aim to solve some kind of spatial problem. Likewise, we inquire into the ways in which cartographic practices are linked to the theoretical construction of the same spatial problems they seek to resolve.
Keywords: Social cartography, Collective mapping, Participatory mapping, Processual cartography, Emergent cartography.
Introducción
En las últimas décadas, en ámbitos académicos y políticos de distintas partes del mundo, se vienen usando de manera creciente metodologías que involucran la producción de mapas a partir de los conocimientos y experiencias de diferentes grupos sociales: comunidades originarias y afrodescendientes, habitantes de villas o de otros barrios urbanos, poblaciones campesinas, etcétera. Este tipo de actividades ha recibido una variedad de nombres tales como cartografía social, mapeo participativo y mapeo indígena, aunque ninguna de estas denominaciones alude a un conjunto totalmente homogéneo de prácticas; en efecto, investigadores y activistas cuyas prácticas de mapeo son similares pueden preferir nombres diferentes, y prácticas diferentes pueden reclamar la misma denominación. En este trabajo usaremos el término cartografías sociales —en plural— para referirnos al conjunto de estas metodologías.
En Argentina, este tipo de metodologías han sido adoptadas sobre todo en la última década. Las cartografías sociales se han enmarcado principalmente en proyectos de extensión universitaria; en instancias de educación popular; en las actividades de colectivos vinculados a la geografía y la comunicación; y en procesos de lucha por el reconocimiento de tierras indígenas, por la urbanización de villas y por conflictos socioambientales. En el desarrollo de este tipo de actividades, han estado involucradas principalmente organizaciones sociales, colectivos, organizaciones no gubernamentales (ONG) y equipos universitarios de investigación y/o extensión, aunque más recientemente esta metodología también ha sido adoptada por algunos organismos estatales.
En ocasiones, el objetivo de la realización de cartografías sociales es obtener un producto final —un mapa— que pueda difundirse para visibilizar alguna problemática o para usarse de modo instrumental. Sin embargo, en la mayoría de los casos, el fin es más bien la actividad de mapeo en sí misma: se espera que el proceso genere debates, reflexiones o aprendizajes, y/o que fortalezca el vínculo con el lugar o el territorio. En este sentido, la forma en que los y las practicantes de estas metodologías conceptualizan lo cartográfico se asemeja a una perspectiva procesual y ontogenética de la cartografía que coloca el foco en los procesos de mapeo más que en el mapa en sí mismo (Kitchin y Dodge, 2007; Kitchin, Gleeson y Dodge, 2012). En efecto, desde este punto de vista, “los mapas son prácticas, son siempre mapeos” (Kitchin y Dodge, 2007, p. 335) que se llevan a cabo para resolver algún tipo de problema espacial, como por ejemplo trazar un recorrido, comprender la distribución espacial de algún fenómeno, planificar una intervención en el espacio, etc. El mapa no yace entonces ni en el papel ni en la pantalla, sino que surge en cada acto de producir o consultar imágenes que representan relaciones espaciales, en el marco de alguna pregunta o problema en torno al espacio. Es decir que los mapas no son ontológicamente estables, sino que emergen en aquellas prácticas de mapeo que entabla cualquiera que busque representarse visualmente relaciones espaciales con algún fin, ya sea como autor o como lector de cartografías.
Si bien esta forma de conceptualizar la cartografía podría aplicarse a cualquier tipo de mapa o mapeo, incluso los más convencionales, el carácter emergente y contingente de los mapas es particularmente evidente en los mapeos colectivos, donde frecuentemente el fin explícito no es tanto el mapa final, sino los procesos y prácticas inherentes al cartografiado, tal como exponemos en este artículo. Las investigaciones en torno a cartografías sociales, al igual que la cartografía procesual, suelen concentrarse más en la ontogenética (cómo deviene el mapa) que en la ontología (qué es el mapa). Frecuentemente se entiende el mapa social como algo efímero que emerge durante la instancia colectiva; no se agota en las marcas trazadas sobre el papel, sino que se debe entender de manera intertextual teniendo en cuenta las palabras y gestos que usan las y los productores de cada mapa para explicarlo oralmente (Diez Tetamanti, 2018). En consecuencia, es habitual que el mapa en papel se descarte ya que el mapa no está contenido allí. Es importante destacar que esto podría afirmarse para cualquier mapa; no estamos asignando una inestabilidad a las cartografías sociales frente a una supuesta estabilidad de las cartografías convencionales, sino solo señalando que en las cartografías sociales se suele tener más presente esta inestabilidad.
Existen algunas publicaciones que buscan rastrear la historia de ciertos tipos de cartografías sociales a nivel mundial y/o sintetizar las discusiones académicas al respecto, aunque han sido producidas principalmente desde Norteamérica y Europa, con un foco en las experiencias e investigaciones iniciadas en esos contextos (ver, por ejemplo, Pánek, 2016). Una excepción son los artículos de Acselrad y Coli (2008) y Acselrad (2015), quienes trabajan desde Brasil e incorporan casos y producciones académicas latinoamericanos vinculados a este tipo de metodologías. Mientras tanto, en Argentina, aún no se ha producido una sistematización de las cartografías sociales llevadas a cabo en el país ni de las investigaciones que se han realizado al respecto, salvo una publicación propia en las actas de un congreso (Fernández Romero, 2017). El objetivo de este artículo es actualizar esos resultados previos y analizarlos desde la perspectiva teórica expuesta en esta introducción1.
En primer lugar, en este artículo desarrollamos una historia del uso de este tipo de metodologías en Argentina y luego discutimos la producción académica nacional que se ha centrado en presentar o analizar experiencias de cartografías sociales. Al abordar las prácticas en cartografías sociales, partimos de una perspectiva procesual de la cartografía para realizar preguntas tales como las siguientes: ¿qué tipos de problemas espaciales se pretende resolver a través de prácticas de cartografía social? ¿Cómo han emergido estas cartografías y en qué contextos? Luego, al analizar la literatura académica sobre estas metodologías, continuamos formulando preguntas similares, pero sumando otras tales como ¿de qué maneras se ha indagado académicamente sobre estas cuestiones, y desde qué perspectivas teóricas?
Por último, nos concentramos en algunas publicaciones sobre cartografías sociales que se han originado desde la geografía, para analizar sus fundamentos teóricos en torno al espacio. Partimos de la premisa de que la cartografía siempre pretende representar algún tipo de relación espacial (Lois, 2015), y que estas relaciones espaciales no son “cosas” preexistentes en la realidad que se captan a través de técnicas conceptualmente neutrales, sino que las relaciones siempre se establecen desde alguna perspectiva teórica (Escolar, 2000). Por lo tanto, resulta pertinente interrogar las conceptualizaciones del espacio subyacentes a dichos proyectos cartográficos para poder entender cuáles son las relaciones espaciales que pretenden cartografiar, o —en términos de la cartografía procesual— para comprender cuáles son los problemas espaciales que buscan resolver a través de mapeos.
Historia de las cartografías sociales en Argentina
Las cartografías sociales se han desarrollado en Argentina a partir de dos grandes corrientes. Por un lado, algunas organizaciones de pueblos originarios han desarrollado mapeos indígenas en el contexto de la lucha por el reconocimiento de tierras, principalmente junto con diversas ONG, aunque en algunos casos en interacción con la academia. Por otro lado, más recientemente, se empezaron a desarrollar en el país otros tipos de mapeo participativo y cartografía social. Estos surgieron de la mano de colectivos geográficos y de comunicación que trabajan con organizaciones sociales; luego fueron adoptados en el ámbito universitario (sobre todo dentro de las prácticas de extensión, pero también como parte de la investigación y la docencia); y más recientemente han sido utilizados en el marco de iniciativas estatales. A pesar de la heterogeneidad de actores y ámbitos que componen esta segunda corriente, reconocemos diálogos y cierta trayectoria compartida entre sus exponentes: coinciden en algunos encuentros y actividades, se citan mutuamente, etc. En cambio, no hemos hallado contacto entre los mapeos indígenas, por un lado, y estas otras formas de mapeo, por el otro.
Un momento clave en el surgimiento de esta segunda gran corriente de mapeo fue el IX Encuentro Nacional de Estudiantes de Geografía (ENEG)2, realizado en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) en 2008. En ese marco, el colectivo Iconoclasistas, integrado por dos personas vinculadas al diseño gráfico, la comunicación y el arte, fue invitado a coorganizar un taller en el cual se realizó un mapeo colectivo para sistematizar las experiencias de las salidas/entradas de campo de los estudiantes. Varios/as participantes de este taller lo mencionan en sus publicaciones, afirmando que fue la primera vez que participaron de un mapeo colectivo; incluyendo los miembros de Iconoclasistas (Risler y Ares, 2013), estudiantes de una organización de estudiantes de geografía (Krakowiak y Lewin Hirschhorn, 2011) y un docente-extensionista universitario (Chiavassa, 2010). De manera paralela, también en 2008, el equipo de trabajo del geógrafo Diez Tetamanti comenzó a practicar la cartografía social en contextos de extensión y docencia universitarias (Diez Tetamanti y Chanampa, 2016).
A continuación, expondremos cómo las cartografías sociales han sido utilizadas dentro de cada una de estas dos grandes corrientes. El primer apartado, corresponde a los mapeos indígenas; luego, se presentan los desarrollos de la segunda corriente, cuya exposición hemos dividido para mayor claridad expositiva entre el ámbito universitario, por un lado, y los ámbitos de las organizaciones sociales, las asociaciones civiles y el Estado, por el otro.
Mapeo indígena
Las primeras experiencias argentinas de mapeo indígena de las cuales hemos encontrado registro fueron llevadas a cabo por la ONG Fundapaz (Fundación para el Desarrollo en Justicia y Paz) en el año 20003. Esos primeros mapeos buscaban registrar las áreas usadas por un conjunto de comunidades de pueblos originarios, aglutinados en la Asociación Lhaka Honhat, con el fin de apoyar su reclamo judicial de titularización de tierras. A partir de ese año, y hasta la actualidad, la fundación ha realizado mapeos participativos y talleres de capacitación en SIG y GPS4 dirigidos a comunidades indígenas y criollas campesinas en Salta, Santiago del Estero y el norte de Santa Fe, con el objetivo de fortalecer la capacidad de incidencia política de las organizaciones para la resolución de conflictos en torno a territorios y recursos naturales. Para llevar a cabo estas actividades, la fundación ha contado con el apoyo de distintos tipos de organizaciones: ONG, agencias estatales extranjeras, agencias de organismos internacionales y entidades religiosas.
De acuerdo al antropólogo Salamanca (2012b), las actividades de mapeo de tierras indígenas se han incrementado a partir de la sanción de la Ley Nacional 26160, en 2006, la cual declaró una situación de emergencia con respecto a las tierras de comunidades indígenas y ordenó su relevamiento. Este investigador ha realizado experiencias de mapeo participativo indígena en el noroeste del país: entre 2005 y 2006 en Colonia Aborigen Chaco (en el marco de un Plan de Desarrollo Indígena organizado por la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos de la Nación) y entre 2006 y 2010 en tres comunidades qom de Formosa. La propuesta metodológica de este autor gira en torno a la elaboración de “mapas histórico-geográficos” donde aparecen rasgos pasados y presentes de las tierras utilizadas por las comunidades. El propósito de los mapeos es doble: contribuir al proceso de reclamo de tierras y además generar instancias de discusión y reflexión dentro de la comunidad con respecto a cuestiones sociales y políticas (Salamanca, 2012b).
En distintas provincias, algunas universidades nacionales han sido convocadas por organizaciones y espacios de participación indígena para aportar herramientas cartográficas participativas. En Chubut, la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco —sede Comodoro Rivadavia— fue seleccionada en 2009 por el Consejo de Participación Indígena para contribuir al relevamiento de los pueblos originarios de la provincia en el marco de la mencionada Ley 26160 (Equipo Nacional de Pastoral Aborigen, 2011). La cartografía social fue utilizada como método, y se capacitó en uso de SIG y GPS a las y los integrantes de las comunidades mapuche y mapuche-tehuelche. Mientras tanto, en Buenos Aires, la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNCPBA) fue convocada por la Mesa de Trabajo Autogestionada en Educación Intercultural de la Provincia de Buenos Aires, en 2012, para contribuir a cartografiar de modo participativo la situación actual de los pueblos indígenas en esa provincia. Se buscaba resolver dos consecuencias de la escasez de datos oficiales sobre los mismos: la invisibilización generalizada de las comunidades en esta provincia y la dificultad de hacer valer los derechos al no contar con información confiable. En efecto, uno de los hallazgos de la investigación fue que en Buenos Aires existe casi el doble de comunidades indígenas de las que están oficialmente reconocidas (Rosso, 2018).
También se han realizado experiencias autónomas de mapeo indígena, como el proceso de cartografiado llevado a cabo a partir de 2008 por el Consejo Zonal Pewence, que forma parte de la Confederación Mapuce Neuquina (Arias, 2012). En este caso, la iniciativa del mapeo surgió de las mismas comunidades, las cuales se encargaron de llevar adelante el proceso; solo acudieron a técnicos y profesionales externos (por ejemplo, de la Asociación Civil Pro Patagonia) con el fin de solicitar capacitación tecnológica.
En 2012, en la Universidad Nacional de Rosario se realizó el Foro Internacional “El mapeo participativo y los derechos territoriales de los pueblos indígenas”, coordinado por Carlos Salamanca (Universidad Nacional de Rosario, 2012). El evento contó con la participación de organizaciones indígenas y ONG de Argentina, por un lado, y académicos del resto de Sudamérica, de Europa y de EE. UU., por otro lado. El libro editado a partir de ese evento (Salamanca y Espina, 2012) refleja dicha composición: únicamente contiene artículos de investigadores de otros países, salvo el correspondiente al mismo Salamanca.
Usos en la extensión, investigación y docencia universitaria
A partir de 2009, las cartografías sociales comenzaron a cobrar centralidad en varios proyectos de extensión universitaria a lo largo del país, buena parte de los cuales han sido financiados por las áreas de extensión de cada universidad o por la Secretaría de Políticas Universitarias del Ministerio de Educación de la Nación, a través del programa de Voluntariado Universitario creado en 2006. Los proyectos de extensión basados en la metodología de la cartografía social han estado frecuentemente —pero no exclusivamente— vinculados con carreras de geografía. De hecho, según Chiavassa (2010), en el área de extensión del Departamento de Geografía de la UNC, esta herramienta ha tenido un rol clave en la definición de prácticas de extensión que tuvieran un abordaje específicamente geográfico. A continuación, enumeramos los proyectos de extensión y voluntariado universitario donde las cartografías sociales han tenido un papel central.
En 2009, estudiantes de Geografía de la UNC comenzaron el proyecto de voluntariado universitario “Los ‘Otros’ mapas. (Re) construcciones colectivas de espacios, territorios, memorias e identidades barriales”. Ese mismo año, el Grupo de Ecología Política, Comunidades y Derechos (GEPCyD), perteneciente al Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA), inició un proyecto de voluntariado universitario denominado “Construyendo territorios campesinos: cartografía social y formación política ciudadana”, en el cual se trabajó con esta metodología con la Unión de Pequeños Productores Chaqueños (GEPCyD, 2011); luego, en 2011, comenzaron un segundo proyecto, “Transferencia de saberes: formación de equipos de cartografía social campesinos”. Desde 2011, el Grupo Interdisciplinario de Investigaciones sobre el Espacio Social (G2IES) de la Universidad Nacional de la Patagonia Austral, sede Río Gallegos, lleva adelante tareas de extensión que luego se formalizaron bajo el título “Cartografía Social, Educación Popular y Territorio”. A partir de ese mismo año, el Grupo de Investigación Geografía, Acción y Territorio (GIGAT) de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco (UNPSJB), sede Comodoro Rivadavia, ejecutó dos proyectos de voluntariado universitario vinculados al acceso a la salud en ámbitos rurales: “Cartografía Social, jugando otra vez para conocer nuestro territorio” (2011-2012) y “Cartografía Social y SIG” (2012-2014). En 2015, un grupo interdisciplinario de la UNCPBA llevó adelante el proyecto de extensión “Aportes para la resolución comunitaria de problemáticas ambientales. Cartografía Social y construcción colectiva del conocimiento” (González, Rosso, Toledo López y Toledo López, 2016).
Además de estos proyectos en los cuales las cartografías sociales han tenido un rol central, las secretarías de extensión de varias otras universidades han organizado talleres sobre estas herramientas, incluyendo la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo), la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER) y la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Por otra parte, algunos de los grupos de investigación mencionados en el párrafo anterior han realizado otros tipos de tareas de extensión o transferencia vinculadas a esta metodología. Por ejemplo, el GIGAT ha articulado con distintas organizaciones vecinales y entidades estatales (tales como el Instituto Nacional de Tecnología Agraria —INTA— o secretarías municipales) para realizar talleres de cartografía social o brindar capacitación sobre métodos cartográficos. Este mismo grupo ha desarrollado aplicaciones informáticas interactivas que consisten en mapas a través de los cuales los usuarios pueden consultar o agregar información sobre temas tales como salud pública o daños por desastres naturales.
También existen algunas experiencias de uso de cartografías sociales en la docencia universitaria. En 2008 se comenzó a utilizar en el marco de la cátedra de Trabajo Social I de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), y el año siguiente en los talleres de Práctica de Formación Profesional de Trabajo Social (Hallak y Barbarena, 2012; Diez Tetamanti y Chanampa, 2016), con el fin de familiarizar a los estudiantes de esa carrera con sus futuros contextos de actuación profesional. Uno de los responsables de la introducción de la cartografía social a estas cátedras, el geógrafo Diez Tetamanti, luego pasó a integrar el GIGAT, que —además de los proyectos ya mencionados— en 2014 fundó la Cátedra Libre de Cartografía Social en el marco de la Secretaría de Extensión de la UNPSJB. Entre otras actividades, dicha cátedra ha dictado los cursos de posgrado y extensión “Teoría y método para la intervención e investigación en Ciencias Sociales” en 2016 y “Pesquisa Cartográfica: por una ética y estética de lo sensible. Investigando la Experiencia” en 2018.
Por último, las cartografías sociales han sido usadas en el contexto de la investigación académica. Además de los trabajos dedicados a analizar la herramienta en sí, varias tesis se han servido de estas técnicas como dispositivo para indagar sobre las experiencias y perspectivas de la población del área bajo estudio. Entre ellas, se incluyen las siguientes: la tesis de licenciatura en Geografía de Pedrazzani (2011) sobre las prácticas y representaciones socioespaciales de los residentes de un complejo de vivienda social; la tesis de doctorado en Geografía de Diez Tetamanti (2012) acerca de políticas públicas y acciones de organizaciones vecinales en pequeñas localidades bonaerenses; y la tesis de licenciatura en Ciencias del Ambiente de Picone (2014) sobre problemáticas socionaturales en una localidad costera de Río Negro.
Frecuentemente, el uso de cartografías sociales se encuentra en la intersección entre investigación y prácticas de extensión o de acción, lo cual algunos/as practicantes asocian con la metodología de la investigación-acción participativa. Por ejemplo, algunos de los mapeos indígenas mencionados en el apartado anterior constituyeron un aporte al proyecto de investigación de Salamanca “Mapas histórico-geográficos”, financiado por la Agencia Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (ANCyT), que proponía estudiar el devenir histórico de sistemas de comunidades originarias en Chaco (Salamanca, 2011). Algunos trabajos realizados por el GIGAT son explícitos acerca del carácter mixto de investigación/extensión de varios de sus proyectos basados en la cartografía social (Diez Tetamanti y Chanampa, 2016). Otras disciplinas también utilizan esta metodología de una manera híbrida; por ejemplo, en el campo de la psicología social, se han realizado mapeos con personas en situación de calle como parte de estrategias de investigación-acción (Di Iorio, Rigueiral, Gueglio y Abal, 2015).
Usos por organizaciones sociales, asociaciones civiles y el Estado
En paralelo al uso de cartografías sociales en instancias formalizadas del ámbito universitario, tales como la docencia y los proyectos de extensión, varias agrupaciones de geógrafos y de estudiantes de Geografía han realizado proyectos sobre la base de este tipo de herramientas. La Federación Argentina de Estudiantes de Geografía (FADEG) ha adoptado esta metodología en sus actividades a partir del Encuentro Nacional de Estudiantes de Geografía (ENEG) de 2008; es frecuente que en las actividades de los ENEG se realicen mapeos colectivos. Además, en 2010 la FADEG organizó pasantías de extensión en Chilecito, La Rioja, en las cuales estudiantes de geografía de todo el país organizaron talleres de cartografía social con alumnos secundarios e integrantes de las Asambleas Unidas de La Rioja sobre la resistencia a los proyectos de megaminería (Regional La Plata, 2012).
Varias agrupaciones de estudiantes y graduados/as de geografía –muchas/os de cuyos integrantes han participado en los ENEG– también han utilizado cartografías sociales en sus propias actividades. Entre ellos se encuentran los grupos Geografía en Movimiento, Geoide en Revolución y Cíclope-Cartografía sin Patronxs, conformados por estudiantes y graduados/as de la UNCuyo, de la UBA y de la UNC, respectivamente. Estos colectivos han realizado talleres dentro de sus respectivas comunidades universitarias con respecto a los espacios institucionales —la ciudad universitaria, el edificio de la facultad, etc.— y también fuera de las universidades, junto con organizaciones sociales de distinto tipo, tales como la Unión de Asambleas Ciudadanas. Algunos temas de trabajo comunes a estos colectivos son los proyectos extractivistas, como la megaminería y los monocultivos, y las problemáticas socioambientales asociadas a ellos; la represión policial; y las cuestiones de género/sexualidad. Además de esos temas compartidos, Geografía en Movimiento ha realizado talleres sobre proyectos de economía y medios de comunicación alternativos en las Jornadas de Economía Crítica (Garnica, 2014) y Geoide en Revolución ha llevado a cabo talleres en actividades de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi), de la Mesa por la Urbanización Participativa de la Villa 21-24 y del Bachillerato Popular del mismo barrio.
Las cartografías sociales también han sido trabajadas por fuera del ámbito de las carreras de geografía. Como mencionamos, en 2008 el grupo Iconoclasistas comenzó a realizar talleres de mapeo colectivo. El dúo caracteriza a los mismos como procesos de investigación colaborativa en los cuales la creatividad y los elementos gráficos cobran un rol destacado; el objetivo es estimular un pensamiento crítico que a su vez sea un incentivo para acciones transformadoras y de resistencia (Risler y Ares, 2013). Este grupo ha trabajado con una variedad de organizaciones sociales, barriales y socioambientales, asambleas, centros culturales, artísticos y educativos, etc., en Latinoamérica y Europa. Le otorgan una mayor preponderancia que otros colectivos a lo estético y lo visual como estrategia de visibilización de las problemáticas abordadas; frecuentemente, a partir de lo trabajado en talleres colectivos, el dúo elabora mapas con un fuerte componente de diseño gráfico (lo que Hollman, 2016, denomina “mapas-afiche”) que tienen el fin de ser difundidos a un público más amplio en exposiciones artísticas y publicaciones.
Entre 2010 y 2012 se realizaron tres Encuentros de Experiencias Cartográficas, los dos primeros en sedes de la UBA y el tercero en la UNR, que fueron organizados por el grupo de trabajo del taller “Imagen, Memoria y Territorio” del equipo Arte y Sociedad del CIDAC (Grupo Imagen, Memoria y Territorio, 2010, 2011 y 2012)5. Estos encuentros dan cuenta de la diversidad de ámbitos que han adoptado metodologías de mapeo colectivo, ya que se presentaron instituciones y grupos artísticos, educativos, académicos, políticos, etc., y además demuestran que existen instancias de intercambio entre ellos. Algunos de los colectivos que presentaron proyectos cartográficos en estos encuentros fueron los siguientes: Iconoclasistas; el GEPCyD; el Centro de Educación Popular Feminista e Intercultural (de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Comahue) y la Confederación Mapuce Neuquina, las cuales colaboraron en un mapeo intercultural; el Proyecto Nueva Cartografía Social de los Movimientos Sociales y sus Propuestas Educativas (de la Secretaría de Extensión, FFyL-UBA), que mapeó los bachilleratos populares de distintas organizaciones; el Bachillerato Popular La Dignidad de Villa Soldati; y las artistas Marina Etchegoyhen y Julia Cossani, quienes habían realizado el proyecto “Cartografía barrial de La Paternal”.
Otra temática que ha sido abordada frecuentemente por practicantes de cartografías sociales y mapeo colectivo es el mapeo de villas, sobre todo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA). Entre 2010 y 2015, el colectivo TURBA Taller de Urbanismo Barrial (integrado por profesionales de distintas disciplinas: arquitectura, ciencia política, diseño gráfico y fotografía), organizó un “Taller Experimental de Arquitectura y Mapas” con jóvenes de las Villas 31 y 31 Bis. El fin era producir mapas que representaran la perspectiva de los habitantes, que visibilizaran estos barrios como parte de la ciudad y que contribuyeran a la lucha por su urbanización (Página 12, 2015; Revista Brando, 2015). Uno de los integrantes de TURBA luego empezó a trabajar en el área de “Derecho a la Ciudad” de la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ), desde la cual en 2014 se creó la plataforma interactiva Caminos de la Villa6. Dicho mapa muestra lugares de relevancia dentro de distintas villas de CABA, los cuales fueron seleccionados en talleres de mapeo participativo llevados a cabo con habitantes de estos barrios. El objetivo de su creación fue saldar la ausencia de cartografía oficial de esas áreas, que hacía imposible realizar reclamos al Gobierno de la Ciudad por servicios o infraestructuras deficientes. Además, la plataforma en línea permite que el público agregue sobre un mapa denuncias o pedidos de información respecto a obras y servicios públicos en esos barrios; luego, se añadió otro mapa donde se puede consultar el avance de las obras públicas de urbanización de distintas villas.
Más recientemente, algunas iniciativas de mapeo de villas —tanto participativas como no participativas— han involucrado a organismos estatales y empresas. En 2015, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires comenzó a incluir las villas y asentamientos, con sus calles y pasillos internos, en el mapa interactivo oficial en línea (ACIJ, 2015). Simultáneamente, entre ese año y el siguiente, la Defensoría del Pueblo de CABA llevó adelante el proyecto de mapeo participativo “Nuestra historia, nuestro barrio, nuestro mapa” junto con estudiantes de una escuela secundaria de la Villa 21-24, con el fin de destacar los elementos positivos de la vida en la villa y disputar las representaciones predominantes sobre la misma. Por último, en 2016, a partir de un acuerdo entre ACIJ, la ONG Techo Argentina, Google y referentes barriales, se realizaron relevamientos participativos para incorporar seis villas de CABA y del conurbano bonaerense en Google Street View (ACIJ, 2017). El objetivo —como en los proyectos anteriores— era revertir la invisibilización de los habitantes y los espacios de la villa, y tender hacia la integración de esos barrios en el resto de la ciudad.
Otros organismos estatales también han mostrado interés en las cartografías sociales, aunque aún queda pendiente relevar de manera más amplia las diferentes formas en que la este tipo de metodologías han sido utilizadas en este contexto. A modo de ejemplo, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) es una de las instituciones que ha incorporado esta herramienta. En 2016, una de sus estaciones en Entre Ríos realizó talleres de cartografía social con distintos actores (técnicos, profesionales y pequeños productores) con el fin de diseñar un plan de conservación de servicios ecosistémicos (INTA, 2016a). Ese mismo año, desde el INTA de Mar del Plata se convocó a un geógrafo del GIGAT para capacitar al personal sobre esta metodología (INTA, 2016b). El interés de la institución por el mapeo desembocó en la publicación de un libro titulado Instructivo para mapear(nos) colectivamente (Agüero et al., 2018), a cargo del proyecto del INTA Fortalecimiento de las Tramas Sociales y Gobernanza Territorial, módulo Comunicación en los Territorios. Otro organismo estatal que ha utilizado esta clase de metodología es el SEDRONAR (Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y Lucha contra el Narcotráfico) en el marco de su búsqueda por conocer distintos aspectos del consumo de sustancias psicoactivas (SEDRONAR, 2018).
Producción académica sobre cartografías sociales en Argentina
En esta sección presentaremos una síntesis de la producción académica argentina en torno a cartografías sociales. La mayor parte de esta bibliografía ha sido producida por practicantes de cartografías sociales —investigadores/as, docentes, extensionistas y/o activistas— que explican y reflexionan sobre sus propias prácticas de mapeo. Organizamos nuestra exposición en cuatro apartados de acuerdo a los cuatro grandes contextos de uso abordados por los autores: el mapeo indígena; la extensión universitaria; la docencia; y la práctica de organizaciones sociales y colectivos activistas.
Para realizar esta sistematización, por un lado hemos seguido los ejes de indagación sugeridos por un enfoque procesual de la cartografía. En este sentido, consideramos el tema o problemática abordado a través del mapeo y los objetivos que cada autor atribuye al uso de esta metodología; es decir, ¿qué tipo de problema espacial se está formulando y se está buscando resolver —aunque sea parcialmente— a través de un mapeo? También nos preguntamos por el nivel de importancia relativa que cada autor otorga al proceso de mapeo versus al mapa en sí, y por la definición del sujeto mapeante que se espera que haga emerger las cartografías sociales. Simultáneamente, interrogamos las investigaciones desde nuestro interés sobre la relación entre las prácticas cartográficas y las teorías que las sustentan. En esta línea, buscamos identificar el marco teórico-conceptual utilizado en cada investigación y las discusiones académicas o políticas en las cuales se inserta cada texto. En la siguiente sección profundizaremos más sobre los vínculos que hallamos entre conceptualizaciones del espacio y prácticas cartográficas.
Mapeo indígena
Las discusiones en torno al mapeo indígena se han desarrollado en los campos de la antropología, la historia, las ciencias de la educación y la geografía. Algunos de los primeros desarrollos académicos en torno a este tipo de mapeo provienen de Salamanca (2011, 2012a y 2012b), cuya propuesta metodológica gira en torno a la elaboración participativa de “mapas histórico-geográficos” donde aparecen rasgos pasados y presentes de las tierras utilizadas por comunidades originarias. Estos mapas combinan cartografía elaborada a través de SIG con fotografías y textos producidos a partir de entrevistas, historias de vida y materiales de archivo. En parte, la realización de estos mapeos persigue propósitos de investigación, ya que contribuyen a estudiar el proceso histórico de territorialización de algunas comunidades indígenas en la región chaqueña, lo que el autor denomina su “devenir histórico”. Pero los mapeos también poseen objetivos políticos: por un lado, aportar documentación para los procesos judiciales de reclamo de tierras, y por otro lado generar instancias de discusión y reflexión que contribuyan a la subjetivación colectiva de la comunidad, sobre cuestiones tales como las estrategias de organización social y política o las relaciones interétnicas. Salamanca dialoga con las discusiones sobre mapeo indígena provenientes del mundo anglófono y de Brasil (con autores tales como Mac Chapin, Joe Bryan, Bjørn Sletto, Henri Acselrad y Luis Régis Coli), que giran sobre todo en torno a cuestiones políticas, tales como la pregunta por el potencial empoderante o subyugante de los mapas para las comunidades indígenas.
Por su parte, los trabajos de Arias (2012) y de Rodríguez de Anca, Villarreal y Valdez (2013) presentan experiencias de mapeo indígena realizadas por/con comunidades mapuches en Neuquén, el primero desde el campo de la historia y el segundo desde la antropología y las ciencias de la educación. Ambas investigaciones se preguntan por la relación entre la cartografía y las epistemologías mapuches del espacio. Por un lado, Rodríguez de Anca et al. (2013) trabajan desde la perspectiva de la colonialidad y la geopolítica del conocimiento, con influencia de estudiosos colombianos de cartografía social: sostienen que el mapeo participativo contribuye a un proceso de descolonización debido a que permite renombrar los lugares y describir otras formas de relacionarse con el espacio que partan desde las cosmovisiones locales. Además, afirman que este tipo de actividad permite un “aprendizaje intercultural” en el cual los conocimientos originarios sobre el espacio dialoguen con conocimientos científicos cartográficos. A su vez, Arias (2012) presenta el debate que se ha desarrollado sobre todo en ámbitos angloparlantes respecto a si los mapeos indígenas pueden servir a los fines de los pueblos originarios o si, al contrario, contribuyen a su expropiación territorial y/o a la pérdida de sus prácticas culturales. Su postura es que esta discusión sobre las potencialidades positivas o negativas de la cartografía social implica una sobreestimación de la capacidad de la tecnología, la cual no puede considerarse aisladamente de los procesos sociales en los cuales se inserta su uso. En el caso del mapeo mapuche que él analiza, encuentra que la comunidad incorporó su propia visión del espacio en el proceso de mapeo; por ejemplo, en la selección de los lugares que consideran importantes.
Por último, la geógrafa Rosso (2018) ha reflexionado sobre el proceso de mapeo de comunidades indígenas de la provincia de Buenos Aires, mencionado más arriba. La autora parte de la premisa de que la información espacial otorga un mayor poder de producción y reproducción sobre el territorio —para los pueblos originarios, en este caso—, y por ende considera que las tecnologías de información geográfica son emancipadoras más que manipuladoras. Por otra parte, recuperando a Boaventura de Sousa Santos, sostiene que la creación participativa de información espacial permite un diálogo de saberes que contribuye a producir una geografía de las ausencias y una geografía de las emergencias, lo cual es especialmente relevante dado el contexto de invisibilización de los pueblos indígenas en esta provincia.
En síntesis, las discusiones académicas sobre mapeo indígena en Argentina se han centrado en cuestiones políticas (tales como el rol de esta actividad en los reclamos territoriales o en el “empoderamiento” de las comunidades) y culturales (como el potencial de la herramienta para fomentar el intercambio o la des/colonización cultural). En este sentido, los análisis realizados por los autores dialogan principalmente con las discusiones anglosajonas en torno al mapeo indígena, aunque también con perspectivas de otros países latinoamericanos sobre decolonialidad y cartografía social. En todas las experiencias de mapeo descriptas por estos autores se utilizaron tecnologías tales como GPS y/o SIG, aunque su uso solo fue discutido explícitamente por Arias (2012).
Extensión universitaria
La mayor parte de las discusiones académicas sobre cartografías sociales en nuestro país se centran en su uso en proyectos formales de extensión universitaria, entendida de manera amplia como una instancia de intercambio entre conocimientos producidos dentro y fuera de la universidad con el fin de incentivar algún tipo de transformación social positiva (; Chiavassa, 2010; Chiavassa, Llorens e Irazoqui, 2011; Gandolfo, Legaz, Ritta, Russo y Zampieri, 2011; Aichino, De Carli, Zabala y Fabra, 2012; González et al., 2016). Otros autores analizan su uso en situaciones con un marco institucional menos formalizado, descriptas como “intercambios de saberes”, “co-producción de conocimiento” (GEPCyD, 2011) o “trabajo en el territorio” (Estrada, 2010), pero que también consisten en un contacto entre grupos de investigación y organizaciones sociales o comunidades extrauniversitarias. La mayoría de los trabajos correspondientes a este eje provienen del campo de la geografía o de grupos de investigación que incluyen al menos un o una geógrafa.
Los artículos de este grupo consisten en descripciones y reflexiones sobre prácticas específicas de extensión o de “intercambio de saberes” llevadas a cabo por los autores en las cuales las cartografías sociales tuvieron un rol protagónico (salvo el texto de Estrada, 2010, que presenta consideraciones generales en torno a la herramienta). En general, las cartografías sociales se presentan como herramientas que realizan contribuciones positivas en este tipo de actividades, sin ponerlas en cuestión ni explorar sus posibles limitaciones, a diferencia de la bibliografía sobre mapeo indígena que plantea los debates existentes al respecto. La aseveración sobre su utilidad es justificada por los autores tanto a través de argumentaciones teóricas como a través de la presentación de los resultados obtenidos en sus propios proyectos de extensión.
Algunos de estos autores enmarcan su propuesta de cartografías sociales en consideraciones sobre el rol político y cultural de los mapas en general. Gandolfo et al. (2011) y GEPCyD (2011) realizan breves reflexiones al respecto, mientras que Estrada (2010) discute más extensamente sobre el papel de los mapas y los mapeos, desde el punto de vista de aquellas investigaciones críticas en cartografía que sostienen que esta actividad ha tenido un rol fundamental en la producción material y simbólica del espacio. Algunos trabajos se basan en las perspectivas de la educación popular o de la pedagogía del oprimido de Paulo Freire para afirmar la importancia de construir conocimiento de manera colectiva y dialógica (González et al., 2016) y la necesidad de producir mapas de y no para los oprimidos (Estrada, 2010). Esta última autora insiste además en el valor de la cartografía social para representar problemáticas o perspectivas sobre el espacio que raramente están presentes en los mapas convencionales.
Los autores cuyas prácticas de cartografía social se enmarcan en proyectos institucionales de extensión generalmente justifican el uso de esta herramienta desde perspectivas menos explícitamente políticas, en comparación con aquellos autores cuyas prácticas se hallan menos formalizadas. En este sentido, afirman que el mapeo contribuye a generar reflexiones y discusiones sobre temas locales que fortalecen el sentido de identificación de los participantes con el lugar que habitan (Aichino et al., 2012; Chiavassa, 2010; Borossa et al., 2011).
Todos los textos de este eje manifiestan una expectativa de que los debates y los conocimientos producidos a través del mapeo fomenten el deseo o el compromiso de los participantes para intervenir sobre cuestiones locales. En este sentido, los autores colocan mayor énfasis en el proceso de cartografiado (siempre realizado a mano alzada) que en el producto. Pero la mayoría de los trabajos no dejan en claro quién es el sujeto mapeante imaginado por los autores al exponer sus consideraciones sobre cartografías sociales, sino que se refieren de manera poco precisa a la “comunidad local” que participó o participaría del mapeo. En la práctica, la “comunidad” generalmente consistió en estudiantes de una escuela o bien el conjunto de individuos que acudió a una convocatoria abierta para vecinos de alguna zona. Una excepción son Estrada (2010) y GEPCyD (2011), quienes focalizan su argumentación en la utilidad de la herramienta para las organizaciones en lucha por la tierra, especialmente las organizaciones campesinas; en estos casos, el objetivo del mapeo no sería tanto fomentar el involucramiento de la comunidad, sino facilitar la elaboración de estrategias territoriales para un grupo que ya está politizado en torno a cuestiones espaciales.
Por último, en esta sección también cabe mencionar la línea de investigación de Juan Manuel Diez Tetamanti sobre experiencias de cartografía social coorganizadas entre docentes/investigadores universitarios y otros grupos y actores de distintos ámbitos (ver, por ejemplo, Diez Tetamanti, 2012 y 2018). Uno de los aportes de este autor es la sistematización de las distintas motivaciones que pueden subyacer a un mapeo: investigación, intervención social, investigación-intervención, o fomento de la movilización comunitaria. También sintetiza las modalidades que puede asumir esta técnica: la descripción diagnóstica de alguna situación, la indagación en la memoria colectiva para reflexionar sobre el presente, o el planteo de una situación deseada junto con el modo de alcanzarla.
Este autor toma conceptos de la filosofía para sustentar su idea de cartografía social. Por un lado, se inspira en el método cartográfico de Deleuze y Guattari, y en su concepto de acontecimiento, para pensar en los mapeos como instancias rizomáticas (es decir, sin puntos centrales ni jerarquías) en las cuales se produce contacto entre experiencias múltiples para producir un plano común en el cual se debe negociar entre experiencias y posturas disímiles. También toma el concepto de “deriva” del filósofo situacionista Guy Débord para insistir en la necesidad de construir un dispositivo flexible y abierto a posibles cambios de rumbo. Todas estas ideas son centrales en las sugerencias prácticas que Diez Tetamanti (2018) ofrece para la organización de actividades de cartografía social.
Docencia universitaria y de educación popular
Como mencionamos, las cartografías sociales han tenido algunos usos dentro de la educación universitaria en nuestro país, aunque dicho uso casi no ha sido trabajado desde la bibliografía académica. Hallak y Barbarena (2012) describen la manera en que esta metodología se ha empezado a usar en algunas materias de la carrera de Trabajo Social de la UNLP con el objetivo de contribuir a que los estudiantes conozcan algunos espacios de intervención de los trabajadores sociales. La autora y el autor sostienen que la herramienta permite que las y los alumnos sistematicen y discutan sobre los conocimientos que produjeron a través de recorridas, observaciones y entrevistas; que integren las distintas dimensiones de lo social que atraviesan el recorte espacial en cuestión; y también que compartan y reflexionen sobre las percepciones y vivencias de cada estudiante en el transcurso de las prácticas.
Otro ámbito educativo donde se vienen utilizando cartografías sociales es en los bachilleratos populares de jóvenes y adultos. Pautasso y Pautasso (2014) describen un proceso de mapeo colectivo llevado a cabo en el Bachillerato Popular “Paulo Freire” en el cual mapearon distintas problemáticas del barrio donde se ubica la escuela. Las autoras, una antropóloga y una geógrafa, fundamentan la práctica de la cartografía social a partir de ideas teóricas sobre la cartografía como un instrumento de poder y a partir de la perspectiva decolonial de Boaventura De Sousa Santos, sobre todo su concepto de “ecología de saberes” que cuestiona la jerarquía entre saberes académicos y populares e incentiva la relación entre conocimiento y praxis.
Organizaciones sociales y colectivos activistas
Por último, algunos textos dan cuenta del uso de las cartografías sociales por parte de organizaciones sociales y colectivos activistas; han sido escritos tanto por integrantes de estos grupos como por autores/as externos a los mismos.
Existen tres publicaciones realizadas por miembros de agrupaciones de estudiantes y graduados de Geografía donde se explica el uso que han dado a esta herramienta dentro de contextos activistas. Garnica (2012) y la Regional La Plata de la Federación Argentina de Estudiantes de Geografía (FADEG, 2012) describen brevemente algunas de las actividades de mapeo llevadas adelante por el grupo mendocino Geografía En Movimiento y por la FADEG, respectivamente, junto con diferentes organizaciones sociales. En un artículo de Geoide en Revolución (2018), sus integrantes explican el proceso de mapeo que organizaron junto con otros estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA con el fin de reflexionar sobre las problemáticas edilicias y las disputas por el espacio dentro de la facultad y luego representar visualmente el resultado de las discusiones. Por su parte, el colectivo Iconoclasistas también ha escrito sobre su propio trabajo. Sus integrantes publicaron un manual de mapeo colectivo destinado al público en general (Risler y Ares, 2013) que presenta instrucciones para la realización de diferentes tipos de mapeo y expone algunas experiencias realizadas por el grupo. En este libro y también en un artículo publicado en una revista académica (Risler y Ares, 2015) explican su perspectiva sobre la cartografía en general y sobre la potencialidad política de este tipo de mapeo en particular.
Los textos de todos estos colectivos plantean explícitamente las cartografías sociales como una actividad política que puede contribuir a las luchas en y por el espacio. En este sentido, el sujeto mapeante es más claro que en los proyectos de extensión: suele tratarse de alguna organización social, asamblea o movimiento que ya está organizado en torno a alguna problemática socioespacial. Los talleres de la FADEG fueron organizados junto con la Asamblea de Chilecito en el contexto de la lucha de esta contra la megaminería, mientras que el de Geoide se enmarcó en la lucha estudiantil para exigir que el nuevo edificio de la facultad tuviera ciertas características. Por su parte, las publicaciones de Iconoclasistas plantean de forma más amplia a la cartografía en general (incluyendo los mapeos colectivos) como una actividad inherentemente política.
Las actividades de Iconoclasistas han despertado el interés de algunas investigadoras del campo de las artes, tales como Basso (2014) y Boro, Bozzano de la Llosa, Martínez y Tieso (2014). El primero de estos artículos es una reseña del libro Risler y Ares; el segundo define al dúo como un “colectivo artístico” y busca relacionar sus actividades con otros usos de los mapas dentro el campo de lo artístico y con otras prácticas artísticas relacionales con fines políticos. Similarmente, dentro de la geografía, el trabajo de Iconoclasistas ha sido abordado desde los estudios de la cultura visual y las imágenes (Hollman, 2016). Mientras que Boro et al. (2014) ponen el foco en el proceso de mapeo y en la forma en que ese proceso es expuesto en galerías y centros culturales, Hollman (2016) se centra en el producto final, es decir, en los mapas. En su artículo, analiza distintas imágenes cartográficas para comparar los sentidos que construyen en torno a las intervenciones humanas sobre la naturaleza; entre ellos, incluye dos mapas de Iconoclasistas (sobre megaminería, producción de soja y las resistencias sociales a ambas) elaborados a partir de actividades de mapeo colectivo. A partir de su análisis de los elementos gráficos de estas imágenes cartográficas, concluye que el objetivo de Iconoclasistas es visibilizar la peligrosidad de ciertas formas de actividad extractiva y, con aún mayor énfasis, las movilizaciones sociales en torno a las mismas.
Conceptualizar el espacio, para saber cartografiar en él, para poder actuar en él7
Habiendo relevado la producción académica en torno a la cartografía social, nos concentraremos en algunas investigaciones que provienen de la geografía con el fin de indagar sobre el modo en que el concepto de espacio tomado por cada autor se articula con la práctica cartográfica que propone y con su análisis posterior del mapeo. Para ello, hemos seleccionado un conjunto de cinco textos donde resulta clara la relación entre estos distintos elementos: Chiavassa (2010), Aichino et al. (2012), Pedrazzani y Pedrazzani (2012), GEPCyD (2011) y Estrada (2010).
De modo general, nos basamos en las reflexiones de autores tales como Bourdieu et al. (1973) y Escolar (2000) sobre el anudamiento entre teoría, método y técnica: partimos de la consideración de que todo método o técnica primero se construye a partir de una perspectiva teórica determinada, y luego la técnica y el método orientan la definición del objeto y del problema de investigación al delimitar las categorías de análisis de la realidad. Si la cartografía como método siempre pretende representar algún tipo de relación espacial (Lois, 2015), entonces debemos preguntar desde qué perspectiva teórica cada cartógrafo se propone pensar esas relaciones espaciales, y qué objeto de estudio o problema espacial construye a partir de dicho método.
Más concretamente, en este apartado identificamos la principal conceptualización sobre el espacio trabajada en cada investigación y buscamos comprender cómo dicha conceptualización se operativiza dentro de cada práctica cartográfica y en el análisis de cada autor. Nos preguntamos, ¿qué correlación existe entre las formas de pensar el espacio y las formas de cartografiarlo? ¿Y entre estas dos características y el problema espacial que se pretende abordar a través de prácticas de mapeo?
En todos los trabajos abordados en este apartado se utilizan los términos “lugar” o “territorio”, aunque con definiciones disímiles. En primer lugar, Chiavassa (2010) y Aichino et al. (2012) parten del concepto de lugar para fundamentar sus prácticas de mapeo, entendiendo por “lugar” aquella dimensión del espacio vinculada con aspectos subjetivos tales como las emociones, lo simbólico y los sentidos de identidad y pertenencia. Ambos aclaran que su definición de lugar no implica un espacio estático, cerrado e internamente homogéneo, sino que el mismo puede estar atravesado por conflictos y contradicciones. Este foco en el lugar se refleja en las propuestas de cartografía que realizaron y que describen en los artículos citados, como desarrollamos a continuación.
Por un lado, Chiavassa (2010) da cuenta de un proyecto de voluntariado universitario emprendido en la UNC en 2009, “Los ‘Otros’ mapas. (Re) construcciones colectivas de espacios, territorios, memorias e identidades barriales”. Durante este proyecto, se realizaron talleres de mapeo en algunos barrios de la ciudad de Córdoba y alrededores para que las y los vecinos y organizaciones locales construyeran conocimiento sobre el territorio local y relevaran problemáticas barriales. Según el autor, el objetivo era fortalecer el sentido de pertenencia, las identidades locales y la apropiación del espacio del barrio por parte de los vecinos; tanto este fortalecimiento como los conocimientos producidos durante el mapeo podrían contribuir a que los participantes luego realizaran acciones para intervenir sobre la realidad. Por su parte, Aichino et al. (2012) reflexionan sobre la utilidad de la cartografía social en actividades de extensión que buscan estimular la valoración del patrimonio arqueológico por parte de las y los habitantes de una localidad. Consideran que la herramienta logra incitar discusiones grupales en las cuales se “activa” el patrimonio (es decir, se seleccionan y construyen ciertos elementos materiales e inmateriales como parte del patrimonio), lo cual contribuye a establecer una identificación con el espacio local.
En ambos casos, como la finalidad del mapeo era fomentar discusiones que estimularan el sentido de pertenencia al lugar, el proceso resultó más importante que el mapa, que fue realizado a mano y luego no fue reelaborado ni difundido a un público más amplio. Una diferencia entre ambos trabajos es que Aichino et al. (2012) dan cuenta de los desacuerdos que ocurren entre los participantes del mapeo respecto a la construcción del patrimonio —lo cual es congruente con sus definiciones de lugar y de patrimonio como ámbitos de disputa—, mientras que Chiavassa (2010) no explicita cómo los conflictos que atraviesan los lugares se ven reflejados en los talleres.
El trabajo de Pedrazzani y Pedrazzani (2012) se halla en la misma línea, si bien se basa principalmente en el concepto de territorio. Siguiendo a Rogério Haesbaert, el mismo es definido como un espacio multidimensional (que es simultáneamente apropiado simbólica y culturalmente por sus habitantes, y dominado política y económicamente por actores externos) y multiescalar. La experiencia de cartografía social que describen consistió en una serie de talleres llevados a cabo con niñas/os y adolescentes de una escuela ubicada en un barrio de vivienda social del noroeste de la ciudad de Córdoba. El objetivo de la actividad era incentivar a las y los jóvenes a que reflexionaran sobre su experiencia vivida del barrio y de los barrios vecinos, y sobre lo que desearían transformar. Las y los jóvenes inicialmente atribuyeron diferentes valoraciones a cada uno de los barrios de la zona, cuyos habitantes pertenecen a grupos socioeconómicos diferenciados, aunque luego sus opiniones y conocimientos se fueron complejizando y problematizando. La perspectiva de territorio de las autoras de dicho artículo, que se basa en las propuestas de Haesbaert, entra en juego en su análisis. Por un lado, señalan la multiescalaridad en las identificaciones de los jóvenes: la diferenciación entre “adentro” y “afuera” del barrio, por un lado, y por otro las diferenciaciones internas del barrio. Por otro lado, la actividad se insertaba en un objetivo más amplio de indagar en los efectos territoriales producidos por la política de vivienda social, desde una perspectiva multidimensional que considerase tanto la producción estatal de vivienda social como las experiencias de las y los habitantes.
Otros/as autores toman el concepto de territorio para encarar objetivos que no se vinculan a generar un sentido de identificación ni a iniciar conversaciones sobre un espacio, sino que proponen trabajar con sujetos mapeantes que ya están organizados en torno a alguna problemática. El Grupo de Ecología Política, Comunidades y Derechos (GEPCyD, 2011) parte de la concepción de Milton Santos del territorio como “cuadro de vida”; define el territorio como un espacio atravesado por relaciones sociales, incluyendo relaciones de poder. El territorio es apropiado material y simbólicamente por los sujetos de acuerdo a sus distintas estrategias de reproducción social, las cuales generan diferentes lógicas o formas de “estar” en el espacio. Las y los integrantes del GEPCyD establecen un vínculo directo entre su perspectiva de territorio y sus prácticas de mapeo: “… mapear desde la propuesta de la cartografía social no refiere a la mera recopilación de datos geográficos, sino que involucra memorias, vivencias, conflictos, proyectos y usos del espacio que habitan y del cual se apropian las comunidades, es decir, del territorio” (2011, p. 5). Para este grupo, la finalidad de los procesos de cartografía social es fortalecer las estrategias territoriales de una comunidad —sus estrategias de construcción de territorio a partir de una lógica propia— a través de la reflexión y la construcción de conocimiento sobre la forma de habitar el espacio, los conflictos y problemas existentes, etc. En el caso específico de los talleres que organizaron con organizaciones campesinas de Chaco, el objetivo era generar ámbitos de formación política y comunitaria donde se reconocieran las distintas dimensiones de los territorios campesinos y se pensaran estrategias de defensa de los mismos frente a la expansión de la agricultura comercial.
Por su parte, en su texto de autoría individual, Estrada (2010) —quien integra el GEPCyD— define el territorio más estrechamente a partir de las relaciones de poder, lo cual se refleja en su visión de la cartografía social como una forma de fortalecer las estrategias territoriales de las organizaciones en disputas por el espacio: “... es un mapa para pensar el territorio desde la práctica, desde la resistencia, desde quienes luchan [por] la tierra o se organizan en torno a ella” (p. 13). En su discusión sobre esta metodología, coloca el énfasis en el sujeto mapeante: resalta la importancia de que la comunidad u organización esté a cargo de las decisiones tales como las variables a ser mapeadas o los símbolos a ser usados, e insiste en que este tipo de cartografía debe realizarse de manera grupal ya que el territorio se construye de manera colectiva. Sostiene que la perspectiva territorial inherente al mapeo puede contribuir a que los participantes incorporen esa perspectiva en sus propias estrategias organizativas:
No se trata de ‘darles mapa’ de forma solidaria —cualquier geógrafo o cartógrafo lo puede hacer— sino de vincular a la organización con la dimensión territorial, ponerla en debate con herramientas nuevas que puedan ser un insumo para una estrategia que se piense también territorial (Estrada, 2010, p. 12).
En definitiva, el abordaje teórico-conceptual propuesto por cada autor posee consecuencias para sus propuestas o análisis en torno a cartografías sociales. Impacta en la construcción del problema espacial que buscan resolver a través de la cartografía; en las variables que consideran relevantes para ser mapeadas; en la definición de los sujetos mapeantes; en los objetivos que atribuyen a los talleres de cartografía; y en el modo de justificar y analizar los mapeos. Hallamos cierta correlación entre el uso del concepto de “lugar” en aquellas propuestas cartográficas que buscaban generar un sentido de pertenencia o incentivar reflexiones entre habitantes de algún barrio, por un lado, y el uso de “territorio” para mapeos que buscaban potenciar procesos organizativos ya existentes; pero es necesario atender a la articulación teórica propia de cada autor, más que al uso de uno u otro término.
Consideraciones finales
Como se ha expuesto a lo largo de este artículo, las metodologías que agrupamos bajo la denominación de “cartografías sociales” han sido utilizadas en Argentina en una amplia gama de contextos. Sus practicantes han buscado contribuir mediante su uso a la resolución de distintos tipos de problemas espaciales, los cuales a su vez han sido definidos desde diferentes perspectivas teóricas. Algunas cartografías sociales han buscado producir mapas pasibles de ser difundidos, tal como los mapas-afiche de Iconoclasistas o los mapeos de villas publicados en internet. Pero la mayoría de las experiencias ‒y la mayoría de los textos escritos sobre ellas‒ se concentran en el proceso de emergencia de cartografías, cuyo producto final (el mapa) incluso puede ser descartado ya que solo contiene muy parcialmente el mapeo realizado colectivamente. Aunque todo mapa puede ser considerado como emergente y contingente, es decir como algo que surge de manera situada y efímera durante un proceso de mapeo, las y los practicantes e investigadores de cartografías sociales parecen tenerlo más presente que otros usuarios y productores de mapas. Como mencionamos en la introducción, es importante recordar que esta mirada procesual de la cartografía podría aplicarse por igual a cualquier tipo de cartografía —es decir que cualquier producción o lectura de mapas puede estudiarse como mapeo— para evitar cristalizar la idea de que existen algunas cartografías estables (aquellas producidas en las instituciones) y otras inestables (las cartografías sociales).
La difusión de las metodologías de las cartografías sociales ha sido acompañada por una creciente producción académica que versa sobre ellas; sin embargo, hemos hallado ciertos vacíos en la literatura académica argentina sobre este tema. Por un lado, si comparamos la historia de las cartografías sociales en Argentina con las discusiones académicas que se han realizado sobre las mismas, observamos que algunos de sus usos han sido más abordados que otros. La mayor parte de las indagaciones se han dedicado a la utilización de esta herramienta en la extensión universitaria; en menor medida, se ha escrito sobre su uso por parte de organizaciones sociales y colectivos militantes; y aún es escasa la investigación sobre cartografías sociales en contextos de educación formal o no formal. Todavía no se ha abordado académicamente en Argentina su uso por parte de asociaciones civiles, ONG y el Estado ni su vinculación con procesos de (re)urbanización de villas, ni existe literatura sobre los mapas participativos en línea.
Además de estos vacíos temáticos, consideramos que resultaría una contribución al estudio de las cartografías sociales, y de las prácticas cartográficas activistas en general, una profundización en discusiones teórico-metodológicas siguiendo la línea que hemos planteado en el último apartado. Resultaría de interés continuar explorando el rol de este tipo de prácticas cartográficas dentro del trabajo de las organizaciones sociales o colectivos con quienes se realizan. Algunos interrogantes que permanecen abiertos son los siguientes: ¿cuál es la especificidad del aporte que realizan las cartografías sociales? ¿Qué permiten ver o hacer los mapeos en comparación con otras prácticas que podrían realizarse con o desde las organizaciones sociales? Estas preguntas, en última instancia, nos llevan a considerar el rol que puede tener la identificación de una dimensión espacial o geográfica para el trabajo de las organizaciones sociales y colectivos: ¿de qué manera las organizaciones llegan a plantear las problemáticas que trabajan en términos de problemas espaciales? ¿En qué puede contribuir esta perspectiva espacial para el análisis que realizan del contexto y para la consecución de sus fines?
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Fecha de Recepción: 21 de marzo de 2020
Fecha de Aceptación: 4 de noviembre de 2020
© 2021 por los autores; licencia otorgada a la Revista Universitaria de Geografía. Este artículo es de acceso abierto y distribuido bajo los términos y condiciones de una licencia Atribución-NoComercial 2.5 Argentina de Creative Commons. Para ver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc/2.5/ar/deed.es_AR
1 Este trabajo se ha realizado en el marco de una investigación doctoral abocada a estudiar las luchas del movimiento trans y travesti y del movimiento de personas con discapacidad por acceder al espacio público urbano en la ciudad de Buenos Aires. En ese contexto, una de las estrategias identificadas ha sido el uso por parte de distintas organizaciones de lo que denominamos “prácticas cartográficas activistas”, incluyendo distintos tipos de cartografía social. Dicho trabajo doctoral se inserta en un proyecto de investigación dirigido por la Dra. Mariana Arzeno, con financiamiento del proyecto PICT 2015-2440 “(Des) ordenamiento territorial e inclusión socio-espacial: desafíos para la agricultura familiar en el campo de las políticas públicas en Argentina. Estudios de caso”, otorgado por la ANCyT (2017-2020), y del proyecto UBACyT “(Des) ordenamiento territorial: políticas y resistencias socio-espaciales. Estudios de caso en Argentina” (2018-2020).
2 Estos encuentros son organizados anualmente por la Federación Argentina de Estudiantes de Geografía, la cual está integrada por estudiantes de universidades nacionales de distintos lugares del país, tales como La Plata, Mendoza, Córdoba, Neuquén, Luján, Mar del Plata y Buenos Aires.
3 Las fuentes para esta historización han sido tanto publicaciones académicas y periodísticas (que se hallan citadas en el texto) como los sitios web de las distintas organizaciones, colectivos, ONG y dependencias estatales involucrados en los distintos proyectos de mapeo. Los enlaces de estos sitios pueden hallarse en la lista de fuentes consultadas.
4 SIG: Sistemas de Información Geográfica. GPS: Sistema de Posicionamiento Global.
5 Centro de Innovación y Desarrollo para la Acción Comunitaria, ubicado en Barracas y perteneciente a la Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Además de organizar los encuentros, el taller mencionado realizó actividades de fotografiado y mapeo del barrio junto con estudiantes de una escuela de reinserción de la zona.
6 Puede encontrarse en www.caminosdelavilla.org
7 Paráfrasis del título de un capítulo de Yves Lacoste, “Saber pensar el espacio, para saber organizarse en él, para saber combatir en él” (1977, p. 135).
* Becario doctoral del CONICET con sede en el Instituto de Geografía, Universidad de Buenos Aires. Grupo de Estudios Geografías Emergentes. Argentina, franfernandez91@gmail.com
Revista Universitaria de Geografía / issn 0326-8373 / 2021, 30 (1), 13-41